Denostado por unos, admirado por otros, Henry Kissinger ha sido una figura central en la política internacional del último medio siglo. Hoy, convertido en un hombre centenario, el antiguo asesor de Seguridad Nacional y secretario de Estado durante las administraciones de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford (1969 – 1976), es el último gran exponente vivo, y activo intelectualmente, de la geopolítica estadounidense.
UNA VIDA INTENSA
En 1938, llegaba a los Estados Unidos, procedente de Baviera, un joven judío alemán que se refugiaba allí, junto a su familia, de los horrores del nazismo y sus campos de exterminio. En ese entonces nadie podía imaginar que ese inmigrante adolescente estaba destinado a ocupar los más altos cargos que un extranjero puede alcanzar en los Estados Unidos.
Tampoco se podía imaginar que el joven Heinz Alfred Kissinger, que nunca perdería su fuerte acento alemán, sería uno de los estadistas más brillantes del siglo XX y que estaba destinado a moldear la política mundial de la Guerra Fría.
Su accionar siempre estuvo orientado por el “realismo político” más absoluto, en la misma línea teórica que Nicolás Maquiavelo, Armand Jean du Plessis, cardenal duque de Richelieu, el conde Otto von Bismarck, Winston Churchill o, su contemporánea, Golda Meir, apelando a la razón de Estado y en la búsqueda de un orden internacional estable. Pero, a diferencia de todos ellos Henry Kissinger fue el único que tuvo la posibilidad de escribir como estructurar un orden internacional estable y contribuir a moldearlo según sus ideas.
Por último, Kissinger fue el pensador y académico que logró rescatar a la “geopolítica” de todos aquellos que la condenaban por considerarla una “ciencia nazi”. El Dr. Kissinger empleó el término “geopolítica” centenares de veces en los documentados tres tomos de memorias y en artículos y otras contribuciones académicas.
Nació con el nombre de Heinz Alfred Kissinger en Fuerth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923. A los quince años emigró con su familia a los Estados Unidos escapando de la persecución nazi a los judíos (trece de sus parientes cercanos perecieron en el Holocausto). Allí realizó una brillante carrera académica y política. En 1943 debió interrumpir sus estudios de ciencia política en Harvard al nacionalizarse (oportunidad en que cambió su nombre de Heinz por Henry) y ser reclutado por el Ejército estadounidense. Sirvió como traductor en la inteligencia militar de la 84ava. División de Infantería. Su brillante desempeño lo llevó a realizar tareas de contrainteligencia para la Oficina de Servicios Estratégicos –Office Strategic Service– el organismo de inteligencia estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial precursor de la Agencia Central de Inteligencia.
Vuelto a la vida civil, recibió el grado Summa del Bachillerato en Artes Cum Laude en la Universidad de Harvard en 1950, la Maestría en 1952 y el Doctorado en Ciencias en 1954. Comenzó luego una intensa actividad profesional donde alternó la docencia con el asesoramiento a distintas esferas del gobierno americano.
Entre 1954 y 1971 se desempeñó como profesor del Departamento de Gobierno y del Centro para los Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard. Entre 1957 y 1960 integro el Asociado del Centro para los Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard en calidad de director asociado. Entre 1955 y 1956 se desempeñó como director de Estudios del Programa de Armas Nucleares y Política Exterior del Consejo para las Relaciones Exteriores. Entre 1956 y 1958, fue director de Estudios Especiales de la Fundación Rockefeller.
Entre los principales cargos que desempeñó en el gobierno de los Estados Unidos figura el de Asesor del Departamento de Estado (1965 – 1966), Asesor sobre el Control de Armamentos para la Agencia de Desarme (1961 – 1968). Funcionario del Consejo de Seguridad Nacional (1961 – 1962). Miembro del Grupo de Análisis de las Prestaciones del Sistema de Armas de la Junta de Comandantes en Jefe (1959 – 1960). Se desempeñó como consejero para Asuntos Internacionales y de Seguridad Nacional y secretario particular del presidente Richard Nixon, desde enero de 1969. Fue el principal negociador de la reconciliación China – EE.UU., culminada con la visita de Nixon a Pekín -1971-, de las distensiones con la Unión Soviética, y de la paz en Vietnam, tras arduas gestiones con el gobierno de Hanói en París.
Ha sido presidente del Consejo de Seguridad Nacional (1969 – 1976) y secretario de Estado (1973 – 1977). En 1983, el presidente Ronald Reagan lo nombró presidente de la Comisión Bipartidaria para América Central del gobierno de los Estados Unidos.
En una época de crueles dictadores, Henry Kissinger debió tratar con muchos de ellos y arribar a acuerdos que preservasen los intereses estadounidenses en el mundo. Así se vinculó con Leonid Brezhnev, Mao Zedong, Fidel Castro, Sukarno, Anastasio Somoza Debayle, Augusto Pinochet Ugarte, Jorge Rafael Videla, entre otros.
Desde 1977 se ha desempeñado como profesor de Diplomacia de la Universidad de Georgetown. Transcurridos cinco años desde el momento en que dejó el cargo de secretario de Estado, Henry Kissinger creó una firma de consultoría en “diplomacia pública” denominada “Kissinger Associates” para mejorar la imagen internacional de algunos gobiernos o apoyarlos en promocionar ciertas causas. También desarrollo una fecunda actividad como conferencista, escritor y analista periodístico en diversas publicaciones internacionales.
A lo largo de su vida a recibido numerosas distinciones académicas y diplomáticas entre las que cabe mencionar que se le concedió el premio Novel de la Paz en 1973, compartido con el norvietnamita Le Duc Tho. En enero de 1977 fue condecorado con la medalla presidencial de la Freedom y en 1986 la medalla Liberty. La Academia Diplomática de Rusia reconociendo sus méritos como un intelectual de gran influencia en el mundo, le otorgó el título de “Doctor Honoris Causa” y la prestigiosa revista Forbes lo incluyó entre los cien intelectuales más prestigiosos del planeta.
Entre sus múltiples publicaciones se cuentan: “Armas nucleares y política exterior” (1957), “La necesidad de una elección”, “Política exterior americana”, “Un mundo restaurado: Metternich, Castlereagh y los problemas de la paz: 1812 y 1822” (1957), “Memorias” (1977 y 1982), “¿Crisis en la seguridad europea?”, “Diplomacia” (1994), “China” (2012), “Orden mundial (2014) y numerosos artículos.[i]
La visión geopolítica de Kissinger se deriva de su análisis de la Europa de principios del siglo XX. En A Worls Restores -Un mundo restaurado-, basado en su tesis doctoral, Kissinger escribió: “El éxito de la ciencia física depende de la selección del experimento crucial; el de la ciencia política en el campo de los asuntos internacionales, en la selección del período crucial. He elegido para mi tópico el período que va de 1812 a 1822, en parte, soy franco en decirlo, porque sus problemas me parecen análogos a los de nuestro tiempo. Pero no insisto en esta analogía.”
La fascinación de Kissinger con este período se basa en las reflexiones que pueden ofrecer acerca del ejercicio del poder hombres de Estado tales como Castlereagh y Metternich para el desarrollo de una estructura internacional que contribuyó a la paz en el siglo que va entre el Congreso de Viena y el estallido de la Primera Guerra Mundial. Kissinger estudió la naturaleza y calidad del liderazgo político, el efecto de las estructuras políticas internas y la relación entre política diplomática y militar en los sistemas internacionales estables y revolucionarios.
Como ha escrito Stephen R. Graubard: “Kissinger consideraba fundamental la elección para todo el proceso político. Era de la mayor importancia para él que un Estado dado optara por una política específica por un motivo más que por otro; porque su burocracia determinaba que sólo había un curso de acción seguro; porque sus líderes estaban ansiosos de probar las reacciones del adversario; porque la opinión interna exigía una política específica; porque el liderazgo político estaba confundido y veía la necesidad de crear la ilusión de que todavía era capaz de acción.”[ii]
Remitiéndose en gran medida el período 1815 – 1822, Kissinger postula que la paz se logra no como un fin en sí mismo, sino que por el contrario emerge como el resultado de un sistema internacional estable, por contraste con uno revolucionario. En consecuencia, Kissinger desarrolla dos modelos para el estudio de la política internacional: primero, un sistema estable y segundo, un sistema revolucionario. Plantea, que la estabilidad ha sido el resultado no ya “de la búsqueda de la paz, sino de una legitimidad general aceptada.” Según la definición de Kissinger, legitimidad significativa “no más que un acuerdo internacional acerca de la naturaleza de los arreglos factibles y sobre las metas permisibles y los métodos de la política internacional.” La legitimidad implica una aceptación del marco de orden internacional por parte de todas las grandes potencias. El acuerdo entre las grandes potencias respecto del marco del orden internacional no elimina los conflictos, pero limita su alcance. El conflicto dentro del marco ha sido más limitado que el conflicto acerca del marco. La diplomacia, a la que Kissinger define como “ajuste de diferencias a través de la negociación”, se vuelve posible sólo en los sistemas internacionales donde “la legitimidad rige”. En el modelo de Kissinger, el objetivo primordial de los agentes nacionales no es preservar la paz. De hecho, “siempre que la paz -concebida como elusión de la guerra- ha sido el objetivo primordial de una potencia o un grupo de potencias, el sistema internacional ha estado a merced del miembro más brutal de la comunidad internacional.” Por contraste, “toda vez que el orden internacional ha reconocido que en ciertos principios no podía transarse siquiera en aras de la paz, la estabilidad basada en un equilibrio de fuerzas al menos era concebible.” Posición doctrinaria que podría resumirse con la célebre frase: “Si vis pacem para bellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra).
Se puede derivar del modelo de estabilidad de Kissinger una comprensión de las características de un orden mundial revolucionario. Cualquier orden en el cual una gran potencia está tan insatisfecha que busca transformar dicho orden, es revolucionario. En la generación anterior a 1815, la Francia revolucionaria presentaba un gran desafío al orden existente. “Las disputas no se referían más al ajuste de diferencias dentro de un marco aceptado, sino a la validez del marco mismo; la lucha política se ha vuelto doctrinal; el equilibrio de poder que había operado de forma tan intrincada a lo largo del siglo XVIII súbitamente perdió su flexibilidad y el equilibrio europeo pasó a parecer una protección insuficiente para las potencias enfrentadas con una Francia que proclamaba la incompatibilidad de sus máximas políticas con las de los demás estados.”
Rastreando la diplomacia de las potencias europeas entre 1812 y 1822, Kissinger llega a la conclusión de que la restauración de un orden estable depende de varios factores:
1.- La disposición de los que apoyan la legitimidad a negociar con una potencia revolucionaria mientras que al mismo tiempo están preparados a usar el poder militar.
2.- La capacidad de los defensores de la legitimidad de eludir el estallido de una guerra total, dado que tal conflicto amenazaría el marco internacional que las potencias partidarias del statu quo quieren mantener.
3.- La capacidad de las unidades nacionales de usar medios limitados para lograr objetivos limitados. Ninguna potencia está obligada a rendirse incondicionalmente; las potencias derrotadas en una guerra limitada no se eliminan del sistema internacional. Ninguna potencia, sea victoriosa o derrotada, está completamente satisfecha o insatisfecha. Las limitaciones planteadas a los medios y metas hacen posible la restauración de un equilibrio de poder entre los vencedores y los vencidos.
En otros escritos, Kissinger ha aplicado conceptos derivados de su estudio de la historia diplomática europea de principios del siglo XX al sistema internacional contemporáneo. Los problemas planteados por el gran potencial destructivo de las armas nucleares fue una gran preocupación para él. Como en el pasado, es necesario para las naciones desarrollar medios limitados a fin de lograr objetivos limitados. “Una política militar de todo o nada… jugaría en manos de la estrategia soviética de la ambigüedad, que busca molestar el equilibrio estratégico en pequeños grados y que combina presiones políticas, psicológicas y militares para inducir al mayor grado de incertidumbre y hesitación en la mente del oponente.” Si los encargados de trazar políticas americanas han de tener otra opción que “las temidas alternativas de rendirse o suicidarse”, deben adoptar conceptos de guerra limitada derivados de la experiencia de la guerra del siglo XIX. En ese momento el objetivo de la guerra “era crear un cálculo de riesgos según el cual la constante resistencia apareciera como más costosa que los términos pacíficos que se buscaba imponer.” Una estrategia de guerra limitada le daría a Estados Unidos los medios “de establecer una relación razonable entre el poder y la disposición a usarlo, entre los componentes físicos y psicológicos de la política nacional.”
Escribiendo en los años sesenta, Kissinger planteaba que, si Estados Unidos tenía que eludir las rígidas alternativas del suicidio o la rendición, debía tener tanto fuerzas convencionales como armas nucleares tácticas en gran escala. Kissinger estableció tres requisitos para las capacidades de guerra limitada:
a.- Las fuerzas de guerra limitadas deben ser capaces de impedir que el agresor potencial cree un fait accompli.
b.- Deben ser de naturaleza tal que convenzan al agresor de que su uso, si bien invoca un creciente riesgo de guerra total, no es un preludio inevitable a ella.
c.- Deben acompañarse con una diplomacia que tenga éxito en comunicar que una guerra total no es la única respuesta a la agresión y que existe una disposición a negociar un acuerdo que no sea la rendición incondicional.
Si las naciones han de desarrollar una estrategia de guerra limitada deben desarrollar una comprensión de aquellos intereses que no amenazan la supervivencia nacional. Los encargados de tomar decisiones deben poseer la capacidad de contener a la opinión pública si surge el desacuerdo acerca de si la supervivencia nacional está en juego. Dada una comprensión tácita entre las naciones acerca de la naturaleza de los objetivos limitados, es posible librar tanto conflictos convencionales como guerras nucleares limitadas sin que escalen hacia una guerra total.
En el ajuste de las diferencias entre naciones, Kissinger le asigna un papel importante a la diplomacia. Históricamente, la negociación se vio ayudada por las capacidades militares que una nación podía aplicar si la diplomacia fracasaba. El amplio aumento de capacidad destructiva ha contribuido a la perpetuación de las disputas. “Nuestra era enfrenta el problema paradójico de que debido a que la violencia de la guerra ha crecido fuera de toda proporción con los objetivos que se busca conseguir, no se ha resuelto ningún tema.”
Más aún, la reducción en el número de potencias que tienen una fuerza de aproximación equiparable ha aumentado la dificultad de conducir la diplomacia: “En la medida en que ninguna nación era lo suficientemente fuerte como para eliminar a todas las otras, cambiar de coalición podría usarse para ejercer presión o dirigir el apoyo. Sirven en un sentido como sustitutos del conflicto físico. En los períodos clásicos de diplomacia de gabinete del siglo XVIII y XIX, la flexibilidad diplomática de un país y su posición de negociación dependen de su disponibilidad como socio para tantos otros países como sea posible. Como resultado, ninguna relación se consideró permanente y ningún conflicto fue llevado hasta sus últimas consecuencias.”[iii]
“Si bien se produjeron guerras, las naciones no arriesgaron la supervivencia nacional y pudieron, por el contrario, usar medios limitados para lograr objetivos limitados.”
Kissinger ve con desagrado la inyección de ideología en el sistema internacional. La ideología no sólo contribuye al desarrollo de objetivos nacionales ilimitados, sino que eventualmente crea estados cuyas metas son derrocar al sistema internacional existente. En ausencia de acuerdo entre las potencias acerca del marco del sistema -o su legitimidad-, la conducción de la diplomacia se vuelve difícil, aun imposible. De allí el énfasis de la política exterior Nixon – Ford – Kissinger en crear una estructura estable para el sistema internacional: “Todas las naciones, adversarias y amigas por igual, deben tener una participación en la preservación del sistema internacional. Deben sentir que sus principios se repiten y sus intereses nacionales se aseguran. Deben, en resumen, ver un incentivo positivo para mantener la paz, no sólo los peligros de quebrarla.”
Semejante concepción para fines del siglo XX se remitía con fuerza al marco teórico desarrollado por Kissinger en A World Restored. Más aún, su búsqueda, como encargado de trazar una política para un sistema internacional estable, se remitía a la creencia en la necesidad de un “cierto equilibrio entre potenciales adversarios”; es decir, Estados Unidos y Unión Soviética. En sus memorias, Kissinger escribió: “Si la historia nos enseña algo es que no puede haber paz sin equilibrio y no puede haber justicia sin restricción.” Pero el sistema global de los años setenta difería substancialmente del de principios del siglo XIX descripto por Kissinger en A World Restored.
“El concepto clásico de equilibrio de poder incluía constantes maniobras para obtener ventajas marginales respecto de los demás. En la era nuclear, esto no es realista debido a que cuando ambos lados poseen un poder tan enorme, los pequeños incrementos adicionales no pueden traducirse en ventaja tangible o siquiera en fuerza política utilizable. Y es peligroso porque los intentos por obtener ganancias tácticas pueden llevar a una confrontación, lo que sería una catástrofe”.[iv]
Sin embargo, el concepto de equilibrio de poder impregnó la política exterior de Estados Unidos en este período: la apertura a China fue un medio, en parte al menos, de ejercer influencia en la Unión Soviética para que mitigara las tensiones entre Washington y Moscú en la llamada diplomacia de la détente; inclinarse hacia Pakistán en la guerra con la India en 1971 y presionar para un cese el fuego y una interrupción del combate entre las fuerzas en la guerra de octubre de 1973, cuando Israel estaba a punto de destruir lo que quedaba del ejército egipcio. Cada uno de estos ejemplos ilustra un elemento central de la teoría del equilibrio de poder, es decir, apoyar al más débil de dos protagonistas a fin de detener el ascenso del más fuerte.
Como Secretario de Estado, Henry Kissinger propuso varias iniciativas pensadas para reforzar la cohesión de la Alianza Atlántica, si bien su concepción de un mundo de varios centros de poder, el énfasis puesto en la flexibilidad diplomática y la sorpresa y la necesidad percibida de desarrollar una forma de diplomacia de detente tanto con la Unión Soviética como con la República Popular China, crearon formidables problemas a principios de los años setenta para las relaciones de alianza de Estados Unidos, tanto con Europa Occidental como con Japón. El dilema era el de mantener y reforzar el vínculo con los aliados, mientras se buscaban nuevas relaciones bilaterales con los adversarios, contra los cuales las alianzas se formaron originariamente. En especial, luego de la guerra de octubre de 1973, Kissinger vio la necesidad de desarrollar marcos entre Estados Unidos, Europa Occidental y Japón para la resolución de problemas tales como el suministro de energía y otros temas globales de fines del siglo XX. Entre 1973 y 1977, Estados Unidos tomó iniciativas tendientes a establecer la Agencia Internacional de Energía, manteniendo negociaciones comerciales multilaterales y creando un diálogo entre países industrializados y en desarrollo, entre estados productores y consumidores y entre países industrializados, simbolizados en encuentros cumbres de jefes de gobierno para discutir importantes temas económicos.
Kissinger, como muchos de los pensadores que suscriben a la realpolitik, ha pretendido separar la política interna de la política exterior. Opinaba que la conducción de una diplomacia eficaz era difícil, sino imposible, si debía someterse en su concepción y ejecución, al constante escrutinio de la opinión pública en una democracia como la de Estados Unidos. La flexibilidad, característica del estilo diplomático de Kissinger, puede lograrse en secreto más fácilmente que en un proceso político abierto a la luz de la publicidad.
A diferencia de quienes suscriben el idealismo o utopismo wilsoniano, Kissinger no busca transformar las estructuras políticas internas, en la creencia que los sistemas políticos democráticos son un prerrequisito para un mundo pacífico: “Nunca estaremos de acuerdo con la supresión de las libertades fundamentales. Instaremos al respeto de los principios humanitarios y usaremos nuestra influencia para promover la justicia. Pero el tema llega hasta los límites de tales esfuerzos. ¿Con cuánta fuerza podemos presionar sin provocar a la dirigencia soviética a que vuelva a prácticas en su política exterior que aumentan las tensiones internacionales?… Durante medio siglo hemos objetado los esfuerzos comunistas por alterar la estructura interna de otros países. Durante una generación de Guerra Fría buscamos compensar los riesgos producidos por las ideologías en competencia. ¿Daremos ahora una vuelta de trescientos sesenta grados e insistiremos en la compatibilidad interna del progreso?”[v]
Aquí la concepción geopolítica de Kissinger contrasta con la visión de que una precondición para el desarrollo de una relación estable con la Unión Soviética es la transformación de su sistema político a fin de que se adecue a los principios de los derechos humanos y la libertad política valoradas en Occidente. Como máximo, calmar las tensiones entre Estados es un proceso complejo que depende de la diplomacia, el interés mutuo y “un fuerte equilibrio militar y una postura de defensa flexible.” En resumen, la política exterior debería basarse en el poder y el interés nacional, más que en principios moralistas abstractos o en cruzadas políticas.
Sin embargo, en la visión geopolítica de Kissinger, la estructura política interna de los estados es un elemento clave. Sus modelos de sistema estable y revolucionario de política internacional señalados antes están vinculados con las estructuras políticas internas y se basan en nociones compatibles respecto de los medios y metas de política exterior. Por definición, los gobiernos con estructuras políticas internas estables no recurren a políticas exteriores revolucionarias o aventureras para restaurar o preservar la cohesión interna. Por contraste, los sistemas revolucionarios contienen agentes cuyas estructuras políticas internas contrastan agudamente entre sí.
Kissinger plantea que “cuando las estructuras internas -y el concepto de legitimidad sobre el cual se basan- difieren ampliamente, los hombres de Estado todavía pueden cumplir, pero su capacidad para convencer se ha visto reducida pues ya no hablan más el mismo lenguaje… Pero cuando un Estado o más reclaman la aplicabilidad universal de su estructura particular, el cisma sin duda se vuelve profundo.”
Así Kissinger, en efecto, vincula su concepción de la estructura política interna no sólo con sus modelos de sistemas estables y revolucionarios, sino también con la noción de legitimidad planteada en A World Restored. Supuestamente, las estructuras políticas internas que son compatibles llevan al desarrollo de consenso o legitimidad, en el nivel internacional. Aquellas eras de estabilidad entre los estados coinciden con la presencia, en el nivel nacional, de estructuras políticas compatibles basadas en una proporción módica de estabilidad.
DIPLOMACIA
Su gran obra fue “Diplomacia”, publicada en 1994. Un monumental trabajo que en su edición en castellano[vi] abarca casi novecientas páginas distribuidas en treinta y un capítulos.
En esta obra Kissinger recrea las categorías geopolíticas que han sido su preocupación central en otros escritos: el equilibrio de poder, el realismo y el idealismo, el aislacionismo americano y los valores morales.
“Diplomacia” comienza y termina con dos capítulos en los que Kissinger analiza lo que denomina “Nuevo Orden Internacional”, es decir, el escenario internacional tal como ha quedado conformado después del fin de la Guerra Fría. En los veintinueve capítulos restantes Henry Kissinger se dedica a analizar la historia diplomática de las grandes potencias. Como en otros trabajos del ex secretario de Estado, el análisis está focalizado en la política exterior implementada por algunas grandes figuras de la historia. Kissinger inicia el estudio de visión realista en política internacional con la “raison d’etat” enunciada por Armand Jean du Plessis, Cardenal de Richelieu en la primera mitad del siglo XVIII. Luego pasa a la “realpolitik” del canciller de hierro, Otto von Bismarck en el siglo XIX.
El estudio de la historia diplomática en el siglo XX ocupa la mayor parte del libro e involucra la política ejecutada por personajes como Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt, José Stalin, Winston Churchill, Dwight D. Eisenhower, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon y Ronald Reagan.
Kissinger dedica cuatro capítulos a explicar la guerra de Vietnam y la diplomacia americana durante las administraciones de Richard Nixon y Gerald Ford. Época en que el autor ocupaba las más altas responsabilidades en la formulación de esa diplomacia.
Tal como se ha señalado, los capítulos primero y treinta y uno de “Diplomacia” incursionan en el futuro diseño del escenario internacional, debido a su mayor interés geopolítico y a necesidades de espacio se transcriben algunos párrafos del primer capítulo para ilustrar al lector sobre el pensamiento de Kissinger.
Comienza el Capítulo I diciendo: “Casi como efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar todo el sistema internacional, de acuerdo con sus propios valores” … “En el siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente en las relaciones internacionales, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, como los Estados Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en asuntos internos de otros Estados, ni ha afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación universal. Ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales históricas. Ningún país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras formaba alianzas y compromisos de alcance y dimensiones sin precedente.”
“Las singularidades que los Estados Unidos se han atribuido durante toda su historia han dado origen a dos actitudes contradictorias hacia la política exterior. La primera es que la mejor forma en que los Estados Unidos sirven a sus valores es perfeccionando la democracia en el interior, actuando, así como faro para el resto de la humanidad; la segunda, que los valores de la nación imponen la obligación de hacer cruzada por ellos en todo el mundo. Desgarrado entre la nostalgia de un pasado prístino y el anhelo de un futuro perfecto, el pensamiento americano ha oscilado entre el aislacionismo y el compromiso, aunque desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hayan predominado las realidades de la interdependencia.”
“Ambas escuelas de pensamiento –de los Estados Unidos como faro y de los Estados Unidos como cruzado- consideran normal un orden global internacional fundamentado en la democracia, el libre comercio y el derecho internacional. Como tal sistema no ha existido nunca, a menudo su evocación les parece utópica, por no decir ingenua, a otras sociedades. Y, sin embargo, el escepticismo extranjero nunca hizo mella en el idealismo de Woodrow Wilson, Franklin Roosevelt o Ronald Reagan o, de hecho, de ningún otro de los presidentes americanos del siglo XX. Si algo ha hecho, ha sido intensificar la fe del país en que es posible superar la historia, y que, si el mundo realmente desea la paz, tendrá que aplicar las prescripciones morales de los Estados Unidos.” […]
“… en el naciente orden mundial…, por vez primera, los Estados Unidos no pueden retirarse del mundo ni tampoco dominarlo. Esta nación no puede modificar la forma en que ha concebido su papel a lo largo de su historia, ni lo desea.” […]
“Los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional aspiran a ser ellos el sistema internacional. Los imperios no necesitan un equilibrio del poder.” […] “En ningún momento de su historia han participado los Estados Unidos en un sistema de equilibrio de poder. Antes de las dos guerras mundiales se beneficiaron del funcionamiento del equilibrio de poder sin verse atrapados en sus maniobras, mientras se daban el lujo de censurarlo a su gusto. Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos participaron en una lucha ideológica, política y estratégica con la Unión Soviética, en que el mundo de dos potencias operaba siguiendo principios totalmente distintos de los de un sistema de equilibrio de poder. En un mundo con predominio de dos potencias, nadie puede decir que el conflicto conducirá al bien común, todo lo que gane un bando lo perderá el otro. La victoria sin guerra fue, de hecho, lo que los Estados Unidos lograron en la Guerra Fría, victoria que ahora los ha obligado a enfrentarse al dilema que describió George Bernard Shaw: “Hay dos tragedias en la vida. Una consiste en no lograr lo que más se desea. La otra, lograrlo.”
“Los dirigentes americanos han dado por sentados sus valores hasta tal punto que rara vez reconocen lo muy revolucionarios y perturbadores que estos valores pueden parecerles a otros. Ninguna otra sociedad ha afirmado que los principios de la conducta ética se aplican a la conducta internacional, de igual manera que a individual: concepto exactamente opuesto a la raison d’etat de Richelieu. Los Estados Unidos han sostenido que prevenir la guerra es un desafío tanto jurídico como diplomático, y que no se resisten al cambio como tal, sino al método de cambio, especialmente al empleo de la fuerza. Un Bismarck o un Disraeli habrían ridiculizado la idea de que la política exterior consiste más en el método que en la sustancia, si es que la realidad la hubiese comprendido. Ninguna nación se ha impuesto a sí misma las exigencias morales que los Estados Unidos se han impuesto, y ningún país se ha atormentado tanto por el divorcio entre sus valores morales, que por definición son absolutos, y la imperfección inherente a las situaciones concretas a las que deben aplicarse.” […]
“El orden que hoy está surgiendo deberán edificarlo estadistas que representan culturas sumamente distintas. Administran enormes burocracias de tal complejidad que, a menudo, la energía de estos estadistas se gasta más atendiendo la maquinaria administrativa que definiendo un propósito. Han llegado a la cumbre del poder por unas cualidades que no siempre son las necesarias para gobernar y son aún menos apropiadas para edificar un orden internacional. Y el único modelo que tenemos de un sistema multiestatal fue construido por las sociedades occidentales, que muchos de los participantes podrían repudiar.” […]
“El estudio de la historia no nos ofrece un manual de instrucciones que pueda aplicarse automáticamente: la historia enseña por analogía, dándonos luz sobre las probables consecuencias de situaciones comparables. Más cada generación deberá determinar por sí misma cuáles circunstancias de hecho son comparables.”
Kissinger finaliza el primer capítulo con una interesante comparación entre las tareas del analista y del ejecutor de la política internacional. Dice este autor: “Los intelectuales analizan las operaciones de los sistemas internacionales; los estadistas los construyen. Y hay una gran diferencia entre la perspectiva de un analista y la de un estadista. El analista puede elegir el problema que desea estudiar, mientras que los problemas del estadista se le imponen. El analista puede dedicar todo el tiempo que juzgue necesario para llegar a una conclusión clara: para el estadista, el desafío abrumador es la presión del tiempo. El analista no corre riesgos. Si sus conclusiones resultan erróneas, podrá escribir otro tratado. Al estadista sólo se le permite una conjetura; sus errores son irreparables. El analista dispone de todos los hechos: se le juzgará por su poder intelectual. El estadista debe actuar basado en evaluaciones que no pueden demostrarse en el momento en que las está haciendo, será juzgado por la historia según la sabiduría con que haya conservado la paz. Por todo ello, examinar cómo estadistas se han enfrentado al problema del orden mundial –qué funcionó bien, o qué no funcionó, y por qué- no es el fin de comprender la diplomacia contemporánea, aunque sí pueda ser un principio.”
CHINA
En su libro de 2012, China, Kissinger ofrece un recorrido muy buen documentado desde los orígenes de la cultura china, anclada en un pasado infinito, hasta nuestros tiempos. Nos conduce por la expansión económica que vive este país, el cual, desde antaño, se ha considerado a sí mismo el centro del mundo y a todos los que provenían de fuera del Reino Medio, “bárbaros”.
Mientras actualmente muchos debaten sobre el papel geopolítico de China en el nuevo orden mundial, Kissinger proporciona una visión privilegiada, que puede resumirse mediante la creencia que define la forma en que hasta ahora el gigante asiático percibía su rol en el contexto internacional: “El mundo no puede ser conquistado. Los gobernantes sabios únicamente esperan armonizarse con sus tendencias.” Durante las tres últimas décadas, hemos sido testigos de la increíble transformación que ha vivido este país, que ha pasado de ser la “fábrica del mundo” a uno de los mercados más atractivos para cualquier tipo de negocio. Es un proceso que culminará en 2018 cuando, según las previsiones de la OCDE, China se convierta en la principal potencia económica mundial.
Para poder comprenderlo en toda su magnitud, es recomendable acudir a los conocimientos de quienes tuvieron una visión privilegiada de los espacios donde se produjo buena parte de esta historia. Una de estas figuras es, sin duda, Henry Kissinger que ha contribuido a configurar las relaciones de China con Occidente. En este libro, el antiguo secretario de Estado nos acerca a la historia de un país que conoce muy de cerca por haberlo visitado en setenta y ocho oportunidades.
Partiendo de la idea de que las principales líneas de una sociedad están dibujadas por los valores que definen sus objetivos más elevados, Kissinger ofrece un excelente análisis de la sociedad, la cultura y las costumbres de la civilización milenaria china, que durante la mayor parte de su historia vivió aislada del resto del mundo y se consideraba a sí misma el Reino Medio. Ninguna otra civilización moderna tiene una historia continua tan larga, en parte gracias a uno de los elementos más destacados en el complejo sistema de valores chino: la continuidad.
El autor destaca este valor continuista de la tradición china explicando que, durante muchos siglos, cada nueva dinastía se acogía a los principios de gobierno de la dinastía previa para asegurar la continuidad, incluso cuando el cambio dinástico había sido el resultado de la conquista mediante la guerra. Para ilustrarlo, Kissinger acude al ejemplo de uno de los interlocutores que tuvo durante las negociaciones de acercamiento entre China y Estados Unidos, Deng Xiaoping, quien de víctima de la revolución cultural se convirtió en el sucesor y defensor de la China de Mao. “Una de las características más asombrosas del carácter de la gente de China es la manera en que muchos de ellos preservan su dedicación a la sociedad, independientemente de la agonía y de la injusticia que sufrieron”, señala Kissinger.
Tras un breve recorrido por la milenaria historia de China, Kissinger se centra en explicar, desde primera línea de los acontecimientos, los cambios políticos que acompañaron a las evoluciones prácticas, las reformas económicas y la apertura diplomática. A partir de documentos históricos y de las conversaciones mantenidas con los líderes chinos durante los últimos cuarenta años, examina el modo en que China ha abordado la diplomacia, la estrategia y la negociación a lo largo de su historia. Todo ello puede resumirse en un recorrido que va desde la voluntad de distanciamiento de la tradición confucionista que buscaba Mao hasta el regreso a Confucio durante la última década.
Según Kissinger, el punto de inflexión que llevó al gigante asiático a emprender un nuevo rumbo se puede resumir en la modernización de los cuatro sectores que subrayaba Zhou Enlai, su principal interlocutor y el primer ministro de Mao. Estos cuatro sectores son la industria, la agricultura, la defensa nacional y la tecnología. Posteriormente, encontraron continuidad en la iniciativa de Deng, que hizo hincapié en la ciencia, la mano de obra profesionalizada y, finalmente, el talento y la iniciativa individual, cualidades que estuvieron oprimidas durante el mandato de Mao. A pesar de varios episodios nefastos producidos por las decisiones de Mao, que llevaron a la población a un gran sufrimiento, los posteriores líderes chinos mantuvieron firme su compromiso con sus principales ideas.
En buena parte, gracias a la forma de entender los sucesos en su expresión cíclica, en que no hay acontecimientos aislados. Para ilustrarlo, el autor recoge las palabras de Mao: “El ciclo, que es infinito, evoluciona desde el desequilibrio hacia equilibrio, y al revés. Sin embargo, cada ciclo nos brinda un alto nivel de desarrollo. El desequilibrio es normal y absoluto, mientras que el equilibrio es temporal y relativo.” Se trata de un punto de vista que conviene tener en cuenta, ya que puede resultar muy útil en los tiempos actuales. Mediante la filosofía que reflejan estas palabras, Kissinger invita a entender el estilo de liderazgo en China, diciendo que la contribución distintiva de los líderes consiste en operar en los límites de lo que la situación permite. En este camino, la estrategia china muestra generalmente tres aspectos estratégicos: el análisis meticuloso de las tendencias a largo plazo, el estudio riguroso de las opciones tácticas y la exploración continua de las decisiones operacionales.
ORDEN MUNDIAL
En 2014, Henry Kissinger presento un nuevo libro titulado “Orden Mundial. Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia”, editado en español por el Grupo Editorial Penguin Random House con traducción de Teresa Arijón, en 2016.
En su edición en castellano, Orden Mundial tiene 426 páginas divididas diez capítulos (incluidas sus conclusiones).
En este texto el antiguo secretario de Estado repite muchas de las ideas anteriormente expuestas en sus obras “Diplomacia” y “China”, en especial su devoción por el estadista francés Armand-Jean Du Plessis, Cardenal de Richelieu y por el conde germano Otto Von Bismark.
En la revista española “Estudios de Política Exterior” N° 170, marzo – abril 2016, Manuel Muñiz publicó un artículo titulado: “La confusión de Estados Unidos en un mundo desordenado” donde realiza un pormenorizado y exacto análisis del último libro de Kissinger. Nos parece muy apropiado reproducir los aspectos más destacados de este análisis.
“Kissinger pretende con Orden mundial abordar la que él considera la cuestión central de nuestro tiempo: la forma y el contenido del orden mundial del siglo XXI. Para responder a esa pregunta, el autor mira al pasado y subraya los contornos de órdenes anteriores, ya que estos pueden ayudar a entender lo que deparan las próximas décadas. Los distintos casos de relevancia que destaca Kissinger tienen, a su parecer, una doble manifestación: un marco normativo que rige las relaciones internacionales y una distribución de fuerzas que lo sustenta. Ese binomio, que él denomina de legitimidad y poder, es la piedra angular de los distintos órdenes globales que han existido.
“Con el objetivo de identificar los ejemplos históricos relevantes, y fiel a su estilo enciclopédico, Kissinger recorre 2.000 años de historia y cubre la práctica totalidad de la geografía mundial. Nos lleva desde los orígenes del islam hasta la fundación de Estados Unidos, pasando por la Europa de la Reforma y destila la esencia de dos milenios de política exterior china.
“La conclusión fundamental de ese recorrido es que han existido, y en cierto sentido siguen existiendo, cuatro grandes modelos de orden global: el orden westfaliano europeo con los conceptos de soberanía nacional y equilibrio de poder como ejes centrales; el modelo islámico de régimen religioso global; el orden global chino que posiciona al “Reino del Medio” en el centro cultural y político de la comunidad internacional y; en último término, el orden global americano, basado en la creencia en ciertos valores y derechos inherentes al hombre y en la superioridad, práctica y moral, de la democracia como sistema de gobierno. Kissinger considera que estos cuatro modelos son globales porque tienen vocación de generalidad y se constituyen en auténticos códigos de conducta internacional.
“Las cuatro cosmovisiones (término que no utiliza Kissinger pero que tiene un significado análogo al concepto de orden global), difieren en cuanto a aspectos básicos de la comprensión del mundo. Las diferencias son sustantivas, pues afectan a la forma en que los poseedores de cada una de ellas abordan la realidad que les rodea, bien a través del prisma de lo objetivo y empírico, o bien a través de lo subjetivo y teológico. Esas diferencias se manifiestan (esto es lo que realmente interesa a Kissinger) en la forma que han dado a las sociedades en las que son hegemónicas y en sus pretensiones a la hora de definir el orden internacional.
Orden europeo
“Kissinger mantiene que el orden europeo tiene su origen en la caída del imperio Romano en el siglo V. Con el fin del poder central del emperador romano se inicia un fraccionamiento de la autoridad política, y emerge la que el autor considera característica central de la política europea de los siguientes 1.500 años: la imposibilidad de que una única unidad política imponga su voluntad sobre el resto. Nace así la necesidad de construir equilibrios de poder y de respetar la existencia, autonomía y preferencias de otros. Esta realidad se termina codificando en los tratados de Westfalia del siglo XVII que a ojos de Kissinger recogen el orden global europeo; un orden compuesto por Estados soberanos y en permanente búsqueda de equilibrios de poder que garanticen la paz.
Orden islámico
“La cosmovisión islámica del orden internacional, descrita por Kissinger es radicalmente distinta de la europea, al dividir el mundo en dos realidades: la Casa del Islam, dar-al Islam, y el resto o dar-al harb. En la primera rige la ley de Alá y se vive en paz bajo la autoridad del califa, el heredero del profeta Mahoma. Fuera de sus fronteras la Casa del Islam debe luchar contra los infieles y extender la ley de Dios a todos los rincones de la Tierra. Ese esfuerzo sostenido de expansión de las fronteras del islam se denomina yihad y, aunque no implica un estado constante de guerra con otras culturas, sí prohíbe (así lo interpreta Kissinger) acuerdos de paz duraderos entre regímenes musulmanes y terceros.
“Según esta interpretación del mundo islámico, la creación de Estados en Oriente Próximo tras la caída del Imperio Otomano supuso una imposición del modelo europeo-westfaliano en una región donde el criterio definitorio de comunidad política había sido de corte estrictamente religioso. El islamismo moderno, e incluso la versión más radical del mismo que representa el Daesh, no serían pues más que intentos de recuperar una cosmovisión puramente islámica de la comunidad política, regida por un califa, y por principios religiosos y en constante conflicto con el infiel.
“El régimen de los ayatolás en Irán y su política internacional son para Kissinger ejemplos del carácter revolucionario de la cosmovisión islámica y de su objetivo último de, a través de acciones subversivas y amparándose en las garantías que le ofrece el sistema westfaliano, suplantar ese orden por uno de corte religioso.
Orden chino
“Kissinger describe la génesis de la China moderna en términos similares al caso del nacimiento de los Estados de Oriente Próximo. Existía en Asia hasta el siglo XIX un orden regional, con pretensiones de globalidad, del que China ocupaba el centro y que se vio alterado por la llegada de los poderes europeos y su imposición de un modelo westfaliano.
“El emperador chino que gobernaba “Todo Bajo el Cielo” se vio obligado, después de repetidas derrotas militares a manos de los británicos, a aceptar el estatus de China de mero Estado en un orden internacional poblado por muchos otros. Tras las Guerras del Opio no volvería China a ser el centro de su propio orden global, ni a ocupar su cultura la centralidad que había creído ocupar durante más de 2.000 años”. Kissinger alega que China no olvida el origen violento de su actual condición y deja la puerta abierta a que se convierta en un actor revisionista con deseos de recuperar la centralidad política.
Orden americano
“El orden americano es descrito por Kissinger con clara pasión. Se refiere el libro a la importancia del concepto de la “ciudad que brilla en la cima de la colina”; la idea de que América es una sociedad excepcional, llamada a superar las limitaciones de anteriores comunidades políticas, sobre todo las europeas, y a guiar a otros pueblos hacia la libertad, la prosperidad y la democracia. Kissinger navega con inteligencia los matices en la historia de la política exterior de EEUU y dibuja dos grandes corrientes: una pragmática, encarnada por Theodore Roosevelt, que sin dejar de buscar la difusión de la democracia y los derechos individuales, entiende el equilibrio de poder y hasta cierto punto lo sostiene a través de una política exterior que busca no alterar el statu quo de forma acelerada, y otra, de tipo idealista, representada por Woodrow Wilson que desea transgredir y transformar el orden internacional a través de la creación de una comunidad de naciones con normas e instituciones internacionales.
“La tensión entre esas dos formas de hacer política exterior dio origen a una disciplina del conocimiento, las relaciones internacionales, y a sus dos escuelas principales, el realismo y el liberalismo. Por sus orígenes, esas escuelas tienden a reflejar las tensiones dentro de la cosmovisión dominante en esa parte del mundo. Cabe pues preguntarse si la propia disciplina, el marco heurístico bajo el cual se estudia el orden internacional, no es más que un producto de un orden específico, de una forma de aproximarse a la realidad y que, por tanto, ignora otras formas de entender el mundo. El intento de Kissinger es por ello particularmente valiente, ya que busca desbordar la hegemonía occidental y mostrar otras formas de hacer política internacional.
“La capacidad de síntesis de Kissinger es extraordinaria. Extrae de 2.000 años de historia cuatro grandes cosmovisiones que han dado forma a las relaciones internacionales.
“El libro suscita, sin embargo, algunas dudas, entre las que destacaría dos. La primera es de tipo empírico, y es que obvia una cosmovisión central para la comprensión del orden internacional moderno: el orden postulado por Francia a finales del siglo XVIII. De hecho, muchas de las características que el autor atribuye a los órdenes westfaliano y americano son de claro corte francés. Los conceptos de Estado moderno, de libertad, dignidad humana, derechos universales o democracia representativa son desarrollados en gran medida por pensadores franceses como Montesquieu, Diderot, Rousseau o Voltaire. El origen mismo de la Ilustración, una de las referencias del orden global americano que Kissinger describe, tiene un claro carácter francés. Si bien es cierto que estos órdenes se gestan antes y que América ha sido desde principios del siglo XX el gran defensor de aspectos fundamentales de ambos, su gestación se produce en la Francia revolucionaria.
“La segunda duda es de tipo conceptual, y se debe a la rigidez y falta de detalle en la definición de los órdenes globales. Kissinger enuncia grandes cismas entre culturas y los describe como hechos estáticos. Llega a decir que la historia es para los países lo que la personalidad es para los individuos: un corsé dentro del cual cada uno opera. No sorprende, por tanto, que su análisis histórico sirva para apuntalar la idea de que sus cuatro cosmovisiones han sobrevivido durante muchos siglos con cambios más bien superficiales.
“Sin embargo, si algo parece enseñarnos la historia es la mutabilidad de las comunidades políticas, así como de sus objetivos en las interacciones con terceros. Hay momentos en los que la propia argumentación de Kissinger parece doblegarse a esta realidad, como cuando acepta que Europa vivió periodos prolongados en los que fue dominante una visión acerca del orden mundial nada westfaliana. Los ejemplos que cita el propio Kissinger son los reinados de Carlos I y Felipe II de España, líderes que en muchas ocasiones se autodefinieron como la cabeza de una monarquía cristiana global. Algo similar sucede cuando Kissinger describe la aceptación por parte de China del orden westfaliano impuesto por los imperios occidentales. De hecho, China es hoy uno de los grandes defensores en el orden internacional de los principios de soberanía nacional, y de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados, el corazón mismo de ese modelo. Esto podría cuestionar la sabiduría de dedicar una porción tan extensa del libro a un orden global, el chino, que parece ser significativo tan solo en términos históricos y deja al lector con dudas acerca de la perdurabilidad de estos órdenes, su fortaleza o fragilidad.
“El caso de la Europa contemporánea viene a ilustrar el problema de definición enunciado arriba. Es evidente que Europa, el lugar donde nace la cosmovisión westfaliana, lleva inmersa más de medio siglo en un proceso de construcción de un ente político, la Unión Europea, cuyo eje fundamental es la disolución de Estados soberanos en una unidad superior, que desactive cualquier fuente de conflicto entre ellos; es decir, en superar el modelo westfaliano. Es asimismo evidente que esa Unión tiene una clara cosmovisión, basada en la defensa de los derechos humanos, el derecho internacional y el libre mercado”. Esto no solo demuestra la capacidad evolutiva de los órdenes globales promovidos por distintos actores políticos en distintos momentos de su historia, sino que además es una muestra de la interconexión, e incluso confusión, entre los órdenes sugeridos por Kissinger, ya que el orden europeo moderno tiene grandes similitudes con el orden americano. No es esto sorprendente, pues EE. UU. fue uno de los principales promotores del proceso de integración europea, sin duda una empresa que, a la vista de los hechos, debe entenderse como una gran victoria de la cosmovisión americana”.
LIDERAZGO[i]:
Debido a que aún no he leído este libro, me rmito a transcribir la descripción del mismo que ha realizadfo el Dr. Carlos Pérz Lana en el diario Clarín.com. En el último libro publicado en español -dice Pérez Llana- Liderazgo, editado por Debate, desfilan Konrad Adenauer; Charles de Gaulle, Richard Nixon; Anwar Sadat; el singapurense Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher. El canciller Adenauer, de Alemania entre 1949 y 1963, con su “estrategia de la humildad”, según Kissinger, dejó una herencia inestimable: consolidó la democracia en Alemania Federal; contuvo a la URSS; ayudó a configurar la integración europea, reinstalando a Alemania, y dejó el camino preparado para la reunificación ocurrida años después.
Según Kissinger, De Gaulle desarrolló una “estrategia de la voluntad”, destacando cómo el líder francés, en su llamamiento del 18 de junio de 1940 al pueblo francés desde Londres, se comportó como si la Francia Libre no fuera una aspiración sino una realidad. Nadie lo había nombrado y sus fuerzas eran escasas, pero triunfó contando con la inestimable ayuda económica y logística de Winston Churchill, quien además lo protegió de la hostilidad de Roosevelt.
Nixon habría ejecutado una “estrategia del equilibrio”. Uno de los presidentes más controvertidos, el único que debió dimitir, es ponderado por su fiel colaborador: “fue el presidente que en el momento álgido de la Guerra Fría reformuló un orden global en declive”. Puso fin a la intervención en Vietnam, colocó a los Estados Unidos como la potencia exterior dominante en Oriente Próximo y mediante la apertura a China impuso una dinámica triangular, en reemplazo de una bipolar, que acabaría dejando a la URSS con una desventaja estratégica decisiva. Kissinger sobre esta cuestión afirma “no querer revivir controversias, sino analizar el pensamiento y la personalidad de un líder que asumió en mitad de una agitación cultural y política y que al adoptar una noción geopolítica del interés nacional trasformó la política exterior de su país”. En verdad fue un pensamiento estratégico: Pekín temía un “castigo preventivo” de Moscú y los EEUU le aportaron un adicional de poder invalorable. En aquellas circunstancias la cooperación entre los Estados Unidos y China aplicó como mecanismo de cooperación frente al expansionismo soviético.
Para Kissinger, Anwar Sadat fue un hombre que trató de resucitar un antiguo diálogo entre judíos y árabes. Esa creencia, en la coexistencia de sociedades basadas en distintas religiones, resultó intolerable para sus oponentes. A pesar de su amistad con el expresidente Abdel Gamal Nasser, Sadat mantuvo distancia con la política de dependencia con la URSS. Luego de la muerte del líder, Sadat habría actuado según sus instintos, acercándose a los EE. UU. esperando ayuda para lograr la retirada de Israel a las fronteras de la guerra de 1967. Kissinger explica la decisión de Sadat de volver a la guerra: era imposible mantener un “estado de no guerra y de no paz”. Por eso buscó la paz en una nueva guerra: en 1973. Luego de una nueva derrota, Sadat optó por la diplomacia y apostó a la propuesta de paz global del presidente Jimmy Carter. En noviembre de 1977, respondió a la Casa Blanca mencionando una hipotética visita a Israel: “a Israel le sorprenderá oírme decir que no me niego a ir a su casa para hablar de paz”. Kissinger destaca los símbolos: visitó el Museo del Holocausto, rezó en la mezquita de Aqsa y en la Iglesia del Santo Sepulcro, y alegó en la Knéset por una paz duradera. Finalmente, Sadat y el premier israelí Menajen Begin compartieron el Premio Nobel de la Paz, en 1978, por los Acuerdos de Camp David. Sadat, nos dice Kissinger, no consiguió la paz, pero logró una “modificación histórica en el patrón de comportamiento de Egipto”. Kissinger concluye: “Rabin y Sadat murieron a manos de asesinos que se oponían a los cambios que acarrearía la paz y el Sadat que conocí había pasado de una visión estratégica a una profética”.
A Lee Kuan Yew, Kissinger lo trató en Harvard, donde el primer ministro de Singapur pasó un sabático para “hacerse con ideas nuevas”. Kissinger y sus colegas tuvieron una sorpresa: Lee preguntó por la guerra de Vietnam, los profesores manifestaron su oposición y le pidieron su opinión. Lee fue claro: su pequeño país dependía de que los EEUU enfrentaran a la guerrilla comunista que amenazaba el sudeste asiático. Para Kissinger esa respuesta fue “un desapasionado análisis geopolítico” que describió el interés nacional singapurense: viabilidad económica y seguridad. Lee buscaba apoyo para un país sin recursos naturales cuya expectativa era crecer gracias “al cultivo de su principal capital: la calidad de su gente”. No enmarcó su tarea en las categorías de la Guerra Fría, buscaba un orden regional que Washington debía apoyar. Para Kissinger, Lee no se dejaba llevar por las tendencias, aprovechaba la contracorriente, gobernaba un país pequeño sin la cultura de siglos. Sin pasado, dice Kissinger, no tenía garantía de futuro. No tenía margen de error.
Finalmente, el retrato de Margaret Thatcher. Mujer y outsider, desde esa perspectiva Kissinger la agiganta y destaca su fortaleza personal. Considera que ella logró un momento de renacimiento, basado en una tenacidad y convicciones puestas al servicio de un proyecto económico y espiritual. Nunca se retractó; enfrentó a los sindicatos y reconstruyó la alianza con Washington, en base a una relación privilegiada con Reagan. Kissinger la coloca en la galería de los mejores retratos de los estadistas que moldearon un orden internacional: la definió como la “dama de Hierro del mundo occidental”.
Para cerrar esta revisión del pensamiento geopolítico de Henry Kissinger no podemos dejar de expresar nuestra admiración por un pensador que a los cien años todavía tiene cosas por decir con coherencia y elegancia. Quienes lo han visitado, dicen que, actualmente, está encorvado y camina con dificultad, pero su mente es aguda como una guja.[ii] A tal punto que esta trabajando en dos libros más sobre la inteligencia artificial (que le preocupa especialmente) y sobre la naturaleza de las alianzas políticas.
Adelante, maestro siga brindándonos su sabiduría y despertando nuestra admiración por muchos años.
[i] ESPASA CALPE: Espasa biografías: 1.000 protagonistas de la Historia. Ed. Espasa Calpe. Madrid 1993. Pág. 237.
[ii] DOUGHERTY, James y Robert L. PZFALTZGRAFF: Op. Cit. Pág. 118. Ver también Daniel CASTAGNIN: Henry Kissinger y las bases de un nuevo sistema de política exterior norteamericana. Artículo publicado en la revista Geopolítica. Bs. As. Págs. 62 a 65.
[iii] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PFALTZGRAFF: Op. Cit. 119.
[iv] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PZALTZGRAFF: Op. Cit. 112.
[v] DOUGHERTY, James E. y Robert L. PFALTZGRAFF: OP. Cit. Pág. 118.
[vi] KISSINGER, Henry: Diplomacia. Ed. Fondo de Cultura Económica. México 1996.
[i] PÉREZ LLANA, Carlos: Henry Kissinger: cien años del teléfono rojo. Clarín.com. 19 de mayo de 2023. Como aún no he adquirido este último libro de Kissinger, he tomado el análisis que realiza del mismo el Dr. Carlos Pérez Llana por el respeto al nivel académico de este ilustre profesor.
[ii] THE ECONOMIST: Henry Kissinger explica cómo evitar la tercera guerra mundial. Bs. As. 18 de mayo 2023. Tomado de Henry Kissinger explica cómo evitar la tercera guerra mundial – Infobae