La reciente celebración del 41 Congreso del PSOE, revestido de adhesión incondicional al líder, ha revelado las profundidades de una crisis interna que no solo afecta al futuro inmediato del partido, sino que pone en duda la auténtica esencia de lo que significa ser socialista y socialdemócrata en el siglo XXI.
La elección deÓscar López como Secretario General del PSM, sin mayor discusión ni debate, simboliza un momento de consolidación de una forma de entender el poder y la democracia en la cúpula del partido y allegados, lo que pone de manifiesto la falta de escrúpulos democráticos y la deriva de un socialismo que, cada vez más, se aleja de los valores fundamentales de la verdadera socialdemocracia, que además de relato tiene mucho de fondo y de forma.
Uniformidad no es unidad
La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos va a suponer un desafío colosal para la democracia liberal y, en particular, para las fuerzas progresistas. Este hecho debería obligar a la socialdemocracia europea a ser mucho más rigurosa no solo en sus formas (que también), sino también en los fundamentos de la democracia. La democracia no se reduce a votar cada cierto tiempo, sino que requiere la participación y real de la ciudadanía en la vida política y, por ende, de la militancia de los partidos, un principio fundamental que ha sido sistemáticamente desdibujado por los líderes del PSOE en los últimos años. Frente al populismo cortoplacista de “nosotros buenos, ellos malos” –como a menudo se presenta a la derecha y la extrema derecha– la socialdemocracia debería ser la que impulse un debate profundo y serio en la propia sociedad sobre los graves problemas reales que tenemos en el horizonte, abordando sus raíces estructurales y que sus medidas transformadoras sean coherentes un día con el siguiente. Enfrentar un mundo en descomposición como lo conocíamos no con respuestas simplistas que no hacen más que alimentar la polarización. El objetivo de la izquierda no es parecerse a la derecha.
A nivel internacional, la crisis política y social se hace cada vez más evidente. En Francia, por ejemplo, la crisis de gobernabilidad es consecuencia directa del fraccionamiento político y la intransigencia de una izquierda fragmentada, sumida en luchas internas, incapaz de ofrecer soluciones reales a los problemas de la ciudadanía. La extrema derecha, por su parte, sigue ganando terreno, mientras que el centro – izquierda parece desaparecer al haber perdido el tiempo de reacción discutiendo problemas de los políticos, no de la política.
La situación en Alemania, aunque algo diferente, también está marcada por el desencanto popular hacia los partidos tradicionales, incapaces de ofrecer respuestas eficaces ante una Europa que vive una crisis existencial pero que nadie reconocerá poniendo pie en pared. La reciente anulación de las elecciones en Rumanía y la crisis de gobernabilidad en la UE –agudizada por la guerra en Ucrania, el conflicto en Oriente Medio y la crisis en Siria– son pruebas irrefutables de un sistema político europeo que necesita una profunda reflexión y reforma. La Unión Europea, preocupada por la firma de acuerdos comerciales con Mercosur, busca que estos acuerdos sean aceptados por los ciudadanos y cuenten con el consenso de los miembros. Sin embargo, esto no parece ser así, y la UE se muestra nuevamente como una institución en crisis. A pesar de lo que digan los incondicionales europeístas, la UE está cada vez más desconectada de la realidad.
Es en este marco de turbulencia global donde el PSOE quiere convertir (dilapidar) todo su acervo histórico en gritos de entusiastas fanáticos junto a silentes críticos. Cuando más necesario es un modelo de referencia, no solo recetas, sino ofrecer respuestas realmente contundentes y transformadoras, parece más preocupado y ocupado por los intereses internos del partido de acomodo cortesano y una lucha por el poder, de enemigos no adversarios, con una derecha que se cree muy fuerte pero sigue en su agujero negro. La presión judicial sobre el ecosistema socialista pone en evidencia la necesidad urgente de restaurar la confianza en la política y en las instituciones. Esta presión solo será zanjada por decisiones de la propia judicatura, en la instancia que corresponda, pero no se puede mientras tanto poner en cuestión el sistema judicial español, a veces la memoria democrática le flojea a alguno. Hasta el momento, lo que el PSOE (sus dirigentes) ha hecho ha sido de cara a la opinión pública, con el “y tú más”, que está favoreciendo el encubrimiento de ciertos comportamientos y actitudes personales “muy raros” sin ofrecer explicación alguna a la ciudadanía, evitando enfrentarse a los verdaderos desafíos de la política contemporánea, desde un juego sin recorrido de acción-reacción. Se ha pasado de la machacona “escucha activa” a llevar la trompetilla en el bolsillo.
A los ciudadanos les importa un bledo lo que sucede en la vida interna de los partidos políticos, y hacen bien, pero poco a poco se va socavando el funcionamiento real de la democracia, y eso sí les va a terminar preocupando. Como dijo George Orwell: ‘El poder no es un medio, es un fin. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura.'”
En este contexto, el proceso de elección de Óscar López como Secretario General del PSM es una muestra palpable de lo comentado y una muestra de un funcionamiento autoritario y centralista del partido. No muy lejano a las ocurrencias de Trump eligiendo estrellas de la televisión. La falta de debate, de votaciones y de participación en el pasado Congreso, junto con el hecho ahora de que López, que ni siquiera es oriundo de Madrid, refleja la desconexión del partido con la realidad política y social de la ciudadanía. El uso del “centralismo democrático” –una práctica de control que recuerda a los viejos métodos de los comunistas– está siendo la norma. Los delegados al congreso no fueron elegidos por los militantes, sino que fueron cooptados entre los selectos incondicionales (¿democracia interna? ¿partido de los militantes?). Nadie se puede creer que no ha existido ningún tipo de discrepancia relevante. La discrepancia debería ser una característica esencial de un partido verdaderamente democrático y socialista. La política se ha convertido en el arte de siempre tener razón
La falta de debate y la concentración del poder en unas manos están llevando a un estado de “uniformidad” que, lejos de ser una fortaleza, es una unidad de pegamento y medio. Con ello es fácil caer en el ridículo como las restricciones impuestas a las reuniones de los socialistas madrileños, salvo la copa de Navidad. La historia demuestra que esta censura y control tiene corto recorrido. Al final, todo esto lo único que logra es fortalecer la figura de la “derecha disruptiva” de Isabel Díaz Ayuso. Con su casticismo barriobajero con una dialéctica libertaria de La Revoltosa Mari Pepa, que fuera del foro puede repatear, pero aquí “mola”. Y Sánchez parece empeñado en que les guste a todos la Zarzuela. Y López está lejos de ser un Felipe que le plante cara.
López solo ha demostrado, hasta la fecha, ser un fiel seguidor de Pedro Sánchez, sin mostrar ninguna iniciativa propia o una propuesta clara para el futuro del socialismo madrileño o mundial. Es una reafirmación del incuestionable poder de Sánchez, única forma de gobernar que entiende. “Obras son amores y no…”. Este tipo de liderazgo no es propio de la socialdemocracia.
El batacazo electoral que sufrió el PSOE en diferentes Comunidades Autónomas debería haber sido una advertencia de la desconexión que existe entre los intereses del partido y las preocupaciones reales de la ciudadanía, no solo de los líderes propuestos. Elegidos, por cierto, en primarias lo que demuestra la nula validez de este sistema. Hasta Mazón fue elegido, pero ¿había algo detrás?
La idea de que la derecha y la extrema derecha son los únicos enemigos por combatir no es suficiente para movilizar a un electorado desencantado y cansado del relato circular. Pedro Sánchez, convencido por Iglesias de la importancia de “la batalla cultural”, intenta igualarse en su uso a la de Ayuso, pero no puede hacerse de manera más torpe. En lugar de construir “una visión de futuro” que pueda conectar con las aspiraciones de la gente preocupada, Sánchez se ha enredado en una retórica agresiva y sin sustancia que solo ha logrado polarizar aún más la política española.
Bobbio advertía sobre los peligros de que la socialdemocracia se viera seducida por el autoritarismo, problema endémico del liderazgo, y su reto es mantener siempre una democracia vibrante, abierta a la discrepancia y al debate en todos los órdenes de la vida colectiva.
Esto, sé, va a molestar a muchos, pero el PSOE parece haber tomado el camino de la autodestrucción. Está perdiendo su rumbo centrándose únicamente en sus propios problemas internos y en la perpetuación de un liderazgo que está impidiendo al socialismo entender lo que mundo adelante está pasando.
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