En los últimos meses las milicias del Estado Islámico (también conocido como ISIS o Daesh) han perdido importantes posesiones territoriales: Mosul en Irak, Sirte en Libia y casi totalmente Raqa en Siria: para mencionar tan sólo las grandes ciudades.
Aunque justo es decirlo, los yihadistas enfrentan los embates de formidables enemigos. Deben resistir en distintos puntos los ataques de las fuerzas sirias que responden al dictador Bachar Al Asad; a las tropas de Irak, a las fuerzas de la coalición internacional liderada por los Estados Unidos y sus milicias aliadas, las Fuerzas Democráticas Sirias, a las fuerzas Spetsnaz enviadas por Rusia y a las tropas turcas del presidente Recep Tayyip Erdogan y los peshmergas, las aguerridas milicias kurdas de la Región Autónoma del Kurdistán.
Frente a tantos enemigos los yihadistas retroceden combatiendo, sin desbandarse y vendiendo muy cara cada pulgada de territorio. Conservan incluso importantes enclaves en el valle del Éufrates, a ambos lados de la frontera entre Siria e Irak. Además, disponen de energías suficientes como para seguir alentando a sus células europeas y lobos solitarios a cometer atentados.
Parte de la capacidad de resistencia que muestra el Estado Islámico reside en su capacidad para financiarse mediante diversos procedimientos.
Para algunos expertos en terrorismo consideran que el Estado Islámico es el grupo terrorista mejor financiado de la historia.
Cabe preguntarnos cómo alcanzaron los yihadistas del Estado Islámico esa prosperidad.
Los procedimientos fueron diversos: el robo y el saqueo de los territorios capturados, las exportaciones ilegales de petróleo, recaudación de impuestos y tasas sobre la población de los territorios sujetos a su control, el cobro de rescate por los civiles capturados, la venta de pobladores como esclavos, el saqueo y venta ilegales de piezas arqueológicas, artesanías y antigüedades, etc.
En su mejor momento (2015) el Estado Islámico llegó a controlar hasta 419 pozos de petróleo que producían más de 35.000 barriles al día y 67 campos de gas, que tenían una producción diaria de más de un millón de metros cúbicos. Las ganancias por venta ilegal de petróleo proporcionaban a los yihadistas unos 600 millones de dólares anuales en esa época.
El petróleo saqueado por el Estado Islámico se vende en los mismos territorios controlados por los yihadistas o, en su defecto, en “zonas de frontera”.
Por tanto, la población del área se ve obligada a abastecerse en los surtidores de combustibles o, en muchas ocasiones comprando bidones de nafta, revendedores informales, a la vera de las rutas y caminos. Todo el comercio de combustible en las áreas sujetas a control contribuye a reforzar las finanzas de la organización terrorista. Se estima que actualmente el Estado Islámico aún recauda entre 100 y 150 millones de dólares anuales de la venta de crudo robado.
Además, en los territorios que aún controla recauda impuestos directos basándose en la idea de khums, un tributo incluido en la sharia. Los comerciantes de las ciudades deben abonar un porcentaje de sus ventas (entre el 2 y el 5% dependiendo de la ciudad) al Estado Islámico. Otros impuestos se recaudan como “tasas por actividad”, que son gravámenes que deben abonar aquellas personas que desean ejercer ciertas profesiones. Por ejemplo, los taxistas deben abonar unos U$S 5,00 por día para poder circular con sus vehículos.
Además, de las anteriores erogaciones deben sumarse un 10% como “impuesto a la renta” y el 15% de impuesto a las sociedades; así como las tasas aduaneras en las rutas.
Otra importante fuente de recursos son el cobro de rescate por personas capturadas en algunas ciudades que caen bajo su control. Sus parientes en otras regiones pagan al Estado Islámico por su liberación. En algunos casos se trata de cooperantes extranjeros de organizaciones humanitarias que son capturados por los yihadistas –o incluso comprados a otros grupos-, exigiendo a cambio de su liberación sustanciosos rescates.
El Estado Islámico además vende a los miembros de algunas minorías como esclavos. Por ejemplo, las mujeres y niños de la minoría kurda yazidí de la ciudad de Mosul. Por todo ello obtiene una ganancia anual de unos cincuenta millones de dólares.
Por último, cabe mencionar el tráfico de objetos de arte, artesanías y objetos arqueológicos. Se estima que no menos de unos cien mil objetos de gran importancia estuvieron en algún momento en zonas controladas por el Estado Islámico.
Ciudades como Palmira, Apamea, Ebla o Raqa han sido completamente saqueadas, sus museos desvalijados. Los yihadistas han organizado, incluso, sus propias excavaciones arqueológicas en búsqueda de reliquias comercializadas en los “mercados negros” de arte.
Es que la Siria actual se ubica sobre el yacimiento arqueológico antiguo más extenso del mundo, que los expertos opinan que supera en volumen y calidad a Irak o Egipto. Desde el norte y hasta el sur, bajo sus tierras se ocultan restos y piezas únicas pertenecientes a los pueblos que vivieron en la Antigüedad Mesopotamia, del período helenístico, del Imperio Romano, de su sucesor el Imperio Bizantino e incluso del primitivo arte islámico.
En muchos casos, Siria parece flotar sobre un mar de Antigüedades. Cualquier ciudad o pequeño pueblo puede albergar un emplazamiento arqueológico que sus habitantes saben muy bien como ubicar.
En estas operaciones los yihadistas se han asociado con grupos del crimen organizado transnacional como la ‘Ndrangheta y la camorra italiana. No se sabe con certeza cuál es la suma que el Estado Islámico recauda anualmente de estas actividades, pero algunas estimaciones hablan de ciento cincuenta millones de dólares.
En cuanto a donaciones del extranjero no hay evidencias claras de que el Estado Islámico se esté financiando en base a contribuciones de gobiernos o empresas extranjeras, aunque existen serias sospechas que algunas monarquías del Golfo apoyan con fondos y armas al terrorismo yihadista.
De todas formas, las grandes pérdidas territoriales de los últimos tiempos están afectando su sistema financiero, está es la oportunidad que tienen sus enemigos para atacar su punto débil, el dinero que necesita para seguir operando como un Estado en guerra con otros estados.