CONTENIDO
Juan Ramón Duarte es uno de los personajes de segunda línea más controvertidos del primer peronismo. Fue encontrado muerto de un disparo en su dormitorio el 9 de abril de 1953, casi nueve meses después del deceso de su hermana Eva Perón. Su muerte se produjo días después de haber renunciado al cargo de secretario privado de su cuñado el presidente de la Nación Juan D. Perón en medio de fuertes acusaciones de corrupción.
Para los peronistas Juan Duarte se suicidó, para los opositores, por el contrario, fue asesinado por orden de Perón. El hecho nunca esclarecido constituye una más de las muchas muertes misteriosas de la historia argentina junto a la del fiscal Alberto Nisman, el empresario Alfredo Yabrán, el fotógrafo de la revista Noticias, José Luis Cabezas e incluso la del expresidente de facto general Pedro Eugenio Aramburu.
Ahora, la joven periodista y politóloga Catalina de Elía aporta nuevos datos a la polémica con su libro “Maten a Duarte”, publicado este año por la editorial Planeta.
LA AUTORA
No hay muchos datos en internet sobre Catalina de Elía lo cual nos obliga a circunscribirnos a los consignados por la editorial Planeta donde no se brindan demasiadas precisiones sobre su trayectoria. La solapa del libro consigna que es Licenciada en Ciencia Política y Gobierno por la Universidad Torcuato Di Tella, ha realizado dos maestrías, la Políticas Públicas en FLACSO y otra sobre Periodismo en la Universidad de San Andrés.
Inició su labor periodística en los medios de comunicación como productora del noticiario Telenoche de Canal 13 y el señal de cable TN.
Trabajo en Madrid como periodista en la Televisión Pública Española. Cubrió temas judiciales y políticos en Telefé Noticias, Radio del Plata, Infobae, Canal 13 y América TV.
Actualmente conduce el programa diario “Altavoz” en la TV Pública, es columnista de judiciales y política en los medios de Grupo América y publica su newsletter “Dos Justicias”.
Junto con el fiscal Federico Delgado ha publicado el libro “La cara injusta de la Justicia”, en 2016, por editorial Paidós.
En otros datos de internet se la vincula a la Agencia Noticiosa Paco Urondo del kirchnerismo militante y en los agradecimientos de su libro menciona a Horacio Verbitsky.
EL LIBRO
“Maten a Duarte” es un libro de 224 páginas totales. El texto está dividido en un prólogo de necesaria lectura y siete capítulos, tres páginas de ilustraciones y dos de bibliografía. La bibliografía mezcla las fuentes primarias (tales como expedientes judiciales u opiniones de peritos) con las secundarias. El texto no contiene citas bibliográficas aunque si referencias a autores y libros.
Es esencialmente un trabajo de investigación periodística volcado en forma de libro. Esta escrito en un lenguaje claro y espontáneo que hace al texto de fácil y agradable lectura. El vocabulario resulta tan elemental como la bibliografía consultada.
El mayor mérito del libro es rescatar los expedientes judiciales labrados al momento de la muerte de Duarte por el juez Raúl Ángel Pizarro Miguens; posteriormente, en 1956, por la Fiscalía Nacional de Recuperación Patrimonial, en la Comisión 58 con la intervención del Sr. Próspero Germán Fernández Albariño (Capitán Gandhi) y por el Capitán de Navío Aldo Luis Molinari entre el 29 de diciembre 1955 y el 4 de enero de 1956, y finalmente, por el juez de Instrucción Penal Julián Franklin Kent, durante el gobierno de Arturo Frondizi.
Catalina de Elía afirma que en su trabajo volcó los aspectos más importantes consignados en 16 discos conteniendo las grabaciones de los testimonios brindados por testigos del caso ante la Comisión 58.
Los aspectos más importantes consignados en el libro están referidos a los acontecimientos ocurridos en el último día de vida de Juan Duarte, quiénes estaban presentes en la vivienda al momento de su muerte y cómo se llevó a cabo la investigación de su muerte. De este relato surgen claras evidencias de al menos negligencia en la investigación a cargo del juez Pizarro Miguens y la presencia en el lugar de algunas personas que no debían haber ingresado al inmueble. La mayoría de ellos funcionarios gubernamentales tales como: el presidente de la Cámara de Diputados Héctor J. Cámpora, el subsecretario de Informaciones de la Presidencia, Raúl Apold, el cuñado de Duarte y funcionario Orlando Bertolini, entre otros.
Juan Duarte vivía en el 5° piso, departamento “B” del inmueble sito en la avenida Callao 1944. Un edificio de ocho pisos y terraza con 17 unidades que era en su totalidad propiedad del presidente Juan D. Perón según consta en el Libro Negro de la Segunda Tiranía obra que la autora cita extensamente en su texto. Sin embargo, Catalina de Elía omite cuidadosamente referirse a la propiedad del inmueble.
El departamento constaba (según un croquis fotográfico consignado en el libro), de un balcón, seis habitaciones, dos baños, amplia cocina y dependencias de servicio que comprendían dos habitaciones más pequeñas y otro baño. Allí vivía en forma permanente, además de Duarte, un matrimonio de caseros conformado por Nicolás Blas y su esposa Antonina.
Otros personajes extraños formaban el círculo íntimo de Duarte y visitaban frecuentemente la vivienda, su valet japonés Inajuro Tashiro, el peluquero José Gullo, el guardaespaldas Pablo Lago, y sus custodios, los agentes de la Policía Federal Argentina Alfredo Luis Trillo y Francisco Saladino que guardaban la planta baja del edificio.
La última vez que fue visto con vida Juan Duarte, se encontraba escribiendo en un pequeño escritorio que había en su dormitorio según el testimonio del casero Nicolás Blas. Eran las 23.30 hs. del 8 de abril.
A las 8.30 hs. del 9 de abril, el peluquero José Gullo y el ministro de Industria y Comercio, Rafael Francisco Amundarain encuentran a Juan Duarte muerto dentro de su dormitorio. Según testimonio del Comisario Eugenio Benítez y del Jefe de Policía Miguel Gamboa, “Duarte estaba ubicado al lado de su cama. Del lado izquierdo, de rodillas, con el brazo izquierdo apoyado sobre el reborde del colchón, y la cabeza sobre el brazo. En su frente, por la presión, quedó impresa la forma del reloj, en una marca nítida. Está vestido con una camiseta, calzoncillos y medias. Hay sangre en el cuerpo, en la ropa, en el colchón y en el piso. El sumario del comisario Benítez lo dice con estas palabras: Próximo a los pies de la víctima fue encontrado un revólver calibre .38 marca Smith Wesson con la siguiente inscripción en un costado del cañón 38 S.W. Special F.U.S Service.”
A las 09.00 llega la policía el jefe de la Comisaría 17, comisario Eugenio Benítez y el Jefe de la Policía Comisario General Miguel Gamboa. A este, el presidente Perón luego de informarle lo ocurrido con Juan Duarte, le dijo: “- Hágame un favor: hágase cargo de esto, que sea un procedimiento con discreción. Estas cosas generan alharaca. Vaya usted mismo para allá.”
Después de las 10.00 hs ingresa al departamento el juez nacional a cargo del Juzgado Penal de Instrucción N° 5, Raúl Pizarro Miguens que se hace cargo de la instrucción que inmediatamente dictamina que se trató de un suicidio.
El juez convoca a cinco médicos legistas de la Policía Federal Argentina: Dres. Jorge Lázaro Almada, Gregorio Espinosa, Roberto Cirone, Francisco Flabet y Alejandro Raimondi quienes sin efectuar autopsia solo observado el cadáver dictaminan: “… llegando a la conclusión de que se trata de un suicidio con arma de fuego, por presentar un orificio de entrada en la región frontal derecha, de bordes netos, circular, sin tatuaje ni ahumamiento y orificio de salida en la región parietal izquierda, donde se observa procidencia [sic] de masa encefálica. No presentaba el occiso otras lesiones que hicieran presumir lucha, salvo una equimosis y edema palpebral, atribuible al traumatismo craneano producido por el proyectil.”
El juez determina que no es preciso efectuar otros peritajes (peritajes del arma, de un supuesto proyectil encontrado entre las sábanas o de restos de pólvora en las manos de la víctima), tampoco se levantan rastros ni huellas en el lugar solo ordena tomar fotografías.
Los otros ocupantes del inmueble durante la noche fatídica del 9 de abril de 1953, el matrimonio de caseros Nicolás y Antonina Blas y el guardaespaldas Pablo lago que dormía en un sillón del living room afirmaron no haber escuchado ningún disparo.
A las 12.00 hs. el Dr. Pizarro Miguens, basándose únicamente en su experiencia y en la opinión de los patólogos presente dictamina que es un suicidio e inmediatamente libera la escena del crimen, entrega el cadáver del muerto a sus familiares para su sepelio, permite que se lave la ropa y se limpie la habitación. Se ignora que ocurrió con el arma encontrada en el lugar. El gerente de la empresa fúnebre Lázaro Costa, Diego Ventura de los Santos retira el cadáver que, luego del velatorio, será inhumado en la bóveda de la familia Duarte en La Recoleta.
En el lugar se encuentra una carta supuestamente escrita por Juan Duarte dirigida al presidente Perón, en tono de despedida y disculpa. El juez Pizarro Miguens hace fotografiar la carta y luego entrega el original al general Perón sin hacerle firmar un recibo. Con lo cual se pierde toda oportunidad de realizar un peritaje caligráfico de la misma. El original de la carta también se pierde para siempre.
LA FORTUNA DE JUAN DUARTE
Un tema tratado en el libro es la fortuna acumulada por Juan Duarte en sus seis años como secretario privado de Perón. Catalina de Elía tomando como fuente la Sucesión de Juan Ramón Duarte consigna los siguientes bienes:
– Un avión Stinson Reliant categoría turismo y ambulancia, cabina 5 plazas modelo R-760-E, 2 motor marca Wright Whisland de 350 HP Valor: $718.000.- (al 21/7/1955);
– Una casa en la calle Tres de Febrero 1350, Capital Federal.
– Un terreno de 25 hectáreas en Colonia Santa Ana, en Misiones.
– Acciones por valor de $147.000.- de COFIC S.A. (Compañía de Fibrocemento y Conglomerados Sociedad Anónima Industrial y Comercial) no cotizables en Bolsa.
– Una cuenta con $80.690,01 a su nombre en la sucursal de Capital Federal del The First National Bank of Boston, al 9 de abril de 1953.
– Una cuenta corriente con $700.- en el Banco de Junín.
– Un automóvil Fiat Gran Soprt, modelo 1900, del año 1952, dos puertas, color beige combinado con negro, chapa de la capital. Valor: $150.000.-
– Un automóvil marca Cadillac modelo 1952, sedán, cuatro puertas para siete pasajeros, color negro, tapizado en cuero color beige, chapa de la Capital Federal 102365. Valor: $260.000.-
– Una motocicleta Zundapp Confort, motor N° 825.266. Valor: $15.000.-
– Una motocicleta marca Ariel con sidecar. Valor: $25.000.-
– Un juego de mesa marca Limoge valuado en $30.000.-
– Un aparato de televisión combinado con radio y tocadiscos marca Silvania. Valuado en $12.500.-
– Un juego de dormitorio estilo francés Luis XV, valuado en $10.000.-
– Un juego de comedor estilo francés Luis XV, valuado en $10.000.-
– Un juego de cubiertos valuado en $6.500.-
– Un juego de living room, valuado en $5.000.-
– Un escritorio con tapa de cristal, valuado en $5.000.-
– Un juego de copas de cristal, valuado en $5.000.-
– Una heladera, valuada en $6.000.-
– Cinco arañas de estilo francés, valuadas en $4.500.-
El valor estimado de estos bienes suman aproximadamente un millón y medio de pesos. Un monto considerable para un funcionario menor, que tan sólo seis años antes de ingresar a la función pública, no contaba con propiedades a su nombre ni altos ingresos. Especialmente si se agregan los bienes no valuados que elevarían la suma por encima de los dos millones.
Catalina de Elia menciona que los bienes del desaparecido Juan Ramón Duarte fueron interdictos por el Decreto N° 5.148/55, del 9 de diciembre de 1955, por el gobierno de la Revolución Libertadora. En ese entonces se inició un rastreo de los bienes a nombre del difunto secretario privado del Presidente de la Nación. No aparecieron nuevos bienes por los cuales la autora señala: “o los escondió y utilizó testaferros con ese fin o no se enriqueció. En cualquiera de estas alternativas, su persecución fue un fracaso”.
Llama la atención de que la autora consigne en la bibliografía consultada el libro del periodista y escritor Jorge Camarasa titulado “La última noche de Juan Duarte. La misteriosa muerte del hermano de Evita”, publicado por Editorial Sudamericana en 2003. Allí se mencionan otros bienes en poder de Juan Duarte como el 75% de las acciones de la empresa Argentina Sono Films, el 50% de las acciones de la empresa La Perseverancia S.A. propietaria de la estancia “Santa María”, sita en la localidad de Monte valuada en cinco millones y medio de pesos, entre otros muchos bienes. Información que Catalina de Elía no menciona.
Incluso la brevísima biografía de Juan Ramón Duarte en Wikipedia.org le atribuye la copropiedad de parte de los estudios de Argentina Sono Film, S.A. y de la productora cinematográfica Emeco, S.A. Aunque Wikipedia sea una fuente poco confiable, en este caso al menos, la información consignada coincide con la proveniente de otras fuentes independientes.
No obstante, Catalina de Elía no menciona nada de esto, como tampoco hace ninguna referencia sobre si era propietario del costoso departamento donde murió o lo alquilaba y quien era el propietario. Reiteremos que todo el edificio pertenecía a Juan Domingo Perón quien lo había recibido “en herencia” de su amigo el empresario naviero Alberto Dodero fallecido en 1951. Dodero dejó en legado al Presidente y su esposa dos edificios de ocho pisos en las más costosas ubicaciones de la ciudad de Buenos Aires. Uno era el de Callao 1944 y el otro estaba situado en la calle Gelly Obes 1189, lugar que hoy ocupa el Ministerio de Seguridad de la Nación.
Resulta evidente que la autora trata de presentar un retrato amable de un personaje vinculado a corrupción del régimen peronista.
El enriquecimiento injustificado de Juan Ramón Duarte es proporcional al enriquecimiento injustificado de su hermana María Eva Duarte de Perón y del mismo general Juan D. Perón, pero Catalina de Elía disimula y omite estos hechos.
El libro profundiza en los ocultamientos y errores de las tres investigaciones llevadas a cabo sobre la muerte de Juan Duarte para luego concluir sin ninguna prueba ni fundamento que “no se suicidó”.
En realidad si hubiera investigado un poco más sobre las heridas producidas por armas de fuego habría encontrado indicios que respaldarían su presunción de que Duarte había sido asesinado. Porqué si bien los peritos medicolegales no efectuaron una autopsia, en su reconocimiento visual encontraron indicios que dejaron registrados en su dictamen señalando que el disparo que terminó con la vida del exsecretario privado de Perón podría haberse efectuado a una mayor distancia del largo de brazo del muerto o a través de un objeto blando tal como una almohada. Al indicar que el cadáver presentaba: “… un orificio de entrada en la región frontal derecha, de bordes netos, circular, sin tatuaje ni ahumamiento…”
Catalina de Elía consultó a dos peritos balísticos sobre si los tres ocupantes de inmueble donde vivía Duarte debían necesariamente haber escuchado el disparo esa noche obteniendo un respuesta ambigua. Pero no preguntó a los peritos por las características que debía presentar una herida producida por el disparo de un arma de fuego a muy corta distancia. Si lo hubiera hecho seguramente habría recibido una respuesta similar a la proporcionada por los doctores Gabriel García P., Fernanda Deichler V. y Esteban Torres E. en la Revista Chilena de Cirugía[i], donde consignan que el orificio de entrada “Se produce por el impacto del proyectil en la piel donde la presión ejercida supera la resistencia de la dermis. Es un orificio forzado a través de un tejido elástico, la dermis, lo cual explica que el orificio de entrada sea de menor diámetro que el proyectil que lo generó, por lo que no puede inferirse el calibre a partir de éste.
El orificio de entrada está conformado por los denominados "elementos constantes": el anillo de limpieza, el anillo contuso erosivo y la infiltración sanguínea. Además de otros elementos que no son constantes: el halo carbonoso, el tatuaje y la quemadura. La presencia de los segundos dependerá de la distancia del disparo y si hay interposición de ropa u otros elementos entre el arma y la piel de la víctima.
El anillo de limpieza es el primero de adentro hacia afuera; se produce porque el material que va agregado a la superficie del proyectil (restos de lubricante, partículas metálicas, productos de la deflagración de la pólvora, restos de tela, etc.) queda retenido en la zona más angosta del cono de presión. Es menos evidente cuando el proyectil atraviesa ropa u otros elementos donde un porcentaje del material de superficie quedan retenidos en ellos.
El halo carbonoso (falso tatuaje o ahumamiento) corresponde fundamentalmente al depósito de los elementos de deflagración de la pólvora alrededor del orificio de entrada. Es susceptible de ser removido con el aseo de la piel. Puede quedar retenido parcial o totalmente por las vestimentas de la víctima. Si la distancia del disparo es mínima, o con apoyo del cañón contra la piel, no se producirá, ya que el material que lo compone ingresará a través del orificio de entrada hacia los planos profundos, pudiendo verse, ocasionalmente, en el interior de la herida. Si la distancia es demasiado grande, los elementos de la deflagración se dispersarán en el aire, por lo que no existirá el halo.
El tatuaje se produce por la incrustación, en la piel, de granos de pólvora incompletamente combustionados y partículas metálicas. Al quedar incrustados en el espesor de la piel, no son susceptibles de ser removidos con el lavado de ésta.
Rigen las mismas consideraciones que para el halo carbonoso respecto de la distancia del disparo.
El fogonazo que sale por la boca del cañón producirá una quemadura; su fugacidad impide que sea relevante en la piel. Puede incluir piel, vello y cabello. También puede incluir estructuras profundas si el disparo ha sido hecho a corta distancia, y la vestimenta que estuviere interpuesta entre este y la piel.
Cuando el disparo es realizado a corta distancia o con apoyo del cañón, es importante considerar si es una zona donde la piel se encuentra sobre un plano óseo, ya que se presentarán características especiales: lesión de Hoffman, lesión estrellada, signo de Benassi e impresión del cañón en la piel.”
La “ausencia de tatuaje y ahumamiento” en el cadáver de Juan Duarte, en opinión del colaborador de Alternative, Licenciado en Seguridad y Profesor Universitario Rodolfo Miraglia Succi, solo puede explicarse por dos causas: que el disparo haya sido efectuado a una distancia no menor de un metro o a través de un objeto, como una almohada o toalla doblada varias veces con el objeto de reducir el sonido del disparo.
En cualquiera de estos casos la muerte de Juan Ramón Duarte hubiera sido un asesinato y no un suicido como determinó el juez Pizarro Miguens.
Hay elementos suficientes para sospechar que Juan Duarte fue asesinado pero no para poder probarlo y mucho menos para formular quienes fueron los autores e instigadores. El lector podrá construir las hipótesis que crea más probables, incluso podemos compartir muchas de ellas, pero realmente no hay fundamentos concretos para sostenerlas, en parte debido al ocultamiento intencional de los hechos y la falta de idoneidad o de voluntad política de esclarecer los hechos por parte de quienes intervinieron en el caso.
Estas omisiones y conclusiones no fundadas hacen que el libro de Catalina de Elía aporte muy pocos datos nuevos al esclarecimiento de la muerte de Juan Ramón Duarte. Como trabajo de tesis para una maestría en periodismo, el texto tampoco agota la bibliografía básica sobre el tema. Por lo cual, la muerte de Juan Duarte es un hecho aún abierto para los historiadores.
Recomendación final si no conoce nada sobre el tema, ignora mucho de la historia del primer peronismo y desea una información superficial, el libro le será útil. Si busca una lectura ágil y entretenida para las vacaciones también. Si espera algo más en “Maten a Duarte” no lo encontrará.
[i] GARCIA P. Gabriel, Fernanda DEICHLER V. y Esteban TORRES E.: Lesiones de armas de fuego desde la perspectiva médico-criminalística. En Revista Chilena de Cirugía vol. 63, N° 3, Santiago de Chile junio de 2011. Consultado en http://dx.doi.org/10.4067/S0718-40262011000300017