Desde que se constituyó el Frente de Todos la mayoría de sus integrantes han insistido que existe total armonía entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner y que dentro de ese heterogéneo frente electoral existe un único proyecto político, que las únicas diferencias son sutiles matices o tiempos en la implementación de las medidas.
Sin embargo, resulta evidente de que esto no es así. Si Alberto y Cristina fueran exactamente lo mismo hubieran continuado gobernando juntos hasta el fin del mandato de Cristina Kirchner en 2015. Pero esto no ocurrió. El 28 de julio de 2008 Alberto Fernández abandonó el gobierno del matrimonio Kirchner en desacuerdo con las políticas que estos pretendían aplicar.
Luego de dejar su cargo de jefe de Gabinete, Alberto Fernández se dedicó a reprocharle amargamente y a criticar las políticas aplicadas por su presidenta. Incluso llegó a dudar del equilibrio mental de su antigua jefa.
Por otra parte, si fueran exactamente lo mismo, que sentido tendría para Cristina Fernández de Kirchner resignar su candidatura a presidente para poner en ese cargo a Alberto, conformándose con un segundo puesto como vicepresidenta.
Cristina Kirchner no impulso la candidatura presidencial por amistad o aprecio hacia Alberto Fernández, lo hizo porque necesitaba la figura de un político más moderado, sin causas judiciales pendientes, con mejor imagen y más potable para sectores del electorado que resistían su figura, que nunca la habrían votado y sin los cuales el kirchnerismo no podría haber recuperado la presidencia.
Las diferencias entre ambos dirigentes fueron evidentes desde el primer momento. Comenzaron por el hecho claro y sobresaliente de que el Frente de Todos está constituido en esencia por la alianza entre dos partidos. Por un lado el Partido Justicialista con sus gobernadores y sindicatos. Por el otro, por el partido creado por CFK, la Unidad Ciudadana. A estos dos grandes partidos se agregan agrupaciones menores y diversos movimientos sociales.
Incluso durante la campaña presidencial el candidato a presidente y su vice mantuvieron sedes partidarias separadas. Alberto Fernández se estableció en unas oficinas cedidas por el sindicato de porteros, el SUTHER liderado por Víctor Santamaría, situadas en la calle México. Mientras que Máximo Kirchner y su madre operaban desde el Instituto Patria o el departamento de la calle Juncal y Uruguay.
Por otra parte, Alberto Fernández, en los días de la campaña se reunió con todos los sectores del peronismo. Con los dirigentes sindicales y los gobernadores e incluso con aquellas figuras del peronismo que se habían distanciado del matrimonio Kirchner heridos por el trato que este dispensaba a sus colaboradores. Comenzando por Sergio Massa y siguiendo con Gustavo Béliz, Martín Redrado, Florencio Randazzo, Vilma Ibarra, etc. Su intención fue sumar a todo el espectro ideológico del peronismo en un único frente electoral.
Alberto incluso cortejó con insinuaciones y promesas al exministro Roberto Lavagna para que mantuviera su candidatura y así dividiera el voto anti-kirchnerista.
Mientras tanto, Cristina Fernández compartiendo esa estrategia, mantuvo un prudente silencio. Así pasó la mayor parte del tiempo en Cuba evitando definirse y para no enfrentar a la prensa. Su única participación en la campaña electoral consistió en las escasas y muy controladas presentaciones de su libro “Sinceramente”. En esas oportunidades, Cristina jugaba el juego que mejor conocía y más disfrutaba. Pronunciar largos monólogos frente a un auditorio compaciente que sonríe y aplaude.
Cristina permitió en esa etapa que Alberto Fernández hiciera todo tipo de promesas y creyera que realmente tendría una autonomía que en realidad no estaba dispuesta a permitirle. Mientras tanto alimentaba calladamente sus antiguos rencores y sospechas.
Tras la victoria electoral Cristina Kirchner retorno para reclamar el rol central en la toma de decisiones del futuro gobierno.
“Les deje que armaran el gobierno y me llenaron todos los casilleros con gente que me odia”, aseguran que dijo cuando recibió la nómina de quienes integrarían el nuevo gobierno.
Como una forma de ratificar su jefatura, tomó la lapicera y tachó a aquellos postulantes que no eran de su agrado. Todo el mundo político sabe que Cristina no es una persona que olvide o perdone los antiguos agravios o disidencias.
En otras palabras, Alberto y Cristina conforman un matrimonio de conveniencia donde las diferencias residen en la existencia de dos proyectos distintos y de aliados diferentes. Es decir, se trata de la existencia de diferencias más profundas y difíciles de conciliar. Cuando el objetivo era derrotar al macrismo, recuperar el gobierno y terminar con la persecución judicial de algunos exfuncionarios los peronistas y kirchneristas estaban todos juntos.
En la medida de que los objetivos comunes se van alcanzando comienzan a hacerse más notables las discrepancias entre ambos sectores de la coalición gobernante. Porque de eso se trata el Frente de Todos, de un conglomerado de sectores diversos en su historia, proyectos y hasta orígenes generacionales disimiles.
Lo curioso es que mientras el presidente Alberto Fernández trata de disimular las diferencias y discrepancias, tanto su vicepresidente Cristina Kirchner como quienes integran un entorno parecen buscar la confrontación.
El Presidente, por ejemplo, manifestó a la prensa que habla “siempre” con Cristina Kirchner. “Somos amigos, es la vicepresidenta, ha sido dos veces presidenta del país” destacó en una entrevista por la radio AM110.
Y agregó: “A veces estamos de acuerdo, y a veces no, pero yo la escucho por su gran capacidad e inteligencia. Pero siempre tiene cosas para aportar, yo siempre la escucho con mucha atención por su experiencia”.
Según el entorno de Alberto Fernández, el presidente y si vice hablan por teléfono todos los días y se ven una vez a la semana. La cuarentena puede extender esos plazos, pero la agitada agenda presidencial no les impide chatear a diario aunque sea a última hora. Sin embargo, esta versión no es muy compatible con la reunión de tres horas a puertas cerradas y aislados de todo oído indiscreto que mantuvieron esta semana.
Menos aún, que al término de la misma no se haya dado a conocer ningún comunicado ni hecho una foto feliz que eliminara toda especulación sobre discrepancias o malestar entre ambos.
Lo cierto es que, Cristina Fernández de Kirchner no ha efectuado nunca aclaraciones de cuál es su relación con el Presidente, ni ha deslizado halagos sobre él o desautorizado a aquellas personas de su amistad y confianza que menosprecian a Alberto Fernández y le restan autoridad cada vez que se presenta la ocasión. Incluso en ciertas apariciones públicas con el Presidente, Cristina Kirchner no ha evitado mostrar su disgusto e incomodidad.
Cristina Kirchner tampoco ha expresado nunca, en forma concreta, su respaldo a las medidas aplicadas por el Presidente y evita en todo lo posible compartir con él los actos de gobierno. En sus escasas apariciones públicas prefiere la compañía del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof.
En cuanto a las críticas de los kirchneristas contra el presidente,recordemos por ejemplo, que tras el triunfo de los Fernández en las elecciones primarias, el venezolano Diosdado Cabello lanzó una dura advertencia al candidato presidencial del Frente de Todos, “Me alegro mucho por el esfuerzo y el valor del pueblo argentino. Ojalá, Dios querido, que no me equivoque, que a quien están eligiendo no vaya a creer que lo están eligiendo porque es él”.
Más tarde, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, el médico militar Sergio Berni, un hombre de confianza de la Vicepresidenta, dijo algo parecido. “Nuestro jefe político es Cristina Kirchner, y Axel Kicillof es nuestro administrador y al que le debemos todo porque es el hombre que ha designado Cristina", declaró Berni al ser entrevistado por Luis Novaresio (A24).
Cristina Kirchner nunca desautorizó públicamente a ningún dirigente por cuestionar la autoridad del presidente muy por el contrario siempre se ha sentido halagada de que la consideren “la jefa”.
Más allá las diferencias que emanan de las declaraciones públicas, lo cierto es que la orientación conceptual de la política exterior, de los resortes importantes del poder político y la relación con los movimientos sociales más contestarios están en manos de Cristina Kirchner y de La Cámpora. Mientras que en sordina ambos sectores se disputan los cargos en el gobierno.
La sociedad argentina debería prepararse para que, al término de la cuarentena que ha reducido la actividad política y económica, el país no solo se vea enfrentado a una difícil situación económica sino también a una fractura más o menos traumática en la coalición de gobierno.