Estamos en un tiempo donde el lenguaje ha pasado a tener un lugar importante en nuestras vidas, aunque no seamos conscientes de ello. Las cosas no son realmente como suceden, ni siquiera como las vemos. Las cosas son como nos las cuentan o como somos capaces de contarlas. El cuento es una fabulación narrativa de hechos imaginarios, por decirlo así, y el relato es muy semejante, pero admite que haya hechos que sí sean ciertos. No verdaderos en un sentido absoluto, sí veraces, es decir que se ajusten a la realidad.
El lenguaje es, por tanto, parte esencial de nuestras vidas, pero cada vez es más difícil que seamos capaces de ponernos de acuerdo en el significado que para uno tiene cada palabra. En un sentido wittgensteiniano (Ludwig Wittgenstein) ahora más que nunca los límites del lenguaje de cada uno son los límites de nuestro mundo, y una vez que creemos llegados al punto de destino quieren que tiremos la escalera de subida. Ahora bien, como diría posteriormente el filósofo del lenguaje austriaco Todo lo que pueda alcanzar subiendo una escalera (del lenguaje) no me interesa.
En España, pero no solo, las ideologías, las propuestas, los discursos (que son otra cosa) en política han sido sustituidos por relatos. Argumentos por argumentarios, podemos decir. El relato político, son monólogos inteligentes que pretenden tener sentido y de un fácil entendimiento. Así pueden llegar a más personas. Es la prevalencia de la psicología política que propiciada por la profusión de medios de comunicación se expande por las redes sociales. Todo ello debido a una nueva forma de entender la política tanto por las organizaciones políticas como por sus líderes.
El relato político, como toda narración que se precie, tiene que tener pasado, presente y futuro. Es el mundo del storytelling (literalmente contar historias), que hoy encuentra su mayor expresión en el consumo compulsivo de series televisivas. No sería tan grave que la política utilizara cada vez más las técnicas de mercadotecnia, si esta, sin diferenciación de izquierda o derecha, no tuviera como único objetivo alcanzar el poder. Ello hace que vivamos en una campaña electoral permanente.
Lo acontecido tras las elecciones del 23 de julio, no ha sido otra cosa que una lucha de relatos. Una descarnada batalla por ver quién se hace finalmente la historia dominante. Tanto la derecha como la izquierda han presentado todos los rasgos esenciales y característicos de un relato, el relato de cada cual claro está, propio, exclusivo y excluyente. Por tanto, si consigues dominar a tu mitad se deja fuera a la otra. Hasta el infinito…
Ambos han intentado persuadir. Ofrecer “la verdad” de su respectivo lado o mejor dicho imbuir de ella a su respectivo lado… Es la revelación de un dogma de fe incuestionable. Igual que cuando los jefes de tribu acudían a su chamán para que les otorgara las bendiciones adecuadas que aseguraran el triunfo en la contienda.
En definitiva, hay una pretensión de construir una historia de buenos y malos, en busca de una misión épica. Trump construyó su relato, principalmente a través de las redes sociales, sobre la base de la traición de determinada clase política al pueblo americano, él se erigía en su salvador. Este es un modelo adquirido por todos.
Feijoo asume el liderazgo de los buenos de la derecha: Gobernar para derogar el sanchismo que es la anti-España. En la izquierda es Sánchez el bueno: Gobernará para garantizar la convivencia donde hoy hay un conflicto secular, y eso solo se puede hacer si el gobierno es de progreso. En el primer caso, nadie nos indica en qué consiste el cambio, solo es echar al malo. El segundo el relato también flojea, como ya se ha dicho hasta la saciedad, el apoyo que se pide dista mucho que sea a fuerzas políticas que compartan el mismo ideal de progreso, cuando no su ideario está en las antípodas de los valores representados por la izquierda.
El nacionalismo según el lingüista, político catalán y militante de ERC en tiempos de la República, Antoni Rovira i Virgili persigue “la liberación de los pueblos”. Esto debe ser de los pueblos oprimidos y explotados. Difícil argumento para poder construir en este momento un relato de opresión y liberación, como sostiene Josep Borrell en su libro Las cuentas y los cuentos, con el balance con los datos económicos y fiscales de la Cataluña de hoy día y la autonomía política y competencial de la que dispone el gobierno de los catalanes.
Los relatos políticos para ser válidos tienen que estar dotados de unas características esenciales, no pueden ser tan rígidos que no se permita adaptarse a una realidad cambiante y adaptarse a ella, y por otro lado tiene que tener la suficiente consistencia para que sean duraderos en el tiempo. La interpretación de los hechos se tiene que adaptar al relato y que este al ajustarse a la realidad no pierda su esencia.
Los votos son los votos y los escaños también, si se tienen más se han ganado las elecciones. Ganar las elecciones es un hecho incuestionable, la posibilidad de gobernar es harina de otro… en una democracia representativa y parlamentaria. Insistir en un derecho no existente es insostenible como relato, machacar en esa idea es tan inútil como cansino.
En el otro lado, el relato buscado es el de querer hacer querer ver que la sociedad quiere, sí o sí, la continuidad de un gobierno determinado, aunque no se haya sido la fuerza política más votada. Además, la historia falla cuando se necesita para poder gobernar un apoyo generoso de otras fuerzas políticas que no están dispuestas a ello. Es más, a cambio de ello, te piden la hijuela y el camafeo de la abuela. Este relato es tan inútil como el anterior, pero de mayor riesgo. La única parte del relato creíble es que el objetivo es gobernar.
Los relatos no tienen que ser creíbles al 100% pero sí, estar dotados de cierta credibilidad. Lograr la convivencia y la eliminación de un histórico problema de origen no puede serlo en estas condiciones. Hay problemas que se pueden sintetizar en su formulación, no simplificar.
Insistir en esa línea argumental y que luego los hechos no se compadezcan con la realidad puede hacer que todo lo demás que forma parte de un proyecto político, desde la lucha contra el cambio climático hasta las políticas de género y todo lo demás… terminen siendo parte del relato fallido y ello conduzca a una globalización del descrédito que es lo que busca la otra parte.
El abandono del patio de butacas de una persona puede tener muchas causas: fisiológicas, auditivas, de rechazo a la obra incluso. Si se levantan seis ya no se ve igual desde el escenario, si esos seis son seguidos de otros y otros y se ve que la sala se puede quedar vacía, es mejor cambiar algo del guion pues si lo que cae es el telón puede ser para siempre.