Es difícil sustraerse a no escribir sobre ETA en su anunciado fin más cuando, durante una época de tu vida, has estado cerca de ella o, mejor dicho, sabias y sentías, que ella siempre estaba cerca de ti.
Me es difícil recordar de cuál, de los sangrientos atentados producidos, fue más duro transmitir la noticia y como, una vez dada la información al presidente del Gobierno, al otro lado se oía un silencio que venía a decir…y ahora yo a quién se lo cuento. Todos éramos participes de esa impotencia ante lo irracional.
La muerte es el fin de un ser vivo. Hace tiempo que les negué la consideración de ser, solo asesinos a sueldo capaces de la máxima expresión de crueldad. Lo único que me duele es que alguien pueda pensar que encontrarán la luz desde el infierno. Debemos negarles cualquier posibilidad.
Siempre me he hecho la pregunta de si la democracia española hubiera sido distinta sin su existencia como entelequia sangrienta de la revolución y la independencia de un pueblo, al que no representaban y que lo único que hicieron fue joderle la vida durante décadas.
La vida hubiera sido distinta sin duda. Hubiera sido vida, para casi el millar de personas a las que les truncaron la suya y para todas sus familias, que nunca entendieron ni podrán entender el porqué de la muerte y el dolor sin sentido.
Los sentimientos son irrenunciables, pero, con sosiego y reflexión democrática, es preciso, ante la confusión, cuestionar que la existencia de ETA ha condicionado el normal funcionamiento de la Democracia Española.
La corrupción. Decir que sin la existencia de los liberticidas no hubiera existido corrupción en España, no sólo sería incierto sino chusco. Sin embargo, esta encontró un buen vivero en el terrorismo. En los “años de plomo” todo terminaba encontrando justificación por la violencia sin sentido; para empresarios y políticos era la búsqueda de la autoprotección ante un riesgo cierto de un tiro en la nuca, un coche bomba o la extorsión. Si combatir todo con dinero es una tendencia humana, cuando lo que se pone en la balanza es tú vida y la de los tuyos, los lleva, a los más laxos, a pensar que todo es justificable. Ello fue, desde el desastroso uso hecho de “los fondos reservados”, al pago de guardaespaldas, financiación irregular de partidos o a favorecer a empresas que asumían el riesgo.
Distorsión de la vida política. El ejercicio de la política debe ser entendido siempre como un hecho ciudadano normal, un mundo en el que se entra y sale con normalidad. Un acto de compromiso sin consecuencias ulteriores. ETA convirtió la política en un acto heroico, donde cualquiera podía esperar el zarpazo de la hidra asesina. Si consideramos que casi cuarenta personas relacionadas con la actividad política fueron asesinadas por su mera pertenencia política “a los otros”, necesitados de recurrir a medios de protección física para garantizar su seguridad y que tuvieron que cambiar de residencia abandonando su hogar, entonces las cosas se ven de otra manera…. Que el implicado en política, como durante el franquismo, se convierta en diana, le otorga un plus de heroísmo cívico que le quita la normalidad que ha tener el ejercicio de la función pública. En un país de extremismos valorativos, el valorado, en otro tiempo, desempeño de la función pública se muta en gente sin mística y sujeto a todo el desprecio posible. El engreimiento humano llevó a algunos a imbuirse de un halo que alejó a muchos de la cotidianidad y transcendencia de la vida pública.
Un tortuoso desarrollo territorial. El revolutum lingüístico conceptual creado por ETA, propiciado por arribistas, hizo pensar a la banda que tenía una misión institucional que cumplir. Desarrollar con profusión la autonomía vasca ante el chantaje de la vía independentista, más el temor a su extensión a otros territorios (recuérdese a Tierra Lliure o lo intentos en Galicia con el EGPGC en los 90 por ejemplo) hicieron que, la configuración del Estado de las Autonomías no siempre estuviera presidido por la racionalidad. Podríamos hacer referencia a la inconstitucional LOAPA, consecuencia directa del fallido golpe del 23F, que tuvo una de sus motivaciones ideológicas en la relación establecida por los golpistas de la actividad de ETA y la ruptura de España por el proceso autonómico. En definitiva, la configuración del poder público territorial no estuvo exenta de los crueles asesinatos que se producían en una toma y daca poco racional. Hoy puede negarse, pero siempre estuvo en la mente de los operadores políticos.
Finalmente, no puede echarse en el olvido, la influencia de ETA en la realimentación del nacionalismo español. El PP tuvo una habilidad poco responsable en saberlo capitalizar. Horas después del atentado yihadista del 11 M los populares cantaban por Madrid aquello de “España una y no cincuenta y una”. Aznar y Rajoy y sus respectivas cortes nunca dudaron en hacer de la lucha contra ETA una bandera política que hondear con fuerza contra los gobiernos socialistas. Hoy nos parecen lejanas las quejas de Felipe González contra Aznar de utilizar el terrorismo como arma política. Hoy es censurable la actitud que mantuvo Rajoy contra la política antiterrorista, seguida por Zapatero, para llegar al final de ETA. Lo que entonces se dijo hoy queda olvidado por la satisfacción de la victoria democrática, pero estaba fuera de cualquier patrón de la responsabilidad política. El terrorismo fue utilizado como estrategia electoral, decir otra cosa sería también, no hacer justicia a la memoria. El nacionalismo español, como ha hecho el caso del separatismo catalán, ha hecho prevalecer siempre el populismo nacionalista a la visión de Estado.
Ahora hay que pasar a ETA a la parte más triste y dolorosa de nuestra historia reciente. Mantener viva la memoria de lo sucedido. Hay que recordar que la democracia con sufrimiento, sin resignación, pero con fortaleza, vence. Hay que hacer entender esto a los más jóvenes que desprecian hoy las instituciones del Estado Democrático de Derecho. Por ello, sería bueno que, con más profundidad de la que se puede hacer en esta página, se estudiaran las consecuencias políticas que para España ha tenido. Ello nos llevaría a hablar hoy con menos desdén de la Guardia Civil, Policía, Fuerzas Armadas, jueces y fiscales, periodistas y políticos, sin olvidar a los muchos ciudadanos que pasaban por allí y del miedo en el cuerpo que a todos nos hicieron tener. Entender que todo tiene sus consecuencias, que hay acciones inexplicables del ser humano que le hacen perder ese carácter, y que no hay argumentos para la barbarie, ni relatos alternativos posibles.