Zbigniew Brzezinzki fue un sovietólogo y geopolítico estadounidense ligado al partido Demócrata que ocupó diversos cargos en el gobierno. Nació en Varsovia, Polonia en 1928. Hijo de un diplomático polaco emigró a Canadá a la edad de diez años cuando su padre fue enviado a cumplir misión en ese país, poco antes de la invasión alemana que originó la Segunda Guerra Mundial. Sus primeros estudios universitarios los realizó en la Mc. Gill University of Montreal. Se radicó en los Estados Unidos en 1953, donde se caso con una sobrina del ex presidente de la República de Checoslovaquía, Eduard Benes. Una vez instalado en los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski alcanzó un doctorado en Harvard con una tesis sobre la función de las “purgas” en el sistema político soviético.
En 1958 obtuvo la ciudadanía americana. Comenzó entonces a destacarse en los círculos académicos estadounidenses por sus trabajos sobre problemas de la Guerra Fría. Esto posibilitó su incorporación definitiva a las más altas esferas de Washington.
Aproximadamente, hacia 1966 se relacionó con dos personas que serían claves en su vida. El banquero y mecenas David Rockefeller y el también geopolítico Henry Kissinger quienes lo introdujeron en el influyente Club Bildergur.
Entre los años 1966 y 1968 se desempeñó como miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado de los Estados Unidos, donde desarrolló la estrategia de “implicación pacífica” frente y hacia la Unión Soviética. Se le atribuye un papel preponderante en la decisión del presidente Lyndon B. Jonhson de modificar las prioridades estratégicas de forma tal que el “deshielo” precediera a la reunificación alemana.
Durante la campaña presidencial de 1968, Brzezinski, presidió el grupo de trabajo encargado de la política exterior del candidato demócrata Hubert H. Humphrey, quien finalmente resultó derrotado por el postulante republicano Richard Nixon.
A principios de los años setenta, Brzezinski se distinguió como analista cuando anunció proféticamente la llegada de nuevos actores al escenario del poder mundial. Se trata de Europa y Japón, cuyas economías se habían recuperado espectacularmente después de la Segunda Guerra Mundial.
En un artículo publicado en “Foreign Affaire”, en 1970, expuso su visión sobre el “nuevo orden mundial”. Decía allí: “Se hace necesaria una visión nueva y más audaz –la creación de una comunidad de países desarrollados que puedan tratar de manera eficaz los amplios problemas de la humanidad. Además de los Estados Unidos de América y Europa Occidental, debe incluirse a Japón […] Un consejo formado por miembros de los Estados Unidos, Europa Oriental y Japón que fomentará encuentros regulares entre los jefes de gobierno, pero también entre personalidades menos importantes, sería un buen comienzo.”
Siguiendo con este planteo, en diciembre de 1971, Brzezinski organizó un seminario para el estudio de los problemas comunes a las tres grandes zonas de mayor desarrollo del planeta. Aquel foro, convocado para becarios de la Brookings Institution suscitó la atención del banquero David Rockefeller. De tal modo que, cuando en julio de 1972 tuvo lugar en Pocantico Hills –residencia familiar de los Rockefeller- el encuentro tripartito en el que se concluyeron los detalles para la creación de la Comisión Trilateral, Zbigniew Brzezinski, formó parte de la delegación americana junto al propio David Rockefeller, George Franklin, Fred Bergsten y George Bundy. En otoño de ese año fueron designados los tres presidentes territoriales de la recién nacida Trilateral, recayendo en Brzezinski el nombramiento de Director Coordinador. Poco después fue designado para la dirección de la sección americana de dicha entidad mundialista. Permaneció en ese cargo hasta ser designado por el presidente Jimmy Carter para la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad cargo en el cual permanecería a lo largo de toda la administración demócrata.
Jimmy Carter asumió la presidencia en un momento en que los Estados Unidos enfrentaban el trauma derivado de la derrota en Vietnam y el escándalo Watergate. Estos hechos hicieron renacer la tendencia americana al aislacionismo y recortaron las posibilidades de maniobra internacional del nuevo presidente. Entonces Brzezinski ideo un plan para involucrar a la Unión Soviética en un conflicto periférico y recuperar la iniciativa estratégica para su país.
El plan consistía en desestabilizar al régimen pro comunista de Afganistán financiando y abasteciendo de armas a las primeras milicias yijadistas que lo acosaban. El accionar de estas fuerzas guerrilleras terminaron por provocar la invasión soviética a Afganistán en 1979.
En una entrevista concedida a la publicación francesa “Le Nouvel Observateur”, en 1998, Brzezinski reconoció que el apoyo norteamericano a las milicias islámicas era anterior a la invasión soviética y tenía por objeto provocar que Moscú se involucrara en un conflicto de baja intensidad.
“Según la versión oficial de la historia –reconoció en dicha entrevista Brzezinski- la ayuda de la CIA a los mujaidines se inició en el año 1980, es decir, luego que el Ejército Soviético invadiera a Afganistán, el 24 de diciembre de 1979. Pero la realidad, mantenida en secreto hasta hoy, es muy distinta: el 3 de julio de 1979, el presidente Carter firmó la primera directiva sobre asistencia clandestina a los opositores del régimen pro soviético de Kabul. Aquel día le escribí una nota al presidente en la que le explicaba que en mi opinión aquella ayuda provocaría la intervención de los soviéticos […] No empujamos a los rusos a intervenir, pero conscientemente aumentamos las probabilidades.”
“El día en que los soviéticos cruzaron oficialmente la frontera afgana –agrega más adelante Brzezinski- escribí al presidente Carter en esencia: esta es nuestra oportunidad de darle a la URSS su Vietnam…”
Fue Brzezinsky quien durante la crisis de los rehenes de Irán, en noviembre de 1979, defendió ante Carter la necesidad de una misión de rescate. El presidente se inclinó por negociar la liberación de los 53 estadounidenses retenidos en Teherán durante 444 días. Tras la toma de la embajada americana, el Secretario de Estado Cyrus Vance se oponía a la misión de rescate: pensaba que crearía un choque entre el departamento de Estado y la Seguridad Nacional. Pero al fin Carter lanzó la llamada Operación Garra de Águila, misión que terminaría en un estruendoso fracaso que produjo la dimisión de Vance.
Al finalizar la Administración Carter, Zbigniew Brezezinski retornó a su cátedra en la Universidad de Columbia al tiempo que se desempeñaba como consultor para la empresa petrolera BP-Amoco y para la Freedom House.
En 1989, Brzezinski abandonó la Universidad de Columbia, donde enseñaba desde 1960, para colaborar en la organización del estado de Ucrania como nación independiente. Así, se inició su compromiso de impedir que Rusia resurgiera como superpotencia.
Poco después desarrolló “un plan para Europa” que entre otras propuestas contenía la idea de extender la OTAN a las repúblicas bálticas, las cuales finalmente se incorporarían a esta alianza militar en 2002. Durante la Administración Clinton fue designado enviado especial del presidente de los Estados Unidos para la promoción del mayor proyecto de infraestructura petrolera del mundo, el oleoducto Bakú–Tbilisi- Ceyhan.
Paralelamente, desde 1999, presidió el American Comimittee for Peace in Chechenya rican Committee ra la Paz en Chechenia ttrolera del mundo, el oleoducto Bak para la promocipara la Freedom House.
-Comité Americano para la Paz en Chechenia- instalado en los locales de la Freedom House.
Brzezinski fue colaborador habitual de las publicaciones oficiales editadas por diversas organizaciones mundialistas: “Trialogue” órgano de la Comisión Trilateral, “Foreign Affairs” revista del Council of Foreign Relations- Consejo de Relaciones Exteriores, “Internacional Affairs” y “The World Today”, publicaciones del Real Instituto de Asuntos Internacionales del Reino Unido.
Sus Principales libros de han Sido: “El Purg permanente. La política en totalitarismo soviético” (1956). “Tyhe bloque soviético. Unidad y Conflicto” (1960), ‘La ideología y poder en la política soviética’ (1962), ‘África y el mundo comunista’ (1963), “totalitario Dictadorship y Autorcracy (1965) en Colaboración con Carl J. Friedrich. “Alternativas a la Partición” (1965), “Entre dos edades: AMERICA'S Rol en la Era Technotronic” -La época tecnotrónica- (1970). “La flor frágil” (1971), “Memorias de energía y el principio' del asesor de Seguridad Nacional 1977 – 1981” (1983), ‘Plan de Juego’ -El gran tablero Mundial- (1986), “El gran fracaso: el nacimiento y muerte del comunismo en el siglo twentieh” (1989). "Fuera de control; agitación global en vísperas del siglo 21” (1993) y “La elección. La dominación global o liderazgo global” -El dilema de Estados Unidos: ¿dominacion mundial o Liderazgo global? (2004).
En 1970 fue editado su libro “La era tecnotrónica – Between two ages-“. Brzezinski definió el objeto de su obra como “una tentativa de definir, dentro de un contexto dinámico, el sentido de un aspecto capital de nuestra realidad contemporánea: el proceso político global emergente que diluye cada vez más los límites tradicionales entre la política interna y la internacional” y las connotaciones filosóficas, económicas, sociales y políticas que del mismo se derivan. Se trata, pues, de una concepción política del mundo futuro, y un reordenamiento integral del poder, el espacio y las ideas anacrónicas y emergentes. Como en el fondo es una ideología que quiere la modificación del mapa político del mundo y sus relaciones de poder, contiene un significativo sentido geopolítico.
La era tecnotrónica, combinación de la tecnología y la electrónica es una revolución que se produce por la incorporación masiva de personas a la enseñanza superior, los efectos de los medios masivos de comunicación visual, las comunicaciones instantáneas y las nuevas formas de producción automatizada que derivan de las inquietudes hacia otros horizontes y otras perspectivas de la vida. En esta era, anuncia Brzezinski en tono profético, que los términos socialista, liberal y comunista quizá no tengan significado.
Los Estados Unidos de América son el principal propagador global de la revolución tecnotrónica. Su sociedad es la que más influye sobre las otras, al promover una transformación acumulativa de largo alcance en su filosofía y sus costumbres. Su influencia es ante todo científica y tecnológica, y ejerce sobre la élite científica del mundo un atractivo que no tiene parangón en el orbe. Además, aquélla se extiende sobre la cultura de masas, bastante generalizada en otros países. Esta influencia favorece y socava la estabilidad interna de los demás países, desarticula las estructuras económicas y sociales vigentes, y nutre las fuerzas que luchan por la inestabilidad y la revolución. Por otra parte, los Estados Unidos buscan la estabilidad mundial. El resultado es una fuerte tensión entre la inestabilidad y el orden global que subjetivamente desean.
Para comprender los efectos internacionales, debemos partir de la premisa de que las naciones se hallan en etapas históricas distintas y si bien las reglas formales determinan que los Estados sean los únicos protagonistas importantes, lo cierto es que las finanzas internacionales, los grandes bancos, las organizaciones supranacionales de tipo religioso e ideológico, enmascaran el poder de los grandes.
Las consecuencias de la era tecnotrónica son múltiples y distintas. El poder de las religiones universales “se aplicó para extender la conquista del espíritu, y no para efectuar cambios sociales.” El cristianismo, al institucionalizarse, tendió a acallar el precepto cristiano de salvación en la Tierra como en el Cielo, y “las iglesias cristianas han terminado por aceptar gradualmente la estratificación social, e incluso a beneficiarse con ella” –en América Latina-. Las otras dos grandes religiones han sido más pasivas, tanto en la teoría como en la práctica, y “algunas corrientes luteranas llegaron incluso a sancionar como dogmas algunos conceptos de desigualdad social.”
El dominio del medio, el racionalismo secular, el desafío a las religiones institucionalizadas y la mayor conciencia de la realidad social, dieron bases al Estado – nación y al nacionalismo. El Estado – Nación se convirtió en el punto de partida del análisis de la realidad. De la igualdad ante Dios se pasó a la igualdad ante la ley. Pero no proporcionó las bases para el examen sistemático y riguroso de la realidad para lograr la igualdad social. El marxismo se ocupó en dar a las masas una fuerte preocupación por la igualdad social, y darle una cosmovisión para justificar la misma. Ayudó a expandir la capacidad de la conciencia política y social del hombre; pero el marxismo fue copado e institucionalizado por el partido comunista, una burocracia abroquelada en el poder que lo dogmatizó, lo institucionalizó y lo desnaturalizó.
Actualmente, la relación entre las ideas y las instituciones es turbulenta, y las últimas están a la defensiva y preocupadas por conservar las lealtades. La prensa, la radio, la televisión, el telégrafo, la internet y las redes sociales, distorsionan los valores, vulneran la rigidez de las instituciones. En resumen, todo se considera provisional y relativo, y se busca una relación individual y directa con Dios; la izquierda sanciona al comunismo soviético, y las elites intelectuales forman una conciencia más universal. Hay una tendencia general a la desintegración, y de rebeldía a los cánones heredados. El mundo está en crisis.
Aunque muchas de las situaciones descriptas por Brzezinski pueden apreciarse en toda su plenitud más de treinta años después de publicado su libro, donde su pensamiento ha resultado más anticipatorio es con respecto a la disgregación de la Unión Soviética.
En “Out of Control” (1993), obra que tiene un subtítulo por demás sugestivo “Desorden mundial en vísperas del siglo XXI”, Brzezinski analiza lo que considera el inmenso desorden geopolítico de la actualidad. El mundo está atravesando un tiempo de fragmentación creciente: desunión europea, situación explosiva en algunos países islámicos, disparidad cada vez mayor entre países ricos y países pobres, inestabilidad del sistema político de la antigua Unión Soviética, a todo lo cual se une el inicio de un colapso de los valores morales y espirituales de Occidente -declive de la religión en la definición de pautas morales, consumismo como sustituto de normas éticas, criterios de autocontrol de la sociedad crecientemente vagos e imprecisos-. La prioridad otorgada además a la autogratificación individual tiende a crear una condición en la que poco autocontrol es ejercido sobre la dinámica del deseo de consumir. Por contraste, fuera del rico Occidente, gran parte de la vida humana está todavía dominada por preocupaciones fundamentales de supervivencia. Estas tendencias divergentes socavan e inhiben el consenso mundial y acrecientan los peligros de una desigualdad general cada vez más profunda, y crean las condiciones para la agudización de los conflictos Norte – Sur.
Por otra parte, Brzezinski considera que la historia no ha finalizado, sino que se ha comprimido, siendo la discontinuidad la realidad central de la historia contemporánea. Si bien en la actualidad Estados Unidos es la única superpotencia realmente mundial, la cuestión que se plantea es si una potencia que no está guiada por un conjunto de valores mundialmente relevantes, puede ejercer durante mucho tiempo ese predominio. Brzezinski sostiene que a menos que haya algún esfuerzo deliberado en Estados Unidos por el restablecimiento de la centralidad de algunos principios morales, la fase de la preponderancia estadounidense puede no durar mucho. Este panorama global lleva al autor a afirmar que la situación “podría sencillamente descontrolarse”, generando desorden político masivo y confusión filosófica.
Será necesario entonces definir los límites apropiados -en última instancia, morales- de las aspiraciones internas y externas, lo que requerirá un esfuerzo consciente para llegar a un equilibrio entre las necesidades sociales y la gratificación personal, la pobreza global y la riqueza nacional, la alteración irresponsable del ambiente físico e incluso del ser humano y el esfuerzo por conservar tanto el patrimonio de la naturaleza como la autenticidad de la identidad humana. “Out of control” es al mismo tiempo un diagnóstico, una prognosis y la propuesta de una salida, constituyendo una interpretación del mensaje y del sentido político de nuestro tiempo.
Brzezinski tiene el mérito de haber anticipado muchos de los procesos de cambio, tanto internos dentro de los Estados, como en sus consecuencias en el plano internacional. Pero, precisamente por la aceleración de los cambios y las profundas transformaciones que él avizoraba, sus escritos perdieron rápidamente vigencia. No obstante, Brzezinski ha continuado su labor académica y en trabajos posteriores, no tan difundidos, ha sabido mantener actualizado su pensamiento geopolítico.
En 2004, Brzezinski editó “The Choice. Global domination or global leadership”, publicado en español como “El dilema de Estados Unidos: ¿Dominación global o liderazgo mundial?” En este trabajo el geopolítico polaco americano no se ha apartado demasiado de lo que fueron las preocupaciones centrales de su pensamiento desde 1970. La necesidad de establecer un orden internacional fundado en una comunidad de potencias, integrada por los Estados Unidos, Europa y Japón, que distribuya el poder, reparta las responsabilidades, distribuya los beneficios y en consecuencia pacifique y neutralice las tensiones.
Conocido “mundialista” no puede menos que mostrar su preocupación por la creciente hostilidad que despierta tanto la “globalización” como el unilateralismo y la agresividad de los Estados Unidos. Aunque no es capaz de comprender las causas reales de dicha hostilidad y suele caer en explicaciones simplistas y erróneas. Tales como atribuir el “antiamericanismo” a la envidia que las condiciones privilegiadas de que disfruta el pueblo estadounidense.
Poco nuevo más allá de la “comunidad mundial con intereses armonizados”. Brzezinski es un liberal progresista, un hombre vinculado al Partido Demócrata Americano, en consecuencia, teme que los Estados Unidos se conviertan progresivamente “en un híbrido de democracia y autocracia”. Un país obsesionado por su seguridad y rayando en la xenofobia, tal como se evidencia del trato dado a los extranjeros y las humillaciones a que son sometidos los visitantes al ingresar al territorio americano.
Posiblemente el aspecto más interesante de este último trabajo de Brzezinski resida en la crítica que efectúa a la denominada “guerra contra el terrorismo”. El geopolítico polaco americano señala en este sentido que el terrorismo es una táctica de agresión superficial que exige conocer y actuar sobre sus causas. Existe un conflicto que lo sostiene: quienes lo organizan y quienes lo financian. No obstante, Estados Unidos no pueden menospreciar el hecho de que su apoyo al Estado de Israel y su presencia en lugares “sagrados del Islam”, son el motivo del resentimiento del mundo islámico y de los pueblos árabes en particular. Es uno de los móviles –entre otros- por los cuales pretenden justificar su accionar los grupos terroristas.
En consecuencia, Brzezinski reivindica una visión más amplia y clásica de la acción exterior americana, menos focalizada en el terrorismo y más atenta a otro tipo de realidades, como el creciente papel de China, la transformación de Japón en una potencia militar, la mayor autonomía de India, etc.
Podemos concluir señalando que en este libro hay mucha nostalgia de un mundo que ha desaparecido, pero también mucho rechazo al cambio. Brzezinski, bordeando los noventa años, se niega a aceptar algunos elementos sobre los que se ha construido la nueva estrategia nacional de los Estados Unidos. Hay también algo de resistencia generacional en esta actitud. No puede obviarse que su hijo Mark ha sido uno de los principales colaboradores de Wolfowitz en el Pentágono, y que toda una nueva camada de expertos y asesores ha pasado a desempeñar los puestos claves en el gobierno norteamericano, evidenciando un marcado desprecio por Europa y una mayor preocupación por el área del Pacífico.
Con la desaparición de Davida Rockefeller, a los 101 años, en marzo pasado y ahora Zbigniew Brzezinski los Estados Unidos pierden dos de los grandes gestores del orden internacional de pos guerra, que tan sólo Henry Kissinger, quien a los 94 años aún se mantiene activo en la política americana y en el pensamiento geopolítico.