UN PAÍS EN CRISIS
Tras meses de puja por la sucesión de Robert Mugabe la situación se resolvió a través de un golpe de Estado militar.
Zimbabue, nombre que en dialecto shona significa: “casa de piedra”, fue conocido en un tiempo como el granero de África del Sur. Hoy pese a sus grandes riquezas naturales, es uno de los países más pobres del mundo, donde sus dieciséis millones de habitantes se enfrentan a una tasa de desempleo del 90% y el 21,4% (3,53 millones de personas) deben sobrevivir con menos de dos dólares diarios.
Con una inflación que según cifras oficiales ronda el 160.000% el papel moneda virtualmente ha desaparecido. Los billetes se han transformado en “compromisos de pago” que llevan impresa la fecha en que caduca su valor, unos pocos meses después de su emisión.
Ante la ausencia de papel moneda y la incertidumbre en los pagos de los salarios estatales, tal como suele acontecer en estos casos, opera en base a divisas (dólares o euros). Incluso el sistema bancario limita las extracciones de circulante al equivalente a veinte dólares diarios.
En 2010, Zimbabue se situó en el último ligar del Índice de Desarrollo Humano elaborado por la ONU. En 2016, ha mejorado sustancialmente ubicándose en el puesto 154 entre 188 naciones.
Conocida como Rhodesia del Sur y luego como República de Rhodesia -en honor al colonizador británico Cecil Rhodes-, el 18 de abril de 1984, luego de independizarse del Reino Unido, tomó su nombre actual de República de Zimbabue e inmediatamente cayó bajo el control de Robert Mugabe.
ROBERT MUGABE
Robert Gabriel Mugabe nació en 1924 en una aldea próxima a la misión jesuita de Kutama al noroeste de la ciudad de Harare. Era el cuarto de seis hermanos de los cuales llegaron a la edad adulta tan sólo cuatro niños.
Criado por los jesuitas, mostró desde temprana edad una gran capacidad intelectual. A los diecisiete años se graduó de “profesor de enseñanza elemental” en la Escuela Misional Empandeni. Después de trabajar como educador durante unos años, en 1948 viajó a Sudáfrica para perfeccionar sus estudios. En 1951 obtuvo una licenciatura en Letras de las prestigiosa Universidad de Fort Hare, la misma institución donde estudió Nelson Mandela.
Más tarde curso estudios de Economía en la Universidad de Londres sin graduarse. Pero, más tarde, mientras cumplía una sentencia de cárcel de diez años por sus actividades independentistas, se graduó como abogado a través de un curso de educación a distancia dictado por la Universidad de Londres.
En 1963, cuando ejercía la Secretaría General del ilegal partido “Unión Nacional Africana de Zimbabue” (ZANU) fue detenido y condenado a diez años de cárcel.
Al ser liberado en 1973, se refugió en Mozambique. Recuperó su cargo de Secretario General y radicalizó sus posiciones pasando a la lucha armada contra el régimen dictatorial blanco de Ian Smith que aplicaba una estricta política de apartheid.
Mugabe creo para ello el “brazo armado” del ZANU, denominado “Ejército de Liberación Nacional Africano (ZANLA)” que contó con asistencia militar de la República Popular China y de Corea del Norte.
Mugabe pronto fue conocido como un aguerrido líder guerrillero, un ex preso político muy radicalizado, pero también como un destacado intelectual y un devoto cristiano.
En diciembre de 1979, cuando finalmente fue depuesto el régimen blanco de apartheid y se celebraron elecciones libres el partido de Mugabe, el “Unión Nacional Africana de Zimbabue – Frente Popular” (ZANU-PF), obtuvo 57 de los 80 escaños del Parlamento y el antiguo maestro se convirtió en Primer Ministro. Mugabe había llegado al poder en Zimbabue y no se apartaría de él por los siguientes 37 años.
En un principio, Mugabe mostró un gran pragmatismo y racionalidad como gobernante. Inicialmente buscó establecer buenas relaciones con la minoría blanca que conservaba gran parte del poder real. Un quinto de los escaños del Parlamento, el control del sistema financiero y bancario, el 40% de las tierras además de los conocimientos técnicos y profesionales necesarios para garantizar el funcionamiento del país.
Entre 1981 y 1984, Zimbabue vivió una cruenta guerra civil entre las étnicas shonas y ndebeles. Mugabe y el ZANU-FP tomaron partido por los shonas. Mientras que el ex ministro del Interior, Joshua Nkomo y el partido ZAPU por los ndebeles.
El conflicto étnico, como suele ocurrir en todas las guerras civiles, y especialmente en África, fue particularmente cruento y pronto derivó en sangrientas matanzas de “limpieza étnica”.
Mugabe fue finalmente el más fuerte, y los militares shonas los más crueles. Se Estima que el conflicto en Zimbabue produjo entre 10.000 y 30.000 víctimas civiles, en su gran mayoría campesinos ndebeles.
La guerra finalizó totalmente recién el 22 de diciembre de 1987 con la rendición de Nkomo y la disolución de ZAPU. El 31 de diciembre de 1987, después de una reforma constitucional y de pacificar el país, Mugabe acumuló un inmenso poder. Dejó su cargo de Primer Ministro para transformarse en presidente.
Fueron tiempos de prosperidad, Zimbabue se transformó en uno de los mayores productores agrícolas de África, tanto de cereales como de tabaco, del que el país se convirtió en gran exportador.
Mugabe combatió decididamente el analfabetismo hasta reducirlos en un diez por ciento y consiguió un importante crecimiento económico.
En 1990, renunció al modelo marxista de partido único, aunque cambiando el sistema presidencialista por otro presidencialista que incrementó notablemente sus facultades como gobernante. Mugabe se convirtió en una celebridad en los foros internacionales, en especial, en la Unión Africana y el Movimiento de Países No Alineados.
Pero, como no hay prosperidad que dure para siempre, a finales de los años noventa, la economía de Zimbabue comenzó a decaer.
En 1998, una decisión económica desacertada precipitó la tragedia. Una reforma agraria expropió el 32% de las tierras agrícolas hasta entonces en manos de la minoría blanca y las puso en manos de productores minifundistas negros.
Los pequeños campesinos carecían de conocimientos técnicos, capital y manejo de los circuitos de comercialización internacionales. La producción agrícola se derrumbó y el país pasó de exportador a vivir en una economía de subsistencia.
Para colmo de males, tanto los Estados Unidos como la Unión Europea aplicaron sanciones económicas en represalia por las expropiaciones a sus nacionales y sus empresas.
Mugabe siguió ganando elecciones cada vez más fraudulentas mientras el país se precipitaba al abismo. La esperanza de vida descendió hasta los 36 años, la mortalidad infantil en los primeros diez años de vida se incrementó a 650 muertos cada mil niños. El analfabetismo comenzó a crecer aceleradamente cuando el gobierno terminó con la enseñanza gratuita.
Mugabe apeló a precios máximo y a perseguir a los empresarios para contener a la inflación, la misma receta que aplicó su amigo Nicolás Maduro, para intentar contener el desborde hiperinflacionario. El resultado en Zimbabue fue el mismo que en Venezuela: un total fracaso, provocó emisión monetaria desbordada, desabastecimiento, mercado negro, fuga de capitales y de mano de obras calificada.
Mientras la economía se deterioraba a pasos acelerados, Mugabe se hacía cada vez más anciano e impopular. Se casó con su secretaria, una ex taquígrafa sudafricana 41 años menor que él, amante de los lujos y los viajes de placer por Asia.
El pueblo no tardó el bautizarla “Gucci Grace”. La primera dama comenzó a acumular lujosas mansiones, autos de alta gama y joyas mientras el país se debatía en la pobreza y el hambre.
La pareja presidencial no se privó de organizar fastuosas celebraciones. En 2015, por ejemplo, cuando Mugabe celebró sus 91 años, realizó un gran festín para 22.000 invitados que demandó sacrificar, entre otros animales, a dos elefantes y dos búfalos para alimentar a los comensales.
LOS SOCIOS INTERNACIONALES
Como era de esperarse el descrédito de Robert Mugabe en el ámbito internacional era total. Sólo China, Corea del Norte, Venezuela y el Movimiento de Países No alineados lo apoyaban.
Mugabe siempre gozó de excelentes relaciones con Beijín que desde el año 2000 ha invertido en al menos 120 proyectos en Zimbabue. Este país y Tanzania son los principales compradores de armamento chino y receptores de entrenamiento militar.
Las compañías chinas también están comprometidas activamente en inversiones en las áreas de telecomunicaciones, educación, construcción, irrigación y electricidad.
Beijín también financió y construyó, con un costo de cien millones de dólares, la primera academia militar del país denominada Colegio de Defensa Nacional de Zimbabue y el centro comercial Longcheng Plaza, en Harare, con una inversión de doscientos millones de dólares.
En 2015, la empresa estatal Corporación de Construcción de Energía de China, firmó un acuerdo por 1.200 millones de dólares para expandir la Central Termoeléctrica de Hwange, la mayor planta generadora de electricidad de Zimbabue. Empresas chinas también suscribieron tres contratos para desarrollar energía solar.
Beijín también acordó invertir otros 46 millones de dólares en un nuevo edificio para el Parlamento en Harare, otros cinco millones en un centro de computación para la Universidad de Zimbabue.
Los chinos también acordaron enviar su personal sanitario para atender las necesidades del país y recibir estudiantes de medicina zimbabuenses.
En 2016, el presidente Xi Jinping anunció que su país incrementaría las donaciones de fondos de inversión directa en Zimbabue a cuatro mil millones de dólares en los siguientes tres años.
Por otra parte, un hecho insólito ilustra del aislamiento internacional que sufre el régimen de Mugabe. Hace unos meses, el nuevo director de la Organización Mundial de la Salud -OMS-, el etíope Tedros Adhnom Ghebreyesus, primer africano en dirigir esta entidad decidió designar a Mugabe como “embajador de buena voluntad” de esta organización internacional.
La noticia desató inmediatamente un clamor de rechazo de una designación que parecía una burla dado el historial de violaciones a los derechos humanos de Mugabe y la situación sanitaria imperante en Zimbabue. Tedros debió anular la designación.
EL GOLPE DE ESTADO
El evidente deterioro en la salud de Robert Mugabe dada su avanzada edad -por ejemplo, su costumbre de quedarse dormido durante el desarrollo de las ceremonias oficiales y reuniones de gabinete desataron una sórdida lucha por su sucesión. No obstante, el nonagenario presidente anunció que se presentaría para su octava reelección en 2018.
Por un lado, se situó la primera dama Grace Mugabe rodeada de un núcleo de jóvenes dirigentes, de entre 40 y 50 años, conocida como “Generación 40”, que pretende el relevo de los dirigentes históricos de la Unión Nacional Africana de Zimbabue – Frente Patriótico que condujeron los años de lucha por la independencia.
El líder de los dirigentes históricos es el vicepresidente Emmerson Mnangagwa, de 75 años, quien cuenta con el respaldo del Ejército.
El pasado 6 de noviembre, Mugabe pateó el tablero al destituir a Mnangagwa -quien recientemente había sobrevivido a un intento de envenenamiento, acusándolo de “deslealtad y escasa honradez en la ejecución de deberes”. Mnangagwa se refugió en la vecina Sudáfrica.
El miércoles 15, en horas de la madrugada llegó la réplica de los militares.
Las calles de Harare, la capital de Zimbabue, amanecieron en medio de un gran despliegue de vehículos blindados. Los militares, liderados por el jefe de las Fuerzas Armadas, general Constantine Chiwenga, tomaron el control del país.
Después de tomar el control de la emisora estatal, el mayor general Sibusiso Moyo anunció que no se trataba de un golpe de Estado, sino que las Fuerzas Armadas “Sólo estamos buscando a los criminales que están alrededor (del presidente) que están cometiendo delitos que están causando un sufrimiento social y económico al país para llevarlos ante la justicia” […] “Tan pronto como cumplamos nuestra misión, esperamos que la situación vuelva a la normalidad.”
Los militares recluyeron al presidente Robert Mugabe en el complejo “Casa Azul de Harare” bajo arresto domiciliario. Algunos de sus funcionarios más cercanos fueron detenidos, entre ellos el ministro de Finanzas, Ignatius Chombo, el titular de Educación Superior, Jonathan Moyo y el de Gobierno Local, Obras Públicas, Vivienda y Comercia, Saviour Kasukuwere.
Luego del golpe la actividad en las calles de la capital mantiene cierta normalidad en medio de mar de especulaciones sobre la suerte del presidente, su esposa y las principales figuras del régimen.
Distintas personalidades intentan mediar entre el presidente y los militares. Mientras tanto Robert Mugabe insiste en negarse a renunciar y completar su mandato al menos hasta 2018.
El presidente sudafricano, Jacob Zuma, en su calidad de presidente de la Comunidad para el Desarrollo de África Meridional (SADAC, según sus siglas en inglés) ha convocado a una reunión urgente de la organización regional en Botsuana para analizar la crisis.
Otra versión habla de formación de un gobierno de coalición provisorio, encabezado por el ex vicepresidente Emmerson Mnangagwa y en alianza con otros partidos políticos zimbabuenses como el Movimiento por el Cambio Democrático, liderado por Morgan Tsvangirai. El líder opositor que derrotó a Mugabe en la primera ronda electoral de 2008. Tsvangirai regresó a Zimbabue tras dos meses de tratamiento oncológico en Sudáfrica. Su Secretario General, Douglas Mwonzora, ya ha demostrado su disposición a entrar en un gobierno de transición.
Por la escasa popularidad de Mugabe y la prudente actitud de los militares anunciando su intención de normalizar a la brevedad la institucionalidad, ni los partidos políticos ni representantes de la sociedad civil han condenado el golpe de Estado.
REACCIONES INTERNACIONALES
Tampoco ha habido reacciones adversas desde el extranjero. China, que como hemos visto tiene grandes intereses económicos y políticos en el país, parece haber estado al tanto de los acontecimientos. El general Chiwenga estuvo manteniendo reuniones de alto nivel con funcionarios del ministerio de Defensa chino la semana pasada y posiblemente haya anticipado sus planes a los anfitriones.
El periódico oficial del Partido Comunista de China, “Global Times”, afirmó en editorial el jueves que “el incidente del miércoles (en Zimbabue) no afectará los lazos bilaterales”.
Sólo la Unión Africana, presidida en la actualidad por el mandatario guineano Alpha Conde, ha afirmado que “nunca aceptará el golpe de Estado militar” y ha demandado el retorno al orden constitucional.
Tanto los Estados Unidos, la Unión Europea y la mayoría de los países africanos han preferido “desensillar hasta que acabe” y se decante la situación en Harare.