Todo suceso trágico motivado por el terrorismo podría hacer decir a un economista algo así como: “El fenómeno marca una curva recurrente, con una elevación a corto del interés y un desplazamiento de las aportaciones en ese sentido (voluntades y esfuerzos) para posteriormente disminuir el interés para situarse en una cota neutra y proyectar un desplazamiento de todo a largo plazo”.
Nos guste oírlo o no, lo cierto es que afrontamos este problema una y otra vez con las mismas respuestas. Encargaremos una placa, o un bonito monolito a un artista local, para que nos recuerde lo sucedido. Pondremos frases muy sentidas (“vidas rotas” “siempre en el recuerdo”, bla, bla…). La construcción se sugiere sea sencilla para que con el tiempo no pase como en Madrid su deterioro; algo como las 52 estelas de acero que recuerdan en Hyde Park a los fallecidos el 7-J-05. Soterradamente daremos rienda suelta al humor negro. La actuación de políticos y servicios públicos pasará por dos momentos: se ensalzará primero, y posteriormente será puesta en solfa. Sea el gobierno y la instancia que sea, nacional o local. La crítica irá desde las palabras utilizadas hasta los graves fallos de coordinación de unas policías con otras. Jalearemos a un policía por abatir a los malos y luego le zarandearemos por excedido.
La ironía, como he escrito en otras ocasiones, es consecuencia de la frustración. Frustración, impotencia y sobre todo indignación por comprobar que vivimos en un mundo en bucle. Todo pensamiento colectivo se circunscribe a un selfi, a unos tweets y varios likes, dentro de poco cerraremos el circulo (nos haremos la foto, nos la enviaremos comentándola y luego nos diremos que nos gusta lo que hemos dicho). Para qué pensar más si ya se nos da hecho. La ironía está bien si no terminamos en el inútil sarcasmo e insulto, todos, en alguna medida, somos responsables de cómo se está afrontando el problema. Unos por no hacer, no saber qué hacer y decir que sí saben; otros, los más, por consentir que los primeros nos sigan contando milongas que damos por buenas.
Muchas dudas no compartidas. Ante un reciente artículo un amigo me preguntaba con desazón: ¿Qué se puede hacer? ¿Qué no se ha hecho? ¿Qué se hizo mal? ¿Tiene un origen y tendrá un final? ¿Los culpables somos nosotros o son ellos? ¿Quiénes son ellos y quiénes nosotros? ¿Cuál será el final? ¿Qué hacer para evitar más muertes? ¿En qué se equivocan los gobiernos, los políticos…? ¿Podemos hacer algo los ciudadanos? ¿Conoceremos el final?
Una pregunta lleva a otras diez y la dificultad es saber si tienen respuesta y si será verdadera. Demasiadas preguntas para pocas respuestas.
¿Qué se puede hacer y no se ha hecho? Si nos fijamos en los resultados cabría decir que bastante. Ahora bien, enumerar enloquecidamente lo que se podría hacer es como disparar al blanco desde la cintura, complicado acertar. Endurecer las penas a autores, colaboradores o incitadores de atentados es posible, pero no es posible saber su efectividad. Lo mismo cabe decir de la intensificación de la coordinación de los cuerpos policiales y de los servicios de inteligencia o de reforzar la actuación de jueces y fiscales para que, tanto el marco procesal como el punitivo, no dejen resquicio alguno. Si no hay una respuesta internacional homogénea con igual grado de compromiso solo serán remedos sin eficacia real. Igual cabe decir de aquellas que se han arbitrado para el control del tráfico de armas, capitales y personas, sin olvidar que “el negocio de la droga” tiene una relación directa con el tema. Esta guerra tiene un trasfondo de interés económico que tiene que empezar a salir a la luz pública. Eso se puede hacer y no se ha hecho, decir la verdad evitará equívocos conceptuales y peligrosas dudas que surgen.
El mayor número de atentados y de muertos se produce en países musulmanes. A estas alturas, todos los gobiernos del mundo contemplan como una posible amenaza el islamismo terrorista. Los esfuerzos de los gobiernos europeos han sido notables. Son los más capaces tecnológicamente y económicamente pero no son los principales damnificados. Del mismo modo no puede decirse que el esfuerzo de Estados Unidos haya sido pequeño, ni el de Rusia, donde el terrorismo yihadista ha unido su estrategia al checheno golpeando duramente. Ahora bien, tenemos que tener presente que más de un centenar de países ha padecido esta lacra de los atentados yihadistas, el menor número han sido los europeos (9) (RU, Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Suecia, Dinamarca y España), concentrándose básicamente en España, Reino Unido, Francia y Alemania. De cada diez atentados nueve han sido en países mayoritariamente de religión musulmana. En términos humanos, de las decenas de miles de muertos en atentados, cerca de 80.000, casi el 90% son de religión musulmana. Por ello, debemos de contener las muestras de islamofobia que nos afloran con los atentados.
Territorio, dominación humana y dinero son los objetivos. Por tanto, no estamos viviendo una guerra contra “el cristianismo”, ni los europeos somos los más afectados, aunque algunos se quieran empeñar en verlo así o en que lo veamos. No es de recibo decir que están atacando los pilares de la civilización occidental. El yihadismo, dicho genéricamente, tiene como estrategia ocupar el más amplio, aunque indeterminado, territorio y mantener lucrativos negocios. Lo primero reforzado con la idea de una reconquista de zonas expoliadas por los países (y compañías) occidentales y, lo segundo, propugnando una interpretación religiosa maximalista y dominadora de la voluntad humana que tienen un sustrato ideológico que les permite asegurar “el negocio” sin que nadie diga nada.
La lucha contra ello debería, por tanto, preocupar y ocupar a todos los países y sus ciudadanos por igual. La ONU debería haber asumido ya un claro liderazgo en el tema, pero efectivo de verdad. A finales de junio, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas apoyó la creación de una fuerza para luchar contra los grupos terroristas en el Sahel, integrada por unos 10.000 soldados de los cinco países africanos del G5, Chad, Níger, Mauritania, Burkina Faso y Malí. La resolución fue presentada por Francia, y para empezar contó con las reticencias de Estados Unidos, partidarios tan sólo de una declaración. La medida está bien, pero dejando su financiación tan solo a una conferencia de donantes, deja todo en el aire, pues además estos Estados subsisten en una absoluta precariedad y sus ejércitos, como sus propias sociedades, viven por debajo del límite de la subsistencia. El mandato explícito de Naciones Unidas que autorizaba a esta fuerza militar conjunta a usar “todos los medios necesarios en la lucha contra el terrorismo, el tráfico de drogas y la inmigración irregular” terminará siendo un acto fallido más. En definitiva, se adoptan medidas que se quedan a la mitad, no se gestionan.
Falta un liderazgo efectivo y unidad real contra el yihadismo. No podemos ser mentecatos y pensar que estamos ante una guerra de religiones, ni de civilizaciones, ni de culturas. Es un ataque sistemático, despiadado e indiscriminado a ciudadanos del mundo. Las grandes potencias mundiales por su capacidad económica y tecnológica deberían ser las protagonistas en este proceso: EE. UU., UE y Rusia, sin olvidar a China que no está ajena a la amenaza.
Habría que esperar que, en la próxima Asamblea General de la ONU, se diera un golpe sobre la mesa, se abriera un proceso de expulsión de los estados miembros que colaboran y encubren a las distintas configuraciones del yihadismo. La UE debe iniciar el curso político revisando su estrategia e implementando nuevas medidas en el campo de la seguridad, pero también en sus relaciones internacionales y económicas, de la Unión y de sus miembros, con esos países de actitud más que “sospechosa” y aflorar transparentando finanzas de grandes grupos empresariales, por lo que pueda haber. Estamos en una situación de emergencia para todos y una búsqueda del cumplimiento de la legalidad con la misma intensidad y generalidad. Esto no se ha hecho y es importante que todos los Estados, instituciones y responsables públicos pronuncien un hasta aquí no declarativo y mediático y dejen de poner mirada bisoja a estas cuestiones.
En definitiva, la batalla de la seguridad hay que darla aquí pero también en países musulmanes (Afganistán, Paquistán, Somalia, Nigeria, Egipto) donde los muertos se cuentan por centenares y millares. No seamos ridículos esto no se combate solo poniendo bolardos en las calles y con algún descriteriado lanzando soflamas de que no hacerlo es "allanar el recorrido a los asesinos". La seguridad ante el terrorismo tiene que ser algo colectivo y compartido.
Esta es una guerra cargada de ideología. Ideología en su peor significado y, como en toda batalla ideológica, llena de intereses económicos. Solo en el debate ideológico democrático es en el que no se pretende que, al triunfar unas ideas, las demás desaparezcan. Desaparezcan las ideas y sus portadores, por la eliminación física o por el miedo. Los que queden serán sometidos a la “única fe verdadera”. Esta locura no es muy diferente de otras de las que ha estado plagada la historia de la humanidad. Las más recientes en el tiempo tenían dos deidades de carne y hueso: Hitler y Stalin. Ambos provocaron millones de muertos. ¿Cuántos millones de alemanes y no alemanes y de rusos y no rusos sustentaron, apoyaron, mataron y entregaron su vida (y las de sus familias) por aquellas también “verdades absolutas”? El hecho de ser árabe, o musulmán no convierte el tema ahora en una locura mayor. Son manipulaciones de voluntades con otros fundamentos y unos pretendidos destinos idílicos diferentes. Fenómenos históricos que como el actual encontraron el caldo de cultivo en situaciones de pobreza y humillación (la I Guerra Mundial y la esclavitud zarista). A veces no viene mal echar una mirada para atrás para entender.
No es una raza la que quiere dominar a otra (V gr. como blancos a negros en los Estados Unidos). Ni aniquilar a los pobladores de un territorio para ser ocupado por otro grupo étnico como tantas veces en la historia de la humanidad. Es una parte nueva de la historia de la humanidad en la que lo que se está jugando es en un mundo globalizado, un modelo de vida y millares de vidas humanas frente a otro.
Profundizar en las causas no es motivo de este escrito, millares de estudios más cualificados, por supuesto, análisis y conjeturas han sido realizados, se han ido contraponiendo sin que por ello hayan servido para que los errores del pasado fueran corregidos. No obstante, no debemos pensar que todo es casual y hay unos malos que están locos.
Del acuerdo de Sykes-Picot occidente ni sabe pero los yihadistas lo tienen en su memoria histórica. El recuerdo no es igual para todos. Una descolonización realizada entre dos mundos antagónicos que pretendían ser ganadores (capitalista y comunista) pegándose en la cara de los que menos tenían, sin perjuicio de vidas y esquilmando sus recursos naturales, finalmente para ponerlo a disposición de grandes corporaciones económicas internacionales. La torpeza interesada de británicos, franceses, rusos y americanos y sus correspondientes coaligados por apoyar a reyezuelos y sanguinarios dictadores que en beneficio propio han engañado y oprimido a las sociedades árabes y desde hace no más de un siglo, generando y manteniendo conflictos interminables como el palestino-israelí o por el mantenimiento del control del petróleo como forma de asegurar la preminencia económica y por ende militar. Mirar para atrás es conveniente, intentar recomponer el pasado imposible.
Desde el punto de vista occidental es difícil pensar que algo que sucedió hace cien años pueda tener que ver con esto. Francia y Reino Unido son objetivos prioritarios de los yihadistas como protagonistas de la traición que supuso el llamado acuerdo Sykes-Picot en 1917 que truncó el propósito de crear una gran nación musulmana dominada por los árabes a la desaparición del Imperio Otomano y la restauración de “la oumma” (o comunidad de creyentes). El sueño del gran califato que hoy día es avivado ideológicamente por los yihadistas como el resurgir de un gran imperio islámico bajo imperio de la ley de La Sharia en un gran estado confesional. Además, aquel acuerdo propició tras la II Guerra Mundial que con el apoyo estadounidense se creara el Estado de Israel y paulatinamente se protegiera en los nuevos estados a Jefes de Estado árabes gobernando un mosaico de países trufados de intereses económicos con las potencias occidentales. Hechos de un siglo atrás pero el islamismo ha demostrado que para ellos no existe tiempo histórico y han reconstruido su historia desde una secular traición de Occidente. En definitiva, cuando pensamos en por qué el germen del odio del presente no se puede hacer sin pensar en el que se generó en el pasado y se ha ido avivando en el transcurso del tiempo.
Los gobiernos occidentales perdieron el diapasón de su estrategia con el fin de la Guerra Fría y su intento de restablecer una relación, con la sociedad islámica por un lado y con los países árabes por otro, ha terminado siendo un tránsito hacia ninguna parte, más guiado por intereses económicos en un mundo globalizado sin escenarios claros y totalmente abiertos. La mala conciencia de los gobiernos occidentales y propugnar el neoliberalismo como sistema ideal de vida han terminado por trasladar las contradicciones de los gobernantes a los ciudadanos.
Los combatientes yihadistas creen en el mito del soldado salvador. Es una lucha sin cuartel, un ejército que no combate como siglos atrás con la protección de las trincheras y en campo abierto. No conocen las teorías a aplicar en el campo de batalla de Clausewitz, ni las más modernas de los generales norteamericanos en la Guerra de Iraq, no es su objetivo. Tampoco para ellos es una guerra de guerrillas.
En la guerra terrorista no se lucha con soldados, ni comandos, se hace con “el nuevo combatiente” del siglo XXI, con la misma vocación de morir, sin sentido, que tenía el soldado que saltaba el parapeto con el pecho dispuesto para las balas y con la del guerrillero en su predisposición a utilizar todo lo que tenga a su alcance para hacer daño a su enemigo. No se esconde en el monte pues vive entre nosotros y está dispuesto a matar a su vecino y a los seres cercanos (en la guerra de los Balcanes ya vimos la violencia sobre los afectos). Sabe que con la muerte su misión está cumplida. Es su forma de colocar la bandera como los marines en Iwo Jima. Son los héroes de cualquier película bélica.
Imposible de entenderlo para quien no ha sido adoctrinado en el odio y la intransigencia. En todas las guerras al combatiente se le imbuye de una “cultura de ser superior e invencible” que debe hacerle terminar sin miramientos con su oponente. Es “él o yo”, y para matar tiene que existir resentimiento y estar convencido de que matar es la única opción. El coche, el cuchillo, el hacha, el Kalashnikov o “la madre de Satán” dan lo mismo.
La difícil concreción de la unidad. El mayor error que se está cometiendo, tal vez no se encuentre en el campo de la seguridad, y sea en el campo político, social y comunicacional. En un bando se ha hecho de la “unidad” un elemento estratégico, aunque desde lejos se ve que no es cierto. La unidad no existe ni entre países, ni entre las élites políticas de un mismo país. En el primer caso es fácil ver esa carencia: fallos de trasvase de información de los cuerpos de seguridad de los diferentes países, donde las resistencias burocráticas a ello pueden vencerse con voluntad política; serias discrepancias entre los EE. UU., Europa y Rusia en un aspecto esencial de este conflicto como es Siria; otro más e increíble, el Reino Unido dejó de compartir información con los EE. UU. por filtraciones tras el atentado de Manchester. Son solo gotas de discrepancia de un verdadero torrencial.
Internamente, en los Estados a pesar de los esfuerzos declarativos, firmas de acuerdos parlamentarios y unidad en manifestaciones y fotografías por debajo existe una continua y lastrante pelea por demostrar ser el más listo y el que mejor lo hace, además de no dudar en que sirva para ventilar otras cuestiones ante el electorado. El atentado de las Ramblas de Barcelona puede constituir un verdadero manual de esto que digo.
Si pensamos que esto es inocuo nos equivocaremos. Todo ello es considerado por las organizaciones protagonistas de “La Yihad” en la fijación de objetivos y por supuesto, en la captación de sus combatientes que viven ese deterioro de la política democrática. El Global Peace Index elaborado por el Institute for Economics and Peace en sus periódicos informes sobre terrorismo nos recuerda que los ataques crecen en los países donde hay violencia o conflictos políticos internos, esto en mayor medida en los propios países musulmanes. Factores como la desigualdad, el desempleo, la corrupción o la desconfianza política no están al margen de esa mortífera elección.
Una cosa tendremos clara, se intenta destruir una forma de vida: la libertad y el bienestar occidental, e impedir que aquellos que aún no han llegado a conseguirla y esperan alcanzarla reciban su justo castigo y regresen al camino que se les marca. Por ello el único final posible es que unos ganen a los otros.
Occidente hace tiempo que dejó de pensarse hacia donde iba. Somos sociedades más débiles, regidas por una cultura hedonista amante del consumo y del dinero que hemos perdido toda capacidad de respuesta legitimada ante los ataques a nuestro modelo de convivencia. En un primer momento, el flujo migratorio entre las antiguas colonias y las viejas metrópolis, dando acogida a una mano de obra barata que ha permitido un desarrollo industrial intensivo; sumado a la no preocupación por la violencia y la miseria y en muchos casos la hambruna que se estaba produciendo en los países de África central; el beneplácito a las dictaduras corruptas de los países árabes que se han mantenido por intereses geoeconómicos, todo ello ha hecho aumentar el flujo migratorio legal e ilegal hacia Europa.
Las sociedades, la ciudadanía, han aceptado esto desde su posición de bienestar felicitándose por aquellos que venían a ocupar trabajos que los nacionales ya no estaban dispuestos a desarrollar. Aunque tampoco podemos excluir las actitudes bien intencionadas de acoger al que huye de la muerte y el hambre cierto. El debilitamiento del movimiento sindical en Europa, el no haber marcado reglas a la inmigración, ni en su cantidad ni en las condiciones de su trabajo, y no gerenciar desde el rigor los sistemas de bienestar (salud, educación, servicios sociales…) ha posibilitado que la llegada de un número de personas considerable desequilibre el crecimiento sostenible de las sociedades. La ciudadanía ha hecho un excesivo ejercicio de confianza en su clase política. Nadie ha explicado que los ciudadanos no son los responsables de los errores políticos de sus élites pasadas y presentes. Esto nos está llevando a una mala comprensión de un problema con múltiples aristas. No estoy diciendo, razones personales me lo impedirían, que haya que rechazar y poner barreras muy altas a los procesos migratorios, estos son consustanciales a la historia de la humanidad y en su avance sería un contrasentido venir a oponerse a las migraciones y más cuando se producen por estados de necesidad. Ahora bien, eso no impide que estos se reglamenten y que se pongan una serie de condiciones para posibilitar la convivencia y el desarrollo conjunto de las dos comunidades (la autóctona y la foránea) y evitar el afloramiento de ideas excluyentes o denigrantes de otro.
Tenemos ejemplos en la historia que han demostrado como la llegada de poblaciones puede realizarse de una manera ordenada. Todos hemos oído o leído algo de la Isla de Ellis en Nueva York o su semejanza, en el Sur, del Hotel de Emigrantes en Buenos Aires. Tras lo novelesco, la misión de estos centros era recibir, orientar, alojar y ubicar a los inmigrantes. Esto abarcaba, desde facilitarles la búsqueda de vivienda, hasta la escolarización de los menores, pasando por el control sanitario de los recién llegados. En este proceso se incluía, ahí voy, hacer entender cuáles eran las “leyes de la República” y las normas básicas que tenían que respetar para no tener problemas en el país que les acogía. Pues en este proceso se nos ha olvidado mantener esa dualidad que no es formal: que frente a los derechos que se generan en el acogido, derechos otorgados por ser humano en riesgo, están los del acogedor que entrega solidariamente parte de los suyos. Ahí se ha fallado. Lo mismo que desvirtuar los procesos de integración. Una cosa es posibilitar y ayudar a que el que viene, pase de ser visitante a ciudadano, es decir se integre como uno de los nuestros en condición de igual, y otra muy diferente, que ese proceso lleve a desvirtuar lo esencial de la forma de vida del que acoge. Dicho más claro, una cosa es que el barrio madrileño de Lavapiés acoja a población emigrante y otra que pase a parecer el gran “zoco” de Tánger. Ni una cosa ni su contrario.
En este mismo sentido, la libertad religiosa y el respeto a los diferentes cultos son valores democráticos estandarte de una sociedad plural, pero cuando la sociedad occidental quiere progresar hacia la laicidad poniendo un cierto freno a lo que era el dominio religioso del cristianismo, no tiene mucho sentido que en apenas cinco años hayan aumentado en más de 500 las mezquitas o lugares de culto en España. El Observatorio del Pluralismo Religioso en España y fuentes de la Lucha Antiterrorista cifran en más 1400 los lugares donde se practica el culto religioso musulmán. Esto supone el 21% dentro del total de los lugares de culto de todas las religiones en España. La pregunta que se extiende por las redes sociales es si existe esa misma reciprocidad en los países de religión oficial islámica. Incluso se utiliza una intervención de Putin en La Duma y una respuesta suya al Rey de Arabia Saudí para negarse a autorizar la construcción de una mezquita en Moscú. Falsas las dos. Todo ello parte de esa post-verdad que a través de las redes está emponzoñando, más aún, este grave problema. En definitiva la falsedad de las informaciones puestas en red es un vivero que va penetrando en el consciente colectivo y fortaleciendo discursos xenófobos, racistas y defensores de un estricto orden y moral cristiana que hace tiempo desaparecieron de nuestros patrones de convivencia. Interesante para algunos grupos políticos y colectivos del ahora denominado nacionalismo populista y sin duda para los propios yihadistas. Debemos rehacer y fortalecer nuestro discurso y aprender a ver los límites del problema.
Una última reflexión al hilo de lo anterior. Los medios de comunicación, con bastante generalidad, han querido ocupar el papel de “imanes doctrinales” de la cultura occidental en esta guerra, ante la ausencia de discurso político, lo han hecho dando pie a que toda suerte de opinadores profesionales (tutólogos como fueron denominados en Italia) que bajo una indemostrable experiencia en el tema mandan a la sociedad mensajes confusos y contradictorios y nada pedagógicos. En frente se han situado las redes sociales mandando mensajes, a favor o en contra, no se sabe bien de qué y de quién que hacen que la mentira política, que diría Arendt, parezca ridícula pero entre unos y otros, como he dicho, la debilidad de los discursos gubernamentales están haciendo que los protagonistas de esta Yihad ganen desde hace mucho la batalla ideológica.
En conclusión, si nuestras armas son, a saber, la unidad, la defensa de nuestra forma de vida, la fortaleza de nuestras convicciones, el valor (como ausencia de miedo) y la mayor eficacia de nuestros gobiernos y fuerzas de seguridad pues no sé si las tenemos todas con nosotros. La unidad es una pose, tanto en el plano nacional como en el internacional; la forma de vida occidental o desarrollada se ha disipado en un culto al consumo y al dinero perdiendo todo referente ético; nuestra sociedad está actuando desde la mala conciencia sin saber cuál es papel que ha de ejercer como comunidad de acogida, en la que otras han de integrarse y no al contrario; y nuestros gobiernos y las élites políticas están más preocupados de sus cuitas electorales a corto plazo sin ser conscientes de que este es el mayor problema que esta generación y las próximas tienen y que todas las demás cuestiones que nos preocupan van a terminar conduciendo a lo mismo. Déjenme que un poquito de miedo sí tenga.