En sus palabras no se cohíbe. Y lo peor, tampoco en sus actos, ya que sigue escalando el conflicto. Nada le ha impedido llevar a cabo asesinatos y ejecuciones de civiles y utilizar la violación como arma de guerra.
Ni los más avezados analistas, geoestrategas u opinadores variopintos son capaces de aventurar cuál puede ser el final de este episodio. En todo caso esto no significará la solución, el punto al que se ha llegado ya es malo para todos. Las cicatrices de este conflicto serán profundas, siendo lo más grave de todo encontrarse nuevamente en el punto de partida.
Con el pasar de los días, lo que se vio como una crisis más de las que últimamente acaecen ha pasado a entenderse como el hecho más trágico que generacionalmente nos ha tocado vivir, y el futuro resultante no es para ser optimistas. Estamos, sin duda, ante un fin de era, que solo la historia certificará. En este momento sería bueno tomar conciencia de lo que tenemos por delante.
Sí parece que la sociedad española lo esté haciendo, a tenor de los últimos datos demoscópicos (CIS). Casi un 80 % de los españoles están muy preocupados o bastante preocupados por la invasión rusa y se acercan al 70 % los que opinan que es posible que Rusia invada en algún momento otros países de su antigua área de influencia, es decir que el conflicto se extienda y se enquiste.
No contemplando mayoritariamente como una opción posible la intervención militar de la OTAN para la expulsión de los rusos del territorio ucraniano, sí piensan que la guerra tendrá influencia en nuestras vidas, aunque lejos de las bombas, tendrá mucha o bastante repercusión (87%) en nuestra situación económica. Es humano que nos preocupe lo más cercano e inmediato, a semejanza de otras encuestas realizadas en otros países de la Unión. No obstante, las consecuencias económicas serán de una u otra naturaleza, según se cierre el conflicto.
Ni los más avezados analistas, geoestrategas u opinadores variopintos son capaces de aventurar cuál puede ser el final de este episodio. En todo caso esto no significará la solución, el punto al que se ha llegado ya es malo para todos
No hay que generar la psicología del miedo, pero sí de responsabilidad de país y europea. El soniquete de que las cosas están muy mal, provocado por determinado tipo de oposición, va calando; un 28,4 % de los encuestados por el CIS estima que la situación actual de la economía española es muy mala, y un 44,2% la consideran mala. Paradójicamente son un 60,8 % los que estiman que la situación personal de su propia economía es buena. Es duro que la moral la quiebren los propios.
¡Tenemos que abrir nuestra visión sobre dónde estamos! Las guerras producen muertos, heridos y durísimas tragedias personales, y desde la solidaridad y compresión tenemos que entender que los muertos y expatriados los están poniendo otros. La generación de millares de exiliados es también históricamente un arma de guerra. Arropar a los que huyen de las bombas es una forma solidaria de defensa colectiva encomiable. Va a ser una tragedia duradera que hay que afrontar con mucho más que la voluntariedad.
Todo es complejo. Rusia (Putin) no va a aceptar ser la perdedora de este conflicto. Ni va a sentarse a negociar un alto el fuego con voluntad de llegar a acuerdos hasta que en el otro lado de la mesa no estén los Estados Unidos y, en segundo lugar —pero en segundo lugar—, la UE. El objetivo principal de Putin es Europa. Ucrania es, nuevamente, una cara en la que dar la bofetada de sus aspiraciones. La agenda está meditada, Putin es buen conocedor de la psicología occidental y ningún loco.
No va a esperar a tener todas las puertas de salida cerradas. Sabe que eso, tarde o temprano, le puede estallar en el interior de su país y aunque el ejército ruso esté dispuesto a seguirle hasta el final, la sociedad rusa, como todas, se puede romper. El tiempo, por tanto, para su estrategia es decisivo. Sin embargo, el deterioro interno ruso es una estrategia a la que hoy por hoy es inútil jugar. En Rusia hace tiempo se lleva cultivando el discurso nacionalista basado en la amenaza existencial que Occidente les provoca y los rusos se autoalimentan en su capacidad de resistencia y cierre de filas, el enemigo para los rusos aún no es Putin, para ellos es exclusivamente Occidente.
Putin no es un noble ruso con predisposición al suicidio ante el fracaso, es frío y calculador. Hay que recordar que se formó en los servicios de seguridad soviéticos (KGB) como un “agente de seguridad” de despacho, de los que deciden quién debe morir o a quién matar, pero nunca ha pensado en que el muerto elegido sea él.
Machacará Ucrania y se volverá a casa a esperar que le llamen, ya que cuanto más gasten los occidentales en la reconstrucción de Ucrania, mejor para los rusos. ¡A partir de ahí si quieren negociar que vengan!
El objetivo estratégico de Putin, a corto plazo, está conseguido: debilitar a Europa económicamente, los fondos de recuperación tendrán que ser repensados, por lo menos en su escenario temporal; la brecha energética aflorada ha trastocado los horizontes.
Europa, en este conflicto, está pagando errores del pasado por su lentitud en cambiar su modelo económico y haber considerado a Rusia uno más tras la caída de la URSS, pero no los puede convertir también en los del futuro.
Ahora bien, no debemos olvidar que, junto a nuestras debilidades, también tenemos fortalezas. Putin ha puesto a prueba un viejo paradigma de la geoestrategia rusa: que “la unidad europea es una filfa, es una suma interesada de nacionalismos sustentados en posicionamientos electorales de una ideología u otra que terminan primando sobre todo los demás”. La grave crisis siria y especialmente de los refugiados de hace unos años fue un claro ejemplo de ello. En la UE los gobiernos se mueven por impactos de televisión.
Sin embargo, el binomio de liderazgo personal generado por Von der Leyen y Borrell, haciendo de la unidad estratégica de los europeos una fortaleza sólida es muy importante. La UE reaccionó durante la pandemia y lo ha sabido hacer ahora. Una Europa más fuerte hace que las tensiones nacionalistas y reaccionarias nacionales pierdan sentido.
Putin es esencialmente un reaccionario que quiere volver a las esencias del viejo orden mundial y viene encontrando aliados en las fuerzas reaccionarias que recorren Europa desde el sur hasta los países nórdicos. Así debería tenerse en cuenta que los problemas de democracia se combaten con más democracia, los de Europa, con más Europa. Con dificultad y no exento de tensiones parece que se está consiguiendo y tiene que perseverarse en ello.
El papel de la Unión Europea, solo si se mantiene unida, será decisivo para sentar las bases de un nuevo orden mundial. Para empezar, no va a quedar más opción que dar la vuelta al Derecho Internacional para que sea creíble y servible, desde sus instituciones a sus sistemas de garantías.
En todo ello no habrá nunca que perder de vista lo dicho, que Putin se sentirá complacido si se recrea un orden internacional en un escenario de tres actores principales exclusivos: Rusia y sus influencias, EEUU + UE, lo que denomina como Occidente, y China y sus entornos económicos y culturales.
Por ello, Putin y los suyos necesitan que se reconozca que Rusia es más, mucho más que la UE, por historia y militarmente. Él no otorga a la UE más que el tradicional rol de aliados de los EEUU en la defensa de un modelo de vida, como lo fue durante la guerra fría, a donde quiere volver. En definitiva, quiere recuperar, en pie de igualdad con los otros dos grandes bloques (China y USA), la hegemonía basada en el poder militar.
La relevancia económica hace tiempo que fue consciente de que no podría alcanzarla, las rentas por la propiedad de materias primas esenciales para el bienestar de los europeos lo considera fortaleza suficiente.
Rusia aprendió la lección cuando perdió la guerra de las galaxias que llevó al traste a la URSS. Hoy es consciente de sus debilidades y de sus capacidades. No quiso quedarse atrás en la revolución digital y promovió desde 2009 (tras las duras consecuencias de la crisis del 2008) una apuesta por la transformación de su economía. Pero no ha sabido diversificar ni tecnologizar su producción industrial, salvo la de armamento. En ello radica la amenaza existencial rusa, en su incapacidad para apostar por una economía neutra ecológicamente, basada en la tecnología y competitiva internacionalmente. ¿Cuántos productos tecnológicos rusos tenemos en nuestras casas?
El escenario que tenemos por delante es complejo y difícil. Muchos factores que juegan al mismo tiempo y prismas para verlo de forma diferente. Los dirigentes rusos no tienen rubor moral alguno en poner la vida de los ucranianos sobre el tapete de juego. No es la primera vez que lo hacen.
Nos encontramos, en definitiva, ante un combate entre liderazgos políticos y resistencias ciudadanas. Unos unipersonales y autárquicos y otros democráticos y respetuosos de la vida humana.
“El problema” de las sociedades democráticas es que, para mantener sus esencias, a la ciudadanía debe decirles la verdad y mantener la coherencia. La emergencia climática nos obliga a cambiar, sí o sí, nuestras formas de vida; y de forma solidaria y equitativa, como signo de identidad europeo. Pero ahora el envite ruso nos va a hacer que, en lugar de una transición programada y paulatina se deben forzar los tiempos y las estrategias. Ello va a suponer, a las diferentes democracias europeas, tomar decisiones difíciles. Alemania, entre otras, tendrá que decir pronto a los ciudadanos que o se pliega a las exigencias rusas o tiene que cambiar su estrategia de descarbonización, y ello significará pérdida de su capacidad industrial actual. Si eso sucede en la primera potencia de la Unión los demás estamos abocados a lo mismo.
Por ello, hay debates políticos que acometer con premura sobre el sentido y eficiencia de políticas públicas, no tanto en cuánto se ingresa sino de dónde y cómo se gasta. Replantearse algunas decisiones tomadas, a título de ejemplo, la energía nuclear no es la solución, pero ahora hay que avanzar más rápido hacia la descarbonización y a la independencia energética y su uso puede ser un camino a seguir.
El riesgo de pobreza es del 12,1%, en Rusia, las consecuencias de las sanciones económicas más severas se producirán a medio plazo y tendrá, sin duda, efectos devastadores para la población rusa, pero ello afianzará más el nacionalismo basado en la agresión que Putin fomenta. En el conjunto de la Unión Europea, el 16,5% de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social y los efectos también se van a sentir, y a semejanza puede que ello reavive las tendencias políticas de ultraderecha nacionalista y eso sería entregar a Putin el ramo de flores de la victoria.
Europa no se puede permitir el lujo de entrar en debates de ventajismo electoral y de pírricas estrategias de imagen.
Este es el momento de los grandes consensos, que se suelen alcanzar no por lo que uno propone, sino por lo que se es capaz de aceptar de la propuesta del otro.
Álvaro Frutos Rosado