El presidente Donald Trump no encuentra paz. No logra terminar con la “trama rusa” que involucra a miembros de su familia y estrechos colaboradores de su campaña presidencial con funcionarios y lobistas del Kremlin.
Tampoco puede terminar de organizar un equipo de gobierno coherente que le permita administrar a la primera potencia del mundo.
Por un lado, tiene problemas para desplazar a su Fiscal General, Jeff Sessions y reemplazarlo por otro funcionario que pueda atenuar las investigaciones de la justicia sobre la trama rusa.
Por el otro, tampoco puede terminar de organizar un equipo de comunicaciones coherente para difundir sus actividades.
La semana pasada detonó su equipo de comunicaciones cuando el portavoz oficial, Sean Spicer, una figura sumamente controvertida y abiertamente enfrentada con la Asociación de Periodistas de la Casa Blanca, renunció ante la designación del “tiburón” de Wall Street, Anthony Scaramucci al frente de este equipo.
La renuncia de Spicer y la designación de Scaramucci puso de relieve una sórdida puja intestina dentro del equipo presidencial.
El yerno del presidente Trump, Jared Kushner impulsaba la designación de Scaramucci.
Mientras que Sean Spicer, su principal sostén, el jefe de Gabinete, Reince Priebus y el mayor sostén de ambos, el estratega presidencial Stephen Bannon, resistían el nombramiento.
La primera batalla la ganó Kushner que logró la designación de Scaramucci y la consiguiente salida de Spicer de la Casa Blanca.
El nuevo director de Comunicación tenía en su agenda terminar con las filtraciones que jaquearon desde un comienzo a la Administración Trump.
Es por ello por lo que las primeras filtraciones ocurridas desde que asumió, aunque absolutamente inocentes, las tomó como algo personal y se salió de sus casillas.
El miércoles 26, el presidente Trump y su esposa Melanie cenaron en la Casa Blanca con Scaramucci, el popular presentador de la cadena Fox, Sean Hannity y el ex directivo de esa cadena, Bill Shine. Se trató de una cena reservada pero no de un encuentro secreto.
Sin embargo, cuando Scaramucci tomó conocimiento que la prensa estaba informando sobre la reunión y también acerca de su patrimonio personal montó en cólera.
Aunque el periodismo solo revelaba información pública y relativamente conocida proveniente de la Oficina de Ética Gubernamental. La declaración patrimonial que Scaramucci presentó ante la OEG consignaba que contaba con propiedades y negocios por más de cincuenta millones de dólares, una fortuna importante pero relativamente modesta si se la compara con la de otros miembros de la Administración Trump.
Enceguecido, Scaramucci consideró que esas revelaciones constituían un delito y arremetió contra los posibles responsables a través del Twitter.
Empleando un lenguaje extremadamente soez y explicitó, Scaramucci responsabilizó a Reince Priebus y a Stephen Bannon por las filtraciones y por llevar a cabo una permanente campaña de hostigamiento contra él.
Scaramucci describió la relación entre él y Priebus como la de Caín y Abel, advirtiendo que a corto plazo el presidente Trump debería resolver sobre la misma.
Los exabruptos de Scaramucci han terminado por darle la razón al impopular Sean Spicer. El nuevo director de Comunicaciones es aún peor que él y no parece estar a la altura del cargo para el cual fue designado.
Hoy, Scaramucci cuenta con el apoyo del presidente Trump, un hombre también acostumbrado a mostrar disgusto públicamente y a los exabruptos contra la prensa, pero nadie puede decir con certeza cuánto durará ese apoyo.
Mientras tanto, la división y el enfrentamiento entre los miembros del “círculo rojo” de la Administración Trump se mantiene. Por un lado, está el entorno familiar del presidente formado por gente que ha hecho carrera y que se conoce por su actividad en el mundo de los negocios.
Frente a estos se sitúan aquellos funcionarios pertenecientes a los ámbitos de la derecha alternativa, que en un comienzo fue el primer grupo en apostar por la candidatura presidencial del magnate.
Esta continua rivalidad no ayudará para nada a la marcha de la Administración Trump. Pero, tampoco hay certeza de que el presidente finalmente se decida por uno de estos dos grupos. Posiblemente, el presidente mantenga la competencia y rivalidades entre ambos como acostumbraba a hacer en sus tiempos de empresario.