El resultado de las elecciones en Alemania vuelve a confirmarnos que estamos más preocupados del pasado que del presente y del nubarrón que envuelve el futuro. Todo está cambiando de una forma tan trepidante e incierta, proceso electoral tras proceso electoral, que el simple hecho de que las situaciones se queden cogidas con hilos es considerado un éxito. Lo cierto es que el panorama es tan impredecible que no es de extrañar que los teóricos líderes europeos no sean capaces de conducir lo que está pasando.
La entrada de la extrema derecha en el Bundestag, con un porcentaje nada despreciable de casi un 13%, del retroceso de una socialdemocracia, desnortada y por renovar, en cinco puntos y de la CDU en casi 9 y con ello la entrada de dos partidos más, es un hecho palpable, sin estridencias, pero señalando en profundidad que el modelo político europeo se está quebrando.
El Brexit, Francia, la sedición catalana liderada por los otrora europeístas y moderados nacionalistas catalanes, Holanda, Austria, la derrota de los demócratas de Renzi en las municipales de Italia…, en definitiva, demasiadas brechas abiertas y pocos caminos de salida.
Alemania, desde hace años, se ha convertido en el país de referencia para una Europa más vieja que nunca. El mantenimiento de los dos partidos tradicionales no puede considerarse como una continuación del bipartidismo que ha protagonizado la política europea tras la II guerra Mundial. Estas elecciones nos demuestran, lo anteriormente dicho, que el mapa político europeo se está rompiendo paulatinamente, con una derecha demasiado ensimismada en querer conservar las esencias de un modelo que, básicamente, garantiza sus intereses económicos y una izquierda que no está sabiendo recuperar su posición proponiendo profundos cambios en un sistema que ya ofrece poco a los trabajadores y a las clases medias.
Estamos viendo que es mucho más que el relato y las propuestas de garantizar el estado de bienestar lo que hay que transformar para atraer a una ciudadanía frustrada. Hay que cambiar las formas de concebir y hacer política.
La exaltación del nacionalismo y la idea del “pueblo” como protagonista del nuevo tiempo es una lluvia fina que está calando por Europa. La Europa de la ciudadanía ya no es reconocible. El amigo americano está colaborando irreflexivamente como si todo fuera un juego inocente. Los rusos frotándose las manos pensando que este es nuevo tiempo.
Europa tiene ya demasiados avisos para seguir pensando que seguimos en la rutina política de las últimas décadas.