UN POCO DE HISTORIA
Jorge Luis Borges ha consignado en su tan afamado poema “Laberinto” el siguiente pasaje: “No habrá nunca una puerta”. Esta pieza literaria, no solo resulta ser la expresión del -yo poético- del escritor de la plata, sino que también ex la expresión de la historia argentina misma.
Años tras año los argentinos hemos sido testigo de las idas y vueltas del poder político, lo cual implica señalar que las problemáticas sociales e institucionales son tan comunes como tomar mate una tarde con amigos.
Si bien podemos hablar de Estado argentino, a partir de 1880, momento en el cual las instituciones creadas y diseñadas tiempo atrás, se aplican a los limites jurídico – territoriales, las luchas por el poder se remontan unas cuantas décadas. Es sabido que el actual estado argentino es producto de disputas territoriales -y en consecuencia políticas- que se entablaron entre los diversos actores políticos que comprendieron la escena que se sitúa entre los años 1810- 1879.
En 1810 se celebraba “La primera Junta de Mayo”, -mal llamada primer gobierno patrio-. ¿Cómo ha de haber gobierno patrio en 1810, si todavía no éramos libres, y si todavía la escasa población no tenía conciencia de nacionalidad, y lo que resulta aún peor todavía la palabra argentina no formaba parte del vocabulario de la sociedad de la época?
Lo que si resulta correcto es entender a la primera junta de mayo como el primer atisbo, vestigio u expresión de los ánimos rioplatenses de la época: colonos que comenzaban a observar afectada su capacidad comercial, a causa de las decisiones de la metrópoli, y anhelaban desarrollar el ensayo de los Estados Unidos, que tan bien había resultado en 1776 (entiendo que se trataba de la primera colonia que se liberaba de una potencia marítima y comercial, como lo era Inglaterra, y teniendo en cuenta lo sucedido entre el Virreinato de Nueva España y el estado del norte).
Los años venideros fueron años de turbulencia, años de logia Lautaro, años de discusiones, años de enfrentamiento, años de luchas.
En 1816, se logra la hazaña independentista. Los congresistas de Tucumán lograron obtener la libertad, tal vez uno de los bienes mas preciado por el hombre, no es en vano que el máximo castigo penal sea la quita de la libertad.
Sin embargo, la libertad no viene sola. Con ella vienen las responsabilidades, y la gran pregunta ¿Qué hacer con el territorio? ¿Qué hacer con la población? ¿Qué hacer con el poder?, y por sobre todas las cosas ¿Qué hacer con las instituciones? ¿Qué sistema de gobierno era correcto elegir? Interrogantes que encontraran sus respuestas varios años después, y que por supuesto se habrían cobrado varias vidas. Es así como comienzan las luchas tendientes a imponer ciertas ideas. Las guerras por la independencia habían culminado, ahora iniciaban las guerra civiles, iguales o mas cruentas que las anteriores. Los años de unitarios y federales no tardaran en llegar.
En 1853, era un hecho que se iniciaba el proceso de conformación del Estado Argentino. Un Rosas derrotado y un texto constitucional eran las bases para una república posible.
Sin embargo, la Constitución albergaba en si una de las enfermedades mas temidas: “el rey con nombre de presidente”. Una figura que será vital para escena argentina: el presidente de la nación.
Alberdi -autor de las bases del texto constitucional- había formado parte de esa generación del 37 que tuvo que enfrentar al “Restaurador de las leyes” con una de las armas mas poderosas que el hombre posee: la palabra. Son los años de “La Cautiva”, “El Matadero”, “Martín Fierro”, “Facundo: civilización y barbarie”, “Fausto”, “Bases y puntos de partida para una República posible”. Todos textos que esconden en su interior aquel recurso alegórico, el cual permitía hablar de aquello que estaba prohibido, Rosas.
Para 1862, “la primera tiranía” era solo un triste recuerdo. El diseño institucional ya había sido pensado. Sin embargo, era hora de ponerlo práctica, de ensayarlo. El hecho de que hubiera un texto constitucional no implicaba que los unitarios y los federales desaparecieran como la bruma. Todo lo contrario, sus discusiones seguían allí presentes, al punto de poner en juego las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, y producir el deceso de uno de los lideres del interior con mayor peso político: Justo José de Urquiza.
Para 1880, el último levantamiento del caudillismo había sido sofocado. La guardia nacional de Mitre ya era el Ejército Argentino, los ferrocarriles unían al país, y se exportaba a niveles exorbitantes. El proceso de consolidación del estado había llegado a su fin.
DE ESTADO CONSOLIDADO A ESTADO FRAGMENTADO.
En 1880, la consolidación era un hecho. Las instituciones habían alcanzado su punto máximo de funcionamiento. Sin embargo, los cuestionamientos por el fraude y por la política del acuerdo no tardarían en llegar. A esto se suma la aparición de los sectores anarquistas y socialistas, que habían descendido junto con quienes ayudaron a forjar y poblar nuestro país, los inmigrantes, nuestros abuelos y abuelas, que habían mirado el nuevo mundo como la posibilidad de un cambio rotundo para sus vidas.
Comienzan años turbulentos, años de crisis, años de renuncias, años de enfrentamientos, años de guerras mundiales, años de trincheras ideológicas, de radicales y peronistas, años de trincheras ideológicas, años de exilios, años de reformas constitucionales, años simplemente años.
REVISANDO EL PRESENTE.
Nuestra actualidad no es tan lejana a la de los años mas turbulentos de nuestra historia. Hoy en día asistimos a enfrentamientos que se libran en plazas, plazas que en otro tiempo fueron testigos de los resultados de la “fiesta de la democracia”, fueron testigos de las leyes del pueblo. Pero, asimismo, fueron testigos del atropello mas grande a las instituciones y a la constitución: impedir que los representantes del pueblo sesionen en aras de debatir el futuro de la nación.
Aquí no intento cuestionar la legitimidad de la protesta, sino que por el contario. Ella goza de estatus y jerarquía constitucional. El problema suscita cuando se confunde el derecho a la protesta con el hecho de que los protestantes pueden tener la capacidad de legislar sin ser legisladores, olvidando aquello que consigna el artículo 22 de la Carta Magna: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición”.
¿En que se traduce los hasta aquí expuesto? En que vivimos en un laberinto, yendo y viniendo, buscando alternativas, buscando escapatorias, buscado la salida. Pero ¿Cómo hemos de buscar la salida si aún no entendimos el significado de este laberinto, que resulta ser nuestra propia historia?