Por reiterado, resulta manido e inservible, decir que con América Latina nos unen lazos económicos, comerciales y sobre todo del afecto que da la cultura e historia compartida. Todo gobernante español que se precie asegura que va estrechar las relaciones e intensificar la cooperación. Las palabras lo aguantan todo y la política en la mayoría de las ocasiones termina siendo eso, sólo eso, palabras y apretones de mano.
Venezuela es la primera gran crisis latinoamericana a la que tiene que dar respuesta la España democrática. Las otras han sido juego de niños. Además no podía elegir peor momento para tomar efervescencia.
Una Europa desnortada y sin la tradicional pareja de baile del amigo americano para las cuestiones internacionales; con una Rusia que añora su papel de estrella bipolar de la guerra fría y todos los demás dispuestos a participar en el baile del Mono (danza indígena venezolana donde todos bailan vestidos de locos menos uno, que lo hace de mono).
La auto-proclamación y el reconocimiento de Guaidó como Presidente está tan cogido con hilos como la de Maduro, desde el punto de vista de la legalidad internacional. Ahora bien, el sucesor de Chávez hace tiempo que quedó deslegitimando. La penuria, la violencia y el miedo como fórmula de sometimiento ciudadano, la corrupción como modelo de gestión de los dirigentes de un país, deslegitima a cualquier gobierno.
El Secretario de Estado americano Robert McNamara acuñó, con el conflicto de los misiles cubanos en el 1962, que de la adecuada conducción de una crisis, de su gestión, va a depender que el conflicto termine en guerra o no. Guerra es una palabra dura, todos creemos saber lo que supone, aunque somos incapaces de poder dimensionar su resultado final. Se sabe cómo empieza, pero no como termina.
Ahora se está en esa delgada línea roja de la gestión de la crisis, donde cualquier error puede tener consecuencias fatales. Fatales, esencialmente para los ciudadanos venezolanos desarmados, hambrientos y esperanzados de que el nuevo día, además de que salga el sol, traiga algo más que palabras.
La situación actual puede tener muchas derivas incluso positivas, democráticas y con futuro, pero llevarnos a engaño y lanzar responsabilidades al viento puede ser lo peor. España es el paradigma de la visión permanente de electoralismo en todo y en política internacional también.
Sin alargarse en pormenorizados análisis, para evitar reiteración y sofismas al uso, podemos decir que: hay que confiar que la CIA, por diferencia a sus últimas actuaciones, haya evaluado correctamente la situación. Que los contactos con las Fuerzas Armadas Bolivarianas hayan sido los necesarios y oportunos. Perciban que de su acción o inacción, ante la orden que se les dé, dependerá que se genere una posible salida, en todo caso difícil, pero que no sea excesivamente cruenta. ¡Es duro decir esto, pero es lo que hay!
Que los mandos militares que asuman el compromiso de acabar con la situación no sean un quitar y poner, para asegurar los intereses económicos de Washington. Tienen que saber llegar a la raíz del problema y su solución. No vale cambiar un dictador civil o militar por otro.
El papel de Europa es determinante. El problema es que no vale con que muchos países europeos reconozcan una nueva institucionalidad. Es la Unión conjuntamente la que, aunque le cueste, tiene que tener un claro papel para presionar a Maduro. La presión no tiene que ser un simple ejercicio de buenísimo. Europa tiene además que ofrecer un proyecto de reestructuración de un país fallido. Ello puede convencer a los militares que la salida buena es posible.
La anunciada amnistía de la oposición no tiene un sentido meramente táctico, es esencial, es la cuerda para animar a las Fuerzas Armadas a tirar de la estaca para que esta se rompa.
Desde fuera sólo no hay salida. Se pueden ofrecer certidumbres democráticas y de recuperación de la sociedad venezolana para el día después de la caída de Maduro. Papel que debe jugar Europa y que a España no le queda otra que liderar. Agitando a sus socios y olvidándose de debatir inútilmente con un dictador mesiánico. No hay caso, como todo Tirano Banderas, morirá matando por duro que suene.
Lo que da escalofríos es la imprevisible vía norteamericana si los militares no dan el paso. La tentación será, desde fuera o desde dentro, intervenir bélicamente. Ello puede llevar a que los jemeres rojos, que Maduro lleva incentivando y armando comuna a comuna, consideren que ha llegado su momento de defender la revolución. El conductor de autobuses fue rotundo en su entrevista con Ebole, si hay que hacer valer la razón de la fuerza tiene dispuesto el pecho para las balas,… ¡el de los venezolanos claro está!
No podemos llevarnos a engaño. Los dictadores tienen algunas malas costumbres que son conocidas desde hace tiempo, algunos no dictadores también las tienen, eso no es irrelevante en este minuto. Se consideran poseedores de la verdad y la razón, no varían su posición por muy errónea que sea y aunque mucha gente les diga que el camino lleva al precipicio, siguen mirándose los pies creyendo que caminan sobre las aguas y lo más terrible… los muertos serán los hijos de otros.
Llegados a este punto, si el reyezuelo y sus validos ven disensión fuera creerán que les asiste la razón, aunque todos sepamos que no la tienen. Si no se ponen de acuerdo en qué hacer se van a poner en hacerlo. Ellos saben por experiencia que la semana que viene el tema agendado será otro, la programación manda…y nos dejaran hasta la próxima.