Por Álvaro Frutos Rosado
Todo se ha convertido ya en España en una contienda electoral. Todo se dice y hace en clave electoral. La democracia de partidos termina ocupando toda nuestra vida pública. Cualquier cosa que se haga o diga se hace en clave de las próximas elecciones y si a unas elecciones muy importantes como son las regionales y locales les siguen otras, las generales, ya no existe otra cosa.
Si se reforma o no, la traída y llevada Ley del solo el sí es sí, el sueldo del presidente de la patronal, la manifestación por la sanidad pública, la subida del salario mínimo o una decisión del Tribunal Supremo, todo es mirado por el mismo rasero. Los analistas ven en cada circunstancia o declaración, incluso cómo se miran unos y otros es interpretado en la misma clave: Cómo afectará en la intención de voto que ha de depositarse en tres o en diez meses. Lo cual, sin duda, tiene su efectividad en el circo electoral que la política ha terminado en convertirse. Eso sí, nadie pone el énfasis ni en cuál ha sido la gestión realizada por el que actualmente se presenta a examen, sea en la presidencia de una región o de un municipio, tampoco en qué es lo que propone, para revalidarse, para los próximos cuatro años. Así las cosas, menos aún los ciudadanos van a reparar en cuál es la propuesta que hacen los que compiten para sustituir a los actuales.
Esto es así para el contenido material de lo que se somete a consideración de los electores (el programa político), pero también lo es sobre los llamados a representar sus intereses. Los que hoy llamamos candidatos, y pasado mañana, si tienen fortuna, ocuparán sus sillones o escaños de concejales o diputados, son (salvo en pequeñas circunscripciones municipales) absolutamente desconocidos para aquellos que les van encargar la defensa de sus problemas. Nadie sabe si tienen la preparación necesaria para ser efectivo en tan vitales asuntos de la vida colectiva ciudadana, ni si previamente a lo largo de su actividad profesional, si la han tenido, han adquirido la experiencia que les habilite para gestionar significativos dineros públicos y tomar decisiones, nunca fáciles, que significan optar por una cosa u otra, que en algunos casos es completamente contradictoria con lo que figuraba en esos programas que nadie vuelve a leer una vez repartidos en el mano a mano callejero.
Hace tiempo que las formas de selección de los candidatos y los mecanismos e instrumentos de los procesos electorales deberían haber sido modificados y modernizados para dar mayor calidad a la democracia. Sobre todo, para hacerla crecer, fortalecer, y hacerla creíble. Esto es un ilusorio pensamiento cuando se ha sido incapaz, por falta de consenso, de reformar el sistema electoral.
Los partidos políticos, todos, consideran que son entes privados y privativos de sus dirigentes. Error, si hay organizaciones que tienen una indudable naturaleza pública son los partidos. Encargados de concurrir a la formación y manifestación de la voluntad popular y en ser instrumento fundamental para la participación política. La ley de partidos políticos española del 2002 puso más su énfasis en crear un marco jurídico que permitiera la ilegalización de aquellos partidos que eran tapadera de la organización terrorista ETA que en abrir caminos distintos para la organización de la participación política.
Los sistemas de elección que los diferentes partidos han adoptado de dirigentes internos como de candidatos a las instituciones y que genéricamente se han denominado primarias son más fluctuantes que el precio del gas en estos tiempos. Las normas se modifican de una vez a otra, se llenan de excepciones, los procesos de elección son más orientativos y no vinculantes, lejos de ser realmente procesos democráticos transparentes y con procedimientos estables y públicos que dinamicen y enriquezcan, no solo la propia vida interna de los partidos sino de la democracia y por ende la higiene de las instituciones.
La democracia no puede ser vivida como un espectáculo de proyección exclusivamente mediática, todo proceso electoral puede tener el componente festivo que se quiera pero sobre la base de procesos de elección rigurosamente democráticos y eso supone la no existencia de situaciones de excepcionalidad y donde todos gocen por igual de las mismas oportunidades en una competencia donde la elección se haga teniendo en cuenta la capacidad y merito de aquellos que voluntariamente concurran a los diferentes procesos electivos. No se puede denominar elección a lo que realmente es cooptación.
Las nuevas tecnologías de comunicación, hoy cada vez más al acceso de todos, permitirían ensanchar el campo de la participación haciendo que la grandes palabras en las que a veces se envuelve la palabra democracia tengan razón de ser. Todo esto puede resultar obvio, tan obvio como cambiar las reglas de los partidos y obligar a su cumplimiento tiene que ir aparejado a un cambio en las actitudes, de la cultura democrática, en todos y cada uno de los miembros de las organizaciones políticas. Esto es, saber que no solo se pierde poder “político”, se pierde mucho más, que es utilizar los partidos como empresas de colocación. Esto no es nuevo, ya lo denunció hace más de un siglo Robert Michels en sus diferentes estudios sobre los partidos políticos. Hacer oídos sordos a ello es realmente ceguera.
En la actualidad la militancia política, tanto en la derecha como en la izquierda, es paupérrima y descendiendo, eso hace la democracia más débil. Mermadas las identidades políticas la única manera de fortalecer la democracia es haciendo que los partidos adquieran una nueva vis atractiva que hagan de ellos entidades colectivas públicas donde prime la participación más que la mera pertenencia . No es un debate por abrir, está abierto.
Publicado originalmente en LaHoraDigital.com