La terrible tragedia vivida por el pueblo marroquí debido al terrible terremoto del 7 de septiembre, el más grave de su historia, mueve a la solidaridad en España.
Sentir que el suelo tiembla bajo tus pies es una experiencia diferente a cualquier otra, pero como experiencia, prescindible. La tierra se mueve durante unos segundos, nada más, suficientes para tomar conciencia de lo vulnerable que es el ser humano. Frente a nosotros los edificios empiezan a tambalearse, las cosas empiezan caer de los estantes y finalmente el techo cae sobre nuestras cabezas. El cuerpo nos pide correr, buscar cobijo sin saber bien hacia dónde. Se pierde el control y lo único que permanece es un instinto de supervivencia. Ni los más acostumbrados al riego saben reaccionar. El miedo se ha apoderado de nosotros, lo único que nos importa es sobrevivir.
Con esta descripción me quedo corto, pues lo peor viene a continuación. Los muros que han caído han dejado bajo ellos a los que tranquilamente habitaban su interior. Todo va cayendo como un castillo de naipes, se desmoronará ahora o después y eso hace más difícil recoger a los supervivientes. El más terrible presentimiento de que en los próximos minutos se pueda repetir. En este escenario no hay diferencias de clases, razas o creencias, nacionalidades. Es la vulnerabilidad, la fragilidad del ser humano y ahí todos somos lo mismo.
El terremoto en Marruecos, ese país que para algunos sólo es nuestro vecino con el mar por medio. Eso si sólo nos separada una estrecha franja de agua de 12 kilómetros. Haría falta recordar, una vez más, que Marruecos es mucho más, es parte de nuestra historia pasada, presente y futura. Por ello ante una tragedia como la sucedida no hay diferencias, ni fronteras de tierra y agua, ni intencionalidades, ni prejuicios. Por ello, no es de recibo que, cuando aún los cuerpos con vida, o sin ella, se encuentran calientes se alcen voces críticas de si se está actuando, o no, convenientemente o que se muestren indiferentes ante la tragedia. Lo primero son las víctimas, los sepultados, los que han perdido a sus seres más queridos, sus casas y los enseres de primera necesidad.
En este momento lo primero son las personas. Los terremotos no entienden de política y parece ser que la política y algunos medios tampoco de terremotos. La rapidez de la ayuda ofrecida por España, con personal y medios de rescate, en estas circunstancias es lo que hay destacar. Lo mismo que las difíciles condiciones de trabajo que están llevando a cabo las Fuerzas Armadas marroquíes y la Protección Civil. La ayuda española ha sido la primera pues es la más cercana y la más implicada y habría que mostrarles gratitud. A buen seguro que nadie escatima en esfuerzos para poder ayudar, echar esa necesaria mano a los marroquíes en su angustia. La solidaridad es una bella palabra que solo encuentra su sentido pleno cuando el otro nos necesita y sin preguntarnos porqués respondemos con la ayuda que resuelven los sufrimientos o los pueden paliar.
Al parecer lo propios marroquíes lo han entendido así y aunque los efectos del sismo se han producido en una parte muy concreta del país, el sentimiento de la tragedia que están sufriendo es de todos y cada uno de los marroquíes en cualquier punto de su territorio nacional, pero también lo es de los millares que viven en España. Por ello, nos tenemos que sentir en estos días más cercanos a ellos. Es ocioso recordar que es la población más numerosa de no nacionales en nuestro país, pero también que ya hay muchos españoles que son marroquíes de origen, trabajan con nosotros y sus hijos van al colegio con los nuestros.
Hoy ante el dolor decir que, Marruecos es una nación vecina es poco, hoy tiene mayor sentido decir que los marroquíes son nuestros hermanos como les gusta decir a ellos. Marruecos es mucho más que un bello lugar de vacaciones para los españoles. Marruecos está estos días sufriendo y creo que es más propio tender la mano abierta para ayudarles que poner el dedo en el ojo para criticar esto o aquello. Ellos mismos sacarán sus lecciones de este trágico suceso, ahora no toca. Lo que corresponde es unirnos, como están ellos, en su dolor y ayudarles en todo aquello que se pueda.
Lo que corresponde es unirnos, como están ellos, en su dolor y ayudarles en todo aquello que se pueda