Recordando a Winston Churchill y su célebre discurso de Fulton, podríamos decir que una suerte de “Telón de Acero” cubre a Argelia permitiendo que las potencias occidentales, al mirar a una dictadura militar que viola sistemáticamente los derechos humanos y burla los más elementales principios del sistema republicano, vean tan solo a un gobierno presidencialista perfectamente democrático.
Es que Occidente, en general, y la Europa comunitaria en particular, necesitan de Argelia por diversas razones y, como le repugna a su conciencia demoliberal el trato con las dictaduras, simulan que no ven los inocultables abusos cometidos por el régimen de Argel.
El gas y petróleo argelino sirve a Europa para atenuar su dependencia de los hidrocarburos rusos y así escapar del chantaje a que frecuentemente la somete el presidente Vladimir Putin.
Por otra parte, el régimen de Argel ha sabido instalar en los dirigentes occidentales la extraña idea de que constituye una suerte de “barrera natural” que protege a Occidente presencias indeseables como las que constituyen los yihadistas o inmigrantes subsaharianos.
Aunque para ello deba cada tanto violar la legislación humanitaria internacional. Nadie pregunta si la temible Dirección General de Seguridad Nacional (DGSN), la policía militarizada argelina, detiene ilegalmente, tortura y luego ejecuta a los sospechosos de yihadismo.
Después de todo a quien le preocupa la suerte de un terrorista que podría detonar automóviles, ametrallar gente en teatros y restaurantes o embestir con un camión a los transeúntes en mercados navideños o calles peatonales. Un terrorista muerto es un terrorista menos, aunque no sea realmente un yihadista sino un simple opositor cuyas actividades molestan al régimen y a sus personeros.
Aunque, Occidente debería comenzar a preguntarse que garantías puede ofrecer, frente al terrorismo, un régimen que no solo protege y financia al Frente Polisario sino que aprueba los vínculos que los separatistas mantienen con Irán, quien entrena a sus milicianos y los abastece de armamento sofisticado que luego termina en manos de grupos yihadistas.
Tampoco preocupa a la sensibilidad humanitaria de Europa lo que ocurra con esos molestos inmigrantes subsaharianos que insisten en llegar como una incesante oleada a sus playas.
Si Argelia abandonó en el desierto del Sáhara a 13.000 inmigrantes subsaharianos en tan sólo 14 meses “protegiendo” sus fronteras, da igual, sigue siendo una democracia respetuosa de los derechos humanos.
Sin importar que los inmigrantes hayan sido arrojados a las ardientes arenas del desierto desprovistos de agua, mapas o celulares -para que no registrasen el tratamiento que estaban recibiendo por parte de la policía argelina- a decenas de kilómetros de cualquier poblado. Si los frustrados inmigrantes mueren allí, pronto el desierto borrará todas las huellas de la tragedia.
Mientras el periodismo no registre este genocidio, Occidente podrá seguir mirando para otro lado.
Como mira para otro lado cuando en Argelia se intenta reelegir por quinta vez consecutiva a un presidente de 81 años que desde 2013 -fecha en que sufrió un serio ACV- está postrado en una silla de ruedas, no puede casi hablar, no pronuncia discursos, no recibe a mandatarios extranjeros, ni sale del país.
Aunque la reforma constitucional de 2016 reduce los mandatos presidenciales a solo dos periodos de cinco años cada uno, Abdelaziz Bouteflika, anunció en abril pasado que se presentará para un quinto periodo. Inmediatamente, la candidatura de Bouteflika recibió el apoyo de sus aliados.
El primero en pronunciarse fue el Frente Nacional para la Justicia Social, a través de su líder Khaled Boundejna, quien se expresó en favor del presidente diciendo gráficamente que “los argelinos comían pasto debido a la pobreza antes de que Bouteflika se convirtiera en presidente”.
Luego se hizo oír el Secretario General del oficialista Frente de Liberación Nacional (FLN), Djamle Ould Abbes, declarando: “Voy a votar por el presidente, aunque esté en la tumba. El FLN es el Estado y la elección del presidente es un asunto de Estado.”
En este contexto, en octubre de 2019, se realizarán nuevamente elecciones presidenciales en Argelia. Elecciones sin ningún tipo de garantías ni supervisión internacional y en las cuales, probablemente, como ocurrió en 2014, volverá a ganar el presidente Bouteflika por más del 80% de los votos.
Para asegurarse de ello, el entorno presidencial encabezado por el impopular hermano menor de Bouteflika, Said y el Consejo Militar, han comenzado a eliminar todo rasgo de disidencia en las filas de las Fuerzas Armadas y a impedir que la oposición se organice.
La purga en las filas del Ejército se inició con el desplazamiento del general Abdelghani Hamel, Hasta ese momento jefe de la temible DGSN, quien tenía públicas diferencias con el hermano del presidente y a quién se vincula con el decomiso del mayor embarque de drogas hallado en el país hasta este momento.
Un cargamento de 701 kilogramos de cocaína, disimulada en un embarque de carne congelada proveniente del Brasil, capturado en el puerto de Orán en mayo pasado. La cúpula gobernante argelina es conocida por su voracidad para todo tipo de negocios, como así también por resolver sus disputas comerciales a través de purgas y encarcelamientos de exfuncionarios.
Junto con Hamel perdió su cargo el comandante de las fuerzas terrestres, mayor general Ahcene Fater, el comandante de la primera zona militar el mayor general Habib Chentouf, el mayor general Abderrazak Cherif, jefe de la cuarta zona militar en Ouargla, el mayor general Meftah Souab, jefe de la sexta zona militar en Tamanrasset y el director de la Comisión de Mercados en el Ministerio de Defensa, el funcionario encargado de efectuar las compras para las fuerzas armadas, mayor general Boudouaour Boudjemaa.
Seguramente, la depuración no se detendrá allí. Hay que crear nuevas vacantes para premiar la lealtad de los cuadros jóvenes que en las filas castrenses aguardan ansiosos su turno para participar en el reparto del botín.
En cuanto a la oposición externa al régimen el procedimiento a seguir consiste en extremar la intimidación y cuando esto no es suficiente se recurre al encarcelamiento bajo cualquier pretexto.
A Nacer Boudiaf, hijo del fallecido expresidente Mohamed Boudiaf, y posible candidato presidencial, el ministerio de Asuntos Exteriores comenzó por retirarle su pasaporte diplomático como un adelanto del destino que le aguarda si persevera en su intento de llegar al palacio de “El Mouradia”.
Mientras que los activistas político s de grupos opositores, como el movimiento “Muwatana” (Ciudadanía), creado en junio de 2017 por diversas personalidades políticas, son hostigados, perseguidos en sus actos callejeros y sus dirigentes encarcelados.
Algo similar ocurre con las organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos y los sindicatos, cuyas actividades sufren toda suerte de restricciones legales y sus dirigentes frecuentemente son sometidos a juicios amañados.
Curiosamente, el gobierno de Argelia, que como hemos mencionado sostiene al separatismo de los saharauis marroquíes, combate por medios legales e ilegales a sus minoría amazigh (bereber) que constituyen entre el 20 y el 30% de la población total del país. Estas minorías son representadas por el Movimiento de la Autonomía de Cabilia y el Movimiento por la Autonomía de Mzab. La persecución se produce aun cuando estas organizaciones actúan pacífica y legalmente pidiendo tan sólo autonomía para sus regiones.
Recordemos que todo esto ocurre en un país que ha perdido desde 2014 la mitad de sus reservas en divisas (de 178.000 millones en 2014 a 85.000 millones en 2018), donde la economía dependen por entero (95%) de las exportaciones de gas y petróleo y se encuentra agobiado por la miseria, las desigualdades, la corrupción y el nepotismo.
Esta situación se prolongará hasta que haya una auténtica renovación del liderazgo que cambie el rumbo del país e instale una auténtica democracia. Algo que parece que no ocurrirá en octubre de 2019 y sobre lo cual las potencias occidentales que pasan por alto los abusos de la dirigencia argelina tienen gran responsabilidad.