En plena guerra fría (1966) el exitoso y genial Norman Jewison dirigió y produjo una absurda y divertida comedia con el título ¡Que vienen los rusos! Una esperpéntica historia que debería ser proyectada en todas las cadenas y en hora de máxima audiencia, como si del discurso del monarca se tratara.
Resumo brevemente el argumento, quizás desconocido para los más jóvenes: Las ansias del capitán soviético de un submarino por ver los Estados Unidos de cerca le lleva a embarrancar en las playas de Nueva Inglaterra. A partir de ahí empiezan a suceder una serie de disparatadas escenas donde parece que los tripulantes de la nave y los pacíficos habitantes de la isla, veraneantes incluidos, van a liarse a tiros, en defensa del maligno virus llamado ardor patriótico ante lo que piensa que es una ocupación soviética. Finalmente, ante un peligro real, el rescate de un niño colgado de un campanario une a unos y a otros. El patriotismo y las esencias, ante el peligrar la vida humana, pasa a un segundo plano.
El conflicto que nos cuentan los medios día a día, trasladándonos declaraciones y actos gestuales de los dirigentes políticos de un país u otro pueden terminar de manera muy sencilla en conflicto bélico. El primer tiro, a veces, se sabe quién lo pega, los que vienen después… ya es indiferente. En todo caso, son siempre los ciudadanos los que ponen los muertos, 1 o 14.000 tanto da. También arriesgan su bienestar y sí hay muertos terminará germinando en ellos el odio. El odio es muy duradero, transita de un tiempo a otro.
Las guerras carecen de todo sentido. A estas alturas de la historia de la humanidad habría que pensar que esta generalizado el convencimiento sobre su inutilidad. En todo caso, si hay que pensar sin ningún género de dudas que los dirigentes de la mayoría de los países están convencidos de que todas las guerras son inútiles y evitables. Ellos sí deberían considerar que, la utilización de la fuerza no es que no sea el último recurso, es que nunca es un recurso. Es más, habría que decir con Francisco de Vitoria que hay que dar un paso más en la gobernanza de las decisiones sobre la guerra y estas no las pueden tomar únicamente los gobernantes.
Estamos ante un conflicto de dirigentes con directa influencia en sus agendas políticas personales y de intereses económicos nada transparentes.
Cualquier ciudadano europeo normal, de infantería, es incomprensible que pueda entender la crisis sobre Ucrania, por más que abre las noticias de las televisiones de todo el mundo y se intenten dar variopintas explicaciones. No es una cuestión de distancia al problema, es lo ilógico del mismo.
La incorporación de Ucrania a la OTAN, no puede ser el meollo de la cuestión La pregunta es ¿cuántas vidas humanas justifican la entrada en una alianza militar, necesitada de un profundo replanteamiento? La OTAN, hace un par de años, estaba cercana al derribo. El amigo americano entonces capitaneado por Trump vino a decir que si Europa quiere defensor “frente a los malos” que lo pague. La UE volvió a entrar en la disquisición sobre la necesidad de que los europeos deberían dotarse de algo más que de estrategias militares conjuntas, volviendo a desempolvar, el siempre en estado de nasciturus, proyecto de un verdadero Ejército Europeo.
Con lo llovido desde el fin de la “guerra fría” hacer de la OTAN una cuestión esencial de los europeos parece un demodé histórico. Lo que verdaderamente tendría que estar en el centro de las preocupaciones y ocupaciones europeas debería ser salir muy fortalecida del bucle de crisis que ha tenido. La salida conjunta de la Unión debería tener como resultante una región más fuerte en su economía, bienestar y libertad. Mas cohesionada y referente para otros territorios del mundo.
Dejarse atrapar por el pasado, mirar para atrás en el túnel del tiempo, no es el camino. Si en el 62 fue la presión soviética con los misiles en Cuba, ahora “occidente” y Europa en ningún caso, puede hacer que su futuro pase por Ucrania y su ingreso en la OTAN.
Putin está jugando el mismo papel que han jugado todos los zares rusos desde Catalina la Grande a los zares comunistas, intentar demostrar que Rusia tiene un poderío que va más lejos que su vasto territorio. La carrera por la vacuna fue una muestra palpable de un intento que siempre es infructuoso. Rusia es grande y en eso tiene su potencial, no en sus capacidades tecnológicas o innovadoras. Es difícil ser potencia en el mundo actual sin haber tenido una tradición productiva y comercial histórica.
Que Putin no es un demócrata, no es noticia. No lo es ni por cultura, ni por sus hechos y por su falta de reparos morales en terminar con cualquier oposición. Aunque tampoco es tonto, sabe que para eternizarse en el poder pasa, como otros dictadores, por hacer que la legitimación democrática de su poder este en hacer que se centre la mirada en la Patria amenazada. Un líder que quiere hacerse ver como imprescindible, que la supervivencia de Rusia depende personalmente de él. Es un loco egregio más. Eso lleva a decir machaconamente a la diplomacia rusa que su país vive en una permanente amenaza existencial. Putin quiere trasladar su sentimiento de amenaza a su pueblo. La verdad o mentira, es lo de menos, lo importante es que los ciudadanos rusos estén en comunión con su líder y este pase de ser el problema a aparentar ser la solución.
Biden también ha acudido al viejo recurso de la amenaza exterior al ¡que vienen los rusos!, para que la mirada no se centre en sus problemas internos. La imagen de deterioro de la democracia americana está en el vergonzoso asalto al Capitolio, pero el caldo del problema cuando tras el mandato de Trump obtuvo un potente respaldo en las urnas. Aunque el presidente norteamericano intente crecer en legitimidad y valoración con políticas de contenido social y de fortalecimiento económico, los diferentes procesos electorales y los sondeos de opinión le han demostrado que es un país en intensa batalla ideológica arrastrada desde hace muchos años. Los halcones de la Casablanca y el Pentágono le han hecho ver que hay recuperar el pasado, demostrando que el poderío americano es militar.
Es triste comprobar como a lo largo de la Humanidad grandes problemas no se corresponden con grandes liderazgos. La ciudadanía y sobre todo la europea parece que esta nuevamente abocada a tomar postura, si o si y sin saber por qué en un conflicto que poco tiene que ver con su realidad cotidiana.
Estamos ante un conflicto de dirigentes con directa influencia en sus agendas políticas personales y de intereses económicos nada transparentes. Una vez más han fracasado las estrategias geopolíticas preventivas y eso sí que va a condicionar el futuro de todos.
Puede que el conflicto bélico no se produzca ahora, pero está abriendo el camino para que un día más cercano o lejano se desenfunden las pistolas y como decía aquel… si en el segundo acto aparece en el escenario una pistola en el tercero hay un muerto seguro. Por ello habría que llamar la atención a todos los jugadores de este Risk sobre la necesidad de abandonar esta partida cuando aún se está a tiempo.
Como en la película antes reseñada, cabe decir con el joven marinero soviético a la joven norteamericana después de besarla: “Anda… un beso en Estados Unidos y en la URRS son lo mismo, igual de bellos”.