Por el Dr. Adalberto C. Agozino
Bochornoso espectáculo kirchnerista en la apertura de sesiones del Congreso argentino.
Cuando de películas épicas se trata, una de mis preferidas es “Kingdon of Heaven”, de 2005, dirigida por Ridley Scott, que en España se vio como como “El reino de los cielos” y en Argentina como “Cruzada”.
En esa película, una de mis escenas favoritas es cuando el sultán Salah ad Din (Saladino) después de destruir al ejército cristiano en la “batalla de los cuernos de Hattin”, hace conducir prisioneros a su tienda al Rey de Jerusalén, Guy de Lusignan y al perverso comandante de los caballeros templarios, Reinaldo de Chãtillon (un personaje particularmente despreciable interpretado magistralmente por Brendan Gleeeson).
Allí, Saladino le brinda agua y sal al Rey de Jerusalén, como signo de hospitalidad y protección. Entonces Guy de Lusignan se apresura a compartir su agua con Reinaldo para intentar extender la protección hacia su vasallo y amigo.
En ese momento, Saladino advierte al templario: “Ten en cuenta que ha sido tu Señor, y no yo, quien te ha brindado el agua”. Acto seguido mata a Reinaldo de Chãtillon, tal como había jurado cuando se enteró que el comandante de los templarios fue el responsable del ataque a la caravana donde viajaba una de sus hermanas, a la que ultrajó y asesinó. Más allá de la dramatización, el hecho es histórico.
El miércoles 1° de marzo, tuve la sensación de que Cristina Fernández de Kirchner también había visto esta película y recordaba la escena del agua y la sal.
Ese día, cuando el presidente Alberto Fernández inauguraba, discurso incendiario mediante, el 141° periodo de sesiones ordinarias del Congreso argentino y el presidente y su vicepresidenta aparecían juntos en público, después de nueve meses de no verse ni hablarse directamente, sino a través de emisarios, Cristina Kirchner le brindó a su compañero de fórmula lo mejor de su amplio repertorio de gestos adustos y de reprobación.
En esa ocasión, el presidente ofreció a su vicepresidenta una botella de agua y está la rechazó. Alberto insistió en el ofrecimiento y ella repitió el rechazo esta vez con un gesto terminante de su mano, al tiempo que giraba hacia el otro lado para recibir una botella de agua de manos de su asistente personal. Todo el incidente ocurrió frente a las cámaras de la televisión pública que registraban el evento.
El largo discurso del presidente, de dos horas y media de duración, recogió abundantes aplausos de los legisladores oficialistas y muchos más abucheos e insultos de los legisladores opositores, algunos de los cuales prefirieron abandonar el recinto antes que el primer mandatario terminara su alocución.
En tanto, que Cristina Kirchner, fría e impertérrita, nunca aplaudió y solo dejó trasuntar su hartazgo, fastidio y rechazo en ciertas partes del discurso, especialmente cuando el presidente, a los efectos de diferenciarse su vicepresidenta condenada por la justicia a seis años de cárcel por hechos de corrupción en perjuicio del erario público, decidió “nombrar la soga en la casa del ahorcado”, al afirmar que al terminar su mandato, “nadie podrá atribuirme un hecho por el cual me haya enriquecido.”
Difícilmente una persona tan rencorosa y vengativa como Cristina Kirchner olvide está afrenta. El rechazo del agua es un gesto tan simbólico como la advertencia de Saladino en el film.
Alberto no puede esperar ni agua, ni sal, ni piedad de parte de Cristina. La vice no perdona a Alberto su traición al pacto fundacional del Frente de Todos. Ella lo convertía en Presidente y él, a cambio, usaba su influencia entre los jueces para garantizarle la impunidad en las trece causas que enfrenta en la justicia argentina, algunas compartidas con sus hijos como imputados.
Pero el presidente no pudo, no supo o no quiso cumplir con su parte del pacto y ahora debe enfrentar la ira de su patrocinadora.
En un año electoral, y a nueve meses de la finalización del gobierno, es inocultable que el kirchnerista Frente de Todos se ha convertido en el “Frente de Todos contra Todos” y que la confrontación entre “albertistas” y “cristinistas” está en su mejor momento.
Mientras tanto, el resto de los argentinos intenta sobrevivir al 100% de inflación anual, el 40% de pobreza y a la ola de violencia delictiva que no respeta ni al supermercado de los suegros de Messi.