Los analistas políticos en Argentina viven en una total incertidumbre. En un hecho absolutamente inédito, a menos de una semana para el cambio de gobierno, nadie conoce el nombre de los integrantes del gabinete y otros altos cargos que acompañaran al presidente Alberto Fernández.
Es que las discrepancias entre el presidente electo y su vicepresidente son cada vez más inocultables.
Recordemos las palabras que eligió Cristina Fernández de Kirchner (CFK) para anunciar la fórmula presidencial de su espacio político. “Le he pedido a Alberto Fernández que sea nuestro candidato a presidente”, dijo la expresidente Cristina Kirchner, marcando así que era ella y solo ella la encargada de decidir quién debía gobernar en Argentina.
Las diferencias entre ambos dirigentes fueron evidentes desde el primer momento. Comenzaron por el hecho claro y sobresaliente de que el Frente de Todos está constituido en esencia por la alianza entre dos partidos. Por un lado el Partido Justicialista con sus gobernadores y sindicatos. Por el otro, por el partido creado por CFK, la Unidad Ciudadana. A estos dos grandes partidos se agregan agrupaciones menores y diversos movimientos sociales.
Incluso durante la campaña presidencial el candidato a presidente y su vice mantuvieron sedes partidarias separadas. Alberto Fernández se estableció en unas oficinas cedidas por el sindicato de porteros, el SUTHER liderado por Víctor Santamaría, situadas en la calle México. Mientras que Máximo Kirchner y su madre operaban desde el Instituto Patria o el departamento de la calle Juncal y Uruguay.
Por otra parte, Alberto Fernández, en los días de la campaña se reunió con todos los sectores del peronismo. Con los dirigentes sindicales y los gobernadores e incluso con aquellas figuras del peronismo que se habían distanciado del matrimonio Kirchner heridos por el trato que este dispensaba a sus colaboradores. Comenzando por Sergio Massa y siguiendo con Gustavo Béliz, Martín Redrado, Florencio Randazzo, Vilma Ibarra, etc. Su intención fue sumar a todo el espectro ideológico del peronismo en un único frente electoral.
Alberto incluso cortejó con insinuaciones y promesas al exministro Roberto Lavagna para que mantuviera su candidatura y así dividiera el voto anti-kirchnerista.
Mientras tanto, Cristina Fernández compartiendo esa estrategia, mantuvo un prudente silencio. Así pasó la mayor parte del tiempo en Cuba evitando definirse y para no enfrentar a la prensa. Su única participación en la campaña electoral consistió en las escasas y muy controladas presentaciones de su libro. En esas oportunidades, Cristina jugaba el juego que mejor conocía más disfrutaba. Pronunciar largos monólogos frente a un auditorio compaciente que sonríe y aplaude.
Cristina permitió en esa etapa que Alberto Fernández hiciera todo tipo de promesas y creyera que realmente tendría una autonomía que en realidad no estaba dispuesta a permitirle. Mientras tanto alimentaba calladamente sus antiguos rencores y sospechas.
Tras la victoria electoral Cristina Kirchner retorno para reclamar el rol central en la toma de decisiones del futuro gobierno.
“Les deje que armaran el gobierno y me llenaron todos los casilleros con gente que me odia”, aseguran que dijo cuando recibió la nómina de quienes integrarían el nuevo gobierno.
Como una forma de ratificar su jefatura, tomó la lapicera y tachó a aquellos postulantes que no eran de su agrado. Todo el mundo político sabe que Cristina no es una persona que olvide o perdone los antiguos agravios o disidencias.
UNA RESPUESTA INFORTUNADA
Pero ayer proporcionó un nuevo ejemplo de hasta dónde puede llegar su rencor y las ansias de revancha que guían su accionar.
Durante el segundo debate presidencial, el economista liberal José Luis Espert descolocó al candidato del Frente de Todos con un ataque directo. “Parece ser que en un gobierno en que hubo una asociación ilícita, ¿usted no vio nada o fue cómplice de eso?”, pregunto Espert intempestivamente a Alberto Fernández.
Para sorpresa del auditorio, Alberto Fernández no intentó defender a los gobiernos del matrimonio Kirchner, tampoco negó la existencia de una “asociación ilícita”, solo atinó a defenderse a sí mismo.
Por el contrario, el ex jefe de gabinete de Néstor y Cristina Kirchner pareció reconocer la veracidad de la acusación de Espert al replicar: “Cuando tuve diferencias, renuncié y me fui a casa. Y desde que me fui nunca un juez me citó a dar explicaciones”.
La respuesta del candidato que ella eligió para presidente parece haberla herido profundamente. Quizá por eso CFK aprovechó su declaración indagatoria ante el Tribunal Oral Federal N° 2, en la causa por el direccionamiento de la obra pública en la provincia de Santa Cruz para devolver a Alberto Fernández algo de su propia medicina.
“El responsable en materia administrativa y penal es el Jefe de Gabinete porque es quien ejecuta el presupuesto. Van a tener un problema porque van a tener que citar al Presidente de la República. Pero será interesante escuchar lo que tiene para decirles”, dijo la expresidente y hoy vicepresidente electa.
Con una sola frase Cristina ajustó cuentas con Alberto Fernández por sus dichos en el debate presidencial y por el hecho de que este último nunca fue perseguido o citado por la justicia como otros exfuncionarios kirchneristas. Cristina Fernández no es la única que se hace esa pregunta en estos días.
Aunque Alberto Fernández intente por todos los medios no tener conflictos con su vicepresidente y crear un frente unido entre peronistas tradicionales y kirchneristas, resulta evidente que ella no parece muy dispuesta a olvidar los hechos y dichos que la separaron de algunos dirigentes en el pasado.
Muy mala señal para un gobierno que aún no comenzado y que deberá gobernar en un país con una profunda crisis socioeconómica que dura años y donde los ánimos de la sociedad están particularmente enervados.