EL AUTOR
El profesor y académico Isidoro J. Ruiz Moreno es posiblemente el último exponente vivo de la llamada “Escuela Liberal” en la historiografía argentina. Escuela historiográfica denominada por sus críticos como la “historia oficial”. Una línea historiográfica que nace con el general Bartolomé Mitre y Paul Groussac y que cuenta con referentes tan brillantes como Ricardo Levene, Emilio Ravignani y Enrique de Gandía.
Nacido en una ilustre familia patricia argentina el 18 de abril de 1934, es abogado y doctor en derecho y ciencias sociales egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Sus antecedentes académicos son tan grandes que detallarlos excederían el marco de este artículo. Digamos tan solo que es actualmente profesor titular de Historia del Derecho Argentino en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, profesor titular de Historia Argentina en el Instituto Universitario del Ejército Argentino, director de la Maestría en Historia de la Guerra y profesor de Historia Militar Argentina en dicho organismo.
Es miembro de número (sitial 2) de la Academia Nacional de la Historia desde 1992, miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro de número y secretario de la Academia del Instituto Nacional Sanmartiniano y de importantes instituciones extranjeras como la Real Academia de Historia de Madrid, la Academia de la Historia de Bolivia, la Academia Colombiana de la Historia; la Academia Nacional de la Historia del Perú, la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, la Academia de Historia de Puerto Rico, la Academia Paraguaya de la Historia, la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y el Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro.
Tiene una extensa producción de libros y artículos, de los cuales debo confesar solo haber leído dos: Comandos en Acción. El Ejército en Malvinas (1984) y La Revolución del 55 (1994) en dos volúmenes. Ambos los he leído reiteradamente.
No creo que sea necesaria más presentación.
EL LIBRO
Publicada en 2021, la Vida de Roca es un volumen de 380 páginas en un formato de 23 X 15 cm. En un tamaño de letra clara, galera angosta y sin demasiados espacios en blanco, por el Grupo Argentinidad de Juan Francisco de Sousa.
En el prólogo el autor señala: “La biografía del general Roca se presenta completa y corrige varias obras sobre su trayectoria. La he compuesto basándome rigurosamente en documentos y testimonios contemporáneos -sin comentarios posteriores a su actuación-, que agregan conocimientos a temas antes tratados.” (P.7)
Aquí comienzan mis discrepancias con el autor. Ruiz Moreno nos presenta un panorama completo de la “vida pública” de Roca no se ocupa más superficialmente de la vida privada del prócer y el mismo explica por qué: “La vida íntima de los próceres suele ser objeto de versiones antojadizas para deprimir su imagen, o para buscar, equivocadamente, una figura más “humana” que no la representada por el bronce de las estatuas. Por lo general las suposiciones carecen de prueba alguna. Para un historiador la privacidad debe imperar, cuando no se trate de amores notorios (caso de Urquiza) o escandaloso (caso de Perón relatado por la propia jovencita).” (P.272)
Fiel a esta consigna Ruiz Moreno nos brinda a un Roca salido del “bronce de las estatuas”, nada nos dice de su hija extramatrimonial Carmen Robles (luego Robles de Ludwing) que concibió con la joven tucumana Ignacia Robles. Omite toda referencia a los conflictos que lo alejaron de su esposa Clara Funes por sus constantes infidelidades. Niega el amorío con Guillermina de Oliveira César de Wilde o incluso, el menos constatado, con la escultora Lola Mora.
Fiel a esa consigna minimiza los atentados anarquistas que casi le cuestan la vida a Roca, el golpe con un adoquín que le propinara Ignacio Monge, en 1886, cuando ingresaba al Congreso Nacional para hacer la apertura de sesiones el 1º de Mayo y el disparo con un revolver Bull-Dog, de 9 mm, que le efectuó un joven anarquista italiano de 15 años, Tomás Sambrice, el 19 de febrero de 1891. De este último ni siquiera dice el nombre ni la motivación que lo llevó a atentar contra el ese entonces ministro del Interior del presidente Carlos Pellegrini.
En su afán por no bajar a Roca de la estatua, Ruiz Moreno incluso niega la pertenencia del militar a la Masonería. Cuando es un hecho comprobado que la mayoría de los hombres públicos de esa época eran masones o fervientes militantes católicos. Roca precisamente no se encontraba entre los católicos. Algún autor incluso afirma que Roca e Hipólito Yrigoyen pertenecían a la misma logia masónica…
La verdad es que como el autor señala, citando a Bartolomé Mitre: “… no se hace historia sin documentos.” (P. 8) Por lo tanto, Isidoro J. Ruiz Moreno no se aparta en absoluto de los documentos. Incluso para describir los estados de ánimo de Roca se apoya en la abundante correspondencia del prócer.
Los aspectos que me parecieron más ilustrativos y que me han aportado algo nuevo a las anteriores biografías del General fueron los datos que me permitieron descubrir a un nuevo Roca, más intelectual, habido lector y muy buen escritor. Es cierto que no dejó ningún libro, pero si una abundante correspondencia.
Isidoro J. Ruiz Moreno, recurre al secretario de Roca, Mariano de Vedia, describir esa faceta del ex presidente: “Es muy posible que sea Roca el hombre público que haya escrito más cartas en el país., consigna de Vedia.
Y luego aclara Ruiz Moreno “Hay que considerar que el Archivo General de la Nación conserva más de 100 legajos pertenecientes al de Julio A. Roca. Además, existen los depositados en el Museo que lleva su nombre.” (P.8)
A los efectos de que el lector pueda apreciar la calidad de la prosa epistolar de Roca, voy a compartir con él un fragmento de la carta que el General, a los 71 años, estando en misión diplomática en Río de Janeiro escribió al naturalista Clemente Onelli: “Esto es un jardín colosal y estupendo que no me canso de admirar, y que los brasileños tratan de embellecer aún más, sin pararse en esfuerzos de ingenio y sacrificios de dinero. Caminos admirables que trepan las montañas y de una profusión y lujos de luz como si estuviéramos en competencia con el sol, que deslumbra y lo hace creer a uno que está en una ciudad de quimera o ensueño. No se cansa uno de contemplar su grandiosa bahía, sus jardines respetados y mantenidos con esmero extraordinario, y sus montañas, unas desnudas, otras cubiertas de mantos de lujosa y tupida vegetación, que en tropel y en desorden titánico se entran, como a bañarse, en el mar.
“Cuando penetro en sus bosques me acuerdo de Tucumán, y esto es para mí el mayor encanto.” (P. 372)
¡Qué tiempos de la República en que sus hombres públicos eran grandes conductores militares, comprendían las reglas de la geopolítica aún antes de que esta disciplina naciera, eran grandes administradores y hábiles políticos, pero por sobre todas las cosas poseían una admirable formación intelectual!
La de 1880 fue una generación argentina que, lamentablemente, no se ha vuelto a repetir y que hoy sin duda se extraña.
El libro de Isidoro Ruiz Moreno nos brinda también muy buena información sobre el padre de Roca, el coronel José Segundo Roca, muerto de causas naturales durante la Guerra del Paraguay, bucea en las causas del enfrentamiento entre Julio A. Roca y Miguel Juárez Celman que pasaron de pariente y socios políticos a enemigos irreconciliables.
Ruiz Moreno también detalla las circunstancias que llevaron a la Campaña del Desierto, comenzando por la política implementada por el ministro de Guerra Dr. Adolfo Alsina con respecto a los indígenas, la participación chilena en los malos indígenas y la verdadera dimensión de la amenaza indígena sobre las poblaciones argentinas.
En la descripción que nos proporciona Ruiz Moreno se aprecia claramente que gracias a la Campaña al Desierto la República Argentina sentó las bases para el reconocimiento de su soberanía sobre la región patagónica.
Hoy, cuando se cuestiona la gesta colonizadora llevada a cabo por Roca y una decena de seudo “mapuches” se niegan a reconocer la integridad territorial argentina y apelan a táctica terroristas al amparo de funcionarios públicos, ONG extranjeras y activistas de izquierda.
Cuando el discurso de odio contra Julio A. Roca recorre a la sociedad argentina, es conveniente recordar las tantas veces repetidas palabras de Nicolás Rodríguez Peña al respecto de las críticas que despertó el fusilamiento del héroe de la Reconquista y ex Virrey, Santiago de Liniers: “Hombres de nuestro temple no podían echarse atrás. Repróchennoslo ustedes, que no han pasado por las mismas necesidades, ni han tenido que obrar en el mismo terreno. ¿Qué fuimos crueles? ¡Vaya con el cargo! Mientras tanto, ahí tienen ustedes una patria que no está ya en el compromiso de serlo. La salvamos como creíamos que debíamos salvarla. ¿Habría otros medios? ¡Así será! Nosotros no los vimos, ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo mismo… Arrójennos la culpa a la cara y gocen de los resultados… nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres.”
En otras palabras, los argentinos le debemos a Julio A. Roca tener hoy la Patagonia, porque la ocupó militarmente como ministro de Guerra, la consolidó diplomáticamente con el Tratado General de Límites de 1881, durante su primera presidencia y ratificó la soberanía argentina en esa región con los “Pactos de Mayo” de 1902, durante su segunda presidencia.
Podría extenderme mucho más sobre este interesante libro. Le dejo al lector un consejo y un recuerdo.
El consejo es que lea este apasionante libro, descubrirá facetas nuevas sobre la vida de Julio A. Roca. Ahora, el recuerdo.
Tuve la suerte de conocer al Dr. Isidoro J. Ruiz Moreno hace muchos años cuando era un estudiante del Profesorado en Historia, durante un examen final. Fue la única vez que lo vi.
No recuerdo la materia, pero si el hecho claramente. Isidoro Ruiz Moreno no era nuestro profesor. La titular de la cátedra era una profesora muy mala de la cual afortunadamente no recuerdo el nombre. Lo cierto es que el día del examen, para terror de todos los alumnos, llegó Ruiz Moreno a tomar la evaluación final. Mi examen no fue para nada brillante y entonces Ruiz Moreno me preguntó la diferencia en el teatro griego entre la comedia y la tragedia.
En ese momento no supe que contestar y permanecí en silencio. Pero, aún hoy no olvido su explicación: en la comedia los temas son tomados de la vida cotidiana incluyen la sátira, la gula y el erotismo, en la tragedia los temas son míticos tomados del pasado heroico y suelen participar héroes, semidioses o dioses.
Ruiz Moreno, muy generosamente, me calificó con siete puntos. Yo me hubiera aplazado sin ninguna duda…