Sin proponérselo, los izquierdistas separatistas catalanes que pretenden destruir a España y a la monarquía están logrando el efecto contrario: reafirmar la identidad nacional de los españoles.
He visitado a España en forma intermitente desde 1980, nunca como esta semana me ha recibido un país embanderado, con manifestaciones en las plazas, acalorados debates en los noticiarios y una sensación de angustia en el corazón de muchos españoles.
Si tuviera que describir que sienten los españoles me aventuraría a decir que incertidumbre. Algunos bailan en la cubierta del Titanic y se conforman diciendo “no va a pasar nada”. Es más una expresión de deseos que una certeza. Otros buscan explicaciones en la historia o la teoría política y así no dudan en considerar a España como un Estado Fallido y en responsabilizar a la clase dirigentes por la crisis separatista. En el fondo tampoco saben que ocurrirá ni cómo evitar la catástrofe.
En el fondo muchos parecen pensar que finalmente Cataluña dejará a España sin que el gobierno central decida apelar a la fuerza. Parecen preferir que los catalanes abandonen España a correr el riesgo de otra guerra civil. El recuerdo de la anterior está demasiado presente, tampoco ayuda el ejemplo de lo ocurrido en Yugoslavia.
Entonces el proceso de secesión, que algunos catalanes insisten en calificar de “independentismo”, destruirá la economía española –incluso la de Cataluña- y alentará las ansias separatistas de otras regiones de la península.
Al cabo del proceso, todos habrán perdido incluso la golpeada Unión Europea, que aún puja por sobrevivir al Brexit y que no puede prescindir de España.
Mientras la crisis sigue su marcha los españoles se refugian en el nacionalismo más primitivo, agitan banderas y se alborozan al grito de “Viva España”. No falta tampoco algún nostálgico con una foto del “generalísimo Franco” en la remera.
EL DÍA DE LA HISPANIDAD
A la espera de que la Generalitat emita su respuesta al ultimátum del Gobierno, que vence el próximo lunes, los actos del Día de la Fiesta Nacional se convirtieron ayer en un cauce de respaldo al Rey y al marco de orden y convivencia que instauró la Constitución de 1978. Miles de ciudadanos —muchos más que otros años, gracias a un recorrido que fue ampliado— asistieron al desfile de las Fuerzas Armadas.
No solo la mayor asistencia de público evidenciaba que esta jornada era diferente. También la presencia de autoridades a las que no se veía en este acto desde hace años, como el expresidente Felipe González. El color lo ponían las banderolas colgadas en las farolas y las rojigualdas que engalanaban numerosos edificios e incluso el bolso de la presidenta madrileña, Cristina Cifuentes.
Líderes políticos, expresidentes y exministros, representantes de altas instituciones del Estado, empresarios y otros representantes sociales se conjuraron para estar presentes en la tradicional recepción del Palacio Real, que juntó a casi mil quinientos invitados. Faltaron los principales dirigentes del chavista Podemos y los independentistas y nacionalistas catalanes y vascos.
En muchos dirigentes españoles existía la convicción de que este año era necesario cancelar cualquier otro compromiso y acudir al acto para mostrar su respaldo a Felipe VI y al orden constitucional que simboliza.
Aunque hubo algún grito aislado de “Puigdemont a prisión”, los mayores vítores y ovaciones se los llevaron los Reyes —Felipe VI con uniforme de capitán general del Ejército del Aire— y, entre los participantes en el desfile, la Guardia Civil y la Legión, como es tradición, a los que esta vez se sumó el Cuerpo Nacional de Policía, que no participaba desde hace casi 35 años, antes de su desmilitarización.
De los festejos participaron 26 ministros de los gobiernos socialistas de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero —ambos presentes en las celebraciones— se habían conjurado para no faltar a la cita. Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba, Rosa Conde, Carlos Solchaga, Trinidad Jiménez, o Miguel Ángel Moratinos, Virgilio Zapatero o Fernando Ledesma, entre otros. La estrella, sin embargo, era Josep Borrell, que recibió felicitaciones y agradecimientos por sus palabras contra el independentismo en la manifestación convocada por Societat Civil Catalana el pasado domingo, en Barcelona.
El expresidente González se mostró partidario de la activación del artículo 155 para “recuperar la Constitución, el Estatut y los derechos de todos los españoles, empezando por los catalanes”.
Varios de los exministros socialistas celebraban, a pesar de sus muchas dudas ante el futuro inmediato, que el PSOE haya sido parte fundamental del principio de una posible solución, al conocerse el pacto cerrado entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez para apoyarse en la posible aplicación del 155, pero también en acordar una futura reforma constitucional. Un acuerdo que “traslada mucha tranquilidad y estabilidad a la ciudadanía”, explicaba el propio Sánchez durante la recepción. El líder socialista insistió en señalar que solo Puigdemont tiene en sus manos evitar que la comunidad autónoma sea intervenida, si el lunes da una respuesta clara al requerimiento del Gobierno. Y si finalmente se recondujera la situación, sugirió Sánchez, la consecuencia inmediata debería ser unas elecciones autonómicas anticipadas que convocara la propia Generalitat.
El Rey dedicó tiempo a atender a los numerosos invitados, y recibió de muchos de ellos su felicitación por el discurso que dirigió a los españoles en la noche del 4 de octubre. Fuentes de la Casa del Rey se han esforzado en los días posteriores en explicar que el tono duro de esas palabras obedecía a que no había otra alternativa: era obligación del jefe del Estado llamar a los poderes legítimos a restaurar el orden constitucional en Cataluña. Cualquier señal de arbitrio o moderación no se hubiera entendido, han explicado.
Todos estos gestos de unidad y los rebrotes de nacionalismo, no parecen modificar la determinación de los separatistas catalanes de impulsar la independencia.