Resulta evidente que en algunos países tanto la clase dirigente tradicional como los partidos políticos se encuentran desprestigiados y atravesando por una profunda crisis. La evidencia de este hecho es la frecuencia con que ciertos outsiders conquistan posiciones relevantes en el gobierno e incluso se convierten en jefes de Estado.
Figuras como Lenin Moreno en Ecuador; Sebastián Piñera en Chile; Pedro Pablo Kuczynski en Perú; Mauricio Macri en Argentina y el mismo Donald Trump en Estados Unidos son ejemplo de empresarios devenidos exitosamente en políticos.
En el siglo XIX y XX, las principales figuras políticas que se incorporaban al sistema políticos desde la cima e incluso se convertían en jefes de Estado provenían de las fuerzas armadas. En algunos casos después de un exitoso desempeño militar, Ulisses S. Grant y Dwight Eisenhower en los Estados Unidos y Julio A. Roca en Argentina fueron ejemplo de este tipo de militares que alcanzaron la presidencia a través de elecciones.
En otros casos esta incorporación al sistema político se produjo después de que un golpe de Estado exitoso creó las condiciones necesarias para su acceso al poder. Juan D. Perón en Argentina, Alfredo Stroessner en Paraguay y el mismo Francisco Franco Bahamonde en España; fueron tan solo algunos ejemplos de este tipo de jefes de Estado de origen militar.
Contrariamente a lo que podría pensarse, estos militares no se mantuvieron en el poder por la permanente apelación a fuerza sino porque demostraron poseer grandes dotes políticas que les permitieron perdurar en la cima del sistema político.
Ahora, en el siglo XXI, con la irrupción de nuevas tecnologías de la imagen y las comunicaciones acompañadas de un auge de las redes sociales, el sistema político ha sufrido una profunda transformación.
Las estructuras políticas tradicionales se vuelven día a día obsoletas y la forma de transmitir el discurso político ha cambiado totalmente. La información antes monopolizada por las grandes empresas periodísticas: diarios, radioemisoras y canales televisivos hoy se ha democratizado y multiplicado. Las noticias y los análisis se difunden desde blogs personales, páginas institucionales de universidades y think tanks, portales de noticias de periodistas independientes, cadenas de email, mensajes de Twitter e imágenes de Instagram, etc.
Pero, no solo la forma de transmitir la información ha cambiado también los ha hecho la composición de los elencos dirigentes donde los políticos profesionales han sido desplazados por outsiders provenientes del ambiente de los ricos y famosos.
Los dirigentes políticos del siglo XXI no parecen necesitar una sólida formación académica ni ser hombres de pensamiento, escribir libros trascendentes, ser grandes oradores o portadores de un ideario político repleto de grandes valores.
Los nuevos políticos son producto del pragmatismo más brutal. Para convertirse en figura política es suficiente con ser una celebridad y haber acumulado una importante fortuna personal. Basta que el electorado los conozca, transmitan una imagen de éxito, fama y riqueza; luzcan una figura atractiva, expresen juventud, tengan una sonrisa agradable y si es posible algunas dotes de showman televisivo.
Luego, un ejército de eficientes asesores y expertos se encargarán de “vender” al electorado el candidato convertido en un producto de consumo más.
Jefes de prensa astutos y bien vinculados se encargarán de pactar las entrevistas y orientar los análisis periodísticos. Académicos y periodistas se ocuparán de redactar sus discursos y preparar respuestas inteligentes a las preguntas que puedan formularse al candidato. Un ghostwriter bien remunerado escribirá algún libro para que se publique con la firma del candidato conteniendo propuestas políticas, si las hay sino serán una oportunas “memorias”. Esto dará al novel político una imagen de solidez intelectual.
Más tarde, un escritor “independiente” se encargará de publicar una edulcorada “biografía no autorizada” revelando algunos secretos personales que no harán más que reforzar la imagen del candidato que se desea instalar en el electorado.
El candidato – producto no debe contar con ideas o propuestas que se ajusten a una determinada ideología o a un programa partidario preexistente. Su propuesta se elaborará en función a las ideas predominantes en el electorado. Encuestas de opinión, focus group, análisis de tendencias en las redes sociales y los siempre presentes intereses de quienes apoyan y financian su campaña se encargan de delinear su propuesta.
Además, siempre se puede decir una cosa como candidato y hacer otra cuando se obtiene el cargo. Después de todo nadie espera que un político cumpla sus promesas de campaña.
Asesores de imagen se encargarán de decirle que vestir, como peinarse, que tono es más favorable para su cabello, cuando sonreír y cuando lucir conmovido. Algún actor amigo se encargará de mejorar su oratoria, gesticulación y expresiones faciales del candidato. Después de todo, un buen político debe ser también un buen actor que sabe interpretar correctamente su libreto.
Incluso, si el candidato tiene algún “muerto en el placar” no es nada grave. Una buena autocrítica arregla cualquier pecadillo. Muchas veces un pecador arrepentido que reconoce sus errores y se golpea el pecho prometiendo no repetirlos se presenta como un individuo más humano más y despierta simpatía en el electorado.
Estas son las características imperantes en algunos sistemas políticos que hacen que surjan candidaturas presidenciales algo disparatadas. Como interpretar sino las voces que en los Estados Unidos piden la precandidatura de la presentadora televisiva Oprah Winfrey.
Un anodino discurso feminista, pronunciado durante la ceremonia de entrega de los Globos de Oro, al recibir el premio a la trayectoria Cecil B. DeMille, fue suficiente para despertar un clamor en favor de su precandidatura demócrata a la presidencia para enfrentar a Donald Trump, en los comicios presidenciales del 2020.
Sin que ninguno de los que proponen dicha candidatura haya reflexionado que, en 2016, Trump derrotó a una candidata mujer mejor calificada que él para el cargo. Ahora proponen nuevamente una mujer, afroamericana, feminista y sin ninguna experiencia en cargos políticos para enfrentarlo. Los demócratas no parecen haber aprendido nada.