Las protestas callejeras se producen en Sudán desde el 19 de diciembre de 2018, detonadas en un comienzo por el alto nivel inflacionario, el aumento en el precio del pan y de los combustibles.
Las protestas pronto fueron capitalizadas por un conglomerado de organizaciones y partidos opositores denominado “Fuerzas de la Libertad y el Cambio” que se conformó en enero de 2019 y donde ejerce un rol protagónico la “Asociación de Profesionales Sudaneses”.
En la última semana las protestas que comenzaron con concentraciones, marchas, huelgas y otras acciones de resistencia civil derivaron en “sentadas pacíficas” en los alrededores del Cuartel General del Ejército.
Luego de que las protestas alcanzaron un saldo de 38 muertos, cientos de heridos y mil detenidos sin dar muestras de decrecer, el Ejército de Sudán decidió asumir el poder el jueves 11 de abril desplazando al anciano dictador Omar Hassan Ahmad al Bashir (76), líder del Partido del Congreso Nacional, que con treinta años al frente del país era uno de los jefes de Estado que más tiempo ejerció el poder en África.
El Ejército sudanés, para calmar los ánimos y evitar que el país cayera en un espiral de violencia, tras derrocar al presidente Al Bashir, lo reemplazó por un Consejo Militar Transitorio formado por diez generales y estableció una hoja de ruta para la transición hacia la democracia.
La presidencia del Consejo Militar Transitorio recayó en el hasta entonces Inspector General de las Fuerzas Armadas teniente general Abdel Fattah Abdelrahman al Burhan quien asumió también como Jefe de Estado Mayor del Ejército y ministro de Defensa en reemplazo del dimitido general Ahmed Awad ibn Auf.
La vicepresidencia del Consejo Militar Transitorio y del país fue ocupada por el general Mohamed Hamdan Daqlo, comandante de la unidad de fuerzas de élite denominada “Fuerzas de Apoyo Rápido” que cuentan 30.000 hombres. Se trata de una milicia que en un tiempo respondía a las órdenes directas del exdictador Al Bashir pero fue convertida en un cuerpo regular del Ejército. Actualmente, la mayor parte de sus efectivos están desplegadas en guerra del Yemen y en las fronteras de Sudán para combatir el narcotráfico y el tráfico de personas.
La hoja de ruta establecida por el Consejo Militar Transitorio contempla un periodo de transición de dos años “preparar el ambiente político para el traspaso pacífico del poder”, según declarara el general al Burhan.
Los militares pretenden que el futuro gobierno democrático continúe designando a un general como ministro de Defensa y a designar ellos al futuro ministro del Interior.
Como primeras medidas el Consejo Militar detuvo al presidente Al Bashir y a todos sus ministros. Destituyó al general Salah Abdalá Qush, hasta entonces jefe del Agencia Nacional de Seguridad e Inteligencia, encargada de reprimir las protestas, quien fue reemplazado por el hasta entonces su segundo el general Yaladín al Sheij.
También ordenó la liberación de todos los presos políticos. Aunque prorrogó por noventa días el estado de sitio, derogó la constitución de 2005 y proclamó “una invitación abierta al diálogo de todos los componentes de la sociedad sudanesa, sus partidos y la sociedad civil” para alcanzar un consenso y establecer las reglas que permitan construir una transición pacífica a la democracia.
Inmediatamente, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos anunciaron su apoyo al Consejo Militar Transitorio. El rey Salman de Arabia Saudí incluso ordenó el envío de un paquete de ayuda a Sudán que incluiría derivados del petróleo, trigo y medicinas.
EL OCASO DEL DICTADOR
En cuanto al destino del expresidente Omar al Bashir, quien enfrenta cargos por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra en la Corte Penal Internacional, por su responsabilidad en los abusos cometidos por la fuerzas sudanesas, en especial las Fuerzas de Apoyo Rápido, contra la población local civil en Darfur.
La región de Darfur, situada al oeste del país, en la zona limítrofe entre Libia, Chad y la República Centroafricana. Darfur fue un sultanato independiente hasta 1916 en que se incorporó al Sudán Anglo – Egipcio. La región vivió una cruenta guerra civil entre 2003 y 2008, que arrojó un saldo de 400.000 víctimas fatales y más de dos millones de personas desplazadas.
El conflicto estalló en 2003, cuando los “yanyauid”, un grupo de milicianos provenientes de etnias Baggara de los Abbala (criadores de camellos) se enfrentó a las tribus de agricultores fur, zaghawa y masalit, de etnia negra.
El conflicto étnico se inició tras años de rivalidad y disputas por el control de las escasa tierras fértiles de la región que se reducían día a día por el incremento demográfico y el deterioro medioambiental (calentamiento global, desertificación, etc.).
El Movimiento Justicia e Igualdad y el Movimiento de Liberación de Sudán, que agrupaban a los agricultores, responsabilizaron al gobierno de Jartum de oprimir a la población negra para favorecer a las etnias árabes. En represalia, contando con el apoyo de Eritrea, comenzó una guerra de guerrillas atacando oleoductos y cuarteles del Ejército.
El Ejército de Al Bashir, después de sufrir varias serias derrotas frente a manos de las milicias móviles que conocían muy bien el terreno donde operaban y contaban con el apoyo de la población local, desplegó las Fuerzas de Rápido Apoyo y comenzó a armar a las milicias “yanyauid”.
Las fuerzas de Jartum y sus aliados cometieron toda clase de atrocidades, solaron las aldeas de los pueblos de raza negra aplicando técnicas de limpieza étnica y llevando a cabo violaciones masivas. Además, la violencia destruyó la precaria economía de subsistencia de la región provocando una hambruna generalizada que dejó un saldo de 50.000 personas muertas en su mayoría niños.
Finalmente, el 1° de agosto de 2007 se llegó al acuerdo de desplegar 26.000 cascos azules de la Misión de Naciones Unidas para Darfur -UNAMID- en la región para iniciar el proceso de pacificación de la zona.
El genocidio de Darfur hizo de Omar al Bashid fuera conocido como “El Carnicero de Darfur”. Además, Bashir fue repudiado por dar asilo a notorios terroristas como el venezolano Carlos Ilich Ramírez, conocido como “El Chacal” y el mismo Osama Bin Laden.
UNA PESADA HERENCIA
Sudán está situado en el norte de África, a orillas del mar Rojo, entre Egipto y Eritrea. Está atravesado por el Nilo y sus afluentes.
Su población, estimada en algo más de cuarenta millones de personas, se distribuye en 597 tribus que hablan cuatrocientos dialectos distintos.
Los problemas de Sudán se remontan al momento en que dejó de ser el país más extenso de África, tras la secesión de Sudán del Sur, el 29 de julio de 2011, que hizo que perdiera casi todos sus campos petroleros y el 60% de sus ingresos fiscales. No obstante, Sudán con sus más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados es el tercer país más extenso del continente africano después de Argelia y la República Democrática del Congo.
Aunque el país todavía es rico en recursos naturales como el petróleo y el algodón y su economía está entre las de más rápido crecimiento de África. Sus principales mercados de exportación se encuentran en Asia y son China, Japón e India. El 80% de la población sudanesa se dedica a la agricultura.
En los últimos años Sudán ha sufrido serios problemas económicos. Al Bashir deja una inflación del 120% anual y un amplio legado de corrupción. Sudán ocupa el puesto 172 entre 180 países, según el Índice de Percepción de la Corrupción de 2018, elaborado por la ONG Transparencia Internacional.
La Organización de Naciones Unidas estima que 5.700.000 sudaneses -el 13% de la población- se enfrentan a una aguda crisis alimentaria, especialmente en las áreas afectadas por la sequía en Oriente y Occidente del país.
UN FUTURO LLENO DE INTERROGANTES
La situación en Sudán dista mucho de haberse estabilizado tras el derrocamiento del anciano dictador al Bashir. Un periodo de transición de dos años con un gobierno militar parece excesivo para una país atravesado por una profunda crisis económica y siempre a punto de estallar en conflictos étnicos.
Falta saber que ocurrirá con el hasta hoy mayoritario Partido del Congreso Nacional y como se conformará el espectro político del país con la presencia de grupos islamistas y los partidos de oposición.
No sería extraño que, siguiendo la tradición africana, una dictadura militar disfrazada de gobierno democrático sea sucedida por un gobierno civil también encabezado por un militar.