Suele entenderse el análisis como la descomposición de un todo en sus partes. Un todo real descompuesto en sus partes que también son reales, tal y como ocurre en los análisis químicos.
En tiempos de liquidez y vacuidad los analistas son esenciales, para entender, aventurar lo que tenemos por delante, a los que no pensamos más que en el día siguiente. Eso da confianza. Es importante ser capaces de ver en cada hecho y sus partes, la importancia (valor) que tienen o deberían tener y cuando hay que decidir no equivocarnos, luego arrepentirse no vale.
Cuando hablamos de política todo se complica. Los analistas políticos, emergen incontrolados e intitulados, atacándonos desde televisiones, radios o redes. Argumentan con sus razones impostadas donde está la razón verdadera. El rigor, salvo honrosas excepciones, no suele estar en ningún lado.
En la política siempre hay lados, territorios de convencimiento que se convierten en posiciones irreconciliables y excluyentes prestas al combate. En política esto sucede entre adversarios e incluso, como sabemos, entre los que se llaman compañeros. En este tiempo de la historia parece no haber resquicio para que quepa la conciliación. Si no hay enfrentamiento, traiciones, deslealtades, compra de voluntades es como si no existieran razones para la existencia. Amanecer, cada día, con una chapa en el pecho que ponga: conmigo o contra mí. Lo sorprendente es que nadie diga que esto es muy viejo y no lleva a ningún sitio. Es como una recia y solemne columna jónica que no sostiene nada. No obstante…. ¡Hagan fotos, es el gran momento!
Tan viejo y sin sentido como enfrentar socialismo y comunismo con libertad. Tan ridículo, si no escondiera una opereta dramática, como creerse “salvadores”. Es un elogio a lo inútil, ya está bien de erigir heroínas o héroes de insulsa dialéctica televisiva. El desconocido del tanque de Tiananmén, si le echó un par y había razones para ello. La sociedad cambia y avanza con normas, proyectos, gestión… se transforma con reformas cambiando lo que no funciona y sustituyéndolo por algo mejor. La disyunción es el reconocimiento del vacío, rentable en términos electorales no sociales y tampoco ciudadanos.
Es sorprendente que, con la que está cayendo, sigamos pensando que la única política posible es la del enfrentamiento visceral. ¡Combatamos al comunismo, socialismo, fascismo! Incluso ¡Vengo a defenderos de…la ultraderecha, del social-comunismo! Es un discurso superado, o debería serlo, y si alguien quiere retroceder en la historia es igual de reaccionario se diga de derechas o de izquierdas.
Si se retrocede en el lenguaje es terminará haciendo en las políticas. Tan retroceso es creer en políticas superadas como imposibles. En género, raza, condición sexual, laboral… todo aquello que nos hace diversos e iguales al mismo tiempo. Esas políticas que nos hacen avanzar sin prisa pero sin pausa son las que se ponen en riesgo. Si uno se pierde en análisis facilones de salvadores, tienen el peligro de perder la perspectiva del futuro.
Madrid vuelve a ser un nuevo episodio del desgarro español. La apertura del juego que ha realizado Ayuso no ofrece la menor duda. Piensa ideologizar la campaña con un “relato simplista” del bien y el mal político. Con proclamas de reproches de liberticidas, agobiante fiscalidad, corrupción ideológica de inocentes infantes, feminismo excluyente, bla, bla, bla … ella siembra la obviedad política y otros vienen y la riegan. Los constructores de su figura han sabido hacerla Prima Donna de los medios como un Paquirrín de la política, pero no son capaces de llenar su discurso de contenido. El término que la define no es fascista, es frívola. Y la frivolidad no debería tener cabida en la política, con lo que hemos pasado y sobre todo, no sabiendo cual es el futuro que nos espera. La respuesta a lo elemental no puede ser el reverso dialectico de un resurgir novelesco de las esencias revolucionarias.
Mal para Madrid y para España si las semanas que tenemos por delante se enarbolan esas mediocres banderas. ¡No, por favor! Ante las urnas no hay bloques, ni casas comunes. Hay opciones políticas con propuestas diferentes y sobre todo talantes. Si no se es capaz de diferenciar una cosa y la otra (propuestas y talantes) mal estaremos. Ni Agustina de Aragón, ni Durruti.
Si los electores piensan que hacen falta que llegue Batman a salvar la ciudad es que se han caído en el agujero de la historia. Convertir la política madrileña en una serie o película de buenos y malos sólo nos puede conducir a un fracaso colectivo.
Ángel Gabilondo, cierto es que no es un personaje que salga de un libro de aventuras. No hay que fijarse de donde ha salido, sino de donde viene. Como se dice en esta época post cibernética googleen. A él y a todos, pues en ellos van a poner su futuro. No se queden solo con la imagen pongan el sonido. Pensemos que igual hay que analizar, como ciudadanos con miedos y esperanzas, si lo que preferimos es un lenguaje templado, pero convincente, comedido, y nunca simplón, combativo en la propuesta y no en la descalificación.
¿Qué necesita España, Madrid?; ¿qué tipo de políticos queremos que lideren, conduzcan, expresen nuestro sentir?; ¿en quién depositamos el camino a recuperar una senda de modernización de nuestra comunidad?
Aunque los politólogos se empeñan en España se está perdiendo la racionalidad democrática en la política, solo vísceras manifestadas en palabras. No se es consciente, pero la palabra violencia es cada vez más repetida por lo políticos: en el Parlamento, en sus declaraciones… ¡No es el camino!
Europa observa con cierto pavor y quizás escondida satisfacción de cómo nos gusta, a los españoles, vivir en la bronca permanente. El avance de la política reaccionaria y la crítica a la democracia liberal sin alternativa va ocupando mayores espacios en el Continente. ¿España nuevamente sirve de observatorio? Madrid va a ser próximamente un escenario privilegiado para ver porque política optamos. No nos perdamos en la mística militante de las palabras y escuchemos las ideas y a sus portadores.
No confundamos los análisis, con los comentarios ni con los anuncios publicitarios y elijamos por lo que realmente nosotros necesitamos, aunque no tengan muchos colores, ni músicas estridentes. Lo bueno y sólido es lo que nos hace falta.