En un mundo caracterizado por flujos migratorios que involucran anualmente a unos 250 millones de personas, que representan un 3,3% de la población mundial y contribuyen un 9% del PIB mundial, con casi 7.000 millones de dólares al año, es evidente que Argentina, con legislación y políticas migratorias sumamente tolerantes y una sociedad libre de racismo, no puede quedar al margen de estos flujos internacionales.
En las últimas décadas, a la migración proveniente de países latinoamericanos, especialmente Bolivia, Paraguay, Perú, Venezuela, Colombia y Santo Domingo, se han sumado cada vez más migrantes africanos.
El incremento de la migración extracontinental se inició a partir de la aplicación de la “Ley de Convertibilidad”, en 1991, que permitía a los migrantes ganar y ahorrar en dólares y facilitaba las remesas a sus familias en el país de origen. En esos años llegaron al país muchos migrantes provenientes de Europa Oriental, de las antiguas repúblicas soviéticas, como así también ciudadanos chinos que instalaron sus locutorios y supermercados. También comenzaron a arribar al Río de la Plata los primeros migrantes africanos.
La crisis económica del 2000 al 2003 y el fin de la Convertibilidad mermó la llegada de migrantes europeos y chinos, muchos incluso salieron del país buscando mejores oportunidades en los Estados Unidos, Canadá o la Unión Europea. Pero, los subsaharianos siguieron llegando a ritmo lento pero continuo. Pronto la recuperación de la economía del país, la política de puertas abiertas, gracias a la Ley N° 25.871, aprobada el 20 de enero de 2004, y los generosos subsidios estatales reactivaron la llegada de extranjeros extracontinentales.
La llegada a la Argentina de migrantes subsaharianos se enmarca en un movimiento poblacional que parte desde África impulsado por problemas económicos, conflictos bélicos y el deterioro del medio ambiente (desertificación) impulsado por el cambio climático y las prácticas agrícolas y mineras inadecuadas.
Estos migrantes suelen partir de África buscando nuevos rumbos por fuera de la Unión Europea, en un contexto histórico y político constreñido por estatutos administrativos cada vez más restrictivos, y enmarcada en la creciente globalización de la economía que ha afectado negativamente a sus países.
Los primeros en llegar fueron migrantes provenientes del África atlántica y predominantemente francófona: Senegal, Malí, Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial, Níger, Ghana y Congo, pero también de países anglófonos como Sierra Leona y Nigeria. Asimismo, otros afrodescendientes arribaron en el mismo lapso, provenientes de países latinoamericanos: Perú, Brasil, Colombia, Venezuela, República Dominicana y Haití.
En el último censo de población, realizado en el año 2010, se registraba solo la presencia de 2.738 migrantes africanos. Pero, el censo también contabilizó a 149.493 personas que se reconocían como afrodescendientes, lo que representó el 0,4% de la población del país.
Fuentes mejor informadas, como la representación En Argentina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), afirman la presencia de entre diez y trece mil migrantes subsaharianos, de los cuales al menos tres mil serían senegaleses.
Esta registro erróneo puede deberse a varias causas: el temor de los migrantes indocumentados a ser censados, el difícil acceso a sus viviendas por tratarse de piezas en pensiones y hoteles precarios, dificultades lingüísticas, entre otras.
Por otra parte, entre 2004 y 2010 se otorgaron 684 radicaciones permanentes y temporarias a migrantes africanos. Los países que encabezan la lista son Senegal (150), Nigeria (90), Sudáfrica (58), Ghana (57), Camerún (48), Sierra Leona (48), Angola, Guinea, Costa de Marfil, Argelia, Egipto, Congo, entre otras.
En enero de 2013, se estableció el Plan de Regularización Migratoria para Nacionales Senegaleses y Dominicanos, un régimen de radicación especial establecido por la Dirección Nacional de Migraciones que contemplaba la excepción al requisito de ingreso legal para iniciar el trámite de radicación.
La primera oleada de población subsahariana en Argentina está compuesta de hombre jóvenes, de entre 20 y 40 años, el 19% son menores de edad, solteros en su mayoría, y los que se encuentran casados, han migrado solos, dejando a sus esposas en África.
Esto se debe, al proyecto familiar, que envía a los hombres jóvenes y fuertes al exterior para diversificar la producción doméstica.
Los migrantes africanos suelen ser gregarios y solidarios entre sí (comparten comidas, películas y habitaciones hacinados en pensiones). Por lo general muestran una actitud, tímida, algo retraída y amable.
La decisión de emigrar suele ser tomada colectivamente, dado que es percibida como una estrategia familiar de progreso cuyas perspectivas son la diversificación de las fuentes económicas y la promoción del estatus socioeconómico del clan. De esta manera, la salida de un individuo no significa que el núcleo familiar se rompa o divida, desvinculando a sus miembros, todo lo contrario, su flexibilidad y movilidad son ventajosas para la dinámica familiar.
El emigrado suele percibirse en la comunidad de donde proviene como un hombre exitoso, un referente social: hacerse hombre pleno, dinero, mujer e hijos. El prestigio se manifiesta no sólo en términos materiales, sino sobre todo sociales y simbólicos, ya que el emigrante exitoso y respetado es aquel que mantiene la responsabilidad moral de redistribuir su riqueza, manteniendo financieramente a su familia, su comunidad y sus redes de amigos.
Una minoría de migrantes parten desde África Occidental e ingresan con visado de turistas a través de los aeropuertos de Argentina, Bolivia, Brasil o Ecuador. La mayoría abordan clandestinamente, en los puertos africanos, barcos de carga o de pasajeros, como cruceros turísticos para viajar a América. Para ello sobornan a los tripulantes o permanecen ocultos hasta que la tripulación descubre su escondite o el hambre y la sed los obligan a entregarse.
Los que logran llegar a Brasil o Bolivia se filtran hacia territorio argentino por pasos fronterizos no habilitados, o por los habilitados durante la noche cuando hay menos personal y se relajan los controles. Algunas veces ingresan en transportes públicos con documentación personal brasileña adulterada.
Todos arriban con algún contacto en Argentina. Con frecuencia tan sólo un nombre y un número de teléfono de un connacional a quien no conocen personalmente. El subsahariano residente brinda al recién llegado alojamiento transitorio, le presenta en la comunidad local, le explica cómo es el modo de trabajo (dónde y qué comprar; cuándo y dónde vender), le enseña lo básico del idioma castellano, le consigue prestamos y donaciones de mercancías de los demás migrantes (que luego irá devolviendo) para que complete su primer maletín para salir a vender, lo acompaña a la mezquita o lugar de rezo que tenga más cercano.
La mercancía que comercializan suelen ser anillos, pulseras, cadenas, relojes y en algunos casos lentes de sol, billeteras y cinturones que consiguen los lunes en el barrio de Once o en ferias mayorista informales como “La Salada”. Es el día que no trabajan, ya que durante todo el fin de semana concurren a ferias barriales en parques y plazas para vender sus productos, razón por la cual suelen reponer la mercadería y arreglar la que tienen.
Para la venta en las playas bonaerenses suelen agregar otros productos como gorros y sombreros para el sol, adornos y bisuteria, toallas y manteles, etc.
La elección de este tipo de mercadería para la venta ambulante presenta varias ventajas: son productos económicos para comprar, livianos para transportar y no representan una gran pérdida en caso de ser confiscada por las autoridades.
En los primeros años instalaban sus puestos de venta en el barrio de céntrico de Once, especialmente sobre la avenida Pueyrredón, luego expandieron su presencia a otras zonas de comercio callejero como: la intersección de las avenidas Avellaneda y Nazca, en el barrio de Floresta, la intersección de las avenidas Rivadavia y Acoyte, en el barrio de Caballito, el barrio de Liniers, etc. también suelen recorrer bares y restaurantes céntricos ofreciendo sus productos a los comensales.
En una segunda fase, actualmente en desarrollo, legaran las mujeres africanas para reconstruir el núcleo familiar y tener hijos. Las mujeres trabajaran como manicuras, masajistas y peluqueras. Incluso instalarán sus propios locales de peluquería. Luego la comunidad africana comenzará a instalarse masivamente en ciertos barrios para desarrollar su cultura y su fe. Tal como han hecho en otras épocas en Argentina y en diversos países otras comunidades migratorias: los italianos que formaron el barrio de La Boca en proximidades al Riachuelo, los judíos que después de la Segunda Guerra Mundial instalaron sus talleres textiles y comercios en el barrio de Once, o más recientemente los asiáticos que se concentraron en el barrio de Belgrano.
La migración africana en Argentina es un fenómeno en expansión que debe ser controlado para acelerar el proceso de integración. Puesto que, a menos que cometan delitos, no se los expulsará del país hay que elaborar mecanismos legales para regularizar su situación migratoria, otorgarles la residencia, permitirles el acceso a empleos formales y sacarlos de la marginalidad.
Esto implica instrumentar cursos de idioma para alfabetizarlos en el castellano y abrirles el camino a la educación y el progreso.
Debido a que en su mayoría son musulmanes se debe facilitar la instalación de mezquitas para evitar que las prácticas religiosas se efectúen en la clandestinidad. En esta forma de deben registrar y controlar la predica de los imanes para evitar la presencia y actividad de elementos radicalizados.
De lo que se trata es de incorporar plenamente a los subsaharianos a la sociedad argentina evitando la formación de minoría étnica reactiva que a su vez aliente sentimientos xenófobos en la población local.