La Guerra de Malvinas es un hecho demasiado reciente para que los historiadores tengan acceso a los informes clasificados que permitan esclarecer muchos de los acontecimientos ocurridos durante este conflicto.
Sin embargo, algunas pistas sobre las operaciones realizadas y planificadas y no concretadas por las fuerzas británicas en el territorio continental argentino. En esta forma se termina con el mito de que la guerra sólo se limitó a las Islas y al perímetro de seguridad marítimo establecido por el Reino Unido.
La Guerra de Malvinas no fue una guerra limitada sino una guerra total que no se extendió más allá de las Islas porque no fue necesario para los británicos ampliar el teatro de operaciones. Sin embargo, intentaron operaciones en el continente que hasta el momento permanecen ocultas. Sin embargo, el siguiente relato de Keegan que comparto con el lector proporciona una clara idea de las mismas.
“La presencia argentina en Georgia del Sur era considerada una afrenta -relata John Keegan-, a pesar de su ubicación a mil cuatrocientos cuarenta kilómetros del grupo de las Malvinas; pero también una oportunidad. Durante el prolongado periodo de preparación, mientras la fuerza especial se iba trasladando hacia el sur escalonadamente durante los meses de marzo y abril, el gobierno se sintió cada vez más presionado a calmar la ansiedad de la opinión pública con noticias alentadoras, y la recuperación de Georgia del Sur podía satisfacer ese propósito. Por consiguiente, una partida mixta compuesta por marines británicos y fuerzas del SAS fue enviada hacia el objetivo a bordo del Antrim; en medio de condiciones ambientales extremas y con equipamiento inadecuado, estas fuerzas llegaron a la costa, y completaron su misión entre el 21 y 24 de abril. Las tropas argentinas que habían reemplazado a los chatarreros se rindieron fácilmente. Los marines y el SAS no sufrieron bajas, pese a que en más de una ocasión muchos estuvieron a punto de perder la vida en accidentes.
“Tras la expedición a Georgia del Sur, el SAS actuó directamente en las operaciones preliminares en las Malvinas junto a la SBS, su equivalente en la marina británica; y en una etapa posterior también tomó parte activa en el combate, mientras intentaba una serie de incursiones (que aún permanecen en el misterio) en tierra firme argentina con el propósito de dar aviso temprano sobre ataques aéreos argentinos, pero también de interceptarlos con ataques por sorpresa.
“La primera misión importante de las fuerzas especiales contra el grupo de las islas Malvinas fue lanzada a principios de mayo. Seis equipos de la SBS y siete patrullas del SAS de cuatro hombres cada una fueron transportados en helicóptero desde la flota; la SBS con la misión específica de seleccionar playas para desembarcos, y el SAS para obtener información sobre la ubicación de las tropas argentinas. Una de las patrullas del SAS se ocultó en Bluff Cove, más tarde uno de los lugares secundarios de desembarco en la costa oeste de la isla Soledad (o East Falkland), la isla principal; otra en Puerto Darwin, cerca de San Carlos, punto inicial y principal de desembarco; tres, frente a Puerto Stanley, en la capital situada en la isla Soledad; y tres, en la casi deshabitada isla Gran Malvina. Fue allí donde las fuerzas del SAS causaron el primer derramamiento de sangre. El 14 de mayo, cuarenta y cinco hombres del escuadrón D, guiados hasta su destino por una patrulla insertada tres días antes, aterrizaron en helicóptero con el fin de atacar la pista aérea de la isla Pebble, donde la fuerza aérea argentina había estacionado once aeronaves del tipo Pucara destinadas a ataques terrestres y protegidas por cien efectivos. Los combatientes del SAS estaban acompañados por observadores de avanzada del comando 29 del regimiento británico de artillería para orientar el fuego de las fragatas cercanas a la costa. En medio del bombardeo, las tropas del SAS colocaron cargas de demolición que destruyeron todas las aeronaves enemigas, y lograron retirarse ilesos dejando tras de sí a un oficial argentino muerto y dos soldados heridos.
“A esta acción siguieron otras dos, ejecutadas de manera independiente por las fuerzas especiales, una el 21 de mayo, día del desembarco principal en San Carlos Water, con el fin de ocupar Fanning Head, asentada sobre el acceso al objetivo, y otra entre el 25 y el 27 de mayo para tomar posiciones de observación en las alturas del monte Kent, desde donde era posible visualizar Puerto Stanley. Ambas acciones fueron coronadas por el éxito. Los argentinos que defendían Fanning Head fueron desplazados por la SBS, que antes del desembarco principal también envió patrullas a Campa Menta Bay, Eagle Hill, Johnson’s Harbour, San Carlos y Puerto San Carlos. Ya el 20 de mayo, una patrulla del SAS había asestado un fuerte golpe a la capacidad argentina para desplegar sus tropas contra la cabeza de puente, cuando una vez tomada la posición encontró una zona de estacionamiento de helicópteros enemigos y destruyó las cuatro aeronaves tipo Chinook y Puma que aguardaban allí. Las dos unidades (22 SAS y SBS) continuaron participando en operaciones realizadas en las islas después de los desembarcos y hasta la rendición de los argentinos el 14 de junio.
“No obstante, tras el hundimiento el 4 de mayo del buque Sheffield por un misil Exocet, el único pensamiento de los controladores de las fuerzas especiales era emplearlas para que pudieran avisar sobre los ataques con Exocet o eliminar sus portadores, los Super Étendard. En cualquier caso, era imprescindible desembarcar en tierra firme argentina. En la noche del 17 al 18 de mayo, se intentó la penetración con un equipo SAS de reconocimiento lanzado desde un helicóptero contra la base de Río Grande, con la misión de evaluar el estado de sus defensas y retirarse sin ser detectado a territorio chileno, donde se habían dispuesto las condiciones necesarias. Pero cuando estaba a punto de aterrizar su helicóptero, el piloto estimó que la aeronave había sido detectada y que debía tratar de escapar hacia Chile, así que tras una estampida rumbo oeste lanzó a sus pasajeros del SAS para que cruzaran la frontera a pie, aterrizó dentro del territorio chileno e incendió la nave. Posteriormente, el piloto y su tripulación fueron repatriados, no sin antes ofrecer explicaciones poco convincentes de que su presencia en el espacio aéreo de ese país obedecía a que habían perdido el rumbo. Los invasores del SAS fueron encontrados por un agente de enlace encubierto, trasladados a Santiago y escondidos allí hasta el final de la guerra.
“El segundo elemento del plan para eliminar a los Super Étendard de Río Grande fracasó porque los efectivos designados para el cumplimiento de la misión estaban convencidos de que no tenía futuro. El plan requería lanzar desde un avión Hércules C-130, sobre la pista, a tres grupos de efectivos (un total de cuarenta y cinco hombres), que debían someter a los defensores de la base, destruir los Super Étendard, matar a los pilotos (que deberían atrapar en sus dormitorios) y después marcharse a toda velocidad, atravesando el campo hasta Chile, país neutral. Tanto la parte diplomática como la práctica de la operación eran discutibles, y la confianza de los soldados no aumentó al percatarse de que los únicos mapas de la región databan de 1939 o habían sido copiados del Times Atlas. Así las cosas, en la última reunión informativa antes de su partida de Inglaterra, dos experimentados sargentos afirmaron que no deseaban participar, evidentemente un acontecimiento inédito en la historia del SAS. En vista de sus dudas, el oficial a cargo se vio obligado a cancelar la operación y mantener a los restantes soldados en tierra. Algunos pensaron que a los que disidentes se les debía dar de baja del servicio, mientras que otros consideraron que la razón estaba de su parte.
“Las razones de los estrategas para preparar una operación tan arriesgada quedó demostrada el 15 de mayo, cuando dos Super Étendard, reabastecidos al norte de las islas, se acercaron a la flota desde una dirección inesperada y lanzaron sus Exocet, uno de los cuales fue desviado por el lanzamiento del señuelo y cayó al mar, mientras que el otro, atraído por el enorme volumen del barco contenedor Atlantic Conveyor, impactó en el blanco. El Conveyor se incendió y se hundió, llevándose consigo gran cantidad de equipamiento de vital importancia, incluidos tres grandes helicópteros tipo Chinook de transporte de tropas y diez Wessex destinados a trasladar la infantería hasta Puerto Stanley. La pérdida de estos equipos condenó a la infantería a caminar, lo que dilató peligrosamente la etapa final de la campaña terrestre.
“Sin embargo, después del ataque contra el Conveyor, a los argentinos les quedaba solamente un Exocet. Además, en los fieros combates sostenidos del 21 al 23 de mayo entre la fuerza especial británica y unidades aéreas enemigas con equipamiento convencional, se logró destruir veintitrés de sus aeronaves, con lo que las bajas argentinas ascendieron a un tercio de sus fuerzas. Los pilotos argentinos combatieron durante la campaña con gran coraje e inusitada habilidad, pero las batallas aéreas sobre San Carlos Water sellaron su derrota. No obstante, todavía el 8 de junio lograron otro triunfo espectacular en Bluff Cove; pero ya en ese momento las fuerzas terrestres británicas habían ocupado las alturas que rodeaban Puerto Stanley, donde las tropas del país austral acantonadas empezaban a mostrar su disposición a rendirse.
“Se ha sugerido, aunque no se ha confirmado, que la capacidad de la fuerza especial para defenderse de los ataques aéreos fue reforzada en el mes de mayo con la inserción, no detectada, de otra misión de reconocimiento del SAS en territorio argentino, así como por el despliegue de submarinos nucleares cerca de la costa conformando una barrera. De hecho, no se han revelado todos los elementos del sistema de aviso británico durante las tres semanas (del 21 de mayo al 14 de junio) a las que se extendió la fase de intensos combates, y la suerte por sí sola no explica la victoria, ya que la cobertura aérea disponible era limitada, con solo treinta y seis aviones tipo Harrier antes de las pérdidas, y una insatisfactoria defensa antimisil de la flota. El elevado volumen total de pérdidas causadas a los argentinos, incluidos treinta y un Skyhawk y veintiséis Mirage, indica una obtención de avisos demasiado sistemática como para que se deba a la casualidad.
“La fuerza especial sufrió dos graves derrotas en materia de inteligencia, ambas atribuibles al factor humano. En el transcurso de la campaña por la recuperación de Georgia del Sur, se hicieron varios intentos por rescatar a un grupo del SAS de una posición insostenible debido a la atroz temperatura antártica; intentos que tan solo fructificaron cuando, contra todo pronóstico, un tercer helicóptero logró extraer tanto al grupo en cuestión como a las tripulaciones de los otros dos perdidos en el intento. La única razón por la que se emprendió la misión fue porque un oficial del ejército, experimentado en la exploración de Georgia del Sur, le aseguró a los planificadores que la misión original era factible; pero el episodio fue una dolorosa advertencia de que la información de expertos es tan susceptible de error como cualquier otra forma de inteligencia. El segundo fracaso fue todavía más grave. Al comienzo de la campaña, el 4 de mayo, un avión Sea Harrier proveniente del portaaviones Invincible fue derribado durante un ataque contra la base de Pucara en la isla Gran Malvina, y en las ropas del piloto un oficial de la inteligencia argentina encontró sus notas que, al descifrarlas, revelaron la posición desde la cual operaba la flota al este de las islas Malvinas. Hasta ese momento, la flota había logrado ocultarse del enemigo en la inmensidad del océano, pero lo suficientemente cerca como para combatir en la que se esperaba fuera una batalla victoriosa por la supremacía aérea sobre las islas. Después del 4 de mayo, fecha en que también fue hundido el Sheffield por un misil Exocet, el almirante Woodward se vio obligado a retirar la flota más lejos del radio de acción de las aeronaves argentinas y acercarse a las islas solo cuando era absolutamente necesario.
“Los británicos habían marchado a la guerra pensando que su alarde de fuerza lograría la retirada de los argentinos mediante una negociación diplomática, pero el hundimiento del Sheffield y la pérdida del primer Sea Harrier les obligaron a admitir que el conflicto iba en serio. Aunque con el desembarco de las tropas el 21 de mayo, al ver que los reclutas argentinos eran vencidos por la capacidad ofensiva superior del ejército regular británico, creció el optimismo de que la resistencia se derrumbaría. En las tres primeras semanas de la contienda se registró un equilibrio entre las partes; en ese momento, un golpe de éxito de la inteligencia argentina que les hubiera permitido lanzar un Exocet contra uno de los portaaviones británicos o uno de los grandes barcos que transportaba tropas, el Canberra o el QE2, habría inclinado la balanza a su favor. Pero tal como ocurrieron las cosas, sin acceso a la inteligencia de satélites o de señales de Estados Unidos que sí tuvieron los británicos, y con sus propios recursos de inteligencia inadecuados, los argentinos se vieron obligados a llevar a cabo sus operaciones en base a conjeturas y a la suerte; y no fue suficiente con ninguna de las dos.”
Como puede apreciarse del relato precedente la inteligencia suministrada por los Estados Aliados a su aliado histórico, el Reino Unido, fue decisivo para que este se impusiera en el conflicto al menos en corto tiempo y con un número reducido de perdidas humanas y materiales.
También suministra pruebas irrefutables de que el Reino Unido atacó objetivos en el territorio continental argentino y que si sus operaciones en las Islas Malvinas no se hubieran desarrollado con la eficacia alcanzada seguramente hubieran incrementado sus operaciones contra ciudades e instalaciones en el territorio continental argentino sin ningún tipo de limitaciones.