Después del tsunami electoral de las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias, el Frente de Todos disponía de 62 días para revertir la derrota y recuperar al menos una parte de los cuatro millones de votos que perdió con respecto a los comicios de 2019.
Esos 62 días constituyen un período muy escaso de tiempo como para introducir reformas concretas que restablezcan la confianza de los votantes en el Frente de Todos.
Por otra parte poner “dinero en los bolsillos de la gente” para cambiar el humor social, como parece ser la obsesión de Cristina Kirchner, no les devolverá a algunos votantes sus seres queridos muertos por el mal manejo que ha hecho el gobierno de la pandemia. Tampoco solucionará una economía sumida en la recesión y al borde de la hiperinflación, o la pobreza que golpea más de la mitad de población.
Un nuevo Ingreso Familiar de Emergencia, un leve incremento del salario mínimo o de la jubilación mínima no compensará a los monotributistas por los días que no pudieron trabajar, a los trabajadores en relación de dependencia por las horas extras perdidas. Tampoco modificará el humor de los comerciantes y empresarios que debieron cerrar sus emprendimientos, de los trabajadores que perdieron sus empleos y nunca cobraron la doble indemnización decretada por el gobierno.
Mucho menos modificará el voto de los padres molestos por el cierre de las escuelas o de la víctimas de la inseguridad escandalizadas por la liberación anticipada de diez mil presos.
Al mismo tiempo dos meses, parecen demasiado tiempo para un gobierno que tiene acostumbrada a la gente a un escándalo semanal. Escándalos que van desde la payasa Filomena en el reporte de muertos del COVID, pasando por los negociados en la compra de vacunas, el vacunatorio vip, las reuniones sociales en Olivos mientras la ciudadanía debía permanecer encerrada y aislada, las declaraciones frívolas de los candidatos, hasta los audios sospechosos de una diputada oficialista llamando “okupa” al Presidente de la Nación.
Que el kirchnerismo ha aprendido poco del resultado electoral del pasado domingo lo demuestra el sainete de recriminaciones y renuncias presentadas y no aceptadas de ministros y altos funcionarios de los últimos días.
Las disputas publicas entre el Presidente y su Vice no hicieron más que exponer claramente la desorientación y aislamiento en que ha caído el gobierno nacional.
Conocidos los magros resultados obtenidos por el Frente de Todos en las PASO, Cristina Fernández de Kirchner como es su comportamiento habitual frente a los fracasos, trató de despegarse de la derrota descargando todas las culpas en el Presidente y algunos de sus ministros.
En esta ocasión, el Presidente no cedió ante la jefa de su espacio político y se negó a efectuar cambios en el Gabinete o modificar la política económica. Pero Cristina no acepta que la contradigan. Para doblegar a Alberto Fernández forzó a sus fieles dentro del gobierno a presentar la renuncia. Simultáneamente, la Vicepresidenta lanzó a sus habituales voceros mediáticos para que hostigaran con sus críticas desconsideradas al primer mandatario y sus hombres.
Así, a tan solo 72 horas del cierre de los comicios, comenzó una crisis institucional que por momentos afectó la gobernabilidad del país y expuso claramente a los argentinos y al mundo entero la fractura existente dentro del Frente de Todos que rápidamente paso a ser el Frente de Algunos.
Después de varios días de incertidumbre, tensión, frenéticas reuniones e intentos de mediación la crisis se saldo con una suerte de “empate técnico” donde ninguno de los protagonistas pudo considerarse un claro vencedor o evitar los costos políticos. Solo los gobernadores que lograron ganar en sus provincias en las PASO obtuvieron un poco de protagonismo.
El Presidente salió debilitado porque perdió algunos de sus hombres (Nicolás Trotta, Felipe Solá, Juan Pablo Biondi, Santiago Cafiero), pero al menos logró recatar a Santiago Cafiero situándolo como ministro de Relaciones Exteriores y preservar al equipo económico aunque con el compromiso de hacer rectificaciones que distribuyan dinero en la sociedad.
En tanto, que Cristina Kirchner obtuvo una victoria pírrica porque debió emplear todo su poder de fuego político y mediático para solo lograr el cambio de algunos hombres y modificar parcialmente la política económica. Incluso debió dar a conocer una incendiaria carta autorreferencial exponiendo que sus diferencias con el Presidente van más allá del desastroso resultado electoral y de que Alberto Fernández la toma en consideración mucho menos de lo que se creía.
Demasiado esfuerzo para lograr unos pocos cambios que no modificaran sustancialmente el panorama político de cara al 14 de noviembre.
Tampoco se llevó a cabo un real cambio de gabinete sino un simple “emparchado” del equipo de ministro donde quienes ingresan para revitalizar al gobierno e introducir ideas innovadoras que enamoren nuevamente al electorado con el Frente de Todos. El kirchnerismo terminó recurriendo a las mismas viejas y desgastadas figuras de la última y peor etapa de la segunda presidencia de Cristina Kirchner.
Son los mismos capitanes de la derrota electoral de 2015. Hombres muy desprestigiados ante la opinión pública que además están enemistados entre sí por viejas rivalidades nunca bien resueltas.
Varios de ellos, incluso han seguido el ejemplo de Alberto Fernández al dejar la jefatura de Gabinete en 2008 después de la crisis con el campo o de Vilma Ibarra al terminar su mandato como diputada nacional en 2011, recorrieron los medios de prensa quejándose de Cristina Kirchner o escribieron libros cuestionándola.
Ahora, estos políticos reciclados deberán convivir en armonía en un nuevo gabinete. Los nuevos ministros poco podrán mostrar en materia de ideas innovadoras. Seguramente volverán las mentiras, el patoterismo y las exageraciones del más fantasioso relato kirchnerista (la seguridad es una sensación, tenemos menos pobres que Alemania, etc.) y las respuestas airadas en las declaraciones a la prensa.
Están designaciones no solo causaron el rechazo de muchos sectores del electorado sino también de algunos gobernadores e intendentes que los consideran auténticos “pianta votos”.
De todas formas todos los analistas estiman como provisional al actual gabinete. Su vigencia seguramente dependerá de los guarismos obtenidos por el Frente de Todos en los comicios legislativos de noviembre.
Mientras el kirchnerismo debate que hacer para cambiar el humor social y recuperar los votos perdidos, muchos argentinos se preguntan como hará el presidente Fernández para gobernar los dos años que le restan de mandato, con las exigencias de su vicepresidenta de que le solucionen sus problemas judiciales, perdiendo la primera mayoría y la presidencia de la Cámara de Diputados a manos de la oposición y el quorum propio, por primera vez desde 1983, en el Senado, teniendo que corregir el dispendio de recursos impuesto por Cristina Kirchner y al mismo tiempo lograr un acuerdo con el FMI.
Los más alarmistas incluso están seriamente preocupados por la posibilidad de que, como todos los años, se incrementen en diciembre los reclamos de mayores subsidios o de un “aguinaldo” para sobrellevar las fiestas de fin de año. Panorama que abre la posibilidad de saqueos a comercios e incidentes callejeros.
Aunque hoy, diciembre parece un horizonte muy lejano. Primero debemos ver si el electorado se deja seducir por “la plata en el bolsillo” o sí, por el contrario, ha aprendido lo efímeras que son esas recompensas y finalmente se convence de que los kirchneristas no volvieron mejores sino peores.
En ese caso repetirá el voto castigo contra un gobierno donde los funcionarios parecen gastar más tiempo y energías en la “rosca” y las luchas por el control de las “cajas políticas” y el poder que en gestionar sus ministerios.