¿Existe interés en la clase política de que España se normalice y tome la senda que le permita hacer lo importante, necesario y urgente? En algunos casos hay pruebas ostensibles de que no.
La bronca del “pin colegial” es la burda treta de cuñado: “hoy hablamos de lo que yo quiero”.
Visto lo visto, lo que esto significa es serio: No es posible contar con determinados grupos políticos para acometer el gran consenso educativo que España necesita. Aun sabiendo todos, que sin un sistema educativo estable no será posible afrontar con éxito los retos del cambio de modelo de sociedad en el que estamos inmersos.
Ignorar la agenda no es solo un problema para los políticos, nos afectará a todos. ¡Nada sirve compadecerse de ello! Es la estrategia del barullo, ya saben: “Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, …».
Es una obviedad decir que hay que encauzar colectivamente este tiempo a través del diálogo, pero habrá que insistir en ello. Solo con diálogo es como las cosas pueden ser transformadas. Es un principio antiquísimo: las cosas pequeñas crecen con el diálogo, con la discordia las más grandes pueden arruinarse. Es el momento de encontrar argumentos que motiven y reemplacen los argumentos absolutos. Lo impuesto dura poco y la discordia permanente termina paralizando todo. En este punto estamos.
El diálogo tiene, en esta ocasión, temarios muy concretos. No es un “sentémonos a conversar un ratito a ver cómo lo vemos”. Hay que conseguir objetivos esenciales para la comunidad, que individualmente no pueden ser logrados. Además, la política por sí sola, ya no vale para transformar realidades complejas. En una sociedad llena de aristas, fraccionada en sus pretensiones y en sus frustraciones, para que el acuerdo sea transcendental exige asumir la complejidad en su totalidad. Eso lo va a hacer más complicado, pero no imposible, no se alcanzará una satisfacción plena, pero mejor es un cuarto de algo que la mitad de nada.
Las agendas española y europea no son nuevas. Todos los partidos las conocen y no pueden permanecer impávidos a que las cosas pasen. Los retos que hay que afrontar no pertenecen esta vez a un partido, ni a un país, son “problemas patrimonio de todos”, en su intensidad y en su dimensión. La responsabilidad de la solución es colectiva, es una crisis global no divisible pues el futuro no lo es, es parte de nuestra vida cotidiana, es la geopolítica de cada uno.
No solo vale decir que el sistema democrático tiene grandes debilidades, todavía se está a tiempo de hacer algo. El Brexit, no iba a llegar y llegó; las ideologías y los partidos partidarios de la exclusión, el enfrentamiento, el odio han bajado del tren y pasean por las calles. Hay un diálogo pendiente sobre el reforzamiento y perfeccionamiento del sistema democrático.
De la cuestión territorial también (no creyendo que solo afecta a Cataluña, está en toda Europa). Solo el legítimo, pero solidario intercambio de intereses, puede evitar un proceso de desmembración de los Estados que es lo que nos da fuerza como ciudadanos de a pie. Para ello hay que abordar, de manera conjunta y renovada, la organización territorial del poder público sin perder el objetivo primordial: el fortalecimiento democrático institucional. La justicia y su organización también requieren su adaptación al siglo XXI, si dejamos de creer y respetar las leyes y a los jueces, mal vamos. No es menos importante lo demás: los cauces de representación política, los partidos políticos y las relaciones interinstitucionales de los poderes públicos, sin olvidar el perfeccionamiento de los métodos para garantizar la transparencia y el compromiso irrenunciable de lucha contra la corrupción.
Solo un sistema político sano y armónico hará posible dar solvencia a un sistema económico y social que ha de ser transformado profundamente como consecuencia de un proceso tecnológico, la digitalización, que en este momento se ve como una amenaza que ocasionará legiones de desocupados, y con ello, menoscabando las condiciones de vida de los más débiles. En segundo término, un deterioro climático que, de no revertirse, hace peligrar la habitabilidad del Planeta.
La política puede liderar, marcar ritmos, indicar la senda, pero necesita concitar muchas voluntades que hoy están lejos y descreídas del valor de la política. Las cargas de la crisis económica pasada dejaron sin credibilidad a lo que, desde la política y las instituciones, se puede hacer para corregir errores y conducir situaciones difíciles, así es espinoso prepararse para afrontar las incertidumbres futuras. La mayoría social debe tener dos certezas: una que no se va a jugar con su credulidad en el coyuntural mercado electoral para ganar votos; y dos, que los dirigentes no van a perder el referente de que los vértices estratégicos de su sistema de vida (el de la mayoría) siguen siendo los instrumentos básicos del bienestar social (sanidad, pensiones, educación y servicios sociales…).
Transitar el camino hacia un nuevo horizonte socioeconómico, tecnológico y sostenible, no va a ser sencillo. Para que la población acompañe este proceso hay que asegurar que la dignidad laboral y salarial de las rentas más bajas se van a mantener. Si los ciudadanos perciben que al final va a ser una lucha entre los que tienen y los que no tienen, con una mayor debilidad de estos últimos al no contar con el arrope del Estado y lo público, no se van a quedar en casa viendo la tele.
Cohesión social y equidad no se pueden perder en el nuevo escenario digital y ecológicamente neutro. En el proceso de transición, entre sistemas de producción y sociedad, la pedagogía debe ir de la mano del diálogo social. De momento, Europa y España solo han marcado el sentido de la carretera; han puesto nombre a la necesidad, e indican que habrá dinero para el viaje, pero se requiere mucho más.
El primer paso es acordar y arbitrar políticas claras bien gestionadas y consensuadas y establecer con rigor las líneas de financiación. Los agentes sociales habituales (patronales y sindicatos) son imprescindibles, pero hay que incorporar nuevos colectivos, no estamos ante una negociación social convencional. Hay que poner en el centro a la gente, a la ciudadanía; sin su voluntad, su convencimiento y su acción positiva, no será posible hacer el tránsito a un territorio sostenible con una vida digna.
En las transiciones los derechos son lo primero a proteger.