Un macabro juego de ataques terroristas seguidos de violenta represión está ensangrentando al empobrecido estado de Rakine -antes denominado Arakan- en la república de Myanmar, en sudeste asiático.
La violencia comenzó el 22 de junio cuando el gobierno de Myanmar informó que tres “terroristas” habían resultado muertos por las fuerzas de seguridad en operativos en la zona.
A comienzos de agosto, fuerzas del gobierno y civiles budistas cercaron la aldea de Zay Di Pyin, en el municipio de Rathedaung. La aldea alberga aproximadamente a 700 personas birmanos y rohingya. Las autoridades restringieron los movimientos de los pobladores musulmanes y el ingreso de alimentos.
La réplica de los rebeldes llegó el 25 de agosto, unos días después de que el representante especial del Secretario General de la ONU, Kofi Annan presentara un informe censurando el trato que el gobierno de Myanmar daba a su población de once millones de rohingya, cuando atacaron entre 25 y 30 puestos policiales situados en dos municipios del norte: Maungdaw y Buthidaung. Además, una base militar en Taung Bazaar, en el norte de Buthidaung, fue atacada por unos 150 insurgentes armados con fusiles Kalashnikov.
Los rebeldes también volaron puentes y minaron carreteras con artefactos explosivos de fabricación artesanal que también fueron empleados como granadas de mano. Según cifras oficiales, el número de muertos en los enfrentamientos llegaría a un centenar y comprendería a 80 atacantes, 10 policías, un soldado del ejército, un funcionario de inmigración y seis civiles asesinados.
En respuesta, el 27 de agosto, el gobierno proscribió al grupo atacante, el Ejército de Salvación Arkan Rohingya -ARSA, por su sigla en inglés- como un grupo “terrorista” y advirtió a los medios de comunicación que “escribir en apoyo de grupo” constituía un delito.
Los ataques fracasaron en lo táctico, pero fueron un éxito desde el punto de vista estratégico porque llevaron ante la opinión pública internacional la causa de los rohingya.
El Tatmadaw, el poderoso ejército de Myanmar desató una durísima operación de “búsqueda y destrucción” contra el ARSA que no diferenció entre terroristas y población de rohingya inocente.
El ejército de Myanmar asesinó a civiles e incendió viviendas humildes sembrando el pánico entre los rohingya que escaparon en masa a Bangladesh. Unos 70.000 rohingya lograron entrar como refugiados antes de que Bangladesh, acuciado por sus propias necesidades económicas y sanitarias, cerrara su frontera atrapando a unas 20.000 personas en una suerte de tierra de nadie entre ambos países.
Pronto la situación de los rohingya, tanto en Myanmar como Bangladesh y en la zona fronteriza se hizo insoportable. En Myanmar eran masacrados por el ejército y los grupos parapoliciales budistas. El gobierno de Bangladesh no podía hacerse cargo de satisfacer las necesidades más elementales de los refugiados y se negaba a recibir a más fugitivos. Los rohingya atrapados en la “tierra de nadie”, sin poder retornar a Myanmar que los consideraba “extranjeros bengalíes” ni ingresar a Bangladesh se estaba tornando una tragedia humanitaria pese a la asistencia que comenzó a brindar la ACNUR.
Inmediatamente se despertó un clamor internacional para detener el genocidio de que eran víctimas los rohingya. Tanto la ONU, como Human Rights Watch, la Cruz Roja Internacional y otras ONG alzaron sus voces en defensa de los rohingya.
Como si hiciera falta agregar más combustible al incendio, el grupo yihadista Al Qaeda advirtió que Myanmar sufriría un “duro castigo” por la represión desatada contra la minoría musulmana rohingya. Los yihadistas pidieron a los musulmanes de todo el mundo que enviaran ayuda, armas y hasta combatientes para auxiliar a sus hermanos exterminados salvajemente en Myanmar.
Al Qaeda prometió que: “El gobierno de Myanmar probará lo que experimentaron nuestros hermanos musulmanes. Llamamos a nuestros hermanos muyahidines en Bangladesh, India, Pakistán y Filipinas para que vayan a Birmania a ayudar a sus hermanos musulmanes y hagan los preparativos necesarios -entrenamiento- para resistir a la oposición.
La declaración de Al Qaeda sirvió de confirmación a las afirmaciones del Tatmadaw de que el Ejército de Salvación Arakan Rohingya recibe armas y entrenamiento de los grupos yihadistas de Medio Oriente e incluso del gobierno de Arabia Saudí.
Pero el gran éxito del ARSA -bueno es reiterarlo- fue el colocar la “causa Rohingya” ante los ojos de mundo despertando la solidaridad internacional sobre una minoría perseguida por su propio gobierno.
Veamos entonces en que consiste realmente la causa de los rohingya.
LOS ROHINGYAS
La constante diáspora del pueblo rohingya de Birmania, oficialmente República de la Unión de Myanmar, tiene fundamentos políticos, étnicos y religiosos. Los rohingya constituyen una minoría islámica suní que habita en el Norte del Estado de Rakáin –antiguamente Arakan-, en Birmania occidental.
Con setenta millones de habitantes, Birmania es uno de los países del sureste asiático con mayor diversidad racial y lingüística de la región. El grupo étnico predominante es el Bamar o birmano, además existen otros 135 grupos étnicos reconocidos que conforman el 35% de la población, ninguno de ellos musulmanes, ni siquiera el millón de rohingya, mucho menos los panthay, de origen chino, los gurkha nepaleses y los birmanos chinos e indios.
El 89% de la población practica el budismo (mayoritariamente Therevãda). El 4% profesa el cristianismo, otro 4% el islam, un 1% son animistas y el 2% restante se distribuye entre diversas religiones incluyendo el budismo Mahãyãna, el hinduismo y otras religiones.
La cultura de Birmania es una mezcla centenaria de influencias birmanas, chinas, indias y tailandesas, su idioma oficial es el birmano, una lengua tibeto-birmana del grupo lolo-búrmico.
Una Ley de Ciudadanía, sancionada en 1982, niega la ciudadanía a la etnia rohingya que se asienta mayoritariamente en dos municipios del Estado de Rakáin, limítrofes con Bangladés, Maungdaw y Buthidaung y se extiende también por otros tres municipios: Akyab, Rathedung y Kyauktaw. El Estado de Rakáin, situado al oeste del país, es el segundo estado más pobre de Birmania, uno de los países menos desarrollados del mundo, que posee la menor esperanza de vida de la región.
El origen de los rohingya es algo incierto, se cree que en los siglos VII y VIII, comerciantes provenientes del mundo árabe, del Imperio Mongol y de Bengala, comenzaron a establecerse en el actual territorio de Rakáin.
Durante la ocupación colonial británica de Birmania (1885 a 1948), la población musulmana de Arakáin, no superó a las sesenta mil personas, pero durante las siguientes décadas miles de musulmanes comenzaron a llegar de Bangladés y de la India, en muchos casos como mano de obra barata. Los recién llegados rápidamente se asimilaron a la antigua población rohingya.
En 1937, los ingleses separaron administrativamente a Birmania del Imperio Británico de la India, nombrando para la Birmania británica un gobernador. Durante la Segunda Guerra Mundial, Birmania fue ocupada por los japoneses, pero tras el retiro japonés en 1945 los británicos retomaron su control. Durante el conflicto los rohingya se aliaron con los ingleses en la lucha contra el gobierno títere del Estado de Birmania compuesto en su mayor parte por japoneses birmanos, lo que generó en la etnia Bamar un profundo resentimiento.
Las guerras civiles han sido una constante del panorama sociopolítico de Birmania desde la consecución de su independencia en 1948. Estas guerras predominantemente han buscado la autonomía étnica y subnacional, siendo las áreas circundantes a los distritos centrales del país poblados mayoritariamente por los Bamar. Los periodistas y diplomáticos extranjeros requieren de un permiso especial de viaje para visitar las zonas en conflicto.
Los rohingyas siempre despertaron suspicacias y rechazos en el resto de la sociedad birmana, en parte debido a que no son asiáticos sino bengalíes. Las diferencias raciales, idiomáticas y religiosas se conjugaron para generar la estigmatización.
Al finalizar la ocupación japonesa, los rohingyas intentaron crear un estado autónomo en Rakáin, pero a partir de 1962, con los militares en el poder, instaurando una despótica dictadura por los siguientes cincuenta años, fueron blanco de una persecución sistemática.
Las políticas de limpieza étnica aplicadas contra los rohingyas alcanzaron picos máximos en los años 1978 y 1992, donde se llevaron a cabo asesinatos, desapariciones forzadas y torturas sistemáticas para obligar a unos trescientos mil rohingyas a refugiarse en Bangladés.
En 2012, durante la transición democrática se produjeron dos nuevas oleadas de violencia racial, en los meses de junio y octubre, orquestadas por los budistas rakines, que provocaron al menos 140 muertos, cientos de viviendas, madrazas y mezquitas destruidas. Escapando de la violencia racial unos cien mil rohingyas dejaron Rakaín.
Los ataques comenzaron seis días después de que tres hombres rohingyas fueron acusados de violar y asesinar a una joven budista. Aunque los acusados fueron rápidamente detenidos –dos resultaron condenados a muerte y el tercero se suicidó-, budistas exaltados asaltaron un autobús donde viajaban diez líderes musulmanes que fueron apaleados hasta la muerte, sin que se produjera ninguna detención.
Desde entonces los ataques a los rohingyas se tornaron endémicos provocando más de trescientos muertos.
El 12 de octubre de 2016, en una nueva espiral de violencia, militantes del autodenominado Karakah Al-Yaqin (o Movimiento de la Fe), atacaron puestos policiales birmanos a lo largo de la frontera entre Myanmar y Bangladesh asesinando al menos a nueve policías y robando un centenar de armas pertenecientes a las fuerzas de seguridad.
Como en otros casos, la respuesta del Tatmadw no se hizo esperar y fue claramente represiva. Pronto 69 “terroristas” resultaron muertos por el ejército en tareas de limpieza étnica. Miles de rohingyas huyeron a Bangladesh.
Una tensa calma, seguida de frecuentes incidentes en que siempre resultaba muerto algún rohingyas se prolongaron hasta los recientes ataques.
Las sistemáticas agresiones contra la población rohingya son orquestados principalmente por el xenófobo Movimiento 969 (denominado así por los 9 atributos de Buda, los 6 atributos de sus enseñanzas y los 9 atributos de la orden de Buda- liderados por el fanático monje budista Ashim Wirathu, regente del monasterio de Masoeyein en la ciudad de Mandalay.
El gobierno birmano ha apoyado la discriminación y persecución contra los musulmanes obligándolos a vivir confinados en recintos cerrados. En especial el ghetto de Aungmingalar, situado en el centro de la ciudad de Sittwe, y en una docena de campos de internación situados en el Estado de Rakáin. Los rohingyas internados allí viven en condiciones infrahumanas y sin que se les permita entrar o salir sin permiso de las autoridades. Aunque la ACNUR – la agencia de Naciones Unidas para los refugiados- no está autorizada a visitar los campos de alojamiento, la población depende por entero de la ayuda humanitaria, que recibe del Programa Mundial de Alimentos y del aporte de varias ONG, para su subsistencia.
La persecución de que es objeto por el gobierno de Birmania, por los fanáticos budistas del Movimiento 969 y el desprecio del resto de la sociedad birmana ha impulsado a la población rohingya a emigrar a cualquier costo. En esta forma los emigrantes rohingya –y otros bangladeshíes- se convierten en víctimas de las despiadadas organizaciones dedicadas al tráfico humano que hacen su negocio a despecho de la suerte que aguarda a las personas que caen en sus manos.
Aunque unos pocos miles de emigrantes rohingyas y bangladeshíes han logrado encontrar un hogar en las costas de Malasia, Indonesia y Tailandia, otros muchos miles han padecido de la forma más atroz (generalmente de sed y hambre) en medio del mar.
EL EJÉRCITO DE SALVACIÓN ARKAN ROHINGYA -ARSA-
El brazo armado de la minoría separatista musulmana, los rohingyas, comenzó a organizarse después de los incidentes de 2012. Su objetivo declarado es crear “un estado musulmán democrático para los rohingyas” en parte del territorio de Myanmar.
ARSA mantiene vínculos con diversos movimientos islamistas. Ha obtenido “fatwas” (decretos religiosos) de clérigos en países musulmanes como Pakistán, India, Arabia Saudí y Bangladesh para legitimar su representación de los musulmanes de Myanmar.
Sin embargo, su líder Ata Ullah ha insistido en negar el carácter yihadista de su movimiento. “No somos yihadistas. Esto es claro en la modus operandi de ARSA, en la manera en que opera y se ejecuta, y en la dirección en la que se mueve. Nada de esto está en línea con los objetivos de los grupos pakistaníes u otros grupos yihadistas. En realidad, somos mucho más parecidos a cualquier otro grupo (étnico) en Myanmar”, ha declarado el líder rohingya.
El grupo se organizó en 2014, bajo la denominación de Harakah al Yaquin (Movimiento por la Fe) por un grupo de rohingya provenientes de Arabia Saudí. Liderados por Ata Ullah.
Actualmente, el ARSA mantiene campos de entrenamiento militar dentro de Myanmar con asistencia de instructores extranjeros y donde los reclutas son forzados a jurar su lealtad a la organización sobre el Corán. Las fuerzas del ARSA, al principio precariamente armados con pistolas y machetes, actualmente cuentan con armamento moderno que incluye fusiles Kalashnikov.
EL EMIR ATA ULLAH
Ataullah abu Ammar Jununi, comúnmente conocido simplemente como el Emi Ata Ullah, es el líder máximo del Ejército de Salvación Arakan Rohingya. Nació hace cuarenta años en Karachi, Pakistán. Era hijo de inmigrantes rohingya que habían abandonado Rakine, en Myanmar debido a la persecución religiosa.
Cuando Attaullah tenía pocos años la familia se trasladó a la ciudad de La Meca, en Arabia Saudí, donde el niño fue anotado en una escuela islámica. Por ese entonces, La Meca albergaba una diáspora rohingya de unos 150.000 individuos.
Attaullah permaneció en Arabia Saudí hasta octubre de 2012, en ese momento las noticias sobre la persecución que sufrían los rohingya lo motivó a viajar a Myanmar. Aparentemente, el futuro líder del ARSA realizó una escala en los campos de entrenamiento que los talibanes mantienen en Pakistán para prepararse para su futura misión.
El 9 de octubre de 2016, el emir Ata Ullah dirigió a cientos de insurgentes en los ataques contra los puestos policiales en la frontera entre Myanmar y Bangladesh. Días más tarde Ata Ullah apareció en varios vídeos en línea asumiendo la responsabilidad sobre los ataques.
Desde entonces, sus declaraciones en vídeo son frecuentes y en todos ellos defiende a la causa rohingya como independiente de los grupos yihadistas y de cualquier país musulmán.
EN SÍNTESIS
El conflicto entre las autoridades de Myanmar y su minoría rohingya es un problema de separatismo que puede internacionalizarse si se involucran grupos yihadistas de Medio Oriente. El gobierno de Myanmar debería revisar su posición reconocer la ciudadanía y otros derechos a los rohingyas, como un régimen de autonomía, para distender el conflicto y facilitar la convivencia. Aunque, al menos por el momento, parece difícil que esto suceda. Por lo tanto, el mundo debe prepararse evitar que el problema humanitario de los rohingyas en Myanmar y Bangladesh se agrave.