Que vivimos en Tiempos Complejos como reza esta columna nadie tiene ya duda. Que cada proceso electoral que está viviendo Europa es un paso más en el camino de la incertidumbre es una evidencia.
Matteo Renzi, el primer ministro italiano, propuso una reforma constitucional al pueblo italiano cargada de racionalidad institucional para dar mayor gobernabilidad a un país que ha tenido 60 gobiernos en 70 años. Sin embargo, los italianos le dieron claramente la espalda, el 60% le dijeron NO a la reforma. Renzi lo planteó en diciembre del 2016 mientras el pueblo italiano intentaba salir de una dura crisis que había aparejado una considerable pérdida de calidad de vida para la mayoría de los italianos. La crisis italiana ha sido tan dura como la española.
En la gestión de la crisis, el líder del centro izquierda italiano tuvo reconocimientos como “un político revolucionario”, según The New York Times, revolucionario por su valentía y determinación en la aplicación de medidas de “ajuste social” que contentó a Europa y a los mercados internacionales, pero que lo enfrentó duramente a los sindicatos, incluso a la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL), vinculado al Partido Democrático.
En definitiva, Renzi apostó por buscar la salida de la crisis siguiendo la propuesta del racionalismo europeo de forma similar a lo que entre nosotros lo hizo Zapatero, en la histórica sesión parlamentaria del 12 de mayo de 2010 y posteriormente Rajoy con mayor dureza.
Los votantes socialdemócratas, centro izquierda, progresistas se sintieron traicionados en Italia, como en España. La pérdida de credibilidad de la izquierda europea, por mucho que se quiera vestir de distintos colores la cuestión, está unida a la falta de capacidad pedagógica para saber explicar a la sociedad lo que estaba pasando y sobre todo no ser capaces de encontrar soluciones que no pasaran, sí o sí, por penalizar a la mayoría social que les apoyaba. La quiebra de la representación procede de una falta de liderazgo y capacidad de gestión.
El apego al puesto no pasa ya desapercibido para los electores. La derrota en el referéndum ya habría sido razón bastante para que se hubiera vuelto a casa definitivamente. El chantaje emocional a los ciudadanos, amenazando con irse, ha tenido respuesta clara: ¡Vete! Los híper liderazgos tienen una corta fecha de caducidad.
El fenómeno Macron, con su centro izquierdismo new wave, que obnubila a muchos políticos, pasados y presentes y de distintas identidades, no les hace reparar que estamos viviendo socialmente un complicado momento de mutación política.
La racionalidad política en los procesos electorales está siendo sustituida por los sentimientos y las percepciones emocionales en el momento del votar. Los ciudadanos conceden una pero no dos oportunidades, exigen cosas tangibles, concretas, propuestas creíbles, realizables y realizadas. Quieren soluciones y no expectativas.
La práctica desaparición en Francia de los partidos tradicionales y la amenaza del Frente Nacional pueden convertir un posible fracaso del Presidente francés en la caída a un abismo similar al italiano. El miedo como estrategia después de tanto susto ya no vale y ¿por qué no elegir muerte? En Italia el intento del líder del PD de que se reprodujera el efecto francés ha puesto en evidencia que ese modelo no es replicable y que, como he dicho anteriormente, los híper liderazgos personales a la americana no parecen la vía del centro izquierda para reencontrar su camino.
La victoria del “a ideológico” Movimiento 5 Estrellas, con tintes programáticos de ambos extremos del espectro político, seguido de la Liga (LN), con no mejor confusión ideológica, no solo dejan ver la dificultad de la formación de un gobierno. Los cuadres de alianzas parecen imposibles, si no el grado de confusión y hartazgo existente en el electorado de las políticas convencionales. La derrota del Partido Democrático trasluce que los discursos reformistas, integradores y europeístas permanecen en “stand by” en los votantes que no tienen el más mínimo temor en asumir riesgos políticos.
Tal vez lo ocurrido en Italia no sea totalmente parangonable con otro país europeo, más teniendo en cuenta su historia política desde la II Guerra Mundial hasta la fecha. Ello no evita pensar que un país que se encuentra entre las diez potencias mundiales, tanto desde el punto de vista económico como militar, esté entrando en un bucle político inmanejable que puede arrastrar a otros.
Ahora hay que asumir como incuestionable: que la crisis económica, que parece que nadie supo cómo vino, se combatió provocando una crisis social que está pasando factura a la política por haber consentido que el modelo de convivencia se desquebrajara precarizando a una mayoría de la población mientras otra seguía creciendo es su bienestar personal; que ha cuajado la desafección política a un sistema de racionalización del conflicto social que combinaba un sistema de desarrollo capitalista, que pasó a ser intensivo, con medidas de cobertura del bienestar social cuando se ha roto el equilibrio entre ambos. El camino de regreso a ese sistema no parece fácil pues ha generado demasiadas frustraciones y descrédito hacia los partidos políticos que la han venido protagonizando durante medio siglo. Aunque igualmente parece evidente que no se sabe remplazar por un modelo alternativo que restablezca la equidad, el equilibrio y la certidumbre. Esto es cada vez más obvio…
Los ciudadanos han tomado conciencia de su fortaleza como votantes y ante la ausencia de propuestas de soluciones creíbles a sus crecientes malestares, hacen que el poder que les da el voto se convierta en reactivo.
Hay quien dice desde el centro izquierda que: nos equivocaremos si proponemos viejas recetas a la sociedad. Sin duda, parte de la solución está en buscar nuevas recetas a nuevos problemas, pero hay un problema previo que si no se resuelve no hay posibilidad de hacer guiso alguno y es recuperar la credibilidad. Ello pasa por reconocer que algunas cosas que se debieron hacer no se hicieron y ello provoca que se sigan arrastrando problemas históricos y que se dejara de confiar en quien se había depositado la confianza. Que en las que se hicieron se tuvieron más en cuenta los intereses de un sistema capitalista conformado por grandes corporaciones, con un modelo empresarial cortoplacista basado en la anualidad de su ejercicio y en el incremento de sus beneficios, sin mirar a su alrededor propiciado por un proceso de desregularización en un mal entendimiento de la economía en tiempos de globalización, y este era el nuevo tiempo.
En todo caso, también pasa por una crisis de legitimidad de los representantes que le han venido diciendo a la mayoría de la población cual era el tortuoso camino por recorrer desde el calor de un sillón institucional durante décadas.
Muchos pensaran que esto es un sin sentido, yo creo que no y prefiero comer la sopa que, si está bien hecha y es sustanciosa, me gusta.
Refrán italiano cuya traducción literal es: “o comes esta sopa o saltas por la ventana”. Se utiliza para referirse a una situación en la que no hay alternativas.