La pasada semana me aventuré a decir que intentaría trazar la geopolítica española para 2018. Como diría el líder de la política española Mariano Rajoy “no es cosa fácil, dicho de otra forma, es difícil”. España, en los momentos más complejos de la política mundial y europea del siglo, ha ido caminando hacia una pérdida progresiva de oportunidades y de sus innegables capacidades. Tenía que haber vuelto a ser un operador privilegiado en la política europea. En Europa se la espera tras el acuerdo de gobierno en Alemania, estando solo pendiente de que las elecciones italianas no den desagradables sorpresas y sitúen a Renzi al frente del gobierno, frenando así a los populismos bipolares del decrépito y patético Berlusconi y del estridente Grillo y su M5S. Esta elección no es cosa menor, es mayor; con Italia a la contra, el resurgir del Proyecto Europeo y España a la deriva pueden dificultar que la Unión Europea vuelva a tener el peso que le corresponde. Además de no servir de bálsamo de fierabrás contra los emergentes populismos europeos extendidos con formas diversas por toda la región.
La realidad política de España no es halagüeña, sigue sin tener un proyecto de país consensuado y claro, viviendo en la inmediatez, a golpe del titular de cada mañana, dando vueltas a las últimas encuestas publicadas y esperando escribir sobre la arena la frase tonta de la semana.
El tema catalán se ha terminado por convertir en un galimatías que será imposible explicar por los maestros a sus alumnos dentro de unos años en las clases de historia, pasando a ser parte del teatro del absurdo. Las elecciones de diciembre han vuelto a situar todo en la casilla de salida, pero sin hacernos olvidar que ha habido partidas anteriores que han ido dejando vencedores y vencidos. Un nuevo paso por las urnas en unos meses, o seguir única y exclusivamente apelando al cumplimiento de la legalidad, terminará siendo un bucle que irá minando la confianza democrática de la ciudadanía. La constitución de la mesa del Parlament catalán nos demuestra claramente que solo se sigue apostando por el juego de mayorías sin haber optado por una composición que abriera la expectativa a poder iniciar un proceso de dialogo. La pretensión de investidura telemática de Puigdemont y el propio hecho de perseverar en que sea él y no otro el candidato mantiene a los independentistas en la estrategia de “mantenella y no enmendalla”. Es de prever que tenemos conflicto para rato. Eso unido al triple desinterés de los populares: Uno, que la Comisión del Congreso para la evaluación y modernización del Estado Autonómico sirva de lugar de encuentro e inicio de un dialogo; dos, plantear como Gobierno una oferta previa de discusión, con el futuro gobierno catalán, seria y basada en contenidos -no solo en principios-; y tres, mostrar algún interés por resolver los problemas y no que mueran lánguidamente. Todo esto hace que no se pueda contemplar con un mínimo optimismo la cuestión.
Desgraciadamente, por tanto, Cataluña va a seguir marcando la agenda. Lo peor es que, aunque algunos dirigentes políticos se esfuercen en mantener una agenda propia e intenten enfocar los problemas nacionales, la presión mediática se lo va a impedir, unido a la obsesión que se ha generado de hacer de la política un envío de tweet vacío de sustancia.
Evidentemente esta legislatura está más muerta que viva. Un presupuesto que no llega y un partido gobernante que va a pasar más tiempo pensando en cómo coloca cortafuegos para que el deslumbrante color naranja no le haga un traje electoral desde la alianza, en lugar de dedicarlo a afrontar los problemas de la ciudadanía. No nos puede extrañar, es ni más ni menos que lo que viene haciendo en los últimos dos años, puro tactismo electoral. Con ello intenta cubrir las consecuencias de una corrupción que, aunque no ha sufrido penalización en las urnas, aún, tal vez comience a golpearle en los tribunales. El PP va a pasar el año intentando desembarazarse de “la porquería” que los encausados y ayunos de protección irán destilando. Todos comenzarán a recuperar la memoria. Rato, ha sido el primero; Correa el segundo y así progresivamente. Ello hará que volvamos a estar en un continuo proceso de descomposición de confianza en quien gobierna.
Anticipar una convocatoria electoral ahora no va a ser la solución y Rajoy siempre permanecerá en la esperanza de que la tempestad amaine con el tiempo.
Ciudadanos y los apoyos del poder económico y mediático les hacen estar disfrutando de su luna de miel con la política, la ayuda fáctica ya ha sido importante en las elecciones catalanas y se intensificará durante el año. A esa estrategia responden las encuestas recientemente publicadas. Encuestas que anuncian un deseo: el que la pugna electoral mayoritaria se circunscriba a dos propuestas programáticas nítidamente de derechas, con ello las fuerzas de izquierda quedarían relegadas a una posición secundaria. Nuevamente nada es casual, pretenden que el escenario político español pivote como el francés entre dos fuerzas del mismo bloque ideológico, con el PSOE, como el SPD en Alemania, para asegurar la gobernabilidad y la otra como mera legitimadora del pluralismo malentendido. Poniendo las piezas sobre el complicado tablero puede verse el flaco favor que Pablo Manuel Iglesias ha hecho a la izquierda española, su paso por la política, aunque efímero puede ser aún más dañino. Saber que no pasará a la historia puede agudizar la egolatría.
Entre Macron y Rivera hay un mundo en cuanto a perfil político, capacidad de liderazgo y propuesta programática. Será más fácil que Rajoy y un PP lastrado por la corrupción y la inacción sea sustituido por un C’s, que en definitiva representa la misma visión del mundo, que creer que entre los dos pueden ocupar todo el campo político dando por amortizada a la socialdemocracia.
En 2018 esa batalla ideológica va a ser lo más interesante que depare el año en términos políticos. Habrá que estar atento a las propuestas de unos y otros sobre cómo se quieren afrontar los problemas de los españoles que no son pocos ni pequeños.
Una cuestión importante en la que habrá que fijarse con atención es la evolución interna y externa de Podemos y sus antiguas “confluencias”. No está claro en qué confluyen en este minuto con el errático devenir de esta formación desde febrero de 2016, con la negativa de investidura a Sánchez y su posicionamiento en el caso de Cataluña como marcas genuinas de la casa.
En el horizonte estará 2019, en junio cabe la posibilidad de que la izquierda sea la fuerza mayoritaria en Comunidades Autónomas y grandes municipios cumpliendo de manera diferente la importante misión que tienen de ser los máximos prestadores de servicios públicos y derechos sociales, que es lo que a fin de cuentas garantiza la equidad y cohesión de la sociedad. Para ello es esencial que las “izquierdas podemitas” se libren de la rémora de querer ser una izquierda de exaltación para ser una izquierda de transformación y también que una parte de los socialistas y de su electorado comprendan que hay que cambiar la forma de hacer y contar la política para ser de nuevo la fuerza hegemónica de la izquierda, pues la sociedad está cambiando más rápido de lo que a veces pensamos.
Esperemos que los medios de comunicación y los propios ciudadanos tomen conciencia de que España, como mejor se defiende, es avanzando hacia el futuro y no viviendo parados en el pasado que como decía el poeta su único encanto consiste en que es el pasado.