¡La cuarta ola ha venido y, otra vez, nadie sabe cómo ha sido! Ha vuelto a recorrer Europa y el almendro ha florecido y en el campo se escuchan los cri-cri de muchos grillos.
La tempestad y el oleaje han terminado por marear a todo el mundo. Las vacunas son y serán un alivio, el remedio, pero ha llegado a trompicones. Las vacunas han creado las mismas incertidumbres que la gestión de la pandemia. Se dijo que, entre otras muchas cosas, el modelo sueco es el más efectivo; hoy Suecia es de los países donde la incidencia aumenta.
¿Israel es el ejemplo? La gestión de la pandemia fue considerada reprobable por la sociedad; acertaron con la rápida compra de vacunas, aunque a un alto precio, y una eficaz vacunación al disponer de una administración cuasi militarizada que ha permitido vacunar a un alto porcentaje de población adulta velozmente, eso sí, sólo 9 millones de personas.
Podríamos seguir, lo relevante es que hemos visto caer los modelos paradigmáticos, los referentes, las estrategias de éxito que han aflorado como una exhalación para perder su validez poco después.
Europa se había vanagloriado de haber aprendido la lección con la adquisición de mascarillas. En cuanto a las vacunas…obras son amores… La sociedad, a pesar de la mucha fatiga pandémica, no ha dado muestras de rebeldía. Paciencia infinita y mucha resignación. El miedo y la vulnerabilidad no han dejado sitio más que a eso. ¿O no?
Hemos visto hasta la hartura el sumiso brazo que recibe el pinchazo salvador que ha pasado a ser más sugerente que una semana en Fuerteventura. Sin lo primero no llegará lo segundo. Mandamos mensajes felicitándonos de esperar horas a pie y bajo la lluvia para poder ser marcados como los corderillos que no sabemos si es salud o la obtención de un carnet para turistear, sobre el que hay poco acuerdo, también. Superados los dolores articulares, leves, nos dirán, quizás, que esta vez son los daneses, o los checos o los mismos alemanes los que no confían en la vacuna. ¡Todo ya es normal!
Se han cambiado hábitos, forma de ver a los otros, incluso de entender nuestra propia vida. En el fondo albergamos el ansiado momento a volver a ser masa como si fuéramos jóvenes franceses. No sabemos cuándo llegará ese momento o si llegará. Hemos asumido que el mundo ha cambiado, lo venía haciendo, pero la pandemia y sus olas han acelerado el proceso, y con un serio giro hacia un destino ignorado. Globalmente ignorado.
Un instante tan prolongado y complejo, sin libro-guía de salida, consejeros empeñados en aconsejar sobre lo desconocido y sus consecuencias, nada exime a los políticos. No han sabido y siguen sin saber leer lo que está pasando. No se puede aplicar una regla de tres cuando es un problema de álgebra. Es igual la ideología o país.
Nadie duda de su intención para solucionarlo, pues otra cosa sería impensable, ni pensar que puedan estar librando partidas distintas de las que tocan, los descalificaría ad aeternum. Sí parece que se colocan en el prisma de la otra realidad y ahí nada ha cambiado.
Es como el fútbol, parece el mismo deporte, pero no lo es. Para empezar el campo está vacío. Los jugadores juegan como siempre para dar espectáculo y ganar, pero mientras ellos viajan, trabajan sin mascarillas, se besan y se abrazan, nosotros no.
¿Qué cuerpo debe ponérsele a esas familias, gente normal y corriente, que después de tantos meses se ven mintiendo delante de sus hijos? Cometiendo el grave delito de ir a ver al anciano abuelo en Albacete o Teruel, que quizás viva en una residencia donde la diosa fortuna ha hecho que el virus asesino y el colaborador necesario de la incompetencia pasara de él. Abuelo quizás ya feliz porque en su Comunidad le han vacunado.
¿Qué cara se le pone ante el espejo al ciudadano que hace de La Pimpinela Escarlata y porta un salvoconducto falsificado, y no sabe si debe disfrazarse de inocente campesina?
La resignación y la hartura seguro que se esconden en algún sitio. Tal vez agarradas a la solidaridad, responsabilidad o cualesquiera de los valores cívicos que nos deberían unir. Malo si sólo es al miedo.
¿Los europeos están preocupados? Hasta la OMS, que no es ejemplo de la eficacia demostrada, ha llamado la atención a Europa por sus ritmos de vacunación. Ahora solo falta que todo sea un suma y sigue y que el Tribunal Constitucional Alemán eche atrás unos fondos en los que todos hemos cifrado la amortiguación para la recuperación económica después de más de un año de actividad en precario. ¿Y si los proyectos de recuperación no se corresponden con lo prometido a los ciudadanos/electores?
Christian Salmon, el influyente ensayista francés, lectura obligada justo antes de la crisis económica Storytelling (2007), cuando la pandemia ya se estaba incubando, publicó La Era del Enfrentamiento, donde viene a advertir que, del relato político vacío, con el único objetivo de la manipulación de la mayoría, se pasa a la búsqueda del enfrentamiento como único recurso con el que atraer a los votantes. En definitiva, del discurso de lo absoluto, en negativo o en positivo, al enfrentamiento como única finalidad.
La UE tuvo dos grandes llamadas de atención tanto con el crack económico como con su incapacidad para gestionar el problema migratorio, ahora cuando estaba buscando su camino de salida llega este hachazo. Hay que decir que ha reaccionado bien en su impulso de liderar la recuperación, no obstante, la gestión de la pandemia es un nuevo fracaso de la UE. Si es derrotismo, es constatado.
EuroNews ha realizado recientemente una encuesta recabando la opinión al respecto de diversos países europeos y la conclusión es que en este año se ha profundizado en el escepticismo sobre la pertenencia a la UE. “Más del 40% en Alemania, Italia y Francia creen que ha debilitado los argumentos a favor de la existencia del bloque”.
El haber dado carpetazo a los partidos de compromiso; circunscribir la política a una contienda de poder permanente (interna y externa) sin perseguir legitimación alguna, sólo el resultado político electoral; confiar el debate a un cruce de eslóganes, tiene un corto recorrido.
Realmente no es lo que esperan los ciudadanos a los que se le convierte en meros electores y contribuyentes (votar y pagar), por ello sólo se persigue mantener a partidarios, incondicionales y posibles seguidores movilizados, motivados para inundar las redes sociales con frases cortas, memes ocurrentes o vídeos que parecen decir algo. Esto no es inocuo, el Estado, los estados, sus partes han tomado una dimensión institucional que lo hacen lento, ineficaz y no por ello más transparente.
Por ello, el poder público se percibe, cada día más, solo como un ente represor incapaz de satisfacer unas demandas de lo inmediato crecientes e insatisfechas. Las soberanías estatales y europeas han perdido valor democrático, este va más lejos que el hecho de votar, aunque esto se haga continuamente. La dificultad de conformar mayorías de gobierno estables y el miedo a que los populismos sigan creciendo en Europa no debe llevar a equivocarse en lo importante y transcendental. No sea que un electorado perplejo crea que ellos son la solución y no el problema a la insatisfacción y frustración.
Frivolizar con las instituciones, aunque sea cumpliendo la ley, convertir todo en un ambicioso juego de poder, puede conducir a que la actuación de la política se sienta como irrelevante y la palabra política unida a la de democracia pierda todo el respeto y credibilidad.