Marruecos encara una nueva “revolución tranquila” en esta ocasión a través de las urnas. En los comicios legislativos, regionales y locales del pasado 8 de septiembre el pueblo marroquí se expresó libre y democráticamente por poner fin a una década de gobierno del islamista Partido Justicia y Desarrollo, conocido popularmente como “el partido de la lámpara, que perdió de solo golpe 112 de sus 125 diputados y el control de las alcaidías de las ciudades de Casablanca, Tánger, Rabat, Fez, Meknés, Agadir y Salé.
El electorado marroquí parece haber dado su espalda al islam político para inclinarse hacia los partidos laicos, en especial el Reagrupamiento Nacional de Independientes que se impuso en los comicios obteniendo 102 escaños, el Partido Autenticidad y Modernidad que obtuvo 86 escaños y la agrupación política más antigua del Reino el Partido Istiqal que logró 81 cargos del total de 396 diputados que forman la Cámara de Representantes.
Ante la debacle electoral los miembros de la Secretaria General del Partido Justicia y Desarrollo, conducida por el hasta entonces presidente de Gobierno, el poco carismático psiquiatra Saad Edin el Otmani e integrada por 27 dirigentes (ocho de los cuales ocupaban carteras ministeriales) presento su renuncia en pleno.
Los analistas debaten sobre las causas de esta contundente derrota del islam político. Es cierto que en todas las elecciones realizadas en diversos países han resultado derrotados los partidos gobernantes, sin distinciones ideológicas. Posiblemente porque los electorados tienden a responsabilizar a los gobiernos por los efectos (de la pandemia, las restricciones a los desplazamientos y confinamientos) que generan en la salud , la economía y el estado emocional de las personas.
Este cuestionamiento a los partidos oficiales es independiente de lo bien o mal que hayan gestionado la pandemia.
No obstante, esta argumentación no es resulta suficiente para explicar semejante retroceso electoral. Hay que considerar también la fatiga provocada por diez años ininterrumpidos de gobierno islamista que en los últimos tiempos no ha hecho más que acumular desaciertos en el manejo de la economía, el hundimiento de la industria turística y la gestión municipal. A estos errores se sumaron los conflictos internos, las disidencias y fracturas dentro del partido que fueron convenciendo al electorado que había llegado el momento oportuno para que el país renovara sus elencos gobernantes para encontrar las soluciones que los hombres del Partido Justicia y Desarrollo no parecían capaces de encontrar.
Mientras esto ocurría en el partido gobernante, otras formaciones políticas como el Reagrupamiento Nacional de Independientes se modernizaban, actualizaban sus propuestas y reorganizaban sus cuadros. Incluso los ministros pertenecientes al RNI destacaban dentro de la coalición de gobierno por la solidez y eficacia de su gestión administrativa.
Es por lo que nuevamente el pueblo marroquí recurrió a implementar otra “revolución tranquila” empleando las urnas para clausurar la “década islamista” surgida de la Primavera Árabe de 2011.
También buscó un nuevo liderazgo político capaz de implementar con rapidez y eficacia el Nuevo Modelo de Desarrollo propuesto por Su Majestad el Rey Mohammed VI.
Una vez confirmados los resultados de los comicios, el Rey Mohammed VI, cumpliendo con las prescripciones constitucionales, convocó al Secretario General del Reagrupamiento Nacional de Independientes, la fuerza política más votada, el empresario Aziz Ajanuch para solicitarle que forme el nuevo gobierno. Ajanuch ahora enfrenta el desafío de conformar una coalición de gobierno que alcance la mayoría de 198 diputados.
En esta forma se abre para la democracia marroquí una nueva etapa marcada por la alternancia electoral y la renovación de dirigentes en búsqueda de un gobierno más representativo, dinámico, tolerante y moderno para un país que se proyecta cada vez más claramente como la principal potencia democrática de África.