En los años 90 se contaba un chiste que se refería a un tipo que metía la cabeza en un lujoso restaurante madrileño concurrido por hombres de negocios, políticos, y famoseo intemporal y gritaba “¡Se ha descubierto todo!” lo que provocaba una espantada de los comensales a la carrera de manera alocada pisándose los unos a los otros.
Una época, en la que se moría de éxito. Financieros, empresarios y responsables públicos eran aclamados y al poco besaban la lona; a nadie le sorprendían los excesos y si alguno caía en desgracia, era porque “al pardillo le han pillado”.
España estaba inmersa en la patriótica moral “catolicoide” de creer que solo es pecador al que se le pilla pecando. En esa época nadie pensaba que lo que estaba emergiendo era solo la punta del iceberg de lo que estaba pasando, lo gordo iría viniendo después y estaba generalizado. Cuando todo el mundo gana, hasta lo burdo se perdona. Si era descarado, excesivo, era cuestión de mejores oportunidades. Los que se quedaban al margen eran los panolis o por estar lejos, muy lejos del circuito. Muchos miraban con envidia esperando su momento. Tiempo curioso donde el mayor problema eran los liberados sindicales, ¡eso sí era corrupción! y una forma perversa de pervertir el sistema.
El cinismo, los vicios de aquella época serán algún día relatados, por brillante pluma, como lo fue en el Siglo de Oro español. Lo merece. La perspectiva es lo que permitirá ver que aquellos vicios, cuando dejaron de estar de moda, porque vinieron mal dadas, ya no eran virtudes ensalzadas por la mayoría. No hagamos ejercicios de tartufismo, en resumidas cuentas, esto es lo que hay detrás de la ascensión y caída del monarca emérito.
Robespierre creyó que el proceso revolucionario francés cambiaría el mundo, primero guillotinando la monarquía, cambiando el nombre de los meses y cortando la cabeza a todo aquel que enarcara las cejas. Ni su verbo fácil, ni su acertado diagnóstico sobre el Ancien Régimen mutaron la naturaleza humana. ¡Cuidado con los Robespierres!
Hoy están los que hacen aspavientos y los que guardan silencio y ambos, de una manera u otra, formaban o hubieran querido formar parte de esa corte, que los medios insistían que no existía y a la cual pertenecían. Todos ellos, conocedores de los estrechos lazos de relación (e interés) que el monarca mantenía con constructoras, empresas de infraestructura, financieros o periodistas… “es su papel” decían algunos. Ahora nadie puede de hacerse de nuevas. Ignorar que todo era conocido, …se consideraban cuestiones técnicas que reunían a todos en el conciliábulo para lograr la rápida internacionalización de la empresa española, ¡El mejor comercial, el Rey!
Empresarios de la nueva democracia que la mayoría anclaban sus orígenes en el franquismo y en el ucrónico tardo franquismo. El Harakiri del Bunker en el 76 aprobando la Reforma Política no iba a ser gratis, era a cambio de mantener la “estructura económica”. Los compi-yogui de hoy son herencia directa de los cazadores de ayer. O alguien piensa realmente que el berlanguiano Sazatornil era ficción. Muchos habían ido a disparar su escopeta nacional para conseguir favores públicos y ello no se terminó bajo la lápida de Cuelgamuros.
El monarca, hay que pensar, que al principio tuvo una actitud respetuosa. Había una necesidad imperiosa de democratizar la artificiosa legitimidad monárquica otorgada en la oprobiosa Ley de Sucesión del 47. La Constitución del 78 sirvió para ello. La transición transitó un camino complejo e incierto, y al Rey no le quedaba otra que nadar entre dos aguas, entre la España que muere y otra España que bosteza. Armada y Tejero …, se saltaron el guion …intentaron truncar un proceso en el cual la mayoría de las FF. AA. sabían se sentirían mejor legitimados democráticamente, por eso no les siguieron, eran conscientes de que no cabían pasos atrás y que el papel histórico de los militares era otro, como así ha sido.
El problema era todo los demás. El miedo en el cuerpo que dejó el golpe no fue inocuo. Desde la meteórica aprobación de la LOAPA para reconducir el fenómeno autonómico y la política errática hasta la tibieza con determinados grupos económicos cuando el país se desangraba entre la inflación y el paro. El gran error, asignar a una persona, a una sola persona, el papel exclusivo de salvador de la democracia: ¡ Juan Carlos ha salvado la democracia, le tenemos que estar eternamente agradecido!
Los republicanos empezaron a considerarse juancarlistas, la derecha reaccionaria traicionada y además el Rey convivía en armonía con los socialistas.
El 23F había dejado una huella profunda en la Casa Real, no solo en el Rey, ahora no debe perderse la perspectiva de esto todos vivían bajo el mismo techo, el temor a que si las cosas se complicaban y había que reiniciar la vida en el exterior, como ya tuvo que hacer su abuelo y el padre de su mujer con “posibles” la vida es más fácil. El Rey empezó a cobrar su porcentaje de salvador de la democracia.
La deslegitimación institucional de los 90, ya hartos del malvado Felipe González, no fue solo un ataque al gobierno o a las mayorías estables socialistas, se puso en el punto de mira al Rey consentidor a la par que consentido. Los negocios con la izquierda gobernante no iban mal, incluso algún ministro decía que en España el que no ganaba dinero era porque no quería. La Reacción necesitaba influir en el país y disponer de poder político, no les importó incluso, a pesar de “su pureza”, una alianza con los comunistas de la época, tampoco a esto. De una manera u otra una España de quebradizas convicciones democráticas y ética laxa.
En definitiva, esto no justifica nada, si alguien se condujo inmoral e ilegalmente debe ser sancionado por ello, como cualquier ciudadano, sea Rey o no lo sea, y cumplir con las leyes como todo el mundo. ¡Faltaría más!
Sin embargo, sería bueno que con lo que está cayendo no siguiéramos haciéndonos trampas y sepamos hacer frente a las cuestiones en orden pues demasiado caos existe para avivarlo.
Hay que dejar que la justicia siga su curso; España ha tenido a un cuñado del Rey juzgado y condenado y en la cárcel. Un Rey también puede ser sentado en el banquillo, sería la sublimación del principio de legalidad y el mayor ejemplo de ser una democracia fuerte, plena y avanzada. Una gran diferencia con lo que ocurre mundo adelante donde todo se subsume en lo políticamente correcto.
Bonito no es, cierto, pero a quién le preocupa la belleza tal y como está el patio desde Washington a Moscú.
Estamos viviendo un disloque institucional de agendas ocultas, públicas y personales, que están condicionando nuestras vidas. Si se está dispuesto a abrir debates, tengamos claro cuáles. No pensemos que ahora todo es más transparente que era antes; es más frágil.
Este país, España, tiene la jodida costumbre de llenar los armarios de muertos. Tengamos cuidado no vaya a ser que al abrir las puertas de golpe se nos vengan todos encima; y los muertos, cuanto más tiempo pasa, peor huelen.
Álvaro Frutos Rosado