SANGRE EN LA ROSADA
Diversos presidente argentinos sufrieron intentos de terminar violentamente con su vida: Domingo F. Sarmiento, Julio A. Roca en dos ocasiones, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Victorino de la Plaza, Hipólito Yrigoyen, Juan D. Perón en al menos tres ocasiones, Arturo Frondizi, Jorge R. Videla y Raúl R. Alfonsín. Algunos durante el ejercicio de su mandato otros tras dejar el cargo.
Solo dos presidentes fueron asesinados. Los dos ultimados después de abandonar la Casa Rosada. El entonces gobernador de Entre Ríos y ex presidente de la Confederación Argentina (1854 – 1860), Justo José de Urquiza, fue muerto, el 9 de abril de 1870, en su residencia del Palacio San José, por una partida de feroces asesinos que dirigía el sargento mayor Simón Luengo y que integraban otros cuatro hombres el uruguayo Nicomedes Coronel, el tuerto Álvarez, otro cordobés y un oriental el pardo Luna, a ellos se sumaría el capitán José María Mosqueira. Los asesinos fueron enviados por el general Ricardo López Jordán.
Exactamente un siglo después, el 29 de mayo de 1970, es secuestrado y a los pocos días (posiblemente el 1 de junio) asesinado, el expresidente de facto de la Revolución Libertadora (1955 – 1958), el Teniente General Pedro E. Aramburu.
LOS AÑOS DE PLOMO
La República Argentina vivió una etapa de auge de la violencia política entre 1955 y 1983 donde se sucedieron en forma ininterrumpida golpes de Estado militares, enfrentamientos armados personal castrense, atentados explosivos, asesinatos, aparición de grupos guerrilleros rurales y urbanos, surgimiento de grupos paramilitares, robos y secuestros expropiatorios, represión policial violenta, torturas a detenidos, huelgas revolucionarias, etc. que dejaron un saldo incalculable de muertos y detenidos desaparecidos.
Durante al menos veintisiete años los argentinos incentivados por sus pasiones políticas dejaron de ver al otro como un adversario con quien se competía y negociaba por cargos políticos para considerarlo un “enemigo” al que había que “aniquilarlo” y que no merecía “ni justicia” para “tomar el poder”.
No obstante, durante ese largo periodo, poco más de una década, ha merecido la calificación de “los años de plomo”. Esa etapa comprende aproximadamente entre 1969 y 1981. Se inicia con el estallido del Cordobazo, el 29 de mayo de 1969, y el fin de la segunda oleada de la “Contraofensiva Montonera” de junio de 1981.
Las causas de la militarización que sufrió la vida política argentina son muchas, pero dos hechos han sido los principales detonantes del comienzo de los Años de Plomo.
Por un lado, el estallido social del Cordobazo, que convenció a los grupos de la izquierda radicalizada que estaban dadas las condiciones objetivas para desatar una escalada revolucionaria y tomar el poder.
Por el otro, el secuestro y asesinato del general Aramburu que dejó al gobierno de la llamada Revolución Argentina (1966 – 1973) sin posibilidad de iniciar una transición controlada hacia la democracia ahogando la incipiente oleada revolucionaria.
El 28 de junio de 1966, los militares derrocaron al presidente radical Dr. Arturo U. Illia para evitar un triunfo del peronismo en las próximas elecciones legislativas. Illia que llegó al poder gracias a la proscripción del peronismo se disponía a llamar a elecciones auténticamente democráticas.
Pero las fuerzas armadas estaban decididas a impedir el retorno del peronismo al gobierno, para lograrlo no tuvieron otra alternativa que recurrir una vez más al golpe de Estado. La idea central de los militares en ese entonces era mantener el régimen de facto hasta la desaparición física del líder justicialista exiliado en Madrid y sólo entonces convocar a elecciones condicionadas.
El gobierno militar quedó en manos del Teniente General Juan Carlos Onganía, un militar del arma de Caballería, de pocas palabras y gesto adusto que le ganó el sobrenombre de “la morsa” o “la esfinge”, que se identificaba con el sector más nacionalista y clerical del Ejército. Onganía convocó al gobierno a elementos nacionalistas, conservadores, feroces anticomunistas y marcadamente autoritarios. Para conducir la economía recurrió a figuras vinculadas al liberalismo ortodoxo como el empresario Adalbert Krieguer Vasena o el banquero José María Dagnino Pastore.
Después de la Noche de los Bastones Largos, del 29 de julio de 1966, la salvaje irrupción de la Policía Federal en las aulas de la Universidad Nacional de Buenos Aires, el gobierno militar se enemistó con el estudiantado. La represión a toda expresión de cambio generacional -el pelo largo, las barbas y las minifaldas, el movimiento hippie, la música de The Beatles y Rolling Stone, etc.- enfrentó a los militares con la juventud en general.
La incipiente aparición de grupos guerrilleros patrocinados desde Cuba y una política económica de alto costo social culminaron rápidamente en el Cordobazo de 1969 y en el continuo activismo opositor donde por primera vez en la historia social del país, confluyeron en un mismo frente opositor los obreros, los estudiantes universitarios y los dirigentes políticos de los partidos tradicionales.
El gobierno de Onganía, indiferente a las protestas se negó a efectuar rectificaciones que descomprimirán la conflictividad social y provocó fisuras en la cohesión de las fuerzas armadas con el presidente.
El sector liberal del Ejército, encabezado por el Comandante en Jefe, el Teniente General Alejandro A. Lanusse, veía con creciente preocupación que los grupos guerrilleros estuvieran capitalizando el descontento de la población con el régimen militar y demandaban al presidente Onganía un cambio de rumbo. Se inclinaban por una apertura política gradual que permitiera la instauración de una democracia tutelada que aliviara la explosiva situación social.
Lanusse además tenía ambiciones políticas. Se inspiraba en lo actuado por el general Agustín P. Justo en la década de 1930, que capitalizó el golpe de Estado del General José F. Uriburu para llamar a elecciones con proscripciones que lo convirtieron en presidente constitucional. El general Lanusse también quería ser presidente constitucional y no de facto. Contaba con el apoyo del radicalismo y pensaba que podía sumar al menos a un sector importante del peronismo a su proyecto.
Por otra parte, estimaba que la existencia de un gobierno constitucional le quitaría a la guerrilla una de las principales razones de existir. La lucha armada se legitimaba enarbolando la bandera de la democracia contra la dictadura. Si esta desaparecía, la violencia política perdía su razón de existir.
Lanusse mantenía un buen nivel de diálogo con los dirigentes que conducían la Unión Cívica Radical, comenzando con Ricardo Balbín y Arturo Mor Roig. También conversaba con frecuencia con los desarrollistas Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Al mismo tiempo, estaba convencido de poder repetir la maniobra que empleo Arturo Frondizi para ganar las elecciones presidenciales de 1958.
Creía poder convencer a Perón de que apoyara a un candidato presidencial de consenso entre militares y políticos, que lógicamente era él mismo. Ofrecería a Perón ciertas compensaciones para que se resignara a no postularse a la presidencia. Estos ofrecimientos comprendían el cierre de las causas penales pendientes contra él, restituirle el grado militar, repatriar el cadáver de Eva Perón, devolverle los bienes confiscados en 1955, pagarle las pensiones caídas desde entonces como expresidente y general de división, etc.
Imaginaba para Perón un papel de gran referente nacional, venerado pero sin posibilidades de intervenir realmente en la política activa. Después de todo Perón tenía 75 años (en realidad 77) y debía aspirar a una vida tranquila y a morir en su patria.
Después de todo, pensaba Lanusse, si Perón había arreglado por mucho menos con Frondizi, ahora más viejo y cómodo en su exilio madrileño no debía tener muchas ganas de volver a la Argentina para mezclarse en los problemas de la política diaria y estaría dispuesto a llegar a otro acuerdo aún más provechoso que el anterior. La historia demostraría que Lanusse no había comprendido las verdadera aspiraciones de Perón.
En 1971, Lanusse como presidente de facto anunciaría este plan como el Gran Acuerdo Nacional que, como diría Perón, “solo estuvo en su mente”.
El general Pedro E. Aramburu, jugaba un papel central en los planes de Lanusse. El expresidente debía reemplazar en la presidencia a Onganía e inmediatamente iniciar consultas con todas las fuerzas políticas incluido el peronismo para acordar los términos del restablecimiento del régimen constitucional. En esa negociación los únicos marginados serían aquellos grupos políticos involucrados en la lucha armada: por ese entonces las Fuerzas Argentinas de Liberación, Fuerzas Armadas Peronistas, Descamisados, Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Partido Revolucionario de los Trabajadores que todavía no había creado al Ejército Revolucionario del Pueblo.
Lanusse y Aramburu tenían una antigua relación personal. El entonces teniente coronel Alejandro A. Lanusse fue comandante del regimiento de Granaderos a Caballo, el regimiento custodia presidencial, cuando Pedro E. Aramburu ocupaba el sillón de Rivadavia. Ambos pertenecían al sector liberal (y posiblemente eran miembros de la Masonería) y compartían la misma idea de cómo encarar el restablecimiento del orden constitucional.
Sobre Aramburu pesaba un gran karma político y humano, en junio de 1956, había ordenado el fusilamiento y asesinato de 37 militares y civiles (algunos de ellos vilmente ultimados en el basural de León Suárez) que participaron del levantamiento militar encabezado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. Valle en particular, había sido compañero de pieza de Aramburu en el Colegio Militar de la Nación y ambas familias se frecuentaban. Además, estaba su responsabilidad por el ocultamiento del cadáver momificado de Eva Perón, en Milán donde fue inhumado bajo el nombre de María de Magistris.
En 1969, después del Cordobazo, Pedro E. Aramburu comenzó a moverse políticamente, reuniéndose con políticos, sindicalistas y empresarios y efectuando declaraciones periodísticas y concediendo entrevistas. Incluso viajó a España y Francia para dar proyección internacional a sus aspiraciones presidenciales y buscar contactos con Perón para sumarlo al proyecto.
El 17 de diciembre de 1969 se reunió con el abogado radical Ricardo Rojo, un amigo del Che Guevara que mantenía sólidos vínculos con el general Perón, desde que, en 1957, fue uno de los negociadores del Pacto Perón- Frondizi, en Venezuela. En su carta, del 18 de diciembre, Rojo informa al exiliado madrileño de los sondeos recibidos de parte de Arturo Frondizi y Pedro E. Aramburu para la formación de un frente político.
Aramburu, dice Rojo, “califica al general Onganía de “mediocre, sin rumbo. Parálisis de nuestra economía. Descontento social creciente. Chatura del país. Decadencia en todos los órdenes. Entrega y satelización”.
“Sostuvo que “nuestro males demandan una solución política previa, con la participación leal de las grandes corrientes de opinión: en especial al peronismo y el radicalismo. El entendimiento sobre un programa mínimo es el paso necesario para hacerse cargo de la conducción ejecutiva. Sin mezquindades, sin recelos sobre el pasado donde todos cometimos errores que aún nos dividen. Comprensión y unidad nacional.
“Cuando el pregunté acerca de la actitud de las fuerzas armadas dijo: “aun el general Alejandro Lanusse comprende la necesidad de sustituir a Onganía.”
Dejó entrever que él sería la figura llamada, quedando Lanusse como Comandante en Jefe del Ejército. Agregó que: “luego de arar profundo, la ciudadanía sería consultada en elecciones, sin exclusiones ni veto de ningún tipo, entregando el poder a quien resulte electo.”
Dado sus antecedentes, le pregunté expresamente acerca suyo y de su movimiento, contestó: “El general Perón podría regresar al país y participar decisivamente en el gran esfuerzo común.”
Al fin de evitar malentendidos lo consulté si podía informarle a usted acerca de lo discutido y declaró: “por supuesto” y así lo hago sin asumir representaciones ni mandatos de ninguna clase. Sólo con el patriótico intento de encontrar fórmulas nuevas para superar la continuada crisis en que se debate nuestra Patria. Convinimos en reunirnos nuevamente en los primeros días de 1970. Quedo a la espera de sus reflexiones. Hacia fines de enero lo buscaré en Madrid”[1], concluyo en su misiva Rojo.
Perón no se dejó seducir por los cantos de sirena que llegaban desde Buenos Aires y, en su respuesta a Rojo, tuvo conceptos muy fuertes tanto contra Frondizi como contra Aramburu y sus verdaderas intenciones.
La actividad de Aramburu y su proyecto pronto fue un secreto a voces en los ámbitos políticos bien informados. En particular para quienes manejaban los servicios de inteligencia del gobierno de Onganía. El Secretario de Informaciones de Estado general Eduardo A. Señorans y el ministro del Interior General ® Francisco Imaz.
El general Imaz, en particular, guardaba un profundo rencor contra Aramburu porque este ordenó su pase a retiro en 1957 por pertenecer al sector nacionalista del Ejército.
Juan Bautista “Tata” Yofre nos brinda este ilustrativo relato de la situación política al momento del secuestro de Aramburu: “El teniente general Alejandro A. Lanusse relató que en mayo de 1970 el país vivía un clima de generalizada desazón que repercutía en las filas del Ejército. Por esta razón le pidió a Juan Carlos Onganía que realizara una exposición a los altos mandos de la Fuerza en Olivos. La cita se llevó a cabo en el salón cerrado cercano al chalet presidencial el 27 de mayo de 1970.
“La exposición -recordó Lanusse- fue lisa y llanamente una catástrofe nacional […] Con la Nación a punto de estallar, el Jefe de Estado, calmosamente, se dedicó ese 27 de mayo a dibujar pirámides jerárquicas que indicarían nuevas ideas para lograr estructuras participacionistas. La filosofía era de un corporativismo literal, puro, en que intentaba embretarse la pasión política de los argentinos.
“A medida que el Presidente iba exponiendo se notaba la sorpresa frente a la irrealidad y el desasosiego. El general Jorge Raúl Carcagno, luego de un tiempo prudencial, le preguntó a Onganía en cuánto apreciaba la duración de la etapa para concretar los objetivos que se exponían y el Presidente dijo “Es un proceso largo. No se puede reestructurar en menos de diez o veinte años.”
“Así se llegó al viernes 29 de mayo de 1970 en que se celebró el Día del Ejército en el Colegio Militar de la Nación y se cumplió un año del Cordobazo. Como era una costumbre, tras las palabras del comandante en Jefe se pasó a un salón para un brindis. El general Onganía, en presencia de los otros dos comandante en Jefe preguntó a Lanusse qué repercusión había tenido sus palabras ante el generalato. La respuesta fue cauta pero sincera: “las conclusiones que sacaron los generales fueron, por supuesto, variadas, pero puedo ubicar, dentro de la amplia gama de puntos de vista, a dos sectores: el sector de los generales que no entendieron lo que usted quiso decir y el sector de los generales que están en total desacuerdo con lo que usted dijo.”
“En ese instante del diálogo, un oficial se apersonó e informó que había sido secuestrado el general Pedro Eugenio Aramburu…”[2]
EL SECUESTRO
Sobre el secuestro y muerte de Aramburu hay dos versiones. La primera podríamos denominarla como la “historia oficial del caso” y la segunda como la “historia conspirativa” en torno a la muerte del expresidente.
Norberto Galasso reduce los hechos, según la historia oficial, a la siguiente síntesis: “el 29 de mayo: dos personas, con uniformes militares, se presentan alrededor de las 9 de la mañana, en su departamento, sito en Montevideo 1053, 8° piso “A” de la Capital Federal, y comunican que vienen a ofrecerle protección. La esposa -Sara Herrera de Aramburu- los recibe, los invita con café y después de informarles que su marido los atendería enseguida, abandona el departamento para realizar unas diligencias en la zona comercial cercana. A su regreso -entre 9.30 y 10 horas- se sorprende al no encontrar a su marido, ni tampoco ninguna nota explicativa de su ausencia, según él acostumbra en ocasiones parecidas. Ella no sabe que Pedro Eugenio, tomado amablemente por sus brazos por los dos visitantes, ha iniciado un viaje en automóvil, sin retorno.
“Poco después, Sara se informa telefónicamente, desde un departamento vecino -pues el teléfono suyo está cortado- que en el ministerio de Guerra no existe ninguna citación para su marido. Inmediatamente, notifica lo que ya estima un secuestro a los amigos de su esposo: el general Bernardino Labayru y el capitán de navío Aldo Luis Molinari.”[3]
El 1° de junio, los diarios publican dos comunicados de una organización armada denominada “Montoneros” en los cuales se informa que “el Comando Juan José Valle” procedió al secuestro del general Aramburu y que dados los cargos existentes (especialmente las ejecuciones de junio de 1956 y la desaparición de los restos de Evita) será pasado por las armas.
Después se sabrá que en la “Operación Pindapoy”, tal como denominaron al secuestro y asesinato de Aramburu, ha intervenido un grupo de jóvenes vinculados con el nacionalismo y la Acción Católica: Fernando Abal Medina, Emilio Ángel Mazza, Carlos Gustavo Ramus, Mario Eduardo Firmenich, Norma Esther Arrostito, su marido Rubén Ricardo Roitvan, Ignacio Vélez Carreras, Carlos Capuano Martínez, Carlos Maguid, y Sabino Navarro.
La preparación del grupo para acciones de guerrilla urbana era muy precaria. Mazza y Vélez Carreras habían cursado estudios en el Liceo Militar egresando como subtenientes de resera. Fernando Abal Medina y Norma Esther Arrostito habían recibido entrenamiento guerrillero en Cuba, en 1968.
Los montoneros habrían trasladado en un Jeep Gladiator al general Aramburu a la estancia La Celma, propiedad de la familia Ramus, en Timote, provincia de Buenos Aires a 428 kilómetros de la Capital Federal, donde fue asesinado y enterrado.
LA VERSIÓN DE MONTONEROS
Según un reportaje el 3 de septiembre de 1974 de la revista “La causa Peronista”, dos de los sobrevivientes del secuestro: Mario Eduardo Firmenich y Norma Esther Arrostito relatan que el general Aramburu fue ejecutado por Fernando Abal Medina de un disparo de pistola (en realidad cuatro disparos, tres de calibre 9 mm y uno de calibre 11.15 mm) en el sótano de la estancia La Celma.
La tapa con fondo anaranjado de ese que fue el último número de La Causa Peronista y de cualquier otra publicación masiva vinculada a Montoneros -la semana anterior había sido clausurado el diario Noticias-, fue contundente en su sencillez. “COMO MURIO ARAMBURU”, anunció el titular en grandes letras blancas, cada palabra en una línea, que ocupaban la mitad inferior de la página. En la parte superior, en caracteres más pequeños, se leía la primera parte de la frase: “Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan”. Y por encima de esta, aún más pequeño, “7 de setiembre Día del Montonero”. En un costado, como si fuese una “pintada”, el clásico signo de la “P” dentro de la “V”, que si durante los 17 años de su exilio significaba “Perón Vuelve”, después de su muerte la Juventud Peronista y Montoneros habían transformado en “Vive”.
El artículo está al final de la edición y lo antecede una página en la que se reproduce un texto de Eva Perón que expresa su temor por “la oligarquía que pueda estar dentro de nosotros” y concluye: “por eso los peronistas debemos tratar de ser soldados para matar y aplastar a esa oligarquía donde quiera que nazca”. Una declaración de guerra que, en la mentalidad de Montoneros, era contra Isabel Martínez y López Rega.
El artículo no empieza con el relato sino con un texto de una página en el que se reiteran los tres objetivos del “Aramburazo”. Es en dos columnas de la página siguiente que comienza el relato de Firmenich y Arrostito; el resto de la página y la siguiente lo ocupa la carta de Montoneros a Perón. El relato continúa en las dos páginas posteriores junto a la respuesta de Perón, fechada 20 de febrero de 1971, quien responde a cada uno de los puntos pero les recuerda que todos las formas de lucha son necesarias, no sólo la armada.
El relato sigue en la página 30, donde también está el comunicado número 3 con el que, el 31 de mayo, Montoneros anuncia que “el Tribunal Revolucionario” resolvió matar a Aramburu “en lugar y fecha a determinar; hacer conocer oportunamente la documentación que fundamenta la resolución de este tribunal; dar cristiana sepultura a los restos del acusado, que sólo serán restituidos a sus familiares cuando al Pueblo Argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita”.
El relato de Firmenich, en cambio, dice que fue en la noche del 1 de junio cuando le anunciaron a Aramburu “que el Tribunal iba a deliberar” y que la sentencia le fue comunicada a la madrugada siguiente por Fernando Abal Medina, jefe del grupo. En la última página del artículo, un recuadro responde a las sospechas de la vinculación de Montoneros con Onganía y explica que la documentación que iba a ser dada a conocer “oportunamente”, no existía más. Como consecuencia de las bajas sufridas, el encuentro del cadáver de Aramburu y “para evitar una nueva derrota… Firmenich tomó una decisión tremenda”. Quemó todas las cintas del juicio a Aramburu “porque no tenía ni siquiera un lugar para esconderlas”.
Por lo tanto, lo que realmente ocurrió solo lo saben dos personas que hoy tienen más de setenta años: Mario Eduardo Firmenich, por supuesto, y Ignacio Vélez Carrera (que en el relato de La Causa Peronista aparece mencionado como “otro compañero”), un abogado que dejó Montoneros, después de salir de la cárcel el 25 de mayo de 1973, gracias a la amnistía del presidente Héctor J. Cámpora, y abandonó toda actividad política y nunca ha querido hablar sobre el secuestro y asesinato de Aramburu.
El texto de “La causa peronista” surgió de una entrevista con Firmenich llevó dos tardes, cada vez cinco periodistas encerrados con él en la casa de Dardo Cabo, militante peronista y periodista que había adquirido notoriedad junto con su mujer, María Cristina Verrier, cuando secuestraron un avión y aterrizaron en las islas Malvinas para reafirmar simbólicamente la soberanía sobre ellas. Le costó cuatro años de cárcel. Había trabajado en el diario Crónica, de Ricardo García, y en la revista Extra, de Bernardo Neustadt, antes de figurar como director del semanario El Descamisado, una publicación, que llegó a tener picos de venta de 170 mil ejemplares semanales. A El Descamisado lo reemplazaron El Peronista, primero, y luego La Causa Peronista.
Perón ya había muerto, el 1 de julio, gobernaban Isabel Martínez y José López Rega, el camino de Montoneros iba siendo cerrado y auto cerrado. La decisión de relatar “Cómo murió Aramburu” fue el adiós a la existencia legal de esa organización. La revista fue clausurada y Montoneros anunció que pasaba a la clandestinidad y retomaba el camino de las armas.
Norma Arrostito fue entrevistada por separado y respondió con detalles minuciosos a preguntas sobre los cinco meses de planificación del secuestro y el día de su realización, hasta el momento en que se quedó en la ciudad y Fernando Abal Medina, que era su pareja, Ignacio Vélez, Carlos Ramus, Firmenich y Aramburu emprendieron el viaje hacia la estancia La Celma. Según su relato, ella allí nunca estuvo allí.
El reportaje fue el punto culminante de un desacierto y la antesala de muchos más. Desde la óptica periodística, era el relato que cualquier medio habría querido tener y que ningún periodista podría haber desechado. La confluencia entre ambas perspectivas hizo posible un texto que resulta aún hoy escalofriante.
El relato recorre una secuencia temporal lineal que va desde el momento en que los doce que integraban una organización aún anónima decidieron secuestrar a Aramburu, hasta que lo mataron y enterraron. Cuando Firmenich llegó al momento de contar que en la madrugada del 2 de junio Abal Medina le comunicó a Aramburu “General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte”, la entrevista alcanzó su máxima tensión, que el texto escrito no evidencia. Fue deliberada la elección de un estilo de redacción en el que sólo hablasen los entrevistados, sin interrupciones, interpretaciones ni comentarios por parte de los autores del reportaje. Cualquier agregado era innecesario o incluso negativo desde la óptica de su impacto y credibilidad.
El trabajo de los periodistas consistió en ceñirse a reproducir de un modo fluido las palabras de Firmenich y Arrostito.
Firmenich no estaba cuando Abal Medina mató a Aramburu en el sótano de la casa. “Para él, el jefe debía asumir la mayor responsabilidad. A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos”. Temían que el cuidador del casco de la estancia, el Vasco Acébal, cuya casa estaba cerca, escuchase. No se sabe si Abal Medina estuvo a solas con Aramburu o si estaba Ignacio Vélez cuando bajaron al sótano. “Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared”. ¿Por qué un pañuelo en la boca? Cuando le anunciaron que “el Tribunal iba a deliberar” dejaron de hablarle y “lo atamos en una cama. Preguntó por qué. Le dijimos que no se preocupara”. El relato publicado no explica por qué, pero Firmenich lo explicó: Aramburu ya habría entendido cuál era su destino y ellos temían que intentase suicidarse o escapar. Luego relató el momento culminante:
“General -dijo Fernando- vamos a proceder”.
“Proceda”-, dijo Aramburu.
“Fernando (Abal Medina) disparó la pistola 9 milímetros al pecho, Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta…” No se entiende porque se disparó con dos armas. Resulta inexplicable a menos que uno de los tres disparos de gracia hubiera sido efectuado por otro miembro del grupo de secuestradores.
Ya antes de la muerte de Perón, Enrique Jarito Walker, jefe de redacción de las tres revistas y extraordinario periodista, había empezado a querer hacer la nota sobre el Aramburazo. Su razonamiento era que iban a cerrar La Causa Peronista y que era mejor que lo hicieran por haber publicado esa nota. Eran consideraciones periodísticas internas y autónomas en las que participan Juan José Yaya Ascone, secretario de redacción, y el periodista Jorge Lewinger, que ejercía un rol político en nombre de la conducción de Montoneros. Cuando los argumentos resultaron convincentes, Lewinger trasladó la idea a Firmenich.
Fueron esos cuatro periodistas más Dardo Cabo quienes condujeron el reportaje a Firmenich, en la casa de Dardo. A Arrostito la entrevistaron Ascone y un periodista que actualmente trabaja en el diario Clarín. La redacción del conjunto del artículo fue compleja y es difícil precisar qué hizo quién, salvo lo que el autor de esta nota sabe que escribió: el relato de Arrostito y Firmenich y la primera parte de la nota de apertura. El conjunto fue editado por Lewinger.[4]
LA REACCIÓN DE PERÓN FRENTE AL MAGNICIDIO
Señala Galasso que los Montoneros, recién varios meses después pueden informarle a Perón lo sucedido. “Le enviamos una carta a Perón el 9 de febrero de 1971”. “En el mes de diciembre -cuenta Rodolfo Galimberti- yo viajaba a Madrid. Hacen un contacto con Montoneros. Aparece un tipo llamado [Carlos] Hobert, creo que era el número 2. Me da una carta de Montoneros para Perón. Era una carta explicativa de lo que Montoneros habían hecho hasta ahora.”
En sus partes más importantes relativas a la muerte de Aramburu, esa carta afirma: “En primer lugar, creemos necesario explicar las serias y coherentes razones que nos movieron a detener, juzgar y ejecutar a PEA. Es necesario explayarse sobre los cargos históricos que pesaban sobre él: traición a la Patria a su Pueblo. Esto solo bastaba para ejecutar una sentencia que el pueblo ya había dictaminado. Pero, además, había otras razones que hacían necesaria esta ejecución. La razón fundamental era el rol de válvula de escape que este señor pretendía jugar como carta de recambio del sistema. Sabemos en qué iba a terminar esta jugarreta, porque ya hemos presenciado jugarretas similares desde 1955 para acá. Los gorilas se piensan que se puede engañar a un pueblo con sucesivas expectativas que al final se ven frustradas, pero se equivocan pues no se puede engañar a un pueblo educado en una doctrina que le es propia, no nos engañan a nosotros.” [..]
“Nos preocupan algunas versiones que hemos recogido, según las cuales nosotros con este hecho, estropeamos sus planes políticos inmediatos. De más está decir que no está en nuestros propósitos entorpecer la conducción de conjunto que Usted realiza para la mejor marcha del Movimiento en su totalidad. Desgraciadamente, además, nuestros actos apuntan a señalar la única estrategia que consideramos correcta sin tener, en general, vinculación táctica con otros sectores del Movimiento. […]
La respuesta de Juan D. Perón no se hizo esperar, el 20 de febrero escribió: “A los compañeros Montoneros. Mis queridos compañeros […] he recibido vuestras cosas y desde ya agradezco el saludo que retribuyo con mi mayor afecto […] Les manifiesto mi total acuerdo con la mayoría de los conceptos que esa comunicación contiene como cuestión de fondo. 1) Estoy completamente de acuerdo y encomio todo lo actuado. Nada puede ser más falso que la afirmación de que con ello ustedes estropearon mis planes tácticos porque nada puede haber en la conducción peronista que pudiera ser interferido por una acción deseada por todos los peronistas. Me hago un deber en manifestarles que sí eso se ha dicho, no puede haber sido sino con mala intención.” […][5]
Creo que las palabras de los protagonistas son suficientemente elocuentes como para no merecer más comentarios.
LA VERSIÓN CONSPIRATIVA
Los partidarios de historia conspirativa afirman que el secuestro fue realizado por un comando de militares -incluso mencionan a un coronel en ese momento en actividad como jefe de los secuestradores y quien habría ingresado al domicilio de Aramburu-. El expresidente habría sido trasladado a un inmueble donde fue interrogado sobre la conspiración para reemplazar a Onganía. En ese momento, debido a la tensión y la edad el expresidente se descompuso. Alguna versión habla incluso de que los captores realizaron un simulacro de fusilamiento que habría provocado un infarto en el secuestrado. Espantados y sin saber muy bien que hacer, los secuestradores habría llevaron al Hospital Militar Central para reanimarlo; pero sin éxito.
Para ocultar su responsabilidad en la muerte de un expresidente, los militares habrían entregado el cadáver a un grupo nacionalista vinculado a la Secretaría de Informaciones de Estado con la orden de que lo ocultaran. La creación del supuesto Comando Juan José Valle de la organización Montoneros sería también parte de la maniobra de encubrimiento.
Luego de ocultar el cadáver, rápidamente los miembros del grupo fueron identificados por las fuerzas de seguridad y ultimados en enfrentamientos armados en la vía pública. Solo sobrevivieron inicialmente tres miembros del grupo: Firmenich, Arrostito y Vélez que obligados por las circunstancias recrearon su participación en el hecho en versiones llenas de imprecisiones, el misterio y el silencio. Pero no todo el mundo creyó sus afirmaciones.
Según el historiador Carlos Altamirano: “A comienzos de 1970 era un secreto a voces que Aramburu estaba a la búsqueda de un acuerdo con Perón para una salida electoral y, por supuesto, los Montoneros no lo ignoraban. "Actualmente Aramburu significa una carta del régimen", consignaba el primer comunicado de la agrupación armada, que denunciaba el propósito de engañar al pueblo en una falsa democracia. (…) Anular esa “carta del régimen” significaba anular la posibilidad de que el peronismo fuera desviado de su destino revolucionario”?
El periodista de Clarín, Alberto Amato reveló que el general Bernardino Labayru, uno de los incondicionales de Aramburu, le había sugerido en una entrevista que el general fue víctima de un secuestro por parte de un grupo de las Fuerzas Armadas y que murió en el Hospital Militar.? En su biografía "Aramburu", Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi citan a un ex ministro de Aramburu, Carlos Alconada, que responsabiliza por el crimen al ministro del Interior de Onganía, Francisco Imaz.? También mencionan que mientras era ministro del Interior del gobierno del general Alejandro A. Lanusse, el dirigente radical Arturo Mor Roig, dijo a la señora de Aramburu que no se podía avanzar en la investigación del asesinato porque se salpicaba al Ejército.
Según se relata en el libro “Z Argentina. El crimen del siglo”, el profesor Próspero Fernández Albariños, un ex comando civil de la Revolución Libertadora que empleaba el alias “Capitán Gandhi”; el secuestro de Aramburu fue cometido por fuerzas paramilitares a las órdenes de Onganía, vía su Ministro del Interior, el General Imaz, que a su vez controlaba la Policía Federal, principal protagonista del operativo. Según sus investigaciones Aramburu fue asesinado en el mismísimo Hospital Militar Central, de Buenos Aires, y que su cuerpo fue entregado a Horacio Wenceslao Orué, vinculado a los Servicios de Informaciones de Estado.
Incluso el Tata Yofre que cree en la versión de los Montoneros secuestrando a Aramburu reconoce que existen dudas razonables sobre la participación de los servicios de inteligencia en el hecho: “Otros dirán que los integrantes del grupo montonero -dice Yofre- habían sido armados y financiados por gente cercana al gobierno. Sobran razones que prueban alguna conexión con uno u otro integrante del comando. Pero nadie puede probar ni la asignación ni mucho menos la complicidad en el asesinato”.[6]
EL FINAL DE ONGANÍA
El asesinato del general Aramburu causó gran conmoción en la opinión pública de Argentina, la que fue aún mayor entre sus partidarios, diversos periodistas y escritores que emitieron también sus opiniones: “Aun cuando Aramburu hubiese sido responsable de numerosos crímenes, su muerte lo único que hace es añadir otro asesinato a la lista. No resuelve, ni anula, ni compensa nada. Es otro crimen”.
Señala el Tata Yofre que entre el 29 de mayo y el 8 de junio de 1970 se sucedieron innumerables reuniones entre el presidente Onganía y los Comandantes en Jefe; de funcionarios de la Administración Pública con altos jefes militares; cónclaves de altos mandos en las tres Fuerzas Armadas; conciliábulos de dirigentes políticos, todo bajo un clima de desinterés general de la población. El sistema se había conmovido y el prestigio de Onganía estaba por el piso. El presidente reclamaba una autoridad que ya no tenía y una seriedad que había perdido el 27 de mayo. El poder no estaba en la calle, se encontraba en los cuarteles y había llegado la hora del reemplazo.
El lunes 8 de junio, el Comandante en Jefe del Ejército emitió un comunicado, a las 11.20 por Radio Rivadavia, informando que “la responsabilidad asumida por el Ejército, en la Revolución Argentina, es incompatible con la firma de un nuevo cheque en blanco al Excelentísimo señor Presidente de la Nación, para resolver por sí aspectos trascendentales para la marcha del proceso revolucionario y los destinos del país".
A las 14.55, la Junta de Comandantes en Jefe dieron a conocer una declaración, informando que reasumía “de inmediato el poder político de la República”, e invitaba “al señor teniente general Onganía a presentar su renuncia al cargo que hasta la fecha ha desempeñado por mandato de esta Junta”[7]. El reemplazante de Onganía en la Casa Rosada fue el general Roberto Marcelo Levingston, un oficial de inteligencia que en ese momento se desempeñaba como delegado en la Junta Interamericana de Defensa, en Washington, tan desconocido para los argentinos que la Junta debió pedir a los diarios que publicaran su legajo para presentarlo a la ciudadanía.
CONCLUSIONES:
Cincuenta años han transcurrido desde el secuestro y asesinato de un ex presidente de la Nación Argentina. Un nefasto acontecimiento que proyecto el nombre Montoneros a la historia de nuestro país y dio comienzo a los Años de Plomo. Pero aún persisten muchas dudas en torno a quienes fueron sus verdaderos autores y cuáles los auténticos móviles que provocaron tan horrendo crimen.
[1] CHAVES, Claudio: La carta de Ricardo Rojo a Perón que reaviva sospechas sobre el móvil del asesinato de Aramburu. Artículo publicado en el diario Página 12, del 17 de septiembre de 2017. https://www.pagina12.com.ar/62881-juicio-y-muerte-a-aramburu
[2] YOFRE, Juan Bautista “Tata”: La horrorosa trama detrás del secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu. Artículo publicado en el diario Infobae.com. Bs. As. 9 de junio de 2019. https://www.infobae.com/sociedad/2019/06/09/la-horrorosa-trama-detras-del-secuestro-y-asesinato-de-pedro-eugenio-aramburu/
[3] GALASSO, Norberto: Perón. Exilio, resistencia, retorno y muerte (1955 – 1974). Tomo II, Ed. Colihue. Bs. As. 2016. P. 1054.
[4] DIARIO CLARIN: A 40 años del asesinato. Relato secreto de la confesión por el crimen de Aramburu. Artículo publicado sin firma en el suplemento Tema del Domingo: La violencia en los 70, Clarin.com. Bs. As. 30de mayo de 2010.
[5] GALASSO, Norberto: Ob. Cit. P. 1060
[6] YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Op. Cit.
[7] YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Op. Cit.