No todo vale, aunque estemos convencidos de que hace tiempo que se cruzaron las líneas rojas de casi cualquier frontera. Aunque parezca que da lo mismo decir una cosa y su contraria al mismo tiempo y la vulgaridad narrativa haya sustituido a la solidez argumental cuando se pretende hacer comprender y convencer reflexivamente. En la política, como reflejo colectivo de nuestras vidas, menos que en cualquier otro campo, no debería darnos todo igual. Ni siquiera en elecciones. No se puede hablar como si de emitir un sonido gutural se tratase, sin nada que ver con algo parecido a un ejercicio de inteligencia.
Es legítimo y democrático intentar influir en los otros. La finalidad de la política, en su máxima y más perfecta manifestación, debería ser la práctica democrática entendida por todos por igual. El objetivo del político debe ser persuadir a los otros, a los ciudadanos, de que lo que uno dice y plantea, como pensamiento propio o compartido, es lo mejor para la mayoría. La persuasión y el discurso político, por ello, tienen sus reglas y sobre todo sus límites. La verdad es una e inquebrantable y el buen gusto o educación otro.
Los amantes de la mitología conocen que la deidad que representa la belleza es Afrodita, y su hija es Peito, precisamente la diosa de la persuasión, la seducción, del arte de convencer al otro. Belleza y persuasión son parte de este ser. Los griegos se consideraban superiores, pues pretendían vencer a través del convencimiento, mientras que los barbaros lo hacían por la fuerza. Es por lo que al extranjero lo consideraban burdo, gente ignorante y carente de principios éticos.
El discurso, el relato como se dice ahora, la narración veraz de los hechos, es lo que hace transmitir el pensamiento de los unos a los otros, sea a través de las redes sociales o en vivo y en directo. El medio no tiene por qué alterar el valor de la palabra. Un buen orador, un político genuino hace que su discurso sea asumido como propio por el escuchante. Esto ha sido así en la argumentación y en la retórica y no debe cambiar. Hoy como ayer es la línea entre la narración democrática y la barbarie dialéctica.
Ahora bien, se plantea una duda peligrosa que termina siendo un serio problema colectivo, cuando se comprueba lo alejado que de todo ello está un líder de la política española y candidato a ser Presidente del Gobierno. La duda es llegar a saber si Casado: carece de conocimientos básicos de historia, política, etc.; de capacidad de discernimiento sobre donde están las líneas del discurso en elecciones o sin ellas; o lo que sería más grave, adolece de moral política y le da todo exactamente lo mismo. No es ninguna pretensión descalificadora, recapaciten y piensen lo importante que es la moderación en el lenguaje, y ello no va de no decir tacos o garabatos.
Apelar al argumento de “las manos manchadas de sangre” de hace unos días, no es haberse salido de la pista, no es un exceso provocado por el furor electoral no tratado; es como haberla emprendido a cabezazos contra la máquina de la Coca-Cola del hall del psiquiátrico donde te están buscando remedio para el mal. Se atribuye a Churchill aquello de: “Hay un tipo de muy honorables caballeros -todos ellos buenas personas, todos ellos hombres honestos- que están dispuestos a realizar grandes sacrificios en defensa de sus opiniones, pero no tienen opiniones. Están dispuestos a morir por la verdad, si supieran lo que es la verdad”. No sé si el problema de Casado es una falta de opinión o de saber que es la verdad. ¡Preocupante!.
España ha sufrido demasiado con el terrorismo como para hacer cualquier comentario ocurrente para descalificar a un oponente. Es de tal repugnancia que descalifica al que lo dice y al que lo jalea. El PP por la ansiedad de recuperar el poder, históricamente ha sido capaz de muchas cosas, algunas inconfesables y nunca se ha parado en barras para evitar decir un exabrupto. El 11-M fueron los terroristas vascos si o si, pretendiendo obligar a mentir al cuerpo diplomático. Había clínicas donde se podían recoger, en el contenedor placentas y fetos de abortos…. Y tantas más. No es un problema de verdad o mentira, no solo es falta de criterio, es simple carencia de honestidad sobre lo que la política significa para la sociedad.
No falla el discurso, ni el programa, al PP de Casado le está haciendo aguas la ética que la política debe tener. Con elecciones o sin ellas no todo vale. Lo que se dice en elecciones es parte también de la narración de nuestra sociedad, de la vida ciudadana de los españoles, si lo convertimos en un ejercicio de lenguaje canalla se está contribuyendo a deteriorar la convivencia en favor de un espectáculo callejero, poco a poco vamos tropezando hacia el pasado.