“Uno jamás deja de ser sacerdote, ni tampoco mafioso”
Giovanni Falcone
El capo mafioso murió en la cárcel donde purgaba, desde 1993, trece condenas a cadena perpetua. Hasta su último momento se mantuvo fiel a las reglas del mundo en que había vivido y matado, sin arrepentirse de nada, cumpliendo con la “omerta”, la ley del silencio y afirmando desafiante: “Nunca podrán conmigo, aunque me condenen a tres mil años de cárcel”.
Totó Riina, conocido entre los mafiosos sicilianos como “u Cortú” -el bajo o petiso en dialecto siciliano, porque tan sólo medía 1,58 metros) o “La Bestia” por su ferocidad. Aunque nadie se refería a él por esos apodos en su presencia. Sólo unos pocos antiguos amigos podían tomarse la licencia de llamarlo “tío Totó”, para el resto de los mortales era “Don Riina” o el señor Riina. Nadie se tomaba libertades con un hombre que había asesinado con sus propias manos al menos a cuarenta personas y ordenado la muerte de un par de centenares más.
Totó Riina nació en 1930 en el pequeño pueblo siciliano de Corleone. Un lugar que inmortalizó el libro de Mario Puzzo, “El Padrino” y luego popularizó la trilogía fílmica de Francis Ford Coppola.
Creció como un “balicha” en tiempos del fascismo. Su infancia duró poco, en 1943, cuando los Aliados desembarcaban en su Isla, murieron su padre y su hermano mayor, mientras desarmaban una bomba de aviación para reciclar y vender el explosivo. Los Riina vivían de esa riesgosa actividad en esos duros años de la guerra.
A los trece años se convirtió en jefe de familia. En la Italia de la posguerra, Sicilia vivía de la ayuda estadounidense, el mercado negro, el bandidaje y, por supuesto, de los negocios de la mafia.
El joven Totó no tenía mucho donde elegir: la pobreza absoluta, emigrar o convertirse en mafioso. Eligió esto último y a los 18 años, realizó su juramento de fidelidad y se convirtió en un “hombre de honor” de la “cosca”, la familia o clan de los corleonesi. Para ganar su puesto debió matar y seguiría matando o mandando matar por el resto de su vida.
Al poco tiempo, en 1959, es detenido por primera vez por matar a otro mafioso en un tiroteo. Lo condenan a seis años de cárcel por homicidio. Riina cumplió su condena sin abrir la boca, después de todo, la cárcel es tan sólo “un accidente de trabajo” para un mafioso.
En 1958, Totó Riina y su amigo Bernardo “El tractor” Provenzano tomaron parte en el asesinato del jefe de los corleonesi, “Nuestro Padre” Michele Navarra.
Los jóvenes “soldados” seguían las órdenes de un nuevo y despiadado “capodecina”, Luciano Leggio, de tan sólo 33 años. El nuevo capo, luego de hacerse con el control del clan comenzó a incrementar el poder de los corleonesi dentro de la mafia siciliana.
En la década de 1950, Corleone era un pequeño y pobre pueblo siciliano, por lo tanto, los corleonesi no eran demasiado importantes dentro de la mafia siciliana, compuesta por un centenar de “coscas” o clanes distintos, la mitad de ellos pertenecientes a la ciudad de Palermo.
Más ricos y con mayor influencia política, los mafiosos palermitanos se referían despectivamente a los corleonesi como “i diddani” (los campesinos). Pero pronto cambiaría eso.
A comienzos de la década de 1960, Leggio y sus lugartenientes Riina y Provenzano había logrado eliminar a todos los partidarios de Navarra y controlaban el clan. Literalmente cazaron a decenas de mafiosos rivales asesinándolos donde los hallaban. La guerra entre los corleonesi ensangrentó las calles del pequeño pueblo e incluso continuo en Palermo.
Riina y sus socios debieron ocultarse para sobrevivir. Así, Totó comenzó lo que sería el resto de su vida. Deberá vivir en la clandestinidad o en la cárcel. Tendrá riqueza y poder, pero no podrá disfrutar muchos de ella ni llevar una vida pública.
El “don” mafioso Michele Cavataio desató una feroz guerra contra el resto de los clanes mafiosos para controlar totalmente la mafia siciliana. La gente de Cavataio detonó un coche bomba para asesinar a Salvatore “Ciaschideddu” Greco, jefe de la poderosa familia de Ciaculli. El atentado se cobró además la vida de siete servidores de la ley.
Poco después, Riina y Leggio son arrestados y juzgados, en 1969, por el asesinato de los partidarios de Navarra ocurridos unos años antes. Los mafiosos intimidaron a los jueces y testigos convirtiendo el juicio en una gran farsa. Resultaron absueltos.
No obstante, debieron pasar inmediatamente a la clandestinidad para sobrevivir. El 10 de diciembre de 1969, asesinaron a Cavataio en la “Matanza de Viale Lazio”. Riina pasará los siguientes 23 años ocultándose por este crimen y el resto de su vida en la cárcel.
En 1974 finalmente Luciano Leggio es detenido, juzgado y condenado por el asesinato de Michele Navarra cometido dieciséis años antes. Aunque Leggio siguió teniendo gran influencia en el clan entre rejas, Riina se convirtió en el auténtico líder de los corleonesi.
Ese mismo año, Salvatore Riina se casó con su novia Ninetta Bagarella, hermana de su amigo y asociado Leoluca Bagarella. De esta unión nacerán cuatro hijos dos varones y dos mujeres. Los hijos de Totó seguirán con la tradición familiar serán mafiosos y terminarán sus días en la cárcel.
Durante la década de 1970, mientras se incrementaba el consumo de drogas en Europa y los Estados Unidos, Sicilia se convirtió en un territorio de tránsito en las rutas del narcotráfico y en albergue de los grandes laboratorios de refinamiento de la heroína que proviene de Turquía a través de los Balcanes.
El tráfico de drogas y sus inmensas ganancias estaban transformando el equilibrio de poder dentro de la mafia relegando a segundo plano otras actividades hasta entonces tradicionales: la prostitución, el juego clandestino, la extorsión, la usura, el reciclado de la basura o los negocios con la obra pública.
Toto Riina era un individuo casi analfabeto, pero sumamente astuto capaz de obrar con la mayor violencia y no sentir el menor remordimiento. Cuando pensó que la familia de Ninetta se oponía a su matrimonio con la joven habría dicho: “No quiero a ninguna otra mujer que no sea Ninetta, y si ellos (su familia) no me dejan casarme con ella, tendré que matar a algunos”. Inmediatamente, los Bagarella entendieron el mensaje. Totó hablaba de manera susurrante y era un padre y esposo devoto.
Cuando decidió tomar el control del mercado de drogas en Italia lo hizo de la única manera que sabía, declarando la guerra al resto de las familias mafiosas rivales y a los funcionarios del gobierno.
A finales de la década de 1970, Totó Riina organizó el asesinato de mafiosos rivales, jueces, fiscales e incluso oficiales de los Carabinieri.
Curiosamente la responsabilidad por estos crímenes recayó muchas veces sobre los rivales de Riina. Los padrinos de las otras familias mafiosas solían ser personalidades públicas que gozaban de prestigio y reconocimiento en sus comunidades, tenían gran influencia política. Solían apoyarse en los alcaldes y codearse con jueces y otras personalidades públicas, empleando sobornos y tráfico de influencias dejando la violencia para casos extremos.
Mientras que Riina y el resto de los corleonesi eran individuos marginales, brutales, viviendo siempre en la clandestinidad, ocultos incluso del resto de los mafiosos.
Por lo tanto, cuando asesinaban a un policía o a un funcionario judicial nadie los conocía ni pensaba en ellos. Todas las sospechas apuntaban inmediatamente sobre los mafiosos por todos conocidos. Especialmente, porque los corleonesi se cuidaban de desviar las sospechas sobre ellos cometiendo sus crímenes cuando sus víctimas se encontraban el territorio de sus rivales.
Riina envió a sus sicarios a dar caza a los jefes mafiosos rivales pertenecientes a las otras familias de Palermo. El 23 de abril de 1981, cae ametrallado Stefano Bontade. Cuando aún no se había apagado la conmoción provocada por este asesinato, el 11 de mayo, las balas de los corleonesi terminan con la vida del capo Salvatore Inzerillo.
Pero la muerte de los capos no detiene la sangrienta guerra. Sus “capodecina” y sus soldados son perseguidos y aniquilados sin piedad. Inclusos los familiares de sus enemigos caen acribillados o desaparecen sin dejar ningún rastro como castigo y para evitar que busquen venganza. Incluso el hijo de quince años de Inzerillo, que comete la imprudencia de jurar venganza en el entierro de su padre, es asesinado sin piedad. Sólo Gaetano Badalamenti logra escapar a este trágico final y es porque huye de Sicilia.
Durante los siguientes dos años las calles sicilianas continúan siendo un campo de batalla. El 30 de noviembre de 1982, por ejemplo, doce mafiosos son asesinados en Palermo en doce ataques distintos. Para algunos mafiosos no hay lugar posible donde puedan ocultarse. El hermano de Inzerillo es asesinado en Nueva Jersey donde había huido en busca de refugio. Totó no deja enemigos tras de sí que puedan volver para buscar revancha.
Las autoridades italianas están alarmadas por la guerra abierta entre los clanes mafiosos sicilianos y deciden intervenir. El general de los Carabinieri Carlo Alberto Dalla Chiesa, el héroe que logró desarticular y someter a la justicia a los terroristas de las temibles Brigatte Rose, es designado prefecto de Palermo.
Pero la mafia siciliana es una institución ancestral con profundas raíces en la sociedad de Sicilia, nada parecido a un grupo de intelectuales y estudiantes de izquierda con vocación por la lucha armada. En Sicilia la violencia tiene otra dimensión y otros recursos.
El 3 de septiembre de 1982, solo seis meses después de su llegada a la isla, el general Dalla Chiesa, su joven y bella esposa y uno de sus custodios caen bajo las balas de la mafia en una emboscada cuidadosamente planificada.
El asesino de Dalla Chiesa es Pino Greco, el sicario de más confianza de Riina. Un diestro tirador con su fusil AK 47. A “El Zapato”, como curiosamente se conoce a Greco en el círculo de la mafia, se le adjudican ochenta asesinatos ordenados por Totó Riina entre ellos las muertes de Bontade e Inzerillo.
Pronto la guerra mafiosa abierta comienza a diezmar las filas de la mafia siciliana. Entre 1981 y 1982 murieron asesinadas nada menos que mil personas y doscientas desaparecieron sin dejar rastros: hombres de honor, parientes y amigos, policías y ocasionales transeúntes inocentes. Se les disparaba en la vía pública, frente a su familiares y amigos, o se los llevaba a escondites secretos donde eran salvajemente torturados y finalmente estrangulados. Los cuerpos se disolvían en ácido, se enterraban en hormigón, eran arrojados al mar o cuidadosamente destazados se los daban como alimento a los cerdos. Muchas personas desaparecieron sin dejar el menor rastro.
Filippo Marchese, por ejemplo, un sicario al servicio de Totó Riina, se hizo famoso por poseer un pequeño departamento en Palermo que llamaba “La habitación de la muerte”. Allí torturaba a sus infortunadas víctimas, luego las estrangulaba con sus propias manos y hacia que sus secuaces se deshicieran de los cadáveres.
Al igual que hizo Joseph Stalin en la URSS, Totó Riina no dejaba cabos sueltos. Con frecuencia pactaba con sus rivales para luego asesinarlos cuando dejaban de ser útiles y se creían a salvo. Ni siquiera sus hombres de confianza estaban a salvo de su desconfianza o su fría ira. Al igual que Stalin que primero uso a los hombres de la NKVD para sus sangrientas purgas y luego purgó sin piedad al servicio secreto comenzando por sus jefes. En 1983, Totó juzgó que Marchese sabía demasiado o había dejado de ser útil y ordenó a Greco que lo asesine. Tres años más tarde le llegó el turno a Greco, fue el propio capo quien le disparó cuando sospecho que se estaba volviendo demasiado ambicioso.
Entre las víctimas de las matanzas estaban dos hijos, un hermano, un sobrino, un cuñado y un yerno de un “hombre de honor” muy bien relacionado, Tommaso Bucetta. La prensa pronto lo denominó “El capo de dos mundos” debido a que operaba a ambos lados del Atlántico. Cuando los corleonesi lanzaron su ataque, ninguno de sus mundos siguió siendo seguro para él. Bucetta fue detenido en el Brasil. Tras ser extraditado a Italia intentó suicidarse ingiriendo la pastilla de estricnina que siempre llevaba para evitar ser torturado si era capturado con vida. Pero sobrevivió. Después de recuperarse comenzó a revelar al juez de instrucción Giovanni Falcone todo lo mucho que sabía de la mafia.
Había aparecido el primer “pentiti”, el primer arrepentido que rompía la omerta y hablaba de lo que nunca se debería hablar. Con el tiempo otros seguirían su ejemplo y unos 500 mafiosos brindarían su testimonio permitiendo asentar duros golpes al mundo criminal siciliano.
Junto con su estrecho colaborador Paolo Borsellino, Falcone verificó cuidadosamente sus testimonios y reunió 8.607 fojas de evidencias que integrarían el alegato fiscal del famoso “macro juicio” celebrado en un palacio de Justicia especialmente construido en Palermo, una especie de búnker a prueba de bombas.
El 16 de diciembre de 1987, después de un proceso de veintidós meses, el juez del macro juicio declaró culpable a 342 mafiosos, a los que condenó a un total de 2.665 años de cárcel.
En enero de 1992, el Tribunal de Casación confirmó las sentencias. Riina fue sentenciado a cadena perpetua por asesinato, pero debido a que seguía con paradero desconocido la condena fue dictada “in absentia”.
La sentencia rompió el pacto de impunidad entre los políticos de la Democracia Cristiana y la mafia siciliana y pronto comenzaron a caer las primeras víctimas. El primer muerto significativo fue Salvo Lima, asesinado el 12 de marzo de 1992, era el enlace entre la mafia siciliana y los políticos democristianos y había cometido el error de prometer que se anularía la sentencia del macro juicio.
El 23 de mayo de 1992, un joven sicario llamado Giovanni lo Scannacristiani Brusca -que luego se convertiría en pentiti- detonó una carga de cuatrocientos kilogramos de explosivos ocultos en una cañería de desagüe bajo un corto tramo de la autopista situado justo antes del desvío a la pequeña población de Capaci.
La explosión destruyó al convoy de tres automóviles que conducía al juez antimafia Giovanni Falcone. La detonación se llevó la vida del magistrado, de su esposa -también jueza de instrucción- y de tres miembros de su custodia.
Menos de dos meses después de la muerte de Falcone, la incredulidad y la indignación recorrieron una vez más toda Italia cuando el 19 de julio, Paolo Borsellino y cinco miembros de su custodia fueron asesinados con un coche bomba detonado frente a la casa de su madre. Ambos ataques fueron ordenados y planificados por Riina.
El capo mafioso siciliano cometió el mismo error de apreciación que el colombiano Pablo Escobar Gaviria, pensar que podía intimidar al Estado y sobrevivir sin protección política.
Los asesinatos de los magistrados antimafia conmocionaron a toda Italia y forzaron a las autoridades a tomar drásticas medidas. Se movilizaron siete mil soldados a la isla para relevar a la policía local. Se cambiaron las autoridades judiciales y políticas locales y Riina perdió la red de protección que lo cubría.
De pronto el hombre invisible a la ley apareció públicamente. Un pentiti, Balduccio di Maggio, brindó la información necesaria para la detención de “u Curtú”. El 15 de enero de 1993, cuatro hombres se abalanzaron tanto sobre él y su chofer en un semáforo de la “Piazza Einstein”. Riina que estaba desarmado y portaba documentación falsa, no ofreció ninguna resistencia, en un principio mostró claros signos de temor, que sólo se disiparon cuando entendió que era detenido por los Carabinieri, entonces fingió ser otra persona y aseguró que todo se trataba de un error. Al día siguiente de su detención, su mentor y padrino, Luciano Leggio, murió de un infarto en la cárcel. Una era había terminado.
El capo era un fugitivo de la justicia desde finales de la década de 1960. En aquel tiempo se había casado, había tomado su luna de miel en Venecia, había tenido hijos que inscribió en la escuela con su nombre real, había recibido tratamiento médico para la diabetes y había ejercido un férreo control sobre la vasta organización criminal. Incluso la lujosa villa con aire acondicionado en la que Riina y su familia habían pasado los últimos cinco años antes de su detención, estaba nada menos que en Uditore, la misma mafiosissima borgata que había sido sede de la cosca de Antonio Giammona allá en la década de 1870. ¿Cómo era posible que Riina hubiera logrado evitar su captura durante tanto tiempo?
A pesar de haber sido condenado ya por dos cadenas perpetuas. Riina fue nuevamente juzgado por más de cien asesinatos, incluso los ordenados contra Falcone y Borsellino. En 1998, Riina es sentenciado a una nueva cadena perpetua por el asesinato de Salvo Lima. En total reunió 26 condenas a cadena perpetua. Se le expropiaron 225 millones de dólares, que seguramente eran tan sólo una pequeña parte del botín que acumuló en su larga carrera criminal. También expropiaron la lujosa villa en que vivía donde hoy funciona el Istituto Professionale di Stato per l´Agricoltura de Corleone.
Tras su detención, el manejo de los asuntos diarios de la mafia siciliana pasó a manos de su cuñado y antiguo asociado Leoluca Bagarella y después de la detención de este a Salvatore El Tractor Provenzano.
Sus dos hijos varones, Giovanni y Giuseppe, siguieron los pasos de su padre y también terminaron encarcelados. En noviembre de 2001, con tan sólo 24 años, Giovanni es recluido de por vida por cuatro asesinatos cometidos en 1995. El 31 de diciembre de 2004, el hijo menor Giuseppe Riina, es también condenado a catorce años por varios crímenes.
Riina fue internado en un penal de máxima seguridad en Milán bajo el régimen del artículo 14 bis, el más duro del régimen penitenciario italiano. No se le permitía leer diarios ni mirar televisión. Además, sus visitas no podían acercarse a menos de un metro de distancia, debían verlo a través de un vidrio, no podían tocarlo, abrazarlo o darle un beso. Todas sus visitas eran videograbadas. A pesar de ello las autoridades creen que seguía enviando órdenes desde la cárcel y manejando ciertos asuntos de la mafia.
Después de 24 años en la cárcel y debido a su avanzada edad su salud fue deteriorándose. A los 87 años padecía de tumores cancerígenos en ambos riñones, serios problemas cardíacos, diabetes y mal de Parkinson. Pasó sus últimos días en un sector secreto de la Clínica Universitaria de Parma. Su celda – habitación estaba prácticamente lindada y era de 25 metros cuadrados, y cumpliendo con el régimen especial no podía contener nada, salvo materiales sanitarios. Solo veinte miembros del personal sanitario y agentes de seguridad tenían acceso al lugar.
Pasó los últimos cinco días en estado de coma hasta fallecer el jueves 16 de noviembre a los 87 años, una edad avanzada para un mafioso siciliano que tuvo el privilegio de morir en una cama aun cuando fuera la de una celda penitenciaria.