Por Álvaro Frutos Rosado
Hace unos días falleció en Madrid a los 91 años Jorge Edwards escritor, crítico literario, periodista y diplomático chileno. Afincado en España desde hace años y galardonado con el Premio Cervantes en 1999. Edwards disponía de la doble nacionalidad, chilena y española y fue un gran conocedor de la realidad política española, al igual que la suya propia.
En Cuba fue encargado de negocios del gobierno chileno, designado por el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.
En 1973, fruto de su estancia en La Habana, público su obra más conocida Persona Non Grata. Hace una aguda critica de la sociedad cubana, evidenciando cómo los excesos verbales revolucionarios y las apariencias no cambiaban la realidad. Anatema en aquel momento.
Un escritor de la izquierda latinoamericana que se atrevía a criticar al régimen de Fidel Castro. ¡Tamaña traición! Eran los momentos en los cuales la revolución cubana aún gozaba, sin critica alguna, del beneplácito de la izquierda política e intelectual, tanto a un lado como a otro del Atlántico. Cuba y Fidel eran paradigmas de la revolución pendiente, tan sólo podría ser superado por el proceso abierto en Chile de una vía democrática, no armada, hacia el socialismo. El libro también fue criticado por la intelectualidad de la derecha, pues ya saben no entraba a matar el régimen.
En 1973, tras el golpe militar de Pinochet, Edwards se tuvo que exiliar.
Edwards, durante la transición española, esa que unos días es muy mala y otros muy buena, publicó un artículo titulado “La mediocridad en la política”. Lo inicia diciendo: Mis amigos intelectuales (españoles) se quejan a menudo de la mediocridad de la política española, del hecho de que las alternativas reales sean limitadas, de que los cambios sobrevenidos después del franquismo sean, en definitiva, mucho menos profundos y espectaculares de lo que habría podido esperarse.
Más adelante advierte a sus amigos que “hoy” la democracia, la democracia de hace cuatro décadas, tiene su capacidad de cambiar las cosas a través del consenso. Lo mismo que la actual, por si alguno no sé ha dado cuenta. Edwards continúa indicando: “Ahora bien, sabemos que esto del consenso no sólo es una premisa fundamental de la España del postfranquismo. Todas las democracias europeas funcionan gracias a un consenso mínimo, alcanzado hace tiempo y que proporciona un marco dentro del cual transcurre la vida política.
Repasa país a país marcando como el buen funcionamiento de los estados europeos está fundamentado en que la discrepancia democrática (ideológica) entre socialdemócratas y conservadores se envuelva en el consenso que asegura progresar. Pone como ejemplo que, incluso los socialistas, que recientemente habían triunfado en Francia (1981), no dudarían en conducirse por los mismos derroteros (como así fue) y no recurrir a planteamientos extremos.
Recuerda que, durante la Unidad Popular chilena, lo que falto precisamente era el consenso mínimo que hubiera podido evitar la crisis del sistema. Por ello reivindica la mediocridad política como uno de los grandes pilares del sistema democrático de los europeos.
Hoy en Europa y España están teniendo un serio problema en su modelo de representación política e institucional y eso generara, no tardando mucho, serias fisuras en el modelo de convivencia europeo. Las tres quiebras consecutivas que ha sufrido Europa: financiera de 2008, sanitaria (2020) y la guerra (2022) están dando al traste, aunque ahora no se sea consciente, con un sistema político y social que creíamos inmutable y con el cual, creíamos, ya se había alcanzado el mejor mundo que la Humanidad había conocido y podría conocer.
Nadie es capaz de ofrecer ahora certidumbres, ni aventurar cuales pueden ser las consecuencias finales y, lo peor, cual es el camino para llevarnos a otro territorio. No es sólo la democracia, como sistema de gobierno, la que parece estar haciendo aguas, es una forma de vida y con ello el afloramiento de expectativas frustradas.
El histórico egocentrismo europeo está en declive, pero también los europeos están percibiendo que incluso sus dirigentes han perdido la perspectiva. Tenemos gobernantes que se esfuerzan en dar la mejor imagen de este confuso presente, pero hay una carencia absoluta de estadistas, entendiendo como tales a aquellos que su pensamiento no se circunscribe a pensar y trabajar en las próximas elecciones sino en las próximas generaciones, tomando las decisiones en consecuencia.
No obstante, estar en el derrotismo de que no hay nada que hacer o que los otros son muy malos, no es la solución. Macron ha querido asumir esa tarea de querer llevar a cabo lo justo y necesario, pero si no tiene y no parece tenerlos, los consensos necesarios puede que el remedio sea peor que la enfermedad.
La geopolítica mundial ha cambiado de golpe y nos lo repiten. Lo sabemos, ha cambiado. ¿Cuántos saben que va a significar en nuestras vidas? Por ello, la infantería ciudadana piensa que lo mejor es vivir como si nada diferente estuviera sucediendo. Si los que tenían que pensar hacia el futuro han cogido un año sabático, los gobernantes se instalan en la grandilocuencia discursiva, otros mientras juegan a que la política se empobrezca con discursos de buenos y malos, eso sí todos esperando el beneplácito de los ciudadanos, creyendo que estos se ha resignados a ser colocado permanentemente en la hornacina de elector y hablando sólo cuando vote. ¡La cosa no pinta bien!
No es pesimismo, es realismo. Aunque veamos todo de color, la película que estamos viendo es en blanco y negro. Las amenazas nucleares; las personas que entran en penuria económica a las que les importa poco si es la guerra, los excesos en los dividendos de los propietarios del dinero o los microchips chinos la causa de su mal; cuando es un hecho constatable el crecimiento de una violencia que ha pasado de ser de crimen organizado a bandas infantiles de depredadores sexuales; incluso circunscribir la justicia a la dimisión de los consejeros del Poder Judicial, cuando ni es costumbre del lugar, y la Justicia es mucho más.
La política se ha convertido en un territorio de arrogancia e impostura (hoy postureo) y una deriva generalizada de tratar a los ciudadanos como idiotas, sin esconder que algunos lo son o como tal por lo pronto se comportan.
A lo mejor va ser necesario que empecemos a hacernos preguntas y a esperar a ver si tienen respuesta. Lo peor que nos puede pasar es que nos declaren persona non grata.
Publicado por gentileza de lahoradigital.com