Después de más de dos años de protestas callejeras, un golpe de Estado y tres elecciones en que el triunfador fue el ausentismo marcan la insuperable crisis de gobernabilidad que vive Argelia.
Los problemas de gobernabilidad comenzaron en 2013 cuando el anciano presidente Abdelaziz Bouteflika sufrió un severo accidente cerebro vascular que lo confinó a una silla de ruedas y redujo considerablemente su capacidad para dirigir los destinos del país.
No obstante, Bouteflika volvió a ser reelegido en la presidencia para un cuarto período en 2014.
Fue el anuncio de su postulación para un quinto período presidencial consecutivo en abril de 2019 de un presidente de 80 años, que además no podía caminar ni hablar fluidamente, el hecho que detonó las protestas callejeras protagonizadas por el movimiento juvenil Hirak que no lograron detener el comienzo de la pandemia, la feroz represión gubernamental o la despiadada persecución a todas las voces opositoras.
Los militares terminaron por destituir a Bouteflika, cerraron el Parlamento y suspendieron las elecciones pero las protestas continuaron.
En diciembre de 2019, en medio de una dura represión que llevó a la cárcel a miles de argelinos opositores incluidos empresarios, militares, periodistas, miembros de organizaciones de derechos humanos, personalidades independientes y activistas del Hirak e incluso a figuras vinculadas con el “círculo de poder” que rodeaba al expresidente Bouteflika; los militares permitieron elecciones presidenciales en las cuales sólo pudieron competir seis candidatos, todos ellos exministros del presidente depuesto y con sólidos vínculos con la fuerzas armadas.
En los comicios compitieron unas 1.500 listas, 800 de ellas independientes y 600 respaldadas por 28 partidos políticos. De los 13.000 candidatos independientes, 5.500 eran menores de los cuarenta años y 5.700 eran mujeres.
El gobierno destinó una partida de diez millones de euros para apoyar a los 5.500 candidatos independientes y menores de cuarenta años como una forma de incentivar la renovación de los cuadros políticos y en especial para restar fuerza al Hirak cuyos militantes pertenecen mayoritariamente a esa franja etaria. El Hirak impulsó la abstención a los comicios.
Después de finalizado el recuento de votos el martes 15 de junio el presidente de la ANIE, Mohamed Charfi, anunció que el Frente de Liberación Nacional (FLN), que controla la cámara baja argelina desde la independencia del país en 1962, ganó nuevamente las elecciones al obtener 105 escaños, aunque perdió 69 diputados con respecto a los comicios anteriores y la mirad de ellos en comparación con 2012, los candidatos independientes, en conjunto, constituye la segunda fuerza parlamentaria sumando 78 escaños, seguidos del principal partido islamista, el Movimiento Social para la Paz, con 64 diputados y la Asociación Nacional Democrática con 57 diputados.
Por su parte, las expresiones progubernamentales el Frente al Mustakbal (Futuro) y el Movimiento al Binaa (Construcción Nacional), obtuvieron 48 y 40 diputados respectivamente.
Otras ocho formaciones lograron entre uno y tres escaños, como es el caso del opositor Yil Yadid y el Frente de la Buena Gobernanza, sumando un total de quince escaños.
Este nuevo fracaso de la convocatoria electoral marca una vez más la total desconexión entre la clase dirigentes argelina y el grueso de la población que demanda un cambio real en los elenos que detentan el poder desde los tiempos de la independencia.
Por el momento, esa demanda se canaliza por procedimientos no violentos pero nadie puede predecir que ocurrirá en el momento que el pueblo argelino tome conciencia de que sus reclamos pacíficos no serán atendidos.
Por otra parte, la inestabilidad política y los problemas de gobernabilidad en Argelia que le han hecho perder protagonismo continental y regional contrastan con la estabilidad, sólido liderazgo y proyección internacional que ha exhibido en las últimas décadas Marruecos.
La Europa comunitaria que depende de los suministros de gas y petróleo argelinos y que tanto se ha perjudicado con la guerra civil en Libia y los problemas de derechos humanos y terrorismo yihadista en Egipto debería considerar cuan valiosas son sus relaciones con el Reino de Marruecos, el único interlocutor estatal estabilizado y con capacidad de protagonismo internacional que pueden encontrar en el Norte de África y un socio necesario para regular los flujos migratorios, combatir al terrorismo yihadistas y controlar a las mafias que operan desde el Sahel, en especial las que trafican con migrantes, armas y drogas.