El aumento de los contagios y los muertos por el Covid, el desabastecimiento de alimentos y medicamentos, las libretas de racionamiento y los cortes diarios de hasta seis horas en el suministro eléctrico y el hartazgo frente a un régimen tan estancado como represivo han desatado, el pasado domingo 11 de julio, la mayor protesta popular en Cuba desde e triunfo de la Revolución comunista el 1° de enero de 1959.
El estallido se produjo inicialmente en una pequeña ciudad de 50.000 habitantes, San Antonio de los Baños, situada en la provincia de Artemisa, distante a unos 37 kilómetros de La Habana.
La convocaría comenzó a realizarse por las redes el sábado anterior y tras los primeros incidentes transmitidos por Internet, la protesta se extendió a otras grandes ciudades: Santiago de Cuba, Camagüey, Olguín, las Tunas, Cienfuegos, Pinar del Río, Cárdenas y Palma Soriano.
Los manifestantes recorrieron las principales calles de las ciudades voceando consignas como: “Libertad”, “Queremos vacunas”, “Abajo el comunismo”, “Patria y vida” o “Fuera Díaz Canel”.
Las protestas inicialmente pacíficas fueron duramente reprimidas por la policía generando incidente donde fueron volcados y dados vuelta vehículos policiales, se rompieron vidrieras de comercios estatales y fueron saqueadas algunas tiendas gubernamentales donde los clientes deben pagar con moneda convertible (divisas extranjeras, especialmente dólares y euros) y que se han transformado en el único comercio donde algunos cubanos que reciben remesas de sus familiares en el exterior pueden adquirir productos de primera necesidad.
En Cuba las protestas callejeras son extremadamente inusuales, focalizadas en una ciudad y sus participante pronto son detenidos y suelen ser sancionados con duras penas.
Incluso el “Maleconazo” del 5 de agosto de 1994, que el gobierno de Fidel Castro no pudo ocultar fue un incidente puntual y de corta duración. Rápidamente cauterizado por la enérgica actuación del dictador cubano.
El cansancio y la frustración se ha apoderado de la población cubana en el último año, tras la mayor crisis económica y sanitaria que ha vivido el país desde el triunfo de la Revolución.
Una crisis incluso superior al llamado “período especial” provocado por la decisión de Mijaíl Gorbachov de seguir sosteniendo la economía cubana con diversos programas de asistencia financiera que totalizaban aportes de aproximadamente dos mil millones de dólares anuales.
La pandemia y sus consecuencias sobre los flujos económicos y humanos internacionales impactaron fuertemente sobre la frágil e ineficiente economía cubana que lentamente se fue paralizando.
Pronto la población comenzó a carecer de los productos más elementales: huevos, harina de trigo, leche, jabones, pan… incluso en algunas provincias han comenzado a vender pan hecho en base a calabaza ante la carencia de harina de trigo.
Algo similar ocurre en el plano sanitario. En algunos hospitales y dispensarios no hay ni siquiera aspirinas para bajar la fiebre y se han registrado brotes de sarna y otras enfermedades infecciosas de etiología social.
El gobierno cubano perdió, debido a la pandemia, los ingresos provenientes del turismo y los pagos por la exportación de médicos, maestros y otros profesionales a países amigos de América Latina por lo cual carece de divisas necesarias para adquirir las importaciones básicas para cubrir las necesidades más elementales de la población.
El régimen cubano se limitó a su reacción habitual frente a las protestas, corto la internet, envío fuerzas de choque, responsabilizó al gobierno estadounidense por todos sus problemas y tildó a los manifestantes como “gente mercenaria pagada por el gobierno de los Estados Unidos”, como dijo Díaz Canel.
También frente a la masiva movilización de protesta, el jefe de la dictadura cubana Miguel Díaz Canel prometió una dura represión y llamó a los “revolucionarios comunistas a combatir”, a los cubanos que protestan. “Estamos dispuestos a dar la vida, Tienen que pasar encima de nuestros cadáveres si quieren enfrentar a la revolución. Estamos dispuestos a todo”, concluyó el dictador cubano.
El lunes 12, grupos de activistas comunistas salieron a las calles para apoyar a las fuerzas de seguridad e impedir que se produzcan nuevas protestas. Mientras los servicios de inteligencia cubanos comenzaron a detener a los activistas de derechos humanos y periodistas opositores (entre ellos a la corresponsal Camila Acosta del diario español ABC) en sus domicilios.
La situación en Cuba inmediatamente tuvo diversas repercusiones internacionales. La Secretaria de Estado Adjunta para las Américas de los Estados Unidos, Julio Chung llamó “a la calma”. “Estamos profundamente preocupados por los “llamados al combate en Cuba. Abogamos por el derecho de reunión pacífica del pueblo cubano”, indicó la funcionaria americana.
El Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell se dirigió al gobierno cubano con estas palabras: "Quiero pedir al Gobierno que permita estas manifestaciones pacíficas y escuche las manifestaciones de descontento de los manifestantes"
Los grupos anticastristas en Miami se congregaron para dar su apoyo a los manifestantes en la Isla y a demandar una vez más el fin del régimen comunista de La Habana.
Curiosamente, en Argentina las repercusiones fueron mínimas. El presidente Alberto Fernández, que rápidamente se expresó contra la represión de manifestantes en Chile y Colombia, dijo sobre lo que ocurría en Cuba: “no conozco la dimensión del problema, pero mantener bloqueos es lo menos humanitario”.
Seguramente el ministerio de Relaciones Exteriores que conduce Felipe Solá, el embajador argentino en La Habana Luis Alfredo Llarregui y la Agencia Federal de Inteligencia intervenida por Cristina Caamaño se habrán olvidado de explicarle al Presidente y profesor de la UBA que Cuba no está sometida a ningún bloqueo y cuál es la real situación allí.
También puede ser que el silencio de la Casa Rosada sea una devolución de favores por el tratamiento médico brindado a Florencia Kirchner en el pasado.
Tampoco ninguna de las tradicionales agrupaciones defensoras de los derechos humanos como Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional o activistas como el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel o el piquetero Juan Grabois se expresaron condenando la represión gubernamental y la situación humanitaria en Cuba.
Solo los cubanos residentes en Buenos Aires se manifestaron frente a la Embajada de Cuba, sita en el barrio de Belgrano, para apoyar a los manifestantes y demandar el fin de la dictadura comunista en Cuba.