Aprovechando una tarde soleada de invierno y el feriado nacional del 17 de agosto, en que se conmemora un nuevo aniversario de la muerte del general José de San Martín, un millón de personas se movilizaron en ciento cincuenta puntos de todo el territorio argentino contra el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner
Los manifestantes salieron a los balcones a golpear sus cacerolas, se movilizaron en automóviles o a pie con sus respectivos barbijos y sus banderas argentinas y guardando la distancia social. Hacia las 16.00 horas, los manifestantes comenzaron a ocupar las principales plazas, avenidas y rotondas establecidas como puntos de reunión, sin pancartas de los partidos políticos pero expresando diversos reclamos.
Esta fue la cuarta y mayor la protesta contra el gobierno argentino. Durante la misma imperó un clima alegre y festivo donde los manifestantes cantaron el himno nacional y agitaron sus banderas sin incidentes ni violencia.
La convocatoria se gestó, a través de las redes sociales, hace un mes bajo el lema de “Banderazo: Salvemos la república”. Aunque en esta ocasión la prensa y los noticiarios televisivos se hicieron eco de la convocatoria en los días previos y dieron amplia cobertura al desarrollo de la marcha con comentarista en los estudios, algo que usualmente solo se hace ante hechos trascendentes, como los días de comicios.
No hubo dirigentes políticos al frente de la convocatoria, pero sí algunas figuras como el exdiputado nacional de la Unión Cívica Radical, Luis Brandoni y la presidenta del partido PRO, creado por Mauricio Macri, la ex ministro de Seguridad Patricia Bullrich apoyaron la protesta. Sólo el minúsculo Partido Libertario, del economista José Luis Esper convocó públicamente a la marcha.
La defensa de la república a servido de consigna unificadora para diversas demandas. Reclamos que incluyen: el rechazo a la libración de presos condenados por hechos violentos, los intentos de reformar la justicia para asegurar la impunidad de los ex funcionarios y de Cristina Fernández de Kirchner, las amenazas a la propiedad privada por los intentos de expropiaciones de grandes empresas, la ocupación de tierras fiscales y de terrenos agrícolas para establecer asentamientos poblacionales informales (villas miserias o barrios de chabolas), la usurpación de viviendas recreativas de fin de semana (las quintas como se denominan en Argentina a las pequeñas fincas) o casas desocupadas ante la indiferencia de las autoridades y la policía, la corrupción, por la crisis económica y los 152 días continuados de cuarentena que no han impedido la propagación del virus y el incremento de muertos.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el epicentro de la protesta fue el Obelisco porteño. Allí se instaló un gran inflable con la cara de Cristina Kirchner vestida con traje de presidiaria y con un cartel con los número 18-1-15, fecha de la muerte del fiscal Alberto Nisman. Los manifestantes ocuparon la ancha Avenida 9 de Julio y desde allí se trasladaron a la Plaza de Mayo. Además, la gente se congregó en puntos emblemáticos de la ciudad: la intersección de las calles: Cabildo y Juramento, Las Heras y Coronel Díaz, Rivadavia y Acoyte, Nazca y Beiró, etc. También frente al departamento de la vicepresidenta Cristina Kirchner en la intersección de las calles Uruguay y Juncal, en el aristocrático barrio de Recoleta.
También el frente de la Residencia Presidencial de Olivos fue un punto de concentración para los manifestantes antigubernamentales que se congregaron para hacer sonar sus cacerolas.
En el interior del país los manifestantes se congregaron en ciudades capitales de provincia, como La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Santa Fe y otras ciudades importantes del interior como Bariloche o Rosario. También en las localidades del conurbano bonaerense donde habitualmente reside el voto peronista como de Avellaneda, La Matanza, Tigre, Pilar, San Isidro o Vicente López.
El gobierno del presidente Alberto Fernández muy poco para impedir el desarrollo de la protesta. No elaboró ninguna estrategia para atender algunos de los reclamos de la ciudadanía. Días antes habló tibiamente de los riesgos de mayores contagios por la congregación de numerosas personas en espacios reducidos pero nada más. “Es una invitación al contagio, no cabe ninguna duda”, señaló el presidente y agregó: “Ahí tienen a los anti-cuarentena, algunos muertos y otros enfermos por haber ido a esas marchas”.
Tampoco se pronunciaron otros dirigentes o legisladores oficialistas. Mucho menos Cristina Kirchner o su hijo el diputado Máximo Kirchner presidente de la bancada oficialista en la Cámara d Diputados.
Incluso los voceros informales que siempre salen a defender al gobierno, como la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, artistas como Dady Brieba, Florencia Peña, Cecilia Roth, Fito Páez, Gerardo Romano o el jurista Eugenio Saffaroni en esta ocasión, curiosamente, permanecieron en silencio aludiendo condenar la movilización opositora.
Aunque usualmente el gobierno suele fingir indiferencia ante este tipo de expresiones, en la Casa Rosada ven con preocupación que un amplio sector de la sociedad argentina se encuentra disconforme y en estado deliberativo. El mal humor social se refleja en el índice de popularidad del presidente que se opaca y cae continuamente. A nueve meses de asumir su cargo, la imagen presidencial se han derrumbado significativamente y por primera vez, desde el momento en que Cristina Kirchner lo consagró como candidato presidencial, su imagen negativa supera a la positiva.
Veremos si en los próximos días el gobierno de Alberto Fernández es capaz de rectificar el rumbo y atender algunas de las demandas que la sociedad a expresado hoy o va a insistir en seguir con su autismo político.