Por Álvaro Frutos Rosado
Gentileza de Lahoradigital.com
Lo que marcan los cánones es que la finalidad de los debates, esto es argumentar y contrargumentar sobre un tema concreto, no puede ser pasar el rato. Lo que se haga en el ámbito familiar y amical debe llamarse charla, conversación…El debate tiene que tener siempre como objetivo llegar a un acuerdo, eso se supone, o por lo menos a un punto en común sobre el que construir futuros acuerdos de mayor extensión o profundidad. A ese estadio solo se puede llegar intercambiando opiniones. Esto es obvio.
No voy a entrar en profundidades teóricas sobre los debates en las sociedades democráticas, aunque es muy importante ser conocedor de ellas para evitar que el chau-chau ocupe nuestro tiempo y que el moderno “zasca” al contradictorio, no adversario, sea la única pretensión.
Sí debemos señalar que es muy importante diferenciar entre los debates públicos y los políticos. Los primeros serían los que afectan a toda la sociedad y cuantos más sean llamados a participar por cauces abiertos, mejor serán el debate y los resultados. Los (debates) políticos, en una sociedad democrática, son aquellos que defienden posiciones partidistas o partidarias e intentan convencer a los otros y al público en general, a esos que ahora se les llama, no sin cierto desdén, gente. En los públicos lo nuclear es que el mayor número de personas tome conciencia de un problema. En los políticos incluso puede ser, el debate, una parte de un proceso de negociación para llegar a una postura común y compartida o simplemente una finalidad electoral.
El tipo de debate siempre ha de estar en función del tema, a veces las líneas de separación son tan delgadas o tan imposibles de trazar que se termina confundiendo lo público con lo político. Esto sucede más en sociedades de lo inmediato y regidas por “la infocracia”. El debate público no es (no tendría que ser) partidista, pues lo que aporta a la ciudadanía es criterio, opinión fundada, y permite transformar y mejorar las sociedades. Sin embargo, cuando la política partidaria, entendida esta como un permanente reclamo electoral, inunda todo, los debates pierden esa capacidad propositiva y transformadora.
Pongamos un caso para poder explicarlo mejor. La igualdad entre mujeres y hombres en la sociedad actual. ¿Es un debate público o político?
La igualdad plena de derechos y su capacidad plena de poder ejercerlos entre hombres y mujeres, no puede ser un debate político, no puede haber opciones partidarias. Esto debería ser así, no lo fue en el pasado, en un pasado que es antes de ayer. Hoy sí, no puede haber opción partidaria alguna que piense cosa contraria, si las hay ojo con ellas. Cuando se habla de plenitud hay que referirse a eso a lo lleno, lo entero, no pueden quedar resquicios a lo total. Esto sea en el aspecto político, social, económico, cultural, sexual y familiar.
Dentro de una generación nadie sabrá si las mayores iniciativas políticas fueron de unos u otros, si aquellos lo apoyaron o si los otros callaron.
A estas alturas no debería haber debate público, sobre la igualdad de mujeres y hombres, nada hay que debatir, sí combatir y eliminar de manera inmediata cuando se produzca una discriminación, por pequeña que esta sea. Pero como haberlas haylas no cabe discusión, hay que atajarlas. Solo queda, con aquellas que son más profundas y complejas, ver cuál es la estrategia o normativa para romper la situación de manera rápida y más efectiva. Debate público no existe, pues la sociedad hace tiempo que lo tiene asumido colectivamente. Sí hay elementos individuales, y con ellos habrá que instrumentar las medidas correctoras para hacer ver, a los que aún no lo ven, que su planteamiento no es alternativo, simplemente está fuera de la condición de la especie humana.
Por ello, como en eso del patriotismo aquí no hay expedición de certificados. El feminismo, más allá de la definición de la RAE, es hoy un término que es o debería ser inclusivo de toda la sociedad. Como todo en esta vida tiene un antes y un después y hay muchas mujeres que han hecho valer, no solo reivindicar, los derechos de la mujer, las últimas no son las más significativas, las más importantes son todas las que no salen en los libros, ni se les recuerda, tampoco tienen monolitos, aquellas que en el silencioso ámbito de su hogar supieron poner freno al explotador machista, pues como en la historia del capitalismo, junto al explotado siempre había un explotador o muchos. Esas mujeres también son destacables por ser las que calladamente pusieron el énfasis en la importancia que tenía la educación para la igualdad. Hoy familias y Estado no deben olvidar que lo esencial es la educación para alcanzar la meta perseguida. Esto es, considerar a todos los seres humanos iguales, sin distinción por nada. Es como saber leer, no saberlo nos convierte, por defecto, en analfabetos, de género, pero analfabetos.
Dentro de una generación nadie sabrá si las mayores iniciativas políticas fueron de unos u otros, si aquellos lo apoyaron o si los otros callaron. Las leyes por sí solas no transforman sociedades, ni comportamientos, pero sin duda son el instrumento para racionalizar y encauzar los cambios sociales. Por ello es tan importante que estén bien hechas y sobre todo gocen del mayor consenso político, pues eso es garantía de que su efecto de modificar realidades indeseables será más fuerte.
En unas generaciones el éxito será compartido por todos y la prueba para ello será que nadie tendrá la necesidad de organizar un día de la mujer, ni concentrarse por un feminicidio, ni repudiar una violación, tampoco plantearse si hay más ministras que ministros o en los Consejos de Administración hay más mujeres que hombres. El mundo respirará el aire fresco, limpio y libre de la igualdad. Ahora bien, a esto solo se llegará con acción y convicción, sin hipocresías y dejando de “debatir” sobre quién puso más.