Nuestro amigo Álvaro Frutos Rosado nos brinda su visión de las elecciones en España a días de los comicios.
Durante estas semanas han visto la luz diversos manifiestos de apoyo, incitación o advertencia del voto. La mayoría, por no decir todos, venían por la izquierda. La derecha es más de manifestarse en la calle, ya sea contra el aborto, el matrimonio homosexual o porque España sea una y no cincuenta y una. Manifiestos, algunos absurdos, incluso yo creo haber firmado uno de ellos, como los de militantes a favor de su partido. ¡Faltaría más!
El manifiesto de verdad, ante estas tormentosas elecciones, será el del día 23 votando. Dicho esto, y aunque a pocos les pueda importar, a mí sí me gustaría manifestar algunas cosas.
En primer lugar, que no creo que la cosa vaya de aplaudir con las manos y los pies a Pedro Sánchez. Eso por mi parte no lo voy a hacer. Se puede participar de unas ideas, apoyar a la organización que las representa, pero en lo personal es muy sano mantener un cierto laicismo.
Hay muchos que piensan que la militancia política obliga a emocionarse por que el líder sea alto, guapo, luzca el traje y hable inglés. A Azaña se le denostaba por ser físicamente repulsivo, descontando su capacidad intelectual y están los que veían en Aznar un adonis. En el caso de Sánchez, mucho podría esgrimirse y encontrar en él un buen número de razones que no le hacen un buen candidato.
Evidentemente no sabe reír, aunque sus asesores se empeñen en que lo haga. Mejor que no. No obstante, de sus asesores de comunicación y estrategia hubiera prescindido hace tiempo. Son malos, en el sentido de inútiles de solemnidad. Pedro Sánchez, comunicativamente, no ha dado ni una. Además, cuando se ha acercado a los medios de comunicación no ha hecho especialmente amigos. Sus dotes están por descubrir.
En la selección de cargos públicos, no están sus mayores éxitos. Mantener gestores de empresas públicas escandalosamente deficitarias, o a tipos cuyo único mérito de gestión es ser secretario general de agrupaciones de no más de 50 militantes, que se rompen las manos cada vez que el líder aparece en la lontananza, no es el modelo. Lo grave es que han sido exponentes de comportamientos impropios de la ética y estética socialista, que existir existe. Todo eso deja estela.
En los gobiernos populares, cierto, no fue muy distinto. Sin embargo, la izquierda ha perdido con ello un hecho diferencial importante al mantener en puestos de responsabilidad a personas con capacidades bastante cuestionables, sin ofrecer un riguroso sistema de selección de gestores públicos. ¡Dejémoslo ahí! El espacio condiciona y no puedo dedicarlo a relatar otras razones por las que se puede pensar que no es un buen candidato.
Manifestado esto, lo que sí quiero decir es que Sánchez es con mucho el mejor candidato. ¿Comparado con quién? Con cualquiera de los que se presentan.
Eso lo sabe, y piensa lo mismo, tanto la izquierda que se va a quedar en casa demostrando, una vez más, su ancestral desdén intelectual, creyendo –como se decía antes– que ellos son superiores y de ideas más avanzadas. Como también lo piensan los de derechas, más o menos centrados, que van a acudir sin mucho pensamiento a expulsar al sanchismo, sin saber bien las razones.
Unos y otros saben que Núñez Feijóo es un sinsorga. ¿Menos arrogante que Sánchez?, ni mucho menos. Para optar a ser presidente del Gobierno de un país es necesario tener una buena dosis de arrogancia, presunción, ego crecido, sobrevalorada autoestima y desprecio intelectual a los demás. O se tiene una buena dosis de todo ello o es mejor no presentarse. Núñez es igual, en ese registro personal, que Sánchez, gramo más o menos.
El día 23 no está en juego el carácter más o menos simpático de un presidente de gobierno o si cuando se enfada en casa rompe los platos, está en juego el futuro del pueblo español
Ahora bien, Núñez, sin duda, ha demostrado que sus actitudes personales son mucho más taimadas. Se presentó obligado después de que las fuerzas oscuras, sobre las que nadie ha pedido explicaciones, se hubiesen cargado a Casado. Eso sí, se liquidan sin ruido. No hay que olvidarlo. Le llevan del ronzal los quintacolumnistas que, camuflados de castañeras, tienen hace años asiento fijo en la calle Génova o, también, en alguna Corporación con influencia superior en la sede conservadora.
Seamos conscientes, Núñez Feijóo tiene un serísimo problema. No es un niño pijo del barrio de Salamanca o asimilados como Gamarra o los primos de Vox. Ello unido a su poco carácter le da un escaso margen de autonomía política, se ha visto. Anunció que él venía a negociar y nunca negoció. Ofrece Pactos de La Moncloa sólo si él gobierna. Si Núñez Feijóo intentara dar una impronta propia estaría muerto. Los de dentro y los de fuera se lo van a comer con cachelos o sin ellos. Hay que recordar, y tiene su importancia, que ni siquiera es de estirpe “fraguista”, que es la casta popular con mayor raigambre. Él es de Romay Beccaría. Gallegos todos, herederos del franquismo también, ¡juntos sí, revueltos no!
Podemos estar ante el líder de la derecha española más peligroso para el futuro de ESPAÑA. No por sus convicciones, fortaleza, apoyos internos y externos o proyecto de futuro. Es el más peligroso por la ausencia de todo ello.
Ya sería malo para España que se accediera sólo al Gobierno de la Nación por haber quedado mejor en el debate del barullo, donde los perdedores reales fueron los ciudadanos que no tuvieron la oportunidad de contrastar cuál era la propuesta de uno y otro para España en los difíciles próximos cuatro años.
Empíricamente está demostrado que las elecciones las pierden los gobiernos. Sería verdaderamente lamentable que para hacer que se vieran los deméritos de un gobierno se ponga el foco en hechos no ciertos reiteradamente dichos, sin que los medios de comunicación digan nada. Peor aún, que la censura al gobierno tome cuerpo en expresiones propias de pintadas callejeras como el “que te vote Txapote”. Es una ignominia vergonzante para la historia de España y para todos los españoles dar crédito a la morbosidad del eslogan por ignorancia histórica o por mala fe ayuna de cualquier principio democrático.
El día 23 no está en juego el carácter más o menos simpático de un presidente de gobierno o si cuando se enfada en casa rompe los platos, está en juego el futuro del pueblo español. Las mentiras de Aznar sobre la guerra de Irak son difícilmente superables y sus consecuencias están en la mente de todos. Los casos de corrupción dentro del entramado del Partido Popular con Rajoy a la cabeza son de antes de ayer. A la izquierda hay que valorarle no haber centrado en ello la campaña. Sin embargo, desvirtuar la victoria de los españoles sobre ETA, que es la mayor tragedia que ha tenido España en el Siglo XX después de la Guerra Civil, para ganar unas elecciones, es llanamente pretender pasarse al pueblo español por la entrepierna, además de un retroceso histórico mayor que el que nos propone VOX con sus políticas reaccionarias.
En política no vale todo, y sacar a pasear al terrorismo como estrategia electoral de forma constante y además única, deslegitima una posible victoria del Partido Popular como fueron ilegítimas sus reiteradas citas electorales financiadas ilegalmente. Nadie les impugnó políticamente aquellos resultados y quizás fue un error.
La propuesta del partido socialista, que para bien o para mal es el que se presenta a las elecciones con posibilidades de gobernar, frente al PP, es simple: continuar profundizando en una agenda social, económica, medioambiental, internacional y de extensión de los derechos ciudadanos, como ha sido con sus aciertos y errores la trazada hasta la fecha. A buen seguro, los socialistas harán buena lectura tomando nota de los errores cometidos. Evitando ruidos, buscando consensos a derecha e izquierda y sin apartarse de la senda que marca la Unión Europea, por ser la más segura.
La propuesta del partido popular es una incógnita en el momento de votar; un cheque en blanco basado en el efectismo electoral y dirigida a un mundo que cree vivir en la absurda realidad de una serie de televisión de buenos y malos. El voto a Feijóo no es el fin del mundo, está claro. Ahora bien, a medio plazo, bien en solitario o acompañado de los reaccionarios, sí lo convierte en el principio del fin de muchas cosas. Entre ellas la de volver a caminar hacia donde las palabras pierdan su sentido, ya sea la cohesión social; la calidad del empleo estable; la investigación y la ciencia como marco de las decisiones políticas; el cambio del modelo industrial y productivo descarbonizado, la digitalización al servicio de la ciudadanía y no de los intereses de las grandes empresas tecnológicas. A muchos no parece preocuparles el vacío.
Hace tiempo asumí que izquierda y derecha tenían que convivir en el mismo espacio e incluso compartir objetivos, donde los grandes temas se acordaran y otros quedaran para el debate democrático ofreciendo alternativas diversas. En ello se fundamenta la alternancia. Desgraciadamente en España sigue siendo mayoritaria una derecha cuyo único y exclusivo objetivo es que no gobiernen los otros, este fin justifica cualquier medio.
Publicado por gentileza de infolibre.com