Aceptando su derrota en las elecciones de octubre, el kirchnerismo prepara un “Plan Bomba” que haga fracasar al próximo gobierno y permita su pronto retorno al gobierno.
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A cuarenta días de la primera ronda de votación en las elecciones generales del próximo 22 de octubre los argentinos parecen más preocupados por saber que ocurrirá el 11 de diciembre (es decir, el día después de la asunción del nuevo gobierno) que por saber quién será el nuevo presidente.
Saben que si triunfan Javier Milei de La Libertad Avanza (LLA) o Patricia Bullrich de Juntos por el Cambio (JxC) habrá “dolarización” o “economía bimonetaria” respectivamente, pero ambos aplicarán una receta similar: reducción del Estado, ajuste del gasto fiscal, apertura de la economía, reducción de la carga impositiva, reforma laboral, eliminación de los piquetes, etc.
Las diferencias entre las propuestas de gobierno de Mieli y Bullrich son menores de lo que aparentan en el fragor de la contienda electoral. Ambos pretenden aplicar las reformas que proponen mediante políticas de shock que pueden generar fuertes resistencias sociales.
Sus diferencias son de estilo discursivo de hombres y de las alianzas que han forjado para llegar a la instancia de disputar la presidencia.
Posiblemente Javier Milei será más radical y vehemente en la implementación de sus propuestas, lo cual genera dudas sobre si será capaz de llevarlas a cabo o se quedará en el intento, incluso si al concretarlas se producirá una reacción violenta y organizada por parte de algunos sectores de la sociedad.
En el caso de Patricia Bullrich las dudas surgen en saber si JXC, como alianza electoral de partidos que mantienen diferencias políticas e ideológicas, resistirá sin fragmentarse. Hay serias dudas de que al menos un sector de la U.C.R. (especialmente el grupo “Evolución” liderado por el senador Martín Lousteau, diputado y vicerrector de la UBA, Emiliano Yacobitti y el eterno Enrique “Coti” Nosiglia) y la Coalición Cívica acompañen con sus legisladores la propuesta de gobierno impulsada por Bullrich.
Basta con pasar revista a la votación sobre la estatización de YPF, una dudosa maniobra de Cristina Kirchner que costará al país 16.000 millones de dólares en un juicio en los Estados Unidos, donde puede verse claramente que mientras Bullrich y los legisladores del PRO votaban en contra, los legisladores radicales y de la Coalición Cívica acompañaron con su voto a los diputados kirchneristas.
Resulta evidente, que más allá de que se pretenda disimular con verborragia electoral, Bullrich, Macri y López Murphy están más cerca ideológicamente de Milei que de sus socios de la U.C.R y la Coalición Cívica.
Además, tanto Milei como Bullrich, si alguno de ellos llega a la presidencia, necesitará de los votos de otro para gobernar y aplicar sus propuestas reformistas.
Por lo tanto, después de los comicios, Milei y Bullrich deberán recomponer sus relaciones olvidando los agravios propios de la competencia electoral si quieren seguir teniendo protagonismo político.
Con respecto a un eventual (y poco probable) triunfo del ministro candidato Sergio Massa las dudas sobre lo que piensa hacer son totales.
Massa es actualmente el candidato más conservador que propone no cambiar nada ni tocar ninguno de los privilegios de que goza la casta política, gremial y empresarial, ni cambiar las reglas de juego de una economía en crisis.
Massa es actualmente el candidato más conservador que propone no cambiar nada ni tocar ninguno de los privilegios de que goza la casta política, gremial y empresarial. El candidato oficialista no solo ha eludido decir que hará con la economía si resulta electo presidente, sino que hasta el momento no ha explicado quién ocupará el ministerio de Economía ni quienes forman su equipo económico.
Si Massa tiene soluciones para la crisis que vive la Argentina, las mantiene ocultas bajo siete llaves. Tampoco a explicado porque no ha implementado esas soluciones en el año que lleva como ministro de Economía. Mucho menos ha aclarado que opina la silenciosa pero omnipresente Cristina Kirchner sobre sus planes de gobierno.
Eso siempre que el crea en los planes de gobierno. Porque el presidente Alberto Fernández ha dicho que no cree en los planes de gobierno ni en los méritos profesionales para elegir funcionarios, algo que resulta evidente viendo los resultados de su gobierno.
Cuesta creer que el CEO de una empresa pretenda gestionarla sin un plan de trabajo muy bien estructurado para orientar su gestión. Mucho menos si esa empresa es la República Argentina.
No obstante, el presidente Alberto Fernández se mantuvo en la Casa Rosada durante cuatro años sin contar con un plan de gobierno. Fernández fue presidente, pero no gobernó. En realidad, durante los últimos cuatro años, en Argentina debido a las continuas confrontaciones entre Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa nadie gobernó.
La prueba está a la vista: el peso se devaluó 609% frente al dólar, la inflación acumulada fue de 324%, el Banco Central no cuenta con reservas, las empresas han paralizado sus actividades por falta de insumos y repuestos importados debido a la carencia de divisas, el país lleva meses en recesión, la pobreza registrada afecta a más del 40% de los argentinos y tres de cada diez jóvenes de entre 18 y 24 años no estudia ni trabaja de manera remunerada.
Con este terrible legado, que el ministro de Economía aspire a competir en la segunda ronda electoral y aspire a ser presidente constituye un desafío a la ley de gravedad.
El Plan Bomba
Dentro del Instituto Patria algunos acarician la idea de que el próximo gobierno fracase rápidamente y habrá paso a una nueva convocatoria electoral pocos meses más tarde, donde el peronismo kirchnerista tendría la posibilidad de retornar al gobierno con un candidato que realmente lo represente.
El kirchnerismo duro no confía en Sergio Massa ni lo considera candidato ganador. No le preocupa salir segundos o hasta terceros en las elecciones de octubre. Lo que realmente les quita el sueño a los kirchneristas es perder el poder y los beneficios de todo tipo que este otorga.
Por lo tanto, todas sus elucubraciones giran en torno a como retener espacios de poder y como volver a ser gobierno los más rápido posible. Se han convencido de que son los únicos capaces de gobernar el país sin que se agudicen los conflictos sociales y que los sectores populares pierdan sus “conquistas”.
Para acelerar este proceso de retorno, planean dejar una situación socioeconómica aún más compleja. Para contribuir a ello, Massa congeló las tarifas de gas, luz y transporte en el área metropolitana, suspendió por tres meses los incrementos en las cuotas de la medicina prepaga y estabilizó al dólar oficial, pese a que -tras la devaluación de agosto- ya quedó atrasado. Mientras la inflación mensual desbocada se sitúa por encima del 10%.
El país se está convirtiendo en una auténtica olla a presión que deberá destapar el próximo gobierno.
La situación será aún más grave sin un candidato opositor se impone en la primera vuelta. En ese caso, los cincuenta días hasta la transmisión del mando (donde convivirán un presidente electo, otro saliente y un derrotado ministro de Economía despidiéndose del cargo sin ningún tipo de apoyo político) convertirán al país en una suerte de tierra de nadie. Hoy es difícil saber cómo transitará el país ese período.
Tampoco trae tranquilidad imaginar a un nuevo presidente asumiendo el cargo el 10 de diciembre con la responsabilidad de enfrentar los habituales saqueos de fin de año, el pago de aguinaldos y sueldos sin recursos y al mismo tiempo los reclamos y maniobras de los funcionarios y empleados kirchneristas obligados a dejar sus cargos políticos.
Voluntaria o involuntariamente el kirchnerismo le está dejando al futuro gobierno una bomba de tiempo con una mecha muy corta ya encendida. De cómo desactive esta bomba el nuevo presidente dependerá el futuro del país, gane quien gane.