El verano de 2020 será difícil d olvidar para los europeos. A los efectos de la pandemia del virus covid 19, que paralizó la economía mundial y que no termina de generar contagios y muertos se suma la explosiva situación en el Mediterráneo Oriental con las crecientes tensiones entre dos países miembros de la OTAN: Turquía y Grecia. El conflicto amenaza con expandirse después de la intervención de Francia e Israel. La crisis se desató con la reanudación de las exploraciones turcas en búsqueda de gas en el estrecho que separa su costa de la provincia de Antalya y la isla de Chipre, un territorio dividido y en disputa entre las comunidades turcochipriotas y grecochipriotas.
También en Europa Oriental pero en su extremo Norte, la exrepública soviética de Bielorrusia parece estar viviendo las conmociones generadas por una “Revolución de Colores”, tras el fraude en los comicios del pasado 9 de agosto.
Como se recordará la denominación de “Revolución de Colores” se aplica a una serie de movilizaciones políticas, en el antiguo espacio soviético, llevadas a cabo para desplazar del poder a líderes autoritarios acusados de violar los derechos humanos, las libertades individuales y/o amañar las elecciones, además de otras prácticas dictatoriales y corruptas.
En el caso bielorruso, el dictador cuestionado es Alexander Lukashenko, un antiguo apparatchik de la nomenclatura soviética que pasó de director de una granja colectivos (Koljós) en Gorodets, a ingresar en 1990 al Soviet Supremo de la República Socialista Soviética de Bielorrusia como diputado y desde allí a la presidencia de Bielorrusia.
En 1994, Lukashenko obtuvo el 45% de los votos en la primera ronda de las elecciones presidenciales como candidato independiente de una plataforma política de carácter populista.
En los veintiséis años siguientes, Lukashenko tras reformar la constitución, estableció un opaco régimen dictatorial, que ostenta el extraño mérito de ser la única economía planificada de Europa y bascula peligrosamente entre Occidente y Moscú para sacar el máximo provecho de su particular situación geoestratégica.
Bielorrusia, desde el punto de vista geopolítico, ocupa una posición clave. Es una suerte de “Estado tapón” situado entre Rusia y los países de la OTAN. Además, su territorio enlaza por tierra el enclave ruso en el Báltico de Kaliningrado con el resto del suelo ruso.
Debido a esta situación geoestratégica clave, en 1999, el presidente ruso Boris Yeltsin suscribió con Lukashenko el “Tratado de la Unión Estatal” que le permitió al dictador bielorruso subsidiar a su economía con energía proveniente de Rusia a precios preferenciales. El 95% de las necesidades energéticas bielorrusas se satisfacen con gas, petróleo y electricidad proveniente de su vecino ruso.
Aunque Lukashenko firmó el acuerdo nunca avanzó realmente en la integración económica entre ambos estados ni accedió a las demandas de Vladimir Putin de instalar bases militares rusas en su territorio.
Lukashenko ganó en 1955 un referéndum para disolver el Parlamento y luego otro en 1196 para reformar la constitución y asegurarse la reelección indefinida y poderes discrecionales.
Desde entonces y hasta 2020, el presidente bielorruso ha sido reelegido en seis ocasiones con porcentajes superiores al 70% de los votos, resultados controvertidos al ser considerados fraudulentos por la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) que impuso sanciones al país.
Frente al aislamiento político y las sanciones impuestas por el Parlamento Europeo a sus elecciones presidenciales fraudulentas, Bielorrusia reforzó sus lazos con los países exsoviéticos de la Comunidad de Estados Independientes, China, la Venezuela chavista, Corea del Norte, Irán e Irak.
A mediados de 2019, cuando sus relaciones con el Kremlin se enfriaron, intentó un acercamiento a los Estados Unidos que culminó este año cuando se reunió con el Secretario de Estado Mike Pompeo, negociando la designación de un embajador estadounidense en Minsk tras doce años de acefalía y la adquisición de petróleo estadounidense para aliviar su dependencia energética de Rusia.
En los comicios del pasado 9 de agosto, Lukashenko compitió contra tres mujeres que representaban a sendos candidatos encarcelados. Svetlana Tijanovsky encarcelado por el gobierno. Verónica Tsepkalo, esposa de Valery Tsepkalo, que antes se ser detenido escapó a Moscú y la tercera es María Kolesnikova, que fue directora de la campaña presidencial del banquero Viktor Babaryko, director general del banco Belgasprombank, que está en prisión con su hijo Eduard, desde junio y enfrentan cargos por corrupción que podrían acarrearles condenas de cárcel de hasta quince años.
Lukashenko que en los primeros años de su mandato gozó del apoyo popular, incluso recibió el apodo de Batka (padre), especialmente en las zonas rurales y entre las generaciones nostálgicas de los tiempos soviéticos.
Con el paso del tiempo su gobierno fue tomando un carácter represivo, la oposición sufrió acoso, se restringió la libertad de expresión, los detractores fueron encarcelados o incluso asesinados por la KGB bielorrusa.
Hoy, el régimen de Lukashenko ha perdido su impronta de terror y ya no controla como antes a la población de casi diez millones de personas que viven en esa antigua república soviética.
Es por lo que, el anuncio oficial que adjudicaba al dictador Lukashenko el 80% de los votos emitidos, seguido de Svetlana Tijanovskaya con tan solo el 6%, no resultó creíble y la oposición denunció inmediatamente el fraude y ganó la calle en demanda de nuevos comicios y de la renuncia del presidente.
Las fuertes protestas callejeras se sucedieron todos los días pese a la intensa represión de las tropas antimotines que dejaron un saldo de dos muertos, decenas de manifestantes heridos y siete mil detenidos.
Sin embargo, la rebelión siguió incrementándose aún más y la oposición organizó el domingo 16 de agosto la mayor concentración popular en la historia del país.
Putin fue el primer jefe de Estado en felicitar al dictador bielorruso por su reelección y también al primer líder extranjero a quien Lukashenko llamó en búsqueda de apoyo ante el incremento de las protestas opositoras.
La repercusión internacional del fraude electoral y la posterior rebelión popular no se hizo esperar. La vocera de Exterior de la OSCE, María Adebahr subrayó que los comicios del 9 de agosto “no cumplieron los estándares democráticos mínimos” y no fueron “ni libres ni justas” y que el resultado oficial comunicado por la Comisión Electoral “no se corresponde con la opinión real en el país.”
También la canciller alemana Angela Merkel se comunicó con el presidente Vladimir Putin, este martes (18.8.2020) para conversar sobre la situación en Bielorrusia. Merkel comprende muy bien que Bielorrusia forma parte de la esfera de interés y seguridad del Kremlin y que nada puede hacerse allí sin la aprobación del presidente ruso y busca sumarlo a la solución de la crisis.
Por último, los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea tratarán en una cumbre por vídeo conferencia el miércoles 19 la “inaceptable” situación en Bielorrusia como la califica la carta de invitación enviada a los primeros mandatarios europeos.
La internalización de la “Revolución de Color” en Bielorrusia y los intereses rusos y europeos en esa república amenaza con desestabilizar a toda la Europa Oriental.