Sobre lo sucedido en las elecciones andaluzas del 2 de diciembre se hablará durante mucho tiempo, por lo menos durante quince días, luego el corazón nos dará otro salto. La formación de la mesa del Parlamento señalará las cartas que va a jugar cada uno. No obstante los temas de fondo se seguirán escondiendo en la gatera y así seguiremos pasando pantallas del juego. Las fuerzas políticas irán modificando objetivos, estrategias, armas a utilizar, pero el juego será el mismo. Cuando igual lo que procede es resetear y comenzar una nueva partida e incluso iniciar otro juego en el cual todos puedan ganar o por lo menos no perder colectiva e irremediablemente.
Lo sucedido deja muchas incógnitas, casi todas ellas relevantes y pertinentes a futuro. Lo peor es que la renuncia a la objetividad hace perder la perspectiva que en este momento es más necesaria que nunca.
¿Han fracasado las encuestas? Es curioso que al final sea el mensajero a quien se haga responsable del panorama que las elecciones han dejado. Las encuestas solo marcan tendencias y en este punto es más relevante lo que sienten y preocupa a los ciudadanos, saber por qué votan lo que votan y no a quién van a votar. Eso la política lo está ignorando, dejándose llevar por medios y redes que lo único que proyectan son iconos personales expulsando abruptos eslóganes. Mensajes a las vísceras y no al hemisferio izquierdo del cerebro de la ciudadanía. Lo importante que nos están diciendo las encuestas es la desazón e incertidumbre ciudadana.
¿La política se ha convertido en una mera secuencia de procesos electorales? No es un problema exclusivamente español, recorre Europa. La diana se fija en las siguientes elecciones. Como las fallas se queman unas y se empieza a trabajar para las siguientes, olvidando que el fin de la política es la gestión de los asuntos públicos. Así progresivamente se diluye el paraqué, porque se vota. Evidentemente cuando de paro, desindustrialización, tráfico de drogas, precariedad… ni se habla, ni se ofrecen soluciones, y se responde a todo: ¡Cataluña!, se desvirtúa el valor de las elecciones. Cuando son esencias e identidades lo que centra todo, se niega al adversario y convierte en enemigo, España se empieza a convertir un problema en sí misma. Los españoles y sus incertidumbres han quedado en un segundo plano en el discurso político y el para qué se vota, en algo accesorio. Da lo mismo elegir representantes locales, autonómicos, nacionales o europeos o plantear soluciones, lo realmente buscado es enervar sentimientos dando respuestas simples a problemas complejos. El rédito electoral a corto plazo parece justificarlo.
¿Las reglas democráticas se pueden interpretar a conveniencia? Cuando se enarbola reiteradamente: lo único legítimo es que gobierne el partido más votado… no debe gobernar un partido que no tiene mayoría parlamentaria… y todo cambia cuando la posición cambia; cuando el respaldo mayoritario de los ciudadanos a lo largo de diferentes procesos electorales es pernicioso; cuando lo esencial es “desalojar” a quien gobierna sin un ápice de objetividad, se está manipulando descaradamente la inteligencia cívica.
La Unión Social Cristiana lleva 70 años ganando elecciones y gobernando en el Lander de Baviera. No hay constancia de que ningún líder opositor haya deslegitimado las victorias de los socialcristianos en siete décadas y menos en los términos que se hace en España. Por el contrario ha puesto a todos de acuerdo en que lo preocupante es que el ultraderechista y antieuropeo Alternativa por Alemania consiguiera, en las últimas elecciones con un 10,2 %, entrar por primera vez en el Parlamento Regional. En España todo esto parece inocuo. Debilitar la democracia, reinventar sus reglas, interpretarlas a conveniencia se convierte en un baile de salón para ganar el aplauso de la concurrencia.
¿La ideología es cambiante como las estaciones del año? Populismo, nacionalismo, radicalismo extremista son rechazables si vienen de un lado del espectro político u otro. No es sostenible la conveniencia en cuestiones tan serias. Los valores y los planteamientos ideológicos siguen siendo referentes en la sociedad, si no sería el acabose de la democracia, de la convivencia y del progreso. No se puede votar en el vacío. Los híper liderazgos, hoy tan de moda, lo transcendente e imprescindible, la concepción del poder como un fin en sí, el continente sin contenido, es un flaco favor si queremos salir del agujero en el que está Europa y por ende el mundo.
Se dice alegremente: “así es la política”, la política debe ser otra cosa y está en las palabras y el ejemplo de los dirigentes. Andalucía tiene que ser hoy, como fue en los albores de la democracia, un ejemplo de una sociedad que busca su bienestar, en un estado descentralizado, dentro de una España que sorprendió al mundo recuperando el tiempo histórico perdido y ocupando un papel decisivo en una Europa unida. Por ello no hay que dar un paso atrás, pues no sería de los andaluces, sino de todos.
Los relatos templados, conciliadores y racionales ahora, como en un pasado que nos viene como una sombra no tienen mucha cabida y todos parecen lo mismo y los broncos parecen los más atractivos. A los extremismos y a los nacionalismos exacerbados no se les para en las calles sino en las instituciones. Esto no es ni buenismo, ni posibilismo es racionalidad democrática. Ahora bien, los que tienen que elegir el camino son los que han sido designados por los ciudadanos para que los representen, ellos tienen que decidir hacia dónde nos quieren llevar. Celebremos los 40 años de Constitución con un ejercicio de sensatez democrática.