LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA
El 16 de septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi encabezó un movimiento cívico militar que derrocó al gobierno constitucional de Juan D. Perón. Lonardi era un general nacionalista y demasiado conciliador con los peronistas. Su consigna de “ni vencedores ni vencidos”, la misma que levantara el general Justo José de Urquiza después de la batalla de Caseros no fue del agrado de los antiperonistas acérrimos. Lonardi asumió el gobierno el 18 de septiembre pero sufrió un golpe interno que lo desplazó de la presidencia el 13 de noviembre. Su reemplazante, el general Pedro E. Aramburu, pertenecía al sector liberal del Ejército y estaba muy vinculado a los sectores que pretendían volver a la Argentina de 1943.
Las primeras medidas del nuevo presidente significaron una profundización del proceso de “desperonización”. Aramburu sancionó el decreto 4.161 que establecía: “Art. 1º. Queda prohibida en todo el territorio de la Nación: a) La utilización, con fines de afirmación ideológica peronista, efectuada públicamente, o de propaganda peronista, por cualquier persona, ya se trate de individuos aislados, grupos de individuos, asociaciones, sindicatos, partidos políticos, sociedades, personas jurídicas, públicas o privadas, de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas, que pretendan tal carácter. […] Se considerará especialmente violatoria de esta disposición la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones ‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, justicialista’, ‘tercera posición’, ‘P.P.’. las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales denominadas “Marcha de los muchachos peronistas” y “Evita Capitana” o fragmentos de las mismas, la obra La razón de mi vida o fragmentos de la misma, y los discursos del presidente depuesto y de su esposa o fragmentos de los mismos […]”[1]
A partir de la vigencia de este decreto el periodismo se vio obligado al empleo de ciertas metáforas para referirse a Perón tales como “el tirano prófugo”, “el exdictador” o “el expresidente depuesto” según su menor o mayor simpatía con el peronismo.
El gobierno de la Revolución Libertadora también inhabilitó a todos los dirigentes políticos y gremiales que hubieran participado del gobierno de Perón. Las autoridades militares confeccionaron listas de dirigentes, delegados gremiales y militantes políticos que fueron encarcelados. Una vez intervenida la CGT, utilizando como justificación un paro general de actividades, también se decretó la interdicción general de bienes de sociedades y personas creándose la “Junta de Recuperación Patrimonial” para fiscalización y administración de los bienes. Las sedes de los gremios fueron controladas por fuerzas de seguridad. Ni el cadáver de Eva Perón escaparía al odio de los “gorilas”.
Perón respondió ordenando a los peronistas resistir el embate del gobierno de facto. En una carta fechada el 1 de diciembre de 1955 decía: “La disolución del Partido Peronista por decreto de la dictadura no debe dar lugar a la dispersión de nuestras fuerzas. Es necesario seguir con nuestras organizaciones. Tanto las mujeres como los hombres peronistas deben seguir reuniéndose para mantener el partido. Cada casa de un peronista será en adelante una unidad básica del partido. La Confederación General del Trabajo y sus sindicatos, atropellados por la dictadura, deben proceder en forma similar. Yo, sigo siendo el jefe de las fuerzas peronistas y nadie puede invocar mi representación. Si hay elecciones sin el peronismo, todo buen peronista debe abstenerse de votar. Esta es mi orden desde el exilio”.[2]
LA INSURRECCIÓN DE VALLE
En las filas del Ejército, debido a la eliminación de oficiales y suboficiales sospechados de simpatizar con el régimen depuesto fue gestándose un clima de descontento hacia el rumbo que tomaba el gobierno que pronto llevaría a un grupo de militares a pensar en la posibilidad de un golpe contrarrevolucionario.
Pronto el descontento en el seno de Ejército se hizo evidente y los planes conspirativos un secreto a voces. El gobierno respondió a fines de marzo de 1956 sancionando el decreto – ley 5.552 que modificaba el Código de Justicia Militar, endureciendo las penas por actos de rebelión y conspiración y restaurando la pena de muerte por causas políticas.
Sin embargo, el gobierno aunque sabía la existencia de una conspiración cívico – militar ignoraba con precisión el alcance de la misma y la fecha del alzamiento.
El 9 de junio de 1956, los generales peronistas retirados Juan José Valle y Raúl Tanco, lanzaron el “Movimiento de Recuperación Nacional”, un intento para derrocar a través de un nuevo golpe de Estado al gobierno de la Revolución Libertadora.
El plan revolucionario consistía en enviar comandos revolucionarios formados por militares –en su mayoría se trataba de suboficiales- y civiles, para capturar regimientos en varias ciudades del país, ocupar las radios y distribuir armas de los arsenales militares entre los sectores obreros que esperaban adherirían al movimiento después de las primeras acciones.
Los conspiradores eligieron el sábado 9 de junio para desarrollar las acciones aprovechando que el general Aramburu se encontraba de gira por la provincia de Santa Fe en compañía de los ministros de Ejército y Marina. Tampoco se encontraban en la ciudad de Buenos Aires ni el general Guillermo T. Alonso, jefe del Estado Mayor del Ejército, ni el jefe del Estado Mayor de la Aeronáutica, comodoro Arturo Krause.[3] Pensaron que debido al fin de semana en las unidades militares sólo encontrarían al personal de guardia lo cual reduciría la capacidad de resistencia.
Sin embargo, el gobierno estaba al tanto de los preparativos revolucionarios. Así lo recuerda el almirante Rojas en sus memorias: “En junio de 1956, mi servicio de inteligencia y su jefe, que era el capitán de navío Mario Robbio Pacheco, me informaron que se habían detectado rumores de una contrarrevolución para poner al peronismo en el poder.”
“Lo primero que hice fue conversar con todos los comandantes en jede presentes en la Capital, pues los ministros y el presidente estaban en Santa Fe. De la Marina me encargaría yo, por supuesto.”
“El 9 de junio, a la noche, estaba en antecedentes de lo que iba a ocurrir y la Marina fue alertada.”[4]
El día 8 de junio el gobierno provisional procedió a detener a un buen número de sindicalistas peronistas intentando desalentar la posible participación obrera en la insurrección. La insurrección recibía su primer revés al carecer de una de sus mayores ventajas: el factor sorpresa.
En la madrugada del 9 de junio, en la Escuela Industrial de Avellaneda, elegida como sede del Comando Revolucionario, fue descargado horas antes un equipo transmisor para conectarlo a una emisora a capturar y difundir la proclama revolucionaria y una arenga del general Valle. Sin embargo, llegado el momento la proclama insurreccional no pudo transmitirse debido a que había fracasado la toma de la difusora.
A pesar de ello y de otros inconvenientes de orden técnico operacional, el levantamiento comenzó casi simultáneamente con cuatro focos:
a.- La ciudad de La Plata.
b.- La ciudad de Santa Rosa en La Pampa.
c.- La Escuela de Suboficiales “Sargento Cabral”, en Campo de Mayo.
d.- La Escuela de Mecánica del Ejército, en cuya adyacencia estaba ubicado el arsenal “Esteban de Luca”.
En La Plata, los rebeldes al mando del coronel Oscar L. Cogorno se apropiaron del 7º Regimiento de Infantería y lanzaron su ataque contra el cuartel general de la policía y la 2º División de Infantería. A pesar del intento, los rebeldes tuvieron que capitular en forma incondicional ante el grueso de las fuerzas que se mantuvieron leales en las primeras horas de la madrugada del 10 de junio. En Santa Rosa, el jefe rebelde mayor César Phillipeaux logró con el apoyo de comandos civiles ocupar el cuartel general del distrito militar, apoderarse del departamento de policía y de algunos organismo públicos -entre ellos, la estación L.T.2 del Estado, que difundió proclamas y mensajes revolucionarios durante la noche y parte de la madrigada). Pero finalmente tuvieron que capitular ante las fuerzas leales.
En la Escuela de Mecánica del Ejército y el arsenal Estaban de Luca los rebeldes ni siquiera pudieron apoderarse de las instalaciones por la resistencia de las tropas leales. Algo similar ocurrió en Campo de Mayo, donde a pesar de haberse sublevado un batallón de infantería, las tropas leales obligaron a los rebeldes que al mando del coronel Cortines se habían apoderado del edificio de la Agrupación Infantería, ya que fueron rechazadas las fuerzas encabezadas por el coronel (R) Berazay, que intentaron copar la Ex- Escuela de Artillería.[5]
OPERACIÓN MASACRE
Los militares y civiles peronistas que participaron en el levantamiento de junio de 1956 pagaron muy caro su fracaso. El levantamiento dejó un saldo de 34 muertos, de los cuales solo siete cayeron en acción. Los veintisiete restantes fueron pasados por las armas sin mayores consideraciones por los derechos humanos.
Violando todos los precedentes y las propias seguridades dadas a los golpistas para que se entregaran, el presidente General Pedro E. Aramburu ordenó el fusilamiento de 18 militares y 9 civiles, incluso el jefe del movimiento, el general Juan José Valle; el general Raúl Tanco se salvó refugiándose en una embajada. Un grupo de civiles fue menos afortunado y terminó salvajemente asesinado en los basurales de José León Suárez.
Juan B. Yofre, en su libro “Dios y la patria se lo demanden” ha dado a conocer una carta del entonces capitán de Navío Francisco Manrique[6], Jefe de la Casa Militar durante la presidencia del general Pedro Eugenio Aramburu, detallando los hechos que rodearon la captura del jefe del levantamiento general Juan José Valle. Por la importancia del documento lo transcribimos completo:
“Buenos Aires, 22 de junio de 1956
Señor almirante Teodoro Hartung
Ministro de Marina
Capital Federal
Estimado Señor:
Me ha pedido usted que haga un relato de los hechos que llevaron a la detención del general Valle con el objeto de que en el ministerio se recopilen para que sirvan para una futura apreciación histórica. Ayer me insistió en que lo hiciera, pero debo confesarle que este suceso en el que me tocó intervenir me produce náuseas. De ahí que trataré de ser lo más objetivo, sin agregarle apreciaciones mías -lo intentaré- para que sus historiadores saquen de allí las conclusiones que corresponden con toda la frescura mental que les deseo.
Caso del general de división Raúl Tanco
Me enteré de que había sido localizado en la Embajada de Haití cuando el general Quaranta, Jefe de la SIDE, entró en mi despacho reclamando ver al presidente enseguida. Minutos después informaba que, en realidad, no se trataba de una embajada sino de una casa particular que usaba el embajador. Aramburu le ordenó hacerse de correcta información. Volvió a mi despacho junto con otros oficiales y usaron mis teléfonos. Y desde allí se decidió -esto no lo sabía Aramburu- que se procedería a detenerlo porque parece que la casa esa, embajada o no, no tenía bandera haitiana.
Cuando se fueron vi a Aramburu informándole que se cometería una barbaridad y que nadie en el mundo entendería ese asalto a una embajada, con bandera o sin bandera. Aramburo compartió mi opinión y me dio orden de hablar con Ossorio Arana para frenar ese episodio que de todas maneras se efectuó, con detalles que usted conoce y que no hablan bien de esta Revolución. Se atropelló gente, se desalojó un colectivo para usarlo de transporte de detenidos, se insultó a la mujer del embajador y se detuvo a Tanco. Ossorio Arana intervino y esa misma noche el general Tanco estuvo seguro, con la decisión oficial de que saliera para México. Los hechos fueron vertiginosos.
Caso del general de división Juan José Valle
He relatado el caso interior porque hacía al clima que yo y todos vivíamos. La cuestión es que regresé a mi casa muy tarde. Serían las dos de la mañana. Y sobre mi mesa de luz había un mensaje, un papelito, con letra de mi mujer que, decía: “Paco: Te llamó un señor [Andrés] Gabrielli que dice que ha sido amigo de tú papá. Está con un problema grave y desea que lo llames a cualquier hora”. Mi primera reacción fue dejarlo para el día siguiente. Estaba destrozado, y aplastado. Y fue mi mujer la que me hizo entrar en razones cuando me informó que realmente el hombre parecía muy preocupado y lleno de urgencia. Marqué entonces el número y me atendieron enseguida. Quiero ser de lo más minucioso con esto. Repitió que quería verme y al darle yo cita para el día siguiente, me pidió, en memoria de mi padre, que nos viéramos enseguida. Con la memoria de mi padre me echaron en un balde de m… Lo cité entonces para concurrir en media hora a mi escritorio de la Casa Militar. Me vestí y me largué intrigado. Media hora después me encontré con él.
Era un hombre mayor que, seguramente, ha tenido relación con mi padre fallecido. Conozco a su familia. Un Gabrielli, sobrino, ha estado conmigo en los años del Colegio Nacional y ha sido muy amigo mío. Empezó hablando maravillas de mi familia, para terminar [empezar] expresando que quería hablar con Rojas porque el general Valle le habría creado un gran problema a él y a un grupo de amigos a quienes “había traicionado”. Le recuerdo que eses día había salido en los diarios un comunicado de la Junta recordando las “culpabilidades de los cómplices”.
Rojas estaba durmiendo. Como yo en un principio, opinó que la reunión se efectuase al día siguiente, pero la insistencia nerviosa, casi desesperada, de Gabrielli, me pidió que lo llevase a su casa.
Cargué al fulano en mi auto, y manejando yo, fui a la casa de la calle Austria. Rojas nos recibió enseguida, de bata y pijama. Gabrielli entonces explicó que sus razones era poderosísimas porque… y le soltó toda clase de acusaciones a Valle, para explicar, finalmente, que estaba escondido en un departamento suyo irregular, pidiendo que lo fuese a detener. La cara de Rojas era una mezcla de sueño, asco e indignación. Explotó en un momento y le dijo en la cara: “¡Usted lo está entregando!”. Y Gabrielli, trastornado, no se dio por aludido continuando su explicación de que Valle era un cualquier cosa que se había propuesto hundir a sus amigos y que si no se lo detenía, las derivaciones serían muy graves. Rojas entonces sacó una solución arriesgada pero acorde con conciencia, entre la responsabilidad de ser parte de la cabeza de gobierno y la náusea que producía el entregador: “Si tiene teléfono, llámelo y dígale que dentro de media hora llegara la policía porque ha sido localizado”.
Gabrielli aceptó. Estaba tremendamente nervioso. Rojas lo llevó a la pieza de al lado y volvió conmigo al living. Cuando nos quedamos solos, me dijo: “Este asqueroso lo está vendiendo como a un cerdo. Pero así, con este aviso, es posible cortar una porquería aunque mañana yo sea mal interpretado. Usted sígale el tren y Valle, con media hora, tendrá tiempo de decidir su suerte. Dentro de una hora hablaré con el general Quaranta”. La salida era medida.
A todo esto, Gabrielli habló. No dijo [a] qué número no nada pero sí: “Le dije a Juancho lo que usted me indicó”. Así terminó la reunión.
Volví a subir a Gabrielli en mi auto y me pidió que lo llevase al Círculo Italiano. Era una noche helada y ya serían las tres o cuatro de la madrugada. Al llegar al Círculo me pidió que esperase un segundo y, efectivamente, regresó casi instantáneamente con dos personas, una de las cuales, luego supe, era el coronel Gentilhuomo [sic].[7] Les dijo en mi presencia y como para que yo lo oyera, y como para que los demás se tomasen de testigo: “He arreglado todo. Valle se podrá rajar.” Yo corregí: “Será detenido antes de una hora”. Los dos señores del Círculo no abrieron la boca y volvieron, al parecer, según Gabrielli, a continuar su partida de póquer.
Había ya, entre pitos y flautas, pasado una hora más. Gabrielli me pidió que lo llevase a la calle Corrientes al 4000. Lo hice. Al llegar allí, bajamos. Me dijo: “Aquí está el departamento mío que ocupó Valle, aprovechándose de la amistad. Ya debe haberse ido”. Lo acompañe a un tercer piso, al fondo. Abrió con su llave. Yo quedé afuera. Escuché: “Juancho. Está todo arreglado. He venido con Manrique”.
Al ser nombrado, entré. Estaba Valle, en pijamas, apuntándome con una Colt. Yo estaba desarmado. Le dije: “No tengo armas. Este señor lo ha entregado”. Valle lo miró a Gabrielli y le dijo: “Andate afuera”. Nos quedamos solos y cerró la puerta.
Nos sentamos. Y me preguntó qué había pasado. “Le advierto -le dije- que yo no lo vengo a detener. No es mi misión. Pero será detenido en cualquier momento porque ya Rojas debe haber informado al general Quaranta”. “Me dijo: “Yo no voy a escapar”. Y me pidió que le contase todo lo ocurrido, en el episodio revolucionario y durante la “ayuda” de Gabrielli.
Valle dijo: “Voy a entregarme. Le pido que me deje escribir unas cartas”. Estuvimos solos mucho tiempo. Puede ser una hora o tres, no podría precisarlo. Escribió por lo menos cinco cartas y me las dio para que las leyeses. Me negué. Me pidió que las entregase al día siguiente: “Si han fusilado gente, a mí me deben fusilar también. He sido el jefe y acepto mi responsabilidad total”.
Finalmente me dio una carta que debía yo entregarle al coronel Gentilhuomo [sic] con destino a Perón. Me pidió que la leyera. Le pregunté que iba a hacer. Me respondió: “No quiero que me detenga la Policía. Me iré con usted para que me detenga el Ejército, al que pertenezco”. Llamó a Gabrielli y le entregó las cartas, excepto la dirigida a Perón, que yo guardé en el bolsillo interno de mi sobretodo.
Bajamos. Se sentó al lado mío en el auto que yo manejaba. Y empezó una larga travesía por la ciudad que contó, incluso, con una parada mía en una farmacia para comprar aspirinas para Valle que estaba como aletargado. Ya casi habiendo salido el sol, por lo menos despuntaba, llegamos a la Casa de Gobierno. No se había escapado porque no había querido, es decir, realmente había decidido entregarse. Cuando entramos a mi despacho, él mismo me pidió que lo comunicara con Quaranta: “Habla Valle. ¿Cómo te va? Estoy en el escritorio del Jefe de la Casa Militar. Con Manrique. Vení a buscarme.”
Seguimos conversando. Se alegró por la suerte de Tanco. Llegó Quaranta y se fueron juntos.
A las diez de mañana la Junta Militar se reunía. La reunión fue corta. Y Valle fue fusilado al día siguiente [12 de junio de 1956]. Esta es toda la sucesión de hechos que conozco.
Le agregó: el nombre de Gabrielli fue dejado de lado y no mencionado como tampoco la dirección del departamento que, como yo era el único que la conocía, nunca fue allanado. La carta Gentilhuomo [sic] para Perón, la entregue yo como Valle me pidió.
Si considera que falta algo, le ruego que me reclame, porque será trampa de la memoria y nada más. La verdad es que esto produce vómito.
Firmado: Francisco Manrique.”[8]
Estos terribles sucesos han sido frecuentemente ocultados y minimizados. Por lo cual parece oportuno detenernos brevemente para aportar al lector algunos detalles adicionales sobre los fusilamientos.
El escritor y militante montonero, Rodolfo Walsh, quien investigó en detalle estos hechos, describe con exactitud la magnitud de estos crímenes, en su libro “Operación Masacre”[9]: “Las ejecuciones militares en los cuarteles fueron, por supuesto, tan bárbaras, ilegales y arbitrarias como las de civiles en el basural.”
“Los seis hombres que al mando del coronel Yrigoyen pretendieron instalar en Avellaneda el comando de Valle y a quienes se capturó sin resistencia, son fusilados en la Unidad Regional de Lanús en la madrugada del 10 de junio.”
“El coronel Cogorno, jefe del levantamiento en La Plata, es ejecutado en los primeros minutos del 11 en el cuartel del regimiento 7. El civil Alberto Abadie, herido en la refriega, es previamente curado. Recién el 12 al anochecer está maduro para el pelotón, que lo enfrenta en el Bosque.”
“El 10 de junio a mediodía son juzgados en Campo de Mayo los coroneles Cortínez e Ibazeta y cinco oficiales subalternos. El tribunal presidido por el general Lorio resuelve que no corresponde la pena de muerte. El poder ejecutivo salta olímpicamente sobre la ‘cosa juzgada’ y dicta el decreto 10.364 que condena a muerte a seis de los siete acusados. La orden se cumple a las 3.40 de la madrugada del 11 de junio, junto a un terraplén.”
“Al mismo tiempo se fusila en la Escuela de Mecánica del Ejército a los cuatro suboficiales que momentáneamente la habían tomado, y en la Penitenciaría Nacional a tres suboficiales del regimiento 2 de Palermo, presuntamente ‘complicados’. Tiempo después hablé con la viuda de uno de ellos, el sargento músico Luciano Isaías Rojas. Me confió que la noche del levantamiento su marido había dormido con ella en su casa.”
“El 12 de junio se entrega el general Valle, a cambio de que cese la matanza. Lo fusilan esa misma noche.”
“Suman 27 ejecuciones en menos de 72 horas en seis lugares.”
“Todas ellas están calificadas por el artículo 18 de la Constitución Nacional, vigente en ese momento, que dice: ‘Queda abolida para siempre la pena de muerte por motivos políticos’.”
“En algunos casos se aplica retroactivamente la ley marcial. En otros, se vuelve abusivamente sobre la cosa juzgada. En otros, no se toma en cuenta el desistimiento de la acción armada que han hecho a la primera intimación los acusados. Se trata en suma de un vasto asesinato, arbitrario e ilegal, cuyos responsables máximos son los firmantes de los decretos que pretendieron convalidarlos: generales Aramburu y Ossorio Arana, almirante Rojas y Hartung, brigadier Krause.”
Por su parte, uno de los responsables de estos crímenes, el Almirante Isaac F. Rojas, en sus “Memorias” se refiere al hecho tratando de disminuir su trascendencia aunque no lo niega. Dice el marino:
“La orden que yo bajé, comunicada a todos los otros comandantes en Jefe, fue la siguiente: ‘Si hay que cumplir alguna pena capital, nunca sea antes de amanecer y que siempre lleve mi firma’.”
“Desgraciadamente, al general Quaranta, que era Jefe de la SIDE, no le llegó esta información y entonces tuvo lugar aquel triste episodio de José León Suárez. Pero tenía su justificación, pues allí había un camión que tenía un poderoso transmisor adentro que iba a transmitir todas las órdenes correspondientes que necesitaban los elementos contrarrevolucionarios.”
“Recuerdo que el general Tanco se asiló en la embajada de Haití. Cuando llegó Quaranta y pidió hablar con el embajador, el representante diplomático era una mujer de color, y le dijo: ‘Señor general, yo soy la embajadora…’, a lo que Quaranta respondió: ‘Que vas a ser vos la embajadora negra de m…’, y le pegó un manotazo. Entró Quaranta a la embajada y lo sacó a Tanco a empujones.
Advertido de esta situación, yo ordené inmediatamente que Tanco fuera restituido a la embajada de Haití y le hice pedir disculpas a la señora embajadora. Por supuesto, todo esto con gran disgusto del general Quaranta… que era un gran adicto a la revolución, pero muy impulsivo y desubicado.
Cuando me enteré de lo que había hecho Quaranta por su cuenta en José León Suárez y sin dar cumplimiento a mis disposiciones, me indigné, y aquí debo confesar que cometí un grave error. El general Quaranta debió ser procesado por su incumplimiento de las órdenes del superior. Pero no lo hice y todo siguió adelante, desgraciadamente… Esa fue una debilidad de mi parte. Quaranta se había trasladado a León Suárez y encontró a un grupo subversivo con aquel camión. Sin dar cumplimiento a mis órdenes, dispuso por su cuenta el abatimiento de los componentes de ese grupo.”[10]
En verdad el general Quaranta debió ser procesado no por incumplimiento de una orden sino por asesinato… La actitud de Rojas tampoco es un error sino el encubrimiento de un asesinato masivo. Pero convengamos que el Almirante Rojas no niega los hechos ni pretende disminuir la responsabilidad histórica que tuvo en los mismos. En un párrafo posterior agrega:
“Declarados el estado de sitio y la ley marcial, el día 12 estaba reunida la Junta Militar, en la Casa de gobierno, cuando se hizo presente el general Lorio, que era jefe de Campo de Mayo y nos dijo, al presidente y a la junta reunida: ‘Señor Presidente, señores miembros de la Junta Militar, yo creo que es conveniente suspender los fusilamientos y basta con que se fusilen un teniente o dos…’ Yo lo escuchaba callado, pero cuando dijo eso intervine: ‘Señor Presidente: voy a tomar la palabra. Señores miembros de la Junta Militar, yo los voy a acompañar en todo, voy a firmar todo lo que Uds. firmen, pero si a alguien hay que fusilar es al jefe de la revolución, el general Valle. Si Uds. resuelven no fusilarlo, yo los acompañaré. Pero si Uds. resuelven hacerlo, también los acompañaré’.”
“Todos, incluido Aramburu, Osorio Arana, Hartung, Krause –que estaba enfrente- me apoyaron enérgicamente. Dijeron: ‘El general Valle debe ser fusilado’. Así se le comunicó al general Lorio y se le dio la orden de proceder a la ejecución, que tuvo lugar en la Penitenciaria, ubicada en ese entonces en la avenida Coronel Díaz”.[11]
Cabe recordar que quienes así resolvían sobre la vida de otros argentinos eran miembros de un gobierno de facto, que diez meses antes se habían apropiado del poder derrocando a un gobierno constitucional y que para triunfar en sus propósitos no habían dudado en bombardear la ciudad de Buenos Aires como si tratara de una capital enemiga…
El general Juan José Valle, antes de ser fusilado, envió una dramática carta a Aramburu donde la formulaba una advertencia premonitoria. Comenzó denunciando el complot gubernamental y la brutal represión, diciendo: “Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pereció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles apuntándonos con ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes en defensa de las guarniciones aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos”.
Finalmente advirtió a su asesino: “Aunque vivan cien años, sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones”.[12]
Desde su exilio en Panamá, Juan D. Perón le escribió a su “Delegado Personal”, el exdiputado John W. Cooke una extensa carta condenando duramente tanto la insurrección de Valle como la dura represión efectuada por el gobierno de facto. “El fracaso de la asonada –escribió Perón- del 10 de junio ha sido la consecuencia del criterio militar del cuartelazo. Los dirigentes de ese movimiento han procedido hasta con ingenuidad. Lástima grande en que hayan comprometido inútilmente la vida de muchos de nuestros hombres, en una acción que, de antemano podía predecirse como un fracaso. Yo vengo repitiendo, a los mismos peronistas precipitados, que no haremos camino detrás de los militares que nos prometen revoluciones cada fin de semana. Ellos ven el estado popular y quieren aprovecharlo para sus fines o para servir a sus inclinaciones de ‘salvadores de la Patria’ que un militar lleva siempre consigo. Pero aquí se trata del destino de un pueblo y no de las inquietudes o ambiciones de ningún hombre.
“Hace cinco meses impartí las instrucciones sobre la forma en que debíamos encarar el problema: mediante la resistencia civil. Durante estos cinco meses no he hecho sino repetir que los golpes militares no interesaban al peronismo porque no era solución salir de las manos de una dictadura para caer en otra. Que la única solución aceptable para nosotros era la voluntad del pueblo y que para ello debíamos recurrir a las fuerzas del pueblo y no a las fuerzas militares. Que la acción de las fuerzas del pueblo eran operaciones de resistencia y no golpes de Estado. Que mediante aquéllas se podría llegar al caos que era el único momento en que el pueblo podía tomar las cosas en sus manos. Que la nuestra era una revolución social y que este tipo de revoluciones habían partido siempre del caos y, que en consecuencia, nosotros no debíamos temer al caos sino provocarlo, teniendo la inteligencia de prepararnos para dominarlo y utilizarlo en provecho del pueblo. Todo ello lo he repetido miles de veces a todos los apresurados que confiaban más en un golpe de la fortuna que en la preparación sistemática y racional de un trabajo adecuado.
“Desgraciadamente, el golpe fallado del 10 de junio me ha dado la razón pero, el precio ha sido demasiado grande. Hubiera preferido equivocarme. Sin embargo, esto ha de servirnos para no insistir en un camino inconveniente. Nuestra finalidad ha de ser la Revolución Social, con todas sus características y con todas sus consecuencias. Para ello es menester que nos preparemos concienzudamente y que estemos resueltos a realizarla en un año, dos, cinco o diez, pero decididos a realizarla. Nada hay que pueda apurarnos en forma de poner en duda el éxito que, por lo que estamos viendo, tenemos allí a dos que trabajan por nosotros: Aramburu y Rojas.”[13]
La historia demostraría que Perón estaba equivocado. No Había dos sino muchos más dirigentes opositores trabajando activamente pero inconscientemente para su regreso.
Si antes del 9 de junio de 1956 existía una profunda grieta en la sociedad argentina, luego de los fusilamientos se produjo un abismo insondable entre peronistas y antiperonistas. “Se acabó la leche de la clemencia”, exclamó entonces el profesor Américo Ghioldi, dirigente socialista y miembro de la Junta Consultiva Nacional, cuyos hermanos Rodolfo José y Orestes era de los tantos dirigentes comunistas que habían arropado a la Revolución Libertadora.
Para el dirigente conservador Emilio Hardoy, “el gobierno provisional aplicó la ley marcial con fusilamientos que, en el caso de civiles revolucionarios de José León Suárez, no halla justificación ni moral ni jurídica. Trágico epílogo de una algarada que contribuyó a hondar la división de los argentinos”.
El dirigente desarrollista Oscar Camilión, testigo de la época, aseguró en sus diálogos con el historiador Guillermo Gasió que “en el campo económico, la Revolución Libertadora había recogido ninguno de sus aciertos. Más grave habían sido sus errores políticos, el peor de los cuales fue el de los fusilamientos de 1956 […] esos fusilamientos fueron las semillas que generaron la violencia años más tarde”.
El sociólogo peronista Arturo Jauretche se expresó en términos similares y contundentes: “Los fusilamientos de ese año no fueron a los peronistas, fueron la creación de una zanja llena de sangre entre la población y las instituciones armadas. Es decir que los fusilados reales fueron unos, pero políticamente, uno de ellos, para mí, fue Aramburu. Ya no pudieron evolucionar, quedaron atados por la sangre de los muertos al esquema de división del país”.[14]
[1] GARULLI, Liliana, Liliana CARABALLO y Otros: “Nomeolvides. Memoria de la Resistencia Peronista 1955 – 1972”. Ed. Biblos. Bs. As. 2000. Pág. 74.
[2] ALONSO, María, Oberto ELISALDE y Enrique C. VAZQUEZ: Op. Cit. Pág. 127.
[3] RODRÍGUEZ LAMAS, Daniel: Op. Cit. Pág. 38.
[4] ROJAS, Isaac F.: Op. cit. Pág. 325.
[5] RODRÍGUEZ LAMAS, Daniel: Op. cit. Pág. 40.
[6] MANRIQUE, Francisco Guillermo: (1919 – 1988). excapitán de Navío, político y periodista. Ocupó el cargo de Jefe de la Casa Militar durante los gobiernos de facto de Eduardo Lonardi y Pedro E. Aramburu, ministro de Bienestar Social durante Roberto M. Levingston y Alejandro A. Lanusse.
[7] YOFRE, Juan B.: Lo identifica de la siguiente manera: “Se trata de Federico Aquiles Gentiluomo, promoción 58 del CMN. Egresó el 22 de diciembre de 1932 y pasó a retiro el 21 de octubre de 1955. Luego fue destituido. Er oficial de Estado Mayor y fue ascendido post mórtem a general de brigada. La resistencia peronista lo nombró secretario de Inteligencia Peronista (SIP).” Ob. Cit. P. 73 cita 63.
[8] YOFRE, Juan Bautista: Ob. Cit. Ps 70 a 74.
[9] WALSH, Rodolfo: “Operación Masacre”. Ediciones de la Flor. Bs. As. 1972. Pág. 193 y 194.
[10] ROJAS, Issac F.: Memorias del Almirante Isaac F. Rojas. Conversaciones con Jorge González Crespo. Ed. Planta. Bs. As. 1993. Páginas 326 y 327.
[11] ROJAS, Isaac F.: Op. Cit. Pág. 328.
[12] ALONSO, María, Roberto ELISALDE y Enrique C. VAZQUEZ: Op. Cit. 129.
[13] PERÓN, Juan D.: Correspondencia Perón – Cooke. Granica Editor. Bs. As. 1973. Ps. 11 y 12.
[14] YOFRE, Juan B.: Ob cit. P. 67.