España, efectivamente no se está rompiendo, pero todo va subiendo de temperatura. ¿Se aprecia un progresivo crecimiento de la tensión ciudadana, o no?
La política, por fortuna, ocupa un por ciento muy pequeño en la vida de los ciudadanos, menos mal. Pero televisiones, radios y redes sociales ayudan a que todos, aún sin quererlo, nos veamos afectados por ese desencuentro permanente y de negación del otro que tiene la política española.
No es nada nuevo. Los que se dicen de derechas echan la culpa a los otros (a los de izquierdas) y viceversa. Así en un bucle infinito. Es más, los que crean que la culpa está repartida están cometiendo el mayor de los pecados la equidistancia, imperdonable en este tiempo. El “¡o conmigo o contra mí!” es una constante en la historia española. España es un país joven, poco más de doscientos años mitos aparte, y maravilloso, aunque poblado de ciudadanos incapaces de dar valor a lo que se tiene y sobre todo a aquellos con los que lo comparten. Siempre contradictorios nunca complementarios.
Humildemente creo que la inmensa mayoría, en este momento, no es que no entiendan lo que está pasando, es que no les interesa entenderlo, ni a unos ni a otros. Hacerlo significaría perder la razón. ¡No, peor aún! Parecer que se la das al otro.
España está volviendo intensamente a un patetismo carpetovetónico de antaño, de izquierdas y de derechas. Me pregunto ¿No habremos sufrido bastante a lo largo de nuestra historia como para no empezar a querernos?
Todos estamos de acuerdo en que un gobierno es esencial para dirigir un Estado y para que una comunidad se sienta segura y su actividad privada se desarrolle con normalidad, siempre bajo el imperio de la ley que es lo que garantiza que la convivencia sea posible.
Una cuestión no menor. Los gobiernos para que el Estado a su cargo funcione, esto es las organizaciones públicas de diferente naturaleza, necesita proveerse de mucha gente. Un porcentaje alto de este personal son funcionarios públicos, casi siempre afines, pero con esa condición laboral. Otros son designados libremente, son puestos de confianza y que suelen ser miembros del partido político que gobierne. Esto genera una clientela de interesados intensamente en que gobiernen unos y no otros. Nadie debe ser ingenuo, esto opera igual para izquierda, derecha, centro y para los que se situarán en el espacio sideral. Los loables principios de igualdad, mérito, capacidad, transparencia y seguridad jurídica suelen estar a bastante distancia y soslayados habitualmente en el empleo público.
Además, en la política afloran con mucha fuerza dos cuestiones que envuelven a la política y a los que se dedican a ello, cada vez con mayor intensidad, el ego y la notoriedad pública. Ego in crescendo que no conoce límites personales, antes se hablaba de soberbia. No es sólo que yo me crea muy bueno, es que tengo que lograr que sea reconocido y que todos lo vean así.
Al imperar cada vez más en la sociedad “el pensamiento débil” del recientemente fallecido Gianni Vattimo esto hace que las ideologías y los principios entren en crisis y cada vez adquiera más valor una militancia asertiva en la cual no se cuestiona nada, absolutamente, de lo que se cuenta en mi lado del campo y ello da fortalezas para negar todo lo que se diga en el otro.
Ahora bien, eso no evita que se esté equivocado y que reparemos en ello sólo cuando tengamos encima sus consecuencias. Concretemos.
Feijoo metió la pata hasta el corvejón cuando después de las elecciones del 25 mayo a sus chicos les faltó tiempo para “pillar” poder regional y local, además también les faltó poco para repartirse ministerios, subsecretarías, direcciones generales, presidencias de empresas públicas …, y para ello no ofrecieron ningún disimulo de caer rendidos en los brazos de la extrema derecha reaccionaria. Ello sacó de su letargo a millares de españoles que no tenían intención de repetir el formato del pack de la izquierda. De ello fue consciente el propio candidato, que no iban a querer repetir su pack pero con el pacto PP-VOX se avivaría a un electorado que a él parecía difícil poder recuperar.
El resultado de las elecciones de la insatisfacción del 23 de julio, ha dejado todo en una encrucijada política. Demasiados pocos votos para gobernar para ambos, lo que en resumidas cuentas les coloca en tierra de nadie, o mejor dicho en la que nadie quisiera estar. Ahora bien, la política tiene un camino de ida pero difícilmente de vuelta, sólo así es entendible llorar por una investidura, convocar una manifestación de autoafirmación y una lastimosa petición de deserciones imposibles, es no entender la conformación de la política. Así las cosas, una repetición electoral sería la única tabla para evitar que el naufragio termine en ahogamiento seguro del personaje. En esta estrategia sin sentido, salvo para sus protagonistas, calentar el ambiente es sembrar para el futuro, abonando su polo (+ o – cada cual decide).
A esta investidura frustrada sucederá otra, no sabemos como será su resultado aún, dependerá de lo que unos estén dispuestos a ceder para asegurarse el gobierno y los otros su supervivencia (Junts). Unos pueden asumir que el gobierno sólo se tiene sentido si nadie te puede cuestionar la legitimidad y si además demuestras que no todos son iguales y los otros (Junts) renuncian a salir al balcón del Palau de San Jordi proclamando ante la multitud el Ja soc aquí, al volver del auto denominado exilio. Cualquier cosa puede pasar.
Todo esto ha producido una multitud de escritos de opinión a favor y en contra de la amnistía, la autodeterminación, los derechos lingüísticos, expulsiones partidarias, España, la plurinacionalidad y la amplitud de la Constitución para que todo entre o no entre. Luego está el sentirse obligado a estar con una u otra opinión(es). Al final todo viaja de los medios de comunicación a la mesa familiar donde todos nos convertimos en cuñados toca pelotas. Hemos vuelto a reparar en la edad que tienen las personas y su capacidad para envejecer o no, sin darnos cuenta que el edadismo es tan denigrante como el machismo o la xenofobia.
En definitiva, nadie piensa si esto realmente le preocupa e inquieta a los ciudadanos y sobre todo a los más jóvenes. Tal vez sea mayor preocupación lo que ocurre con la inflación, o si los fondos destinados a corregir los procesos productivos que afectan al cambio climático están siendo eficaces, al funcionamiento de los servicios de empleo, la falta de profesorado en los centros de enseñanza, el reforzamiento de la sanidad pública o si nuestros abuelos volverían a morirse en los geriátricos, por no hablar de la razón de porqué tras la pandemia no se ha reforzado convenientemente los fondos destinados a la investigación, el incremento de la violencia sexual, la tardanza de la justicia, una inmigración que está a punto de estallar o el cómo se pone fin a una guerra que cada vez se entiende menos.
Todos estos no parecen ser los problemas del tan traído y llevado Estado Español, sí, sin duda, de España pues son los verdaderos problemas de los españoles y de los que viven en ella, hayan nacido donde hayan nacido.
En este inentendible gusto por la bronca, el disenso y el espectáculo es bueno recordar aquel vídeo que se hizo famoso de la niña que contemplaba como el pollito estaba poniendo todo perdido y no dudó en exclamar con su voz infantil “La que estás liando pollito”.
Publicado por gentileza de lahoradigital.com